domingo, 5 de septiembre de 2021

El Hombre de Luz / La ordenación sacerdotal y los sacramentos / La vida consagrada / La iniciación / Pascal Gambirasio d’Asseux

  

 


 

La ordenación sacerdotal y los sacramentos

Según la jerarquía tradicional y estrictamente hablando, estamos hablando del obispo (consagración episcopal) y del presbítero (ordenación sacerdotal) puesto que el diácono no ha recibido el sacerdocio que le permitiría celebrar la Eucaristía.

Más exactamente, la misión y el carisma del obispo y del presbítero, por la gracia y el carácter del sacramento del Orden, son el de estar configurados a Cristo para cumplir el sacrificio eucarístico y asumir la plenitud del apostolado en beneficio de todos. En estos “actos” es muy realmente el Verbo de Dios quien actúa en y por ellos.

El cristianismo no comporta pues una “iniciación sacerdotal” distinta del sacramento del Orden stricto sensu que sería guardado y transmitido por las sociedades iniciáticas  como en ocasiones se ha oído afirmar en ciertos medios, iniciación que supuestamente conferiría una validez, del mismo nivel que el de la ordenación, para celebrar y transmitir los sacramentos, detentando de tal suerte una especie de “ordenación paralela” de la misma naturaleza. A este respecto, hemos oído de algunos evocar una iglesia de Santiago o una iglesia de Juan en relación (o en contraposición) a la iglesia de Pedro, mientras que nunca no ha existido otra iglesia que esta, la única, instituida por Jesucristo y confiada a los apóstoles, pero a Pedro en primacía. En contrapartida, en el ámbito litúrgico, sí que existe una misa dicha de san Santiago, lo que sin embargo no tiene nada que ver con ningún tipo de “iglesia”.

Como hemos recordado, sólo el obispo y el presbítero, gracias a su ordenación que se inscribe en la cadena apostólica ininterrumpida desde Cristo, han recibido tal poder y una tal misión: únicamente ellos están de este modo, teológicamente hablando, “configurados a Cristo” para celebrar en su Nombre estos (sus) sacramentos: la Iglesia precisa “in persona Christi”, lo que significa que es el Verbo de Dios quien cumple estos sacramentos en el espacio y el tiempo de los hombres, aplicándolos a la humanidad por aquellos cuya vocación ha quedado configurada por la ordenación. Es por lo que la Iglesia añade que estos sacramentos así celebrados y aplicados tienen por sí mismos y en ellos mismos una gracia y un carácter, lo que expresa en estos términos: “ex opere operato”. Su eficacidad en el sentido en que lo entiende el lenguaje teológico, no depende pues en absoluto del oficiante humano, de su grado de santidad o no, sino del solo hecho que haya sido ordenado porque es el mismo Cristo quien, por su mediación, actúa realmente. 27

 En otros términos, lo que es puesto, instituido por Dios (el Cristo) tiene valor por sí mismo y es Dios mismo quien “lo aplica” en Persona a través de los hombres ordenados para ello. Es en particular en esta naturaleza específica de lo que la Iglesia designa por el nombre de sacramentos (palabra que significa lo que nos configura con lo sagrado,  así pues, nos une al Señor marcándonos con el sello de su Gracia) en cuya naturaleza reside uno de los Misterios cristianos que no tienen parangón con otras religiones y espiritualidades. Es preciso pues no confundir la Iglesia con estas últimas y aplicar a la primera lo que puede resultar de las segundas.

Como revancha, veremos que en el seno de la Revelación cristiana pueden encontrarse, en efecto, conocimientos que podríamos calificar de sacerdotales en sentido etimológico de teologales o incluso de teúrgicos en la medida que inducen una presencia espiritual de y a Dios (por ejemplo, en el corazón de la Cábala judía y cristiana: la ciencia de los números-letras ligada a la de los Sefirots así como a la de los Nombres divinos)28  porque su naturaleza y objeto se refieren directamente a Dios, al santo encuentro con él.

Los hombres ordenados deberían ser, por naturaleza, los primeros en conocer y profundizar estos conocimientos, pero ellos están igualmente abiertos a los otros cristianos, hombres y mujeres, llamados a este encuentro de interioridad con el Señor. Precisaremos una vez más que estos conocimientos no detentan ni suponen, en la Iglesia, ninguna iniciación sacerdotal de especificidad tal como la que hemos recordado. Podemos simplemente lamentar que, desde hace tanto tiempo y salvo raras excepciones, los hombres de Iglesia ignoren e incluso rechacen tales conocimientos, dejándolos así demasiado a menudo en manos de personas o ignorantes o poco instruidas sobre la teología cristiana, o exaltados en algún delirio pseudo-esotérico o de tenebrosos manipuladores.

La vida consagrada

Esta consagración a que nos referimos no se inscribe entre el número de los siete sacramentos.

Dicha consagración define y sella la vocación religiosa, regular o secular, de los hombres y mujeres que deciden “tomar el hábito” de las Ordenes monásticas, o que se comprometen en el seno de Congregaciones o Institutos religiosos. Es igualmente la vía de los laicos pertenecientes a lo que se llama Ordenes Terciarias, surgidas de cualquiera de las ordenes monásticas evocadas.

El carácter de esta vida consagrada y la especificidad de la misión de aquellos que son llamados a ella, es la de vivir en imitación

la voluntad del Padre, orante y misionero, con el fin de hacerlo presente, incluso y sobre todo allí donde no es conocido o reconocido.

En modo religioso, es la ascesis hacia la santidad a la que todos los hombres están llamados, incluso si bien pocos responden a su vocación, para convertirse en el germen del Amor, de la Paz y de la Alegría de Dios.

La iniciación

En el marco cristiano, la iniciación se presenta a la vez, en una aparente paradoja, como un aspecto central y específico de la consagración anteriormente evocada.

Aspecto central, porque la iniciación nace y vive de la Palabra encarnada que es simultáneamente la Luz verdadera que ilumina a todo hombre, como bien anuncia el Prólogo del Evangelio según san Juan29.

Central y, así pues, en el pleno sentido de la palabra, católica, es decir universal. Es en esto por otra parte, que a imitación del Evangelio en el seno del cual se inscribe, la vía iniciática cristiana recapitula y, como se ha dicho, de alguna manera “contiene”, todas las iniciaciones anteriores.

La iniciación cristiana constituye el corazón como consecuencia inmediata de que el Evangelio constituye a su vez y con toda claridad el corazón de todas las Revelaciones divinas precedentes, entonces identificadas como prefiguraciones y una propedéutica.

Aspecto específico, ya que la iniciación, el conocimiento esotérico, tiene por misión abrir el ser que ha sido llamado a ello, al absoluto de la Buena Nueva y a la realización, a través de los ejercicios espirituales que le están vinculados y reservados, del cuerpo de Gloria o cuerpo de Resurrección. La tradición iniciática ¿acaso no afirma, que incluso en el mediodía pleno, el iniciado cumplido no proyecta ninguna sombra?

La Obra Maestra de esta vocación es pues la de actualizar, la “de anticipar”, si se nos permite decirlo, lo que debe advenir escatológicamente, en primer lugar, a título individual, en cumplimiento de la Resurrección de la carne, y a continuación a título colectivo, lo que significa radicalmente la Comunión de los Santos, cuando todo estará terminado en la Plenitud de los tiempos en que Dios será “todo en todos”30.

A través del camino trazado por las Beatitudes, que constituyen la vía real del cristiano, pero también por los rituales y ejercicios espirituales que le son propios, la vía iniciática permite a aquellos que no son llamados a dicha realización en modo religioso o monástico -a los que denominaremos “iniciados”-, el poderla realizar incluso “en esta vida” y “desde esta vida”, permaneciendo como guardianes de una enseñanza que el Señor no tiene intención de compartir con todos.

Esta santa ciencia apela a aquellos que la profesan a devenir y permanecer eficientes y oficiantes en su servicio de la Verdadera Luz que es Cristo. No obstante, no por revelación directa, sino por una especie de “capilaridad espiritual” a través de la acción de presencia y ascesis particular de los iniciados, este Arte Real y reservado concurre igualmente al bien común.

En todo caso, la iniciación es pentecostal ya que, por ella, el Espíritu refuerza, por así decirlo, su inhabitación en el corazón del hombre. De igual modo, promete en su perfección una asunción del ser por el logro del estado glorioso que venimos de evocar. El profeta Elías, por otra parte, santo patrón de los Carmelitas y, antes que todo y de todos, la Virgen María son los ejemplos mayores de lo que es prometido a aquel que permanece fiel a las promesas de su Bautismo y a sus juramentos iniciáticos.

Una en su naturaleza, pero múltiple en sus formas, la iniciación en el marco cristiano que es el nuestro presenta las vías siguientes:

La vía del Oficio: Masonería, Compañerazgo,

La vía heroica, es decir la Caballería y su lenguaje simbólico: la heráldica.

La vía hermética, que enseña los “secretos de la Naturaleza” y las “correspondencias” entre los diversos reinos o planos: Al-kimia significa, en efecto, química de Dios (Al, El),

La vía de las letras y los números o cábala cristiana.

Sin olvidar que, con toda evidencia, y antes que todo, la manifestación más perfecta y más acabada de todo esoterismo, en su sentido pleno, se tiene en este misterio insondable del Amor de Dios que nos sacia de su Presencia y de su Vida bajos las Santas Especies eucarísticas.

Sea cual sea el camino escogido o “el camino que nos escoge”, es preciso saber que el peregrinaje es largo y difícil, incluso peligroso; la vía iniciática, en plena armonía con la paradoja a que nos referíamos en preámbulo, conjuga el don y el misterio de hacernos partícipes del anuncio de la Buena Nueva a través del testimonio de una vida auténtica, aunque permaneciendo en secreto, porque está reservada a quien es llamado a esa auténtica vida para franquear el umbral.

Este secreto no debe sorprendernos. El mismo San Pablo nos lo enseña con estas palabras:

“Moristeis, en efecto, y vuestra vida quedó oculta con Cristo en Dios; cuando Cristo, que es vuestra vida, se muestre, os mostraréis también vosotros en gloria con él”31.

De este modo, podemos hablar de una verdadera “legitimidad evangélica” de la iniciación. Al igual que, en este mismo sentido, es lícito y verdadero evocar un esoterismo cristiano. Insistimos, siguiendo en esto a René Guénon, sobre el hecho que se trata de un esoterismo cristiano, es decir una vía de interioridad espiritual en la acogida y la meditación de la Palabra de Dios y no de un cristianismo esotérico, que vendría a constituir, de facto, una suerte de cuerpo doctrinal distinto, incluso opuesto al santo Evangelio. Y -lo más importante- que ya no sería cristiano, sino estrictamente hablando, se trataría de una herejía.

Cristo, no solo permite, sino que anima y legitima esta acción en la vía reservada, cuando el episodio de la unción de Betania. En efecto, mientras que Judas se indigna porque María unge los pies del Señor con un perfume de nardos de alto precio, planteando como objeción las necesidades de los pobres, Jesús responde:

Déjala”32.

En uno de los significados que puede darse a esta palabra, Jesús le está pidiendo a alguien permanecer extraño a una misión o a un carisma particulares y especialmente a la vía iniciática, a no poner trabas a esta vocación de interioridad operativa que, ciertamente, puede no llegar a entenderse, que inclusive puede llegar a molestar y que, al igual que sucede con la vida contemplativa, cabe la posibilidad de no llegar a captar la necesidad de la misma y su belleza a ojos de Dios.

Continúa quedando en el aire, no obstante, una cuestión fundamental, en el verdadero sentido del término: ¿cómo dar cumplimiento a una vocación cristiana e iniciática? Esencialmente por la fiel aplicación de esta enseñanza de los Padres, maestros de la acción apostólica, que recuerda por otra parte la del Santo Padre en su exhortación sobre la vida consagrada:

Hay que depositar la confianza en Dios como si todo dependiera de Él y, al mismo tiempo, comprometerse con generosidad como si todo dependiera de nosotros”.

 

NOTA:

27. En cuanto a aquellos que lo reciben, deben hacer fructificar por su parte las gracias.

26 I Corintios XII, 4-7.

27 A diferencia de los ritos no sacramentarios (llamados también sacramentales) tales como el signo de la cruz, el agua bendita, las plegarias individuales o colectivas, las bendiciones, el adobamiento caballeresco… que actúan, por su parte ex opere operantis, es decir, reposan en la fe del oficiante y de aquellos a quienes estos ritos son destinados.

28 “La invocación del Nombre de Jesús es acompañada de su manifestación inmediata, porque el Nombre es una forma de la Presencia” Paul Evdokimov (1901-1970) teólogo y filósofo ruso emigrado a Francia que fue uno de los mayores representantes de la Escuela de París, ilustre grupo de teólogos y filósofos religiosos emigrados a Francia a partir de 1917. Paul Evdokimov se refiere más precisamente aquí a la plegaria de Jesús llamada también plegaria del corazón, inicialmente practicada en la tradición monástica de Oriente denominada hesicasmo (del griego hesychia: inmovilidad, reposo, calma, silencio).

29 Juan I, 9.

30 I Corintios XV, 28.

31 Colosenses III, 3-4.

 

Acerca del Autor

Pascal Gambirasio d'Asseux

Pascal Gambirasio d'Asseux nació en París en 1951. Abogado, se ha dedicado también a la espiritualidad cristiana. Escritor, conferenciante (invitado de France Culture y de Radio Chrétienne Francophone), ha publicado varios libros -que ahora son referencias reconocidas- sobre la dimensión espiritual de la caballería y la heráldica o la ciencia del escudo de armas, sobre la naturaleza cristiana de la realeza francesa y del rey de Francia, así como sobre el camino cristiano de la iniciación como camino de interioridad y de encuentro con Dios: iniciático, de hecho, lejos de las interpretaciones desviadas que han distorsionado su significado desde al menos el siglo XIX, significa al mismo tiempo origen, inicio e interiorización del proceso espiritual para que, como enseña San Anastasio Sinaí, "Dios haga del hombre su hogar". De este modo, quiere contribuir al (re)descubrimiento de esta dimensión dentro del Misterio cristiano, olvidada o incluso rechazada por unos porque está desfigurada por otros.

 


 

 


miércoles, 4 de agosto de 2021

La grandeza de Juan el Bautista / Beato Guerrico de Igny

 



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La grandeza de Juan el Bautista

Lo que ha hecho grande a Juan, lo que le ha hecho el más grande entre los grandes, es que ha vivido sus virtudes al máximo... uniendo a estas la más grande de todas, la humildad. Siendo considerado como el más elevado de todos, espontáneamente y con la presura del amor, ha puesto por encima de él a Aquel que es el más humilde de todos, y hasta tal punto lo ha puesto por encima de él que se declaró indigno de desatarle las sandalias (Mt 3, 11).

Que otros queden maravillados de que Juan haya sido anunciado por los profetas, anunciado por un ángel..., nacido de padres tan santos y tan nobles, aunque de edad avanzada y estériles..., que en el desierto haya preparado el camino del Redentor, que haya convertido los corazones de los padres hacia los hijos y los de los hijos hacia los padres (Lc 1,17), que haya sido digno de bautizar al Hijo, escuchar al Padre, ver al Espíritu (Lc 3, 22), en fin, que haya combatido por la verdad hasta dar la vida y que, para ser precursor de Cristo incluso en el país de los muertos, haya sido mártir de Cristo ya antes de su Pasión. Que otros se queden maravillados de todo esto...

A nosotros, hermanos míos, se nos propone su humildad no tan sólo como objeto de admiración, sino también de imitación. Es ella que le ha incitado a no querer pasar por grande, siendo así que podía hacerlo... En efecto, este fiel «amigo del Esposo» (Jn 3,29) que amaba a su Señor más que a sí mismo, deseaba «disminuir» para que él creciera (v 30). Se esforzaba para aumentar la gloria de Cristo haciéndose él mismo más pequeño, manifestando a través de toda su conducta lo que diría el apóstol Pablo: «No nos predicamos a nosotros mismos sino al Señor Jesucristo» (2Co 4,5).


Notas/

Beato Guerrico de Igny

Martirologio Romano: En el monasterio de Igny, en Francia, beato Guerrico, abad. Verdadero discípulo de san Bernardo, al no poder dar ejemplo en el trabajo a sus hermanos por la debilidad de su cuerpo, los fortalecía en la humildad y caridad con reiteradas exhortaciones espirituales (1151/1157). Fecha de beatificación: Su culto fue confirmado en 1889.. Guerrico vivió entre los siglos XI y XII, no se cuenta con información sobre sus primeros años, los detalles que tenemos son gracias a la biografía de Hugo abad de Marchiennes conocemos que llevó vivió solo en una casa cercana al monasterio de Tournai, que siendo inicialmente agustino pasa a ser benedictino bajo el episcopado de Odón de Cambrai. Fue San Bernardo quien lo conquisto para Claraval, y en 1138 llegó a ser abad de Igny (diócesis de Reims) sucediendo al Beato Humberto que fue el primer Abad, el monasterio mientras él lo regento llegó a ser muy prospero, murió en “su” monasterio posiblemente un 19 de agosto, entre los años 1151 y 1157. Cultivó un tierno amor a Jesús y su Madre. Se conservan 54 sermones de Guerrico, todos llenos de una gran inspiración bíblica, patrística y sacramental.






miércoles, 21 de julio de 2021

Realización Iniciática y Misterio Cristiano / Esoterismo: la singularidad cristiana / Pascal Gambirasio d’Asseux

 


Cristo Pantocrátor: (Parte del Mosaico de la Deésis)


Esoterismo: la singularidad cristiana

La vía iniciática, en modo cristiano como en cualquier otra tradición o religión revelada, exige pues haber recibido “la influencia espiritual” sin la cual no existe más que un simulacro o “piadosa” intención.

Precisaremos por nuestra parte que esta influencia espiritual, de origen no humano, infunde en el ser lo que llamaremos mutatis mutandis, y siguiendo los términos de la teología cristiana, una gracia y un carácter inefables. Podríamos incluso calificarla de “sello ontológico”.

La enseñanza que le es vinculada permite realizar esta edificación interior y pasar así de la iniciación virtual a la iniciación efectiva, lo que no significa que la iniciación virtual sea por su parte incompleta, sino únicamente que no ha sido todavía “asimilada” por aquel que la ha recibido. Exactamente como el Bautismo y la Confirmación exigen del cristiano una catequesis y un deseo espiritual por “crecer” en la Fe, mediante la plegaria, la Caridad y todas las obras cristianas enseñadas por los Padres.

Esta transmisión implica tres condiciones:
- La filiación iniciática ha de ser ininterrumpida (al igual que la ordenación sacerdotal cristiana que debe inscribirse en la filiación apostólica con origen en Cristo, y por medio de Pentecostés, en el Espíritu Santo);

- Debe ser efectuada por aquel que a su vez ha sido de manera auténtica y previamente (válidamente, en términos teológicos) iniciado e instituido con plena capacidad de transmitir lo que ha recibido;
- El acto operativo debe seguir escrupulosamente el rito o ritual a su vez tradicionalmente transmitido a tales efectos.

En Occidente, existe por una parte, la iniciación de Oficio: la Francmasonería y el Compañerazgo, y por otra, la iniciación caballeresca: la vía heroica.

Las enseñanzas herméticas, reclaman ciertamente esta vinculación iniciática en el sentido que venimos de evocar, pero el Hermetismo no comporta rituales de transmisión, tratándose en primer lugar de una iniciación virtual (teórica, si se quiere); el Adepto lo es o no lo es realmente, como sucede en el estado Rosa+Cruz. En contrapartida, estas enseñanzas “abren”, realizan una real edificación interior vinculada al trabajo operativo cuando se conocen las claves.

La ciencia de las letras y los números (nos situamos aquí fuera de la religión judía, en que el contexto es diferente y contemplamos la Cábala cristiana, es decir la Cábala estudiada y puesta en práctica por los cristianos) si supone por su parte, esta vinculación de la que hablamos, no posee en sí misma ninguna transmisión particular.

Pero es cierto que, de acuerdo a la tradición, se trata de una ciencia sacerdotal (con una dimensión teúrgica), ciencia que normalmente, debería ser plenamente operada por aquellos que han recibido este tipo de iniciación.

Por otra parte, volveremos un poco más adelante sobre esta otra modalidad que puede ser calificada de iniciación sacerdotal en el marco de otras tradiciones, en particular la judaica, la hindú o budista pero que resulta distinta a éstas en el marco específicamente cristiano. Nos referimos a lo que se designa habitualmente bajo el nombre de teúrgia y que constituye lo esencial de la transmisión y la enseñanza iniciáticas de ciertas filiaciones que perduran en Occidente, en la medida que su transmisión sea realizada por auténticos detentores de esta “influencia espiritual”.

Esta iniciación es salida de la tradición judaica, y por mediación de ella, de la de Egipto, “relevada” por los collegia fabrorum (colegios, confraternidades de maestros artesanos) de Roma, y sin duda heredera igualmente de los cultos Mistéricos de la antigua Grecia, pero, como veremos más adelante, “bautizada” por la Revelación cristiana, siendo transmitida a través de ciertas filiaciones iniciáticas occidentales como los Fieles de Amor (de la que el poeta Dante fue miembro), la Fraternidad de la Rosa y la Cruz, la Orden de los Elegidos Coen del Universo de Martinès de Pasqually (rectificando no obstante ciertas afirmaciones, en las que Martinès se aleja manifiestamente de la verdadera teología cristiana), la filiación espiritual de Louis-Claude de Saint-Martin o Martinismo así como el Rito Escocés Rectificado (que son ciertamente los dos más bellos ejemplos de esta iniciación cristiana).

Pero es igualmente cierto que numerosos grados de la Francmasonería (del Rito Escocés Antiguo y Aceptado, del Rito de Emulación e incluso del Rito Francés) han sido vaciados intencionadamente de su carácter cristiano original por los mismos masones, cediendo a las diversas influencias funestas a la autenticidad de esta vía iniciática.

Retomando ahora lo que nosotros mismos hemos dicho: efectivamente, en el Occidente cristiano, no existe ninguna otra iniciación sacerdotal que no sea el Sacerdocio o el Episcopado, o sea la ordenación sacerdotal en su sentido estricto y perfectamente eclesial.

Quienquiera, como a menudo sucede en los medios iniciáticos contemporáneos, que pretenda lo contrario y reivindique una “iniciación sacerdotal” distinta del sacramento de la Ordenación, tal cual es presentado en el cristianismo según la jerarquía tradicional: presbítero, obispo –es preciso dejar aparte a los diáconos, ya que hablando en propiedad, están al servicio del culto, pero no han recibido la ordenación que les permitiría celebrar el Misterio cristiano absoluto: la Eucaristía-; cualquiera que pretenda esto equivoca o se equivoca, lo que desgraciadamente y de manera reiterada, ha causado y causa tantos estragos.

Podemos decir que en el seno del Cristianismo, la iniciación sacerdotal o sacramento de la Ordenación y la teúrgia son distintos, mientras que en otras tradiciones, la iniciación sacerdotal integra o se confunde con la teúrgia. Y no puede ser de otro modo puesto que estas tradiciones, en la medida que no forman parte de la Revelación cristiana, no comportan el equivalente de la Eucaristía, que es único y propiamente hablando, un Misterio cristiano.

La vía iniciática sacerdotal cristiana consistiría llegado el caso, y para los hombres debidamente ordenados, en estudiar especialmente la Cábala cristiana, la vía de las letras- números y de los sephiroth, poniendo en práctica realmente una teúrgia mediante la plegaria ordenada en torno a la invocación de Nombres divinos o angélicos…

Con toda evidencia, esto no impide en absoluto a los otros, sobre todo a aquellos que ya han recibido una iniciación de Oficio o caballeresca, el seguir esta vía. Ella contribuirá a perfeccionar su edificación, pero no podría hablarse en ese caso, en el sentido preciso del término, de una iniciación sacerdotal. Los conocimientos que puedan adquirir surgirán efectivamente de ésta, pero no la iniciación de la que son portadores. Este punto es suficientemente importante para que sea menester detenerse un tiempo en él.

Esto nos permite comprender, de facto, que la Revelación cristiana sólo conoce una sola y única transmisión sacerdotal, de acuerdo a la transmisión apostólica, y no una doble, como algunos dejan entender intencionadamente: la filiación según san Pedro, que sería exclusivamente de naturaleza exotérica y la filiación según san Juan o san Santiago, que sería de naturaleza esotérica.

Ciertamente hay una liturgia denominada “de san Santiago”, pero se trata entonces de un ámbito totalmente distinto. De ninguna manera, el Evangelio indica o deja suponer esta doble filiación. Muy al contrario, los Doce conforman una hermandad o coro unido y único, incluso si cada uno por su parte tiene un lugar distinto, como esto se inscribe perfectamente en el plan de los carismas explicitados por san Pablo.

En contrapartida, la Pentecostés las ilumina y las perfecciona, “al unísono”. Si hay que considerar un lugar singular y supereminente entre ellos, es a la Virgen María a quien le corresponde, de acuerdo a su título tan único y personal respecto a su Hijo y a todos los hijos de los hombres en Cristo, tal como es instituida Madre de todos los Bautizados, desde lo alto de la Cruz.

San Juan, como veremos, ilustra a la perfección esta unidad en el colegio de los Apóstoles así como los diversos grados de comprensión, de comunión, que podían tener: él es la imagen del iniciado cristiano que ha sabido abrirse a la intimidad divina, que “ha entendido” los Misterios del Sagrado Corazón (lo que significa su cabeza –su oído, puesto sobre el pecho- el corazón de Cristo cuando la santa Cena).

Lo que significan igualmente las palabras “herméticas” de Jesús, cuando hace a Pedro que le pregunte: "Señor, y éste, ¿qué?”. Jesús le respondió: “Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿qué te importa? Tú, sígueme." (Juan XXI, 21-22).

De este modo, con independencia de los grados de conocimiento, bien reales por otra parte, la transmisión apostólica es una, y nos atreveríamos a decir, indivisible; una es pues la ordenación sacerdotal. Tampoco es el “doble” de una supuesta iniciación sacerdotal oculta, eventualmente de naturaleza o de origen diferente a la de los Apóstoles. Esto manifiesta igualmente que el Cristianismo no “encubre” un esoterismo, sino que es, en sí mismo, a la vez exotérico y esotérico; que el esoterismo no se encuentra agazapado como si de un tumor maligno se tratara, sino que tiene una dimensión original propia, lo que hace que efectivamente, de esta religión revelada una religión y una iniciación originales



Notas:

Acerca del Autor

Pascal Gambirasio d'Asseux
Pascal Gambirasio d'Asseux nació en París en 1951. Abogado, se ha dedicado también a la espiritualidad cristiana. Escritor, conferenciante (invitado de France Culture y de Radio Chrétienne Francophone), ha publicado varios libros -que ahora son referencias reconocidas- sobre la dimensión espiritual de la caballería y la heráldica o la ciencia del escudo de armas, sobre la naturaleza cristiana de la realeza francesa y del rey de Francia, así como sobre el camino cristiano de la iniciación como camino de interioridad y de encuentro con Dios: iniciático, de hecho, lejos de las interpretaciones desviadas que han distorsionado su significado desde al menos el siglo XIX, significa al mismo tiempo origen, inicio e interiorización del proceso espiritual para que, como enseña San Anastasio Sinaí, "Dios haga del hombre su hogar". De este modo, quiere contribuir al (re)descubrimiento de esta dimensión dentro del Misterio cristiano, olvidada o incluso rechazada por unos porque está desfigurada por otros.

martes, 13 de julio de 2021

El misterio de la fe / Obispo Hilarion Alfeyev,

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" No hay cristianismo sin la Iglesia " , escribió el arzobispo Hilarion Troïtsky, uno de los muchos neo-mártires rusos, a principios del siglo XX. La Iglesia es el Reino de Cristo, adquirido a costa de Su sangre, el Reino al que Él lleva a los que ha elegido para que sean sus hijos y a los que lo han elegido al para que sea su Padre. (1)

La palabra griega ekklesia , que significa "iglesia", "asamblea de hombres", proviene del verbo ekkaleo , "llamar". La Iglesia cristiana es la asamblea de aquellos que han sido llamados por Cristo, que han creído en Él y viven por Él. Pero la Iglesia no es simplemente la sociedad, o la comunión, de hombres unidos por su fe en Cristo, no es una mera adición de individuos. Unidos en concierto, los miembros de la Iglesia constituyen un solo cuerpo, un organismo indivisible.

La denominación de la Iglesia como el cuerpo de Cristo pertenece al apóstol Pablo: " Todos hemos sido bautizados en un Espíritu, para formar un solo cuerpo, sean judíos o griegos, o esclavos o libres, y todos hemos sido regados con un solo Espíritu [...]. Ustedes son el cuerpo de Cristo y sus miembros, cada uno por su parte ”(I Cor 12, 13-27).

A través de los sacramentos, especialmente a través de la comunión en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, el pan y el vino eucarísticos, nos unimos a Él y nos convertimos en Él en un solo cuerpo: “ Puesto que hay un solo pan, nosotros que somos muchos, formamos un solo cuerpo. , porque todos participamos del mismo pan". (I Co 1,17). La Iglesia es el cuerpo eucarístico de Cristo, la Eucaristía nos une a Él y a los demás. Y cuanto más nos acercamos a Dios, más nos acercamos unos a otros, y cuanto mayor es nuestro amor por Cristo, más fuerte es nuestro amor por el prójimo. En nous unissant à Dieu dans une vie animée par les sacrements, nous nous unissons les uns aux autres, nous surmontons notre isolement, nos illusions et notre aliénation, devenons membres d'un organisme indivisible, liés les uns aux autres par le lien de l 'amor. (2)

Por tanto, la Iglesia atribuye al sacramento de la Eucaristía una importancia como ninguna otra en la obra de la salvación. Fuera de la Eucaristía, no hay salvación, ni divinización, ni vida auténtica, ni resurrección para la eternidad: “ Si no comen la carne del Hijo del hombre y si no beben su sangre, no tienen vida en ustedes mismos. . El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el día postrero ”(Jn 6,53-54).

El misterio de la Iglesia fue prefigurado en el pueblo de Israel, elegido y apartado de otras naciones. La Iglesia cristiana se considera la única heredera legítima de la religión fundada en la revelación bíblica, revelación protegida y preservada en la tradición de la Iglesia. Esto abarca el Antiguo y el Nuevo Testamento, el recuerdo de la vida terrenal de Jesucristo en los primeros años de Su vida, de Sus milagros y Su enseñanza, de Su muerte y resurrección. También incluye los logros de la Iglesia primitiva, la enseñanza de los primeros Padres y de los concilios ecuménicos, la vida de los santos y mártires del cristianismo, la liturgia, los sacramentos y toda la experiencia espiritual y mística transmitida de generación en generación. .generación. En otras palabras,

Para un cristiano es absolutamente esencial ser miembro de la Iglesia, tener un vínculo con la revelación de Dios tal como se conserva en la Sagrada Tradición de la Iglesia, en su memoria viva. (3)

La experiencia que se puede tener de Dios es un don que se le da a la persona, pero la revelación de Dios pertenece a todo el cuerpo de la Iglesia. La experiencia personal de cada creyente individual debe integrarse en la memoria colectiva de la Iglesia, por eso no hay cristianismo sin Iglesia.

Cada uno está llamado a compartir su experiencia con los demás y a examinarla a la luz de la revelación dada al pueblo como cuerpo, como comunidad. De esta manera, el cristiano se une a otros cristianos y la casa de la Iglesia se construye con piedras individuales.

Las palabras del Símbolo de Nicea-Constantinopla: " Creo [...] en una Iglesia una, santa, católica y apostólica " precisan las notas de la Iglesia como organismo teándrico.

La Iglesia es una, porque creada a imagen de la Santísima Trinidad, manifiesta en sí misma el misterio de la unidad de la esencia en la distinción hipostática; incluye una multitud de personas hipostasiadas, unidas en la unidad de la fe y los sacramentos. Según el apóstol Pablo " hay un solo cuerpo y un solo Espíritu [...], un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre, que es sobre todos, por todos y en todos " (Ef 4,4-6 ). Por esta unión de todos los cristianos, Jesucristo oró el día de la Última Cena: "Santo Padre, guarda en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros [...]. No es solo por ellos que oro, sino también por aquellos que creerán en mí por su palabra, para que todos sean uno, como tú, Padre, tú estás en mí y yo en ti, para que ellos también puede ser uno en nosotros ”(Jn 17,11-21).

El amor de las tres Personas de la Santísima Trinidad brilla en la unidad de la Iglesia (…).

La Iglesia vive en la tierra, pero está vuelta hacia el cielo, su existencia se desarrolla en el “La Iglesia es el Reino de Cristo, adquirido a costa de Su sangre, el Reino al que Él lleva a los que ha elegido para que sean Sus hijos y a los que lo han elegido a Él para que sea Su Padre. La experiencia que se puede tener de Dios es un don que se le da a la persona, pero la revelación de Dios pertenece a todo el cuerpo de la Iglesia. La experiencia personal de cada creyente debe integrarse en el misterio de la Iglesia, por eso no hay cristianismo sin Iglesia. "(Hilarion Troitsky) tiempo, pero respira eternidad ".

Obispo Hilarion Alfeyev,


Notas.

1. El término eslavo sobornyj no es la traducción exacta del griego katholike (católico), que significa “universal”, y designa lo que une a los cristianos esparcidos por el mundo, incluidos todos los santos y los difuntos. La primera Iglesia estuvo formada por la pequeña comunidad de discípulos en Jerusalén (por eso la Iglesia Hierosolimita ha recibido hasta hoy el nombre de "madre de las Iglesias"), pero desde el siglo I, y gracias a la predicación de los apóstoles, nacieron comunidades en Roma, Corinto, Éfeso y otras ciudades de Europa, Asia y África. Todas estas comunidades, cada una bajo el liderazgo de su obispo, formaron una única Iglesia “ecuménica” encabezada por Cristo.

2. Por la palabra sacramento entendemos, en la teología ortodoxa, las celebraciones durante las cuales se realiza el encuentro entre Dios y el hombre, y se logra la unión más plena posible con él en las condiciones de la vida terrena. En los sacramentos la gracia de Dios desciende sobre nosotros y santifica todo nuestro ser, alma y cuerpo, uniéndolo a la naturaleza divina, vivificándolo, deificando y recreándolo en la vida eterna.

3. La apostolicidad de la Iglesia consiste en el hecho de haber sido fundada por los apóstoles, de permanecer fiel a su doctrina, de tener una sucesión que procede de ellos y de perpetuar el culto que ellos dan en la tierra. El apóstol Pablo dice que la Iglesia fue edificada " sobre el fundamento de los apóstoles y los profetas " (Efesios 2,2).

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lunes, 5 de julio de 2021

CAMINOS DEL CRISTIANISMO El Místico y el Iniciado / Pascal Gambirasio d’Asseux

 

https://www.evangelizarconelarte.com/la-iglesia-cat%C3%B3lica-cuna-del-conocimiento/la-patr%C3%ADstica-padres-de-la-iglesia/

Una realización espiritual bajo dos modalidades, no según dos naturalezas

 

Es imperioso cercar adecuadamente este punto ya que no sabríamos cómo ser lo bastante precisos e intransigentes sobre esta realidad que constituye la clave que permite captar lo que es, y por el contrario lo que no es, la vía iniciática en el Misterio cristiano.

Antes que nada, es necesario explicitar primero lo que significa el término de esoterismo aplicado en seno del Cristianismo: como ya hemos dicho, una modalidad de entendimiento y desarrollo de la interiorización de la Palabra del Señor para ciertos conocimientos metafísicos enseñados y puestos en acción en una pedagogía aplicada.

Pero, de ninguna de las maneras, una temática distinta, ni a fortiori opuesta, a las verdades de la fe expresadas por el Credo.

Es por lo que, a este respecto, hemos precisado al comienzo de este texto que no hay una diferencia radical entre la vía iniciática y la vía mística sino solamente una distinción de modus operandi: en general, la vía mística estando menos normalizada y balizada (por usar términos familiares) que la vía iniciática, lo que conviene matizar por la existencia de diversos tratados y libros escritos por grandes místicos (principalmente monjes y monjas pero no únicamente) del Occidente y del Oriente cristianos.

Esta es, por otra parte, la razón por la que estimamos justo afirmar que en el seno de la revelación cristiana se trata de una sola y misma vía en la que uno de los aspectos o modos (la vía calificada de mística) es la de comenzar en aquellos que la viven por los efectos de la gracia santificante, cuyo crecimiento en el ser, son justamente el objeto de las obras de los místicos anteriormente citados.

Mientras que el otro aspecto (la vía calificada de iniciática) se caracteriza en primer lugar por un aprendizaje de conocimientos de orden metafísico y, así pues, teológicos en una progresión mental y simbólica (en el sentido pleno del término y no en el sentido moderno de virtual, luego de no efectivo) que debe ayudar y conducir a la realización de lo que se acostumbra a llamar hoy el despertar espiritual y, en consecuencia, a la recepción y fortificación de las gracias santificantes citadas anteriormente.

Pero este modo iniciático, no temámoslo de repetirlo ya que se trata del corazón de la revelación cristiana, sólo puede seguirse “cristianamente” que a la luz del carácter y gracias de los sacramentos; de inscribirse en ellos subordinadamente.

Señalémoslo de nuevo, en el cristianismo, entre lo que es llamado exoterismo y esoterismo, no existe una diferencia de naturaleza, una distinción radical, sino únicamente la toma en cuenta de la diferencia de grados en el deseo espiritual de los bautizados y la entrada en corolario en el seno de los Misterios de Cristo y del Reino de los Cielos.

En el seno de este esoterismo o interioridad, no existe pues una diferencia de naturaleza sino simplemente de modalidades, según se viva en la vía mística o iniciática, según la tipología, forzosamente reductora, luego inadaptada en el seno del cristianismo, con la cual se lo continúa calificándolo.

Finalmente, en lo que concierne a la santidad, estos dos modos o vías de interioridad conducen ambos a este estado para el que no existe tampoco diferencia de naturaleza sino, aquí también, únicamente de grados.

Respecto a esta realidad, única en relación a las otras tradiciones espirituales de la humanidad, ¿cómo creer y sostener que el Cristianismo “tan solo es una” espiritualidad más entre otras; aserción que obedece al esquema común que define y estructura a estas últimas -como sostiene en particular René Guénon42-, y puede pues someterse al principio de relatividad predicado hoy con vehemencia por algunos? Tendremos la ocasión de volver a hablar sobre ello más adelante.

Guénon afirma, por añadidura, que el Cristianismo era una vía iniciática en su origen, pero que se ha “exoterizado” algunos siglos más tarde, sin dar mayores explicaciones sobre las modalidades de esta exoterización (cf nota 121).

Como venimos de constatar, por bien que este análisis sea erróneo tanto en el fondo como en su formulación (sin contar que Guénon no explica si esta iniciación surge, a su juicio, del Judaísmo o de otra tradición), no está totalmente exento de verdad bajo un cierto ángulo, ya que, si el Cristianismo no es una vía iniciática en el sentido separador en que lo entiende Guénon según el esquema que él plantea, no es menos cierto, como acabamos de indicar, que la plenitud de su naturaleza, en que cada uno es llamado a alcanzarla si tiene verdadero deseo y la cualificación espiritual requerida, se revela esôterikós: dicho de otro modo, revelación del íntimo de Dios al íntimo del hombre.

Es preciso entender bien este término y así pues, la naturaleza única de la Buena Nueva: en este caso, traduce la última revelación de lo más íntimo de él mismo que Dios puede ofrecer al hombre por la Encarnación y la Pasión del Verbo, Segunda Persona de la Santísima Trinidad, fundamento de la nueva y Eterna Alianza que sella la unión con él de esta vida terrestre por los sacramentos, en primera línea de los cuales, la eucaristía, principio de la Vida eterna por la adopción filial en la Vida trinitaria.

Todo es dado en el seno de la revelación cristiana que es una, sin distinción de naturaleza en ella, sin separación de vías ni sobre todo de personas humanas más allá de la propia medida en el amor de Dios y su deseo de conocerle en lo más íntimo: en los más “esotérico”.

En efecto, la Palabra del Señor no se revela en plenitud, a imitación de las parábolas que utiliza, solamente a aquellos que tienen ojos para ver y oídos para “descifrar”, según sea el grado de apertura de la puerta de su alma y de su corazón a Dios: dicho de otro modo, de acuerdo a la amplitud de su deseo y de su entendimiento, en el sentido pleno del término.

Volvamos a esos dos modos de interioridad.

El camino del místico -lo denominaremos modus mysticum- es ante todo un impulso interior y personal, y no el aprendizaje previo (salvo, por supuesto, la catequesis de base, incluso la teología) de un conocimiento metafísico bajo formas de enseñanzas y de ritos o símbolos “accionados”.

Dicho camino conduce, según un esquema universal, si bien en el marco de un tiempo apropiado a cada uno, a una percepción de la presencia de Dios en lo más íntimo de sí, al despertar espiritual que abre el acceso a los diversos Cielos, a los mundos de los ángeles y al “lugar” de Dios43: lo que se designa generalmente por contemplación, noción que se concibe demasiado a menudo como un estado pasivo mientas que, por el contrario, comporta la puesta del ser en un acto eminentemente activo, pero es cierto que de acuerdo a una modalidad de acción distinta, que en este mundo se tiene.

Al respecto, la etimología de la palabra contemplación se revela significativa de su naturaleza y efectos espirituales: en latín, contemplare no es otra que cum templum: estar con el templo o, más exactamente, hacerse uno mismo templo del Señor.

Contemplar, para un cristiano, es pues unirse al Templo no hecho por la mano del hombre, Jesucristo, con el fin de que, en definitiva, sea Cristo quien nos tome en él.

El recorrido iniciático, por su parte -lo llamaremos modus initiaticum-, es ante todo aprendizaje de conocimientos metafísicos profundizados44 dispensados según una pedagogía que debe permitir su asimilación primero y su puesta en práctica después. La operatividad espiritual o realización iniciática que encuentra, se nivela entonces con la realización espiritual del místico.

Se podría decir que, en esta vía, el conocimiento recibido a través de los ritos, los símbolos y las enseñanzas constituye la theoria (en el sentido moderno que la distingue de la praxis, como también en el sentido antiguo significaba, justamente, contemplación) que precede, construye y acompaña el despertar espiritual al que está ordenado y hacia el que debe llevar. Ahí una vez más, de acuerdo a un tiempo apropiado a cada uno.

Lo que puede descaminar incluso inquietar a aquellos que permanecen extraños a esta vía, sobre todo ante los travestismos de ciertos charlatanes y particularmente respecto a las desnaturalizaciones siniestras de auténticos satanistas que han manchado su naturaleza y su sentido, es precisamente esta pedagogía que se traduce por ritos y símbolos, desarrollados generalmente de acuerdo a sucesivas etapas como sucede en todo ámbito de aprendizaje.

Los tenebrosos individuos que acabamos de citar y las corrientes deletéreas que han propagado a través de sus aberraciones, han contribuido de este modo a hacer olvidar a ojos de muchos, todos los símbolos utilizados en el Antiguo y Nuevo Testamento; a hacer olvidar que el simbolismo es el lenguaje universal de la intuición metafísica ya que expresa su mensaje en la inmediatez y de manera “inagotable”.

Es por lo que ha sido siempre, en todas las tradiciones, el lenguaje privilegiado para traducir este conocimiento y las experiencias de la ascesis espiritual.

En resumen y de manera simbólica, justamente, se podría decir que el conocimiento y el despertar a Dios (la contemplación), a la intimidad con él, mantenida y desarrollada a través de el acceso a sus Cielos, son comparables a una escalera y también a un laberinto: cf el capítulo “Dos símbolos gemelos del despertar espiritual: la escalera de caracol y el laberinto” de nuestro libro “La Sabiduría y la Gracia” publicado por estas mismas Ediciones. Volveremos sobre ello.

El místico remonta cada peldaño según su intuición espiritual, los frutos de su ascesis personal (los ejercicios espirituales) y la gracia divina ligada a los sacramentos.

En cada rellano de su reedificación espiritual, hace suyo el estado correspondiente a este peldaño y puede entonces (com)prender, en todo o en parte, su dimensión teórica. Situarla, de alguna manera. Del estado adquirido, puede considerar donde está y lo que él es.

Así, la perfección de la vía contemplativa abre necesariamente, ella también, al conocimiento de los principios de la vida, ἀρχή.

Este término griego significa el principio, el origen de toda creación, de todo ser: su raíz celeste. Ha dado la palabra latina arcanus (arcana en plural): escondido, secreto, misterioso. El principio al origen de toda cosa es así su “secreto ontológico”. De manera supereminente en el hombre, es su núcleo o germen de inmortalidad: la luz de la tradición judaica, que veremos un poco más adelante.

Es este arcano, este núcleo escondido que el místico y el iniciado descubren poco a poco según su modo de realización espiritual.

El iniciado, toma conocimiento teórico de la estructura de la escalera y su conjunto, así como de cada uno de sus peldaños en el marco de la enseñanza y según la pedagogía que hemos evocado.

Dispone para ello de la imagen revelada del divino ordenamiento y de los elementos de su construcción como de un plano en planta (en términos arquitectónicos) que supone y exige una elevación, la cual no es otra, in fine, que la asunción del ser, su deificación o théosis: recuperación del cuerpo de gloria.

 Más adelante, si es constante en su acción, por su ascesis, por su trabajo sobre sí mismo (los ejercicios espirituales propios de su vía que deben completar los mismos ejercicios espirituales que el místico) llega efectivamente a cada uno de los peldaños de manera operativa: se podría decir que los realiza en sí mismo, y puede entonces captar la realidad intrínseca, interiorizada, porque la ha convertido realmente en suya, en parte integrante de sí. El símbolo, previamente conocido, es entonces “accionado”, vivido.

La elevación de la que hablamos se realiza, de manera gradual: peldaño tras peldaño.

Es así que los ritos o “símbolos en actos”, constituyen, si queremos ser estrictos, auténticos ejercicios espirituales (sobre los cuales volveremos en la parte siguiente), solo que simplemente, su carácter es el de ser propios a esta vía iniciática y, en este mismo sentido, ser objeto de una enseñanza reservada, secreta podríamos decir, aunque actualmente las librerías e Internet abundan en publicaciones al respecto, por desgracia, con demasiada frecuencia para difundir las desviaciones que anteriormente hemos estigmatizado.

Ritos reservados, en primer lugar, porque resultan totalmente ineficaces (en el sentido teológico del término) a todo aquel que no haya recibido la gracia y el carácter de la iniciación. Mutatis mutandis, ¿acaso se le da la comunión a quien no ha estado bautizado y confirmado?

Precisaremos, por otra parte, que este carácter iniciático, como sucede con el del bautismo, por ejemplo, es imborrable en el ser ya que es el sello ontológico de una apertura y un lazo espiritual entre el ser que lo recibe y el Eterno que lo concede.

La eventual recepción ulterior a grados que puedan resultar de esta iniciación o la recepción de otra iniciación (caballeresca, por ejemplo, en relación a la de Oficio anteriormente recibida), no constituyen en absoluto reiteraciones, sino que son nuevas iniciaciones.

En segundo lugar, por razón que estas enseñanzas, estos rituales comportan una naturaleza sagrada (su dimensión y sus efectos espirituales) que debe ser respetada según conminación de Cristo45; finalmente, porque su simple lectura no puede llegar a ser comprendida (cum-prendere, tomar consigo, tomar en sí) por aquel que no está familiarizado “desde el interior” con todos los elementos transmitidos en esta vía específica. Aquel, pues, que no ha recibido, ritualmente, la iniciación.

Exactamente como el conocimiento, en el ámbito espiritual sucede realmente como un “co-nacimiento”, dicho de otro modo “un nacimiento a”, un “nacimiento con”, lo que viene a significar que lo que es conocido se convierte en un componente del ser que conoce.

En el ámbito espiritual, sólo se conoce, en su sentido pleno, que aquello que se ha asimilado ontológicamente; que aquello a lo que uno ha devenido o, como si fuera en espejo, que aquello en lo que uno se ha convertido.

La realización efectiva de la vía iniciática, a la luz y los efectos de los sacramentos, en el estado terrestre, conduce necesariamente a la contemplación o vida en Dios y, en el estado glorioso en los Cielos, a la vida eterna correspondiente al grado de santidad (en términos teológicos) realizado en la tierra, para culminar por lo que la Iglesia define como la adopción a la Vida Trinitaria, realizada por y en Jesucristo, Segunda Persona de la Santísima Trinidad.

Antes de proseguir, nos parece no obstante necesario completar nuestra exposición respecto a los ritos seguidos en el marco iniciático, ya que este término y lo que define, no deben prestarse a sospecha ni rechazo puesto que se trata, en realidad y, bajo la forma que le es propia, de una modalidad común a todas las vías espirituales entre las cuales, y nosotros decimos en primer lugar, el Cristianismo.

En efecto, todo el ser humano queda concernido por la revelación cristiana. Lo hemos señalado en diversas ocasiones. El hombre es “tomado” en su estado terrestre, renovado íntegramente (cuerpo, alma y espíritu) en Cristo por los sacramentos que él mismo ha instituido. Es pues legítimo y evidente que aquello que se aplica al espíritu, se aplique también al alma y al cuerpo; dicho de otro modo, a la carne de la que el Credo profesa precisamente la resurrección, lo que firma la especificidad de la fe en Cristo.

Por lo demás, la misma santa misa se celebra de acuerdo a un ordo y los fieles participan de este rito, de este ordo, no solamente rogando y cantando, sino también de manera corporal como espiritual, siguiendo un rito (seguido de acuerdo a unos rituales) preciso en el curso de la liturgia: poniéndose de pie, en particular para oír el Evangelio; sentándose, en particular para oír el Antiguo Testamento y la homilía; arrodillándose  (en el rito tradicional dicho de San Pío V) para recibir la santa comunión eucarística; persignándose en ciertos momentos cruciales.

También los gestos efectuados con los brazos y las manos del sacerdote oficiante, como del conjunto de fieles durante la plegaria, son otros tantos ejemplos. A título ilustrativo, citaremos las nueve actitudes físicas de santo Domingo en sus plegarias, tal como han sido comentadas por un autor anónimo (cf la bibliografía), así como las descritas en los diferentes Libros del Antiguo Testamento.

Y ello sin contar los rituales de ordenación y toma de hábitos monásticos o incluso las diferentes vestimentas y colores litúrgicos…

Sucede lo mismo, mutatis mutandi, con los ritos de la vía iniciática en la que los gestos, las palabras, los trazados gráficos, las insignias, las vestimentas expresan símbolos, luego realidades espirituales y contribuyen, de manera operativa, a interiorizarlas, en definitiva, a vivirlas.

No se trata en modo alguno de simples recuerdos alegóricos y, sobre todo, de ninguna deriva mágica, chamánica sino de una suerte de yoga propio de la espiritualidad occidental, como lo califican algunos, en la medida que este término, yoga, es salido de la muy antigua raíz sanscrita jug significando religar, juntar, unir; en primer lugar, el cuerpo, el corazón y el espíritu.

Los ritos, en tanto que son auténticos ejercicios espirituales, responden a este  imperativo y concurren, para aquellos que los practican, al conjunto de su acción cristiana para religarse (jug que ha dado religio en latín) a Dios, unirse a él y, por tanto, recobrar la verdadera naturaleza y dimensión de su ser en tanto que imagen y semejanza del Padre Creador.

La condición corporal -encarnada- del hombre implica este paso por la forma, que paradójicamente lo “transforma”: la del símbolo, la del rito que toma apoyo en el exterior para abrir y conducir al interior; más precisamente, que ayuda a revelar la raíz celeste del ser (luz, el germen de inmortalidad46, el cuerpo de gloria de la Mística judía sobre el que volveremos en algunas páginas) bajo su corteza terrestre (la túnica de piel), a restituir (transfigurar) la segunda en la primera que es su principio (su principio de vida, su esôterikós), su estado primero: su norma, según la voluntad divina.

Venimos así a referirnos a la Resurrección de la carne, uno de los fundamentos de la fe cristiana. No obstante, es preciso entender muy claramente que únicamente los sacramentos (que, ellos mismos, se aplican de acuerdo a una forma surgida de nuestro plano terrestre) dan acceso y aseguran la realización perfecta o santidad.

Estos símbolos en actos que son los ritos surgidos del modo iniciático, constituyen únicamente ayudas espirituales para aquellos llamados a dicha modalidad, con el fin de mejor entenderlos y prepararse mejor para vivirlos.

Volvamos ahora a nuestro propósito inicial para resumirlo de manera esquemática, luego evidentemente simplificada:

-              El místico es movido en primer lugar por un impulso de amor de Dios que es, en él, la primera forma, la primera expresión del deseo de conocimiento de Dios.

-              El iniciado es movido antes que nada por el deseo de conocimiento de Dios, que es, en él, la primera forma, la primera expresión del amor de Dios.

A buen seguro, esta formulación lapidaria es demasiado abrupta, aunque realmente significativa, para definir la naturaleza plenaria del impulso espiritual que caracteriza a aquellos que se comprometen en estos caminos de interioridad y de reencuentro con el Eterno, ya que el amor de Dios supone y entraña que haya también el deseo de conocerle más intensamente, al igual que el deseo de conocimiento de Dios supone y entraña el amor sincero y potente que lleva hacia Dios.

En este compromiso de toda una vida, del don total de uno mismo, el amor y el conocimiento son hermano y hermana gemelos monocigóticos. Como para el nacimiento físico, uno precede al otro, según el tiempo de cada uno, pero ambos son nacidos de un mismo huevo espiritual, se siguen y se unen en su venida al día: la luz del Señor.

Diremos de pasada que esta dimensión del amor, consustancial en la revelación cristiana, es totalmente ausente en la obra de René Guénon, exclusivamente centrada en el conocimiento (del principio no manifestado de las espiritualidades orientales), relegando el amor a la piedad del místico; místico al que considera -por otra parte- surgido únicamente del exoterismo de acuerdo a su “parrilla de lectura” (incluye la bhakti o vía de devoción en el Hinduismo), al que en todo caso estima como muy inferior en los grados espirituales en relación al iniciado.

Ello es lógico, por lo demás, puesto que Guénon se sitúa al margen del monoteísmo en general y de los Misterios cristianos en particular, y en este sentido, permanece extraño al encuentro con Dios revelado (Santísima Trinidad), Padre de los hombres, en consecuencia, con el amor que Dios profesa por cada uno de sus hijos y que en retorno, estos últimos (al menos el hombre espiritual tal y como debe ser) devuelven naturalmente a Dios, su Padre creador y salvador.

El estilo literario de Guénon, que no ésta por otra parte desprovisto de elegancia, encarna muy bien su estado de ánimo: la exposición es como matemáticamente desarrollada (Guénon fue durante un tiempo profesor de matemáticas) pero, a diferencia de los grandes santos con experiencias espirituales de naturaleza tanto mística como iniciática, como san Juan de la Cruz, santa Teresa de Ávila o santa Hildegarda de Bingen, por citar solamente a ellos, de nuevo, no se percibe en dicha exposición la circulación ardiente y vivificante del agapè (el amor espiritual) en la gracia del Espíritu Santo.


Notas:

42 René Guénon (1886-1951), el conjunto de su obra, aunque notable en cuanto al descifrado de los errores y mentidas del mundo moderno, expone un plan doctrinal que no puede aplicarse al Cristianismo. Por razones que ignoramos, aunque nacido cristiano, no ha sabido captar la Persona divina de Jesucristo y así pues, la radical novedad evangélica que sitúa la revelación cristiana fuera de la economía (en el sentido griego de organización) encontrada en todas las otras tradiciones espirituales, o más bien que las trasciende. Se ha apartado muy pronto del cristianismo para inscribirse en el marco del Hinduismo y del Taoísmo, adoptando finalmente en el Cairo, donde pasará la segunda parte de su vida, la forma religiosa del Islam, en particular en su vía interior del Sufismo.

43 Cf. los nombres divinos: Maqom (el Lugar) et Maqom Ehad (el Lugar Uno, Único), que volveremos a ver más adelante.

44 Que tienen que ver esencialmente con el libro del Génesis: sobre la creación y la constitución del hombre, su caída y las gracias ofrecidas por Dios para su Salvación o restauración a su estado glorioso. Como lo hemos indicado, dichos conocimientos metafísicos integran, a la luz del Evangelio, esta parte que fue el origen oral (es decir, más interior) de la revelación de la Ley (Torá): la Cábala.

45 “No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas ante los cerdos, no sea que las pisoteen con sus patas, y volviéndose a vosotros os despedacen.” (Mt VII, 6).

46 Hay una identidad evidente con las parábolas del grano de mostaza y de levadura (Mt XIII, 31-33; Mc IV, 30-32 y Lc XIII, 18-21).

 

 Acerca del Autor


Pascal Gambirasio d'Asseux

Pascal Gambirasio d'Asseux nació en París en 1951. Abogado, se ha dedicado también a la espiritualidad cristiana. Escritor, conferenciante (invitado de France Culture y de Radio Chrétienne Francophone), ha publicado varios libros -que ahora son referencias reconocidas- sobre la dimensión espiritual de la caballería y la heráldica o la ciencia del escudo de armas, sobre la naturaleza cristiana de la realeza francesa y del rey de Francia, así como sobre el camino cristiano de la iniciación como camino de interioridad y de encuentro con Dios: iniciático, de hecho, lejos de las interpretaciones desviadas que han distorsionado su significado desde al menos el siglo XIX, significa al mismo tiempo origen, inicio e interiorización del proceso espiritual para que, como enseña San Anastasio Sinaí, "Dios haga del hombre su hogar". De este modo, quiere contribuir al (re)descubrimiento de esta dimensión dentro del Misterio cristiano, olvidada o incluso rechazada por unos porque está desfigurada por otros.






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lunes, 28 de junio de 2021

LA VISIÓN DE SANTA BRÍGIDA SOBRE LA SANTÍSIMA TRINIDAD / Santa Brígida de Suecia


                                                              https://es.wikipedia.org/wiki/Br%C3%ADgida_de_Suecia

                                                                                                                                            


De este conjunto de visiones reunidas en la obra Revelaciones de Santa Brígida, hay una muy particular que nos habla de la Santísima Trinidad.

“Y en aquel instante, dice santa Brígida, vi en el cielo una casa de admirable hermosura y magnitud, y en la casa había un púlpito, y en el púlpito un libro.

Y como yo mirase atentamente el mismo púlpito con toda mi consideración mental, mi entendimiento no bastaba para comprender cómo era, ni mi alma podía comprender su hermosura, ni mi lengua expresarla. El aspecto del púlpito era como un rayo del sol, el cual tiene color rojo y blanco, y de resplandeciente oro.

El color de oro era como el sol refulgente, el blanco era tan puro como la nieve, el rojo era como una rosa encarnada; y cada color se veía en el otro (…) no obstante cada cual era distinto del otro y por sí existía, pero en un todo y por todas partes parecían iguales.

Como yo mirase hacia arriba, no pude comprender la longitud ni la latitud del púlpito; y mirando hacia abajo, no pude ver ni comprender lo inmenso de su profundidad, porque todas estas cosan eran incomprensibles para ser consideradas” (Libro 8, Capítulo 7).

Dios explica a Santa Brígida la visión

Como Santa Brígida no comprendía esta visión sobre la Santísima Trinidad, Dios le explicó:

“El púlpito que has visto significa la misma divinidad, a saber: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. El no haber podido tú comprender la longitud, ni la latitud del púlpito, su profundidad ni su altura, significa que en Dios no se puede encontrar principio ni fin; porque Dios es sin principio, y era y será sin fin.

Y el que cada color de los referidos tres colores se veía en el otro, y sin embargo, cada color se distinguía del otro, significa que Dios Padre existe eternamente en el Hijo y en el Espíritu Santo, el Hijo en el Padre y en el Espíritu Santo, y el Espíritu Santo en ambos, con una sola naturaleza verdadera, y distintos en la propiedad de las personas.

El significado de cada color

El color que se veía sanguíneo y rojo significa el Hijo, el cual, dejando ilesa la divinidad, tomó en su persona la naturaleza humana.

El blanco significa el Espiritu Santo, por quien se hace la absolución de los pecados. El color de oro significa el Padre, el cual es principio y perfección de todas las cosas”.

Luego la explicación continuó: “una persona es el Padre, otra el Hijo y otra el Espíritu Santo, aunque una sola naturaleza; y por esto se te muestran tres colores separados y unidos: separados, por la diferencia de las personas, y unidos, por la unidad de naturaleza.

Y como en cada color has visto los demás colores, y no has podido ver un color sin otro, ni en los mismos colores nada que sea antes o después, mayor o menor; igualmente en la Trinidad nada hay antes o después, mayor o menor, dividido o confundido, sino una sola voluntad, una sola eternidad, un solo poder y una sola gloria.

Y aunque el Hijo proceda del Padre, y el Espíritu Santo de ambos, con todo, jamás existió el Padre sin el Hijo y sin el Espíritu Santo, ni el Hijo ni el Espíritu Santo sin el Padre” (Libro 8, Capítulo 7).

¡Santo Dios, Santo fuerte, Santo Inmortal, ten misericordia de nosotros!


Notas:

Brígida Birgersdotter (sueco: Birgitta Birgersdotter) conocida como santa Brígida de Suecia (Heliga Birgitta av Sverige) (Skederid, actual municipio de NorrtäljeUpplandSuecia1303 - Roma23 de julio de 1373), fue una religiosa católica, mística, escritora y teóloga sueca. Fue declarada santa por la Iglesia católica en 1391; es considerada además la santa patrona de Suecia, una de los patronos de Europa y de las viudas.


Decreto de Creación del Triángulo Masónico Rectificado "Jerusalén Celeste N°13"

El Hombre de Luz / La ordenación sacerdotal y los sacramentos / La vida consagrada / La iniciación / Pascal Gambirasio d’Asseux

        La ordenación sacerdotal y los sacramentos Según la jerarquía tradicional y estrictamente hablando, estamos hablando del obi...