domingo, 29 de septiembre de 2019

Lugares privilegiados de la experiencia de Dios | Extracto | Raimon Panikkar



Masonería Cristiana
Obra
El Triunfo del Cristianismo
Gustave Dore
1832 - 1883


Extracto del Libro 

ICONOS DEL MISTERIO: LA EXPERIENCIA DE DIOS

Autor
Raimon Panikkar

EDICIONES PENINSULA, S.A
ISBN: 9788483071465
Nº Edición: 1ª
Año de edición: 1998
Plaza edición: BARCELONA


Capitulo IV.

 Lugares privilegiados de la experiencia de Dios


A Dios se le puede encontrar en todas partes. Hace falta sólo buscarle y hacerse el encontradizo. Ésta es una tesis muy común. Dios es inmenso, omnipresente, dice la clásica teología. Dios es simple, afirma otra tesis igualmente tradicional aunque a veces se olvida de conjugarlas simultáneamente. Dios está en todas partes, es inmenso; pero Dios no tiene partes, es simple. Lo que significa que en cualquier lugar se le encuentra totalmente. Lo que nos ocurre demasiado frecuentemente es que los ajetreos de la vida, especialmente la moderna, nos dificultan ser conscientes de ello. El pez tiene una cierta conciencia de las cosas, pero no se da cuenta que está envuelto en agua como nosotros no nos damos cuenta de Dios si no superamos nuestra conciencia meramente animal. El animal no cree en Dios no cree que está en el agua.

La metáfora permite algo más. El pez no se moja. Sólo cuando sale del agua, nosotros (porque el pez muere) nos percatamos que está mojado. Es el conocimiento del bien y del mal, el que nos rinde conscientes de que estamos mojados (por Dios). Y como el pez que muere, es sólo muriendo a nosotros mismos, abandonando la egolatría como nos descubrimos mojados, envueltos por Dios -como bellamente describe el inicio de la Isopanisad entre otros muchos textos: "por el Señor está envuelto todo el mundo".

Hay sin embargo algunos lugares en los que esta agua que nos rodea se hace más patente. Hablamos de "lugares" por la pobreza de nuestro lenguaje y su incapacidad de superar los paradigmas (las categorías) espacio-temporales. La metáfora del agua puede ayudarnos. El agua (Dios), para el pez, está en todos los lugares, pero acaso se vea mejor en algún lugar que otro porque en él percibimos más claramente el agua que nos moja. Pero el agua que nos toca no se ve; se ve la cosa mojada. La experiencia de Dios no es la experiencia de un objeto, ni siquiera de un "objeto" especial. Es la experiencia de la divinidad de la cosa, pero no como un accidente "pegado" a ella. Y aquí la metáfora del agua nos falla ("hace aguas").

"Dios es (aquél) en comparación (con el cual) la substancia es accidente y el accidente es nada", dice el aforismo VI del libro hermético de los XXIV filósofos tan citado y amado por la escolástica cristiana. Experimentamos a Dios en la cosa, distinto de la cosa y al mismo tiempo no sólo inseparable de ella, sino idéntica a la más profunda realidad de la cosa como en la Trinidad en la que "las personas" son iguales y distintas...

Después de todo lo dicho debería quedar claro que estos encuentros con lo divino no son siempre con un Dios personal tal como comúnmente se le entiende -sin entrar ahora en consideraciones sobre el malentendido que existe entre oriente y occidente con respecto a lo que sea la personalidad o impersonalidad de Dios. Las primeras generaciones cristianas criticaron a los "paganos" porque personificaban las fuerzas de la naturaleza divinizándolas. Las últimas generaciones "post-cristianas" critican a los cristianos porque antropomorfizan a Dios. Acaso veamos hoy día los malentendidos de los unos y de los otros. Dios no es reductible ni a un "superkosmos" ni a un "super-anthrôpos". Aquí radicaría la intuición cosmoteándrica (término acuñado por el autor para expresar aquella "visión de la realidad que comprende lo divino, lo humano y lo cósmico, como los tres elementos constitutivos de la realidad sin subordinación alguna entre ellos")

Entonces, se preguntará ¿qué es lo que se encuentra? Una respuesta demasiado rápida, pero no falsa, diría que se encuentra la Nada-que no se encuentra nada. ¿No hemos dicho ya que Dios no es una cosa?. Otra contestación que también precisaría de largas disquisiciones, diría que se encuentra el Alter, no el aliud, de nosotros mismos: el Otro de nosotros mismos, sin el cual no seríamos. No confundamos el alter (símbolo de lo desconocido de nosotros mismos) con el aliud (lo ajeno y enajenante de nosotros mismos). Dios es un alter, no un aliud.

Una tercera reacción consistiría en explicar que encontramos el ätman (del sánscrito, que literalmente significa "esencia, aliento, ego o alma"), lo más profundo de nosotros mismos.

En el fondo, las tres respuestas vienen a decir que lo mismo. Dios no es otra cosa, no es otra cosa excepto aquel alter de mí mismo, esto es, el Mismo completo.

Acaso podamos decirlo de otra manera más en consonancia con el espíritu occidental. El lugar por antonomasia de la experiencia de Dios es el hombre, el mismo hombre-el Mismo dijimos. El "drama" de la realidad se juega entre Dios y el Maligno en la arena del mismo Hombre como describe con colores variopintos la literatura universal. El Hombre es el punto de encuentro ( y de encontronazo) en donde tiene lugar el dinamismo de la realidad. El "lugar" privilegiado es el Hombre; ciertamente no el llamado animal racional, sino el Hombre de quien Adán, Job, Gilgamesh, el Hombre que Dante no se atrevió a nombrar, Faustus son otros tantos representantes de la humanidad. Hombre acaso demasiado latente en cada uno de nosotros y que los poetas, místicos y algunos filósofos nos describen.

La vida de Jesucristo nos ofrece un paradigma en su lucha constante con los demonios. Es el drama de la redención. A veces nos viene grande la vocación humana. Por eso hemos empequeñecido a Dios.

Comunicar una experiencia no es cosa de poca monta. Lo hemos dicho ya. El maestro surge cuando el discípulo está preparado, dicen varias escuelas de espiritualidad oriental. La lectura de un libro que quiere comunicar algo más que información requiere que el lector acoja la simiente en tierra abonada. 

Pero mayor aún es la responsabilidad del escritor. No debe escribir lo que no haya experimentado. Por otra parte, un cierto pudor hace que el escritor revista su experiencia de poesía o la recubra de prosa más o menos filosófica. En ambos casos utiliza palabras; palabras empero que mueren al ser escritas, como cuando el pez sale del agua. 

La escritura no es el elemento natural de la palabra. "La letra mata" dice San Pablo (II Cor.III, 6), las ovejas "oyen la voz del pastor" reporta San Juan (10, 27).

Pertenece al lector no sólo leer sino también escuchar la palabra escrita resucitándola. Valga como excusa que las páginas que siguen no pretenden contar experiencias sino describir lugares a los que el lector está invitado.

Otra advertencia importante se impone. Todo el libro se esfuerza en rescatar a Dios de caer en manos de especialistas y especializaciones. La experiencia de Dios está abierta a todos. Esto es Evangelio, "la buena nueva" asequible a los pequeños, los humildes, los pobres al pueblo.

No hace falta ni pertenecer a una casta, o a una religión, ni saber mucho. Pero hay una condición indispensable, y acaso ésta sea la más dura, de tal manera que casi todas las tradiciones de la humanidad nos vienen a decir que pocos son los que se salvan, los que se realizan, los que se reencarnan, los que alcanzan el nirväna, los que consiguen la plenitud humana.

A Dios se le encuentra en todas partes pero no de cualquier manera. No es cuestión de banalizar la experiencia de Dios. No todo éxtasis estético, arrobamiento erótico, admiración intelectual, alegría biológica, sufrimiento o entusiasmo por la naturaleza, son experiencias puras. Y ésta es la condición: la pureza del corazón.

Repetimos:"Bienaventurados los puros de corazón porque ellos verán a Dios" (Mt. 5, 8)-harán la experiencia de Dios. Un corazón puro es un corazón vacío, sin ego, capaz de llegar a aquella profundidad en la que habita lo divino.


La experiencia es simple, lo que no quiere decir que sea fácil.



Acerca del Autor




domingo, 1 de septiembre de 2019

Masonería y Descristianización | Eduardo Callaey

El Pecado de Omisión. Las Constituciones Andersonianas


Masonería Cristiana



Las cronologías son a la Historia como un álbum de fotografías a la vida de un hombre. Nos indican un lugar y un momento, pero nos ocultan el camino. Nos hacen creer que la vida es el instante cuando en realidad el suceso nunca podrá explicarnos el proceso. La historiografía de la Masonería sufre del mal de las cronologías y en el álbum de su larga vida se han omitido las fotografías de algunos sucesos y ocultado las de otros. Como un hombre que decide mostrar de su vida sólo aquello que hace a ciertos intereses determinados, algunos masones han elegido minuciosamente la cronología de la masonería y la han impuesto con éxito.

Dentro de pocos años, en 2017, se cumplirán tres siglos desde el momento histórico en el que cuatro logias masónicas con asiento en Londres constituyeron la primera Gran Logia especulativa de la que se tenga memoria. Según esta visión de la historia, a partir de allí se aceptaron en su seno miembros que nada tenían que ver con el arte de la construcción. No es tema del presente artículo dilucidar si estos eran los verdaderos masones, ni si tenían mayor legitimidad que los que se negaron a acompañarlos en tal evento fundacional. Ni siquiera cuestionaremos si los antiguos límites establecidos en las constituciones inglesas de principios del siglo XVIII tenían o no la entidad suficiente para imponerse luego –como lo hicieron- como base de la denominada regularidad masónica.

Diremos, en cambio, que mientras la masonería andersoniana se empeñaba –y empeña- en remitirnos permanentemente a las constituciones insulares, como los manuscritos Regius o Cook- poco ha incluido en sus trabajos historiográficos acerca de las grandes Constituciones Continentales. Cabría mencionar algunas verdaderamente importantes como Los Estatutos de los Canteros de Bolonia de 1248, Los Reglamentos y Ordenanzas de los Masones de la Ciudad de Brujas de 1441, Las Constituciones de los Masones de Estrasburgo de 1459 o los Estatutos del Oficio de los Masones de la Ville de Malines de 1539. Todas estas constituciones, y muchas otras, podrían otorgar una visión mucho más completa de la organización de los masones medievales, de su arte y de su religión. Se han ignorado también los Privilegios reales del que fueron objeto los masones. En la Península Ibérica destacan los otorgados los trabajadores santiaguenses, entre los que mencionaremos Los Privilegios de Alfonso VII a los Pedreros de la Catedral de 1131 -apenas posteriores a las Constituciones monásticas de cuño cluniacense- y Los Privilegios de Sancho IV los Pedreros de Santiago de 1282.

Durante la Edad Media millones de toneladas de piedra fueron extraídas para la construcción de catedrales, iglesias, monasterios y castillos, destacando que solamente en Francia, en el período de tres siglos (1050-1350) se edificaron 80 catedrales y 500 grandes iglesias, aparte de varios miles de iglesias parroquiales. Esto significó que en Francia se utilizaran en esos tres siglos más piedra que en el Antiguo Egipto a lo largo de toda su historia. Quienes llevaron a cabo este portento se encontraban bajo el orden establecido en estos Estatutos, Constituciones y Privilegios en los que puede observarse la más evidente ortodoxia católica.

Esta ortodoxia continuó hasta los tiempos fundacionales de la masonería especulativa. En su reciente conferencia de Oviedo, el Gran Maestre del Gran Priorato de Hispania se refería a documentos masónicos más cercanos a 1717. Señalaba Ramón Martí Blanco algunos fragmentos que reproducimos a continuación:

Del Manuscrito Grand Lodge nº 1, del año 1583, la plegaria de apertura:

I. Que la fuerza del Padre del cielo y la sabiduría del Hijo glorioso por la gracia y la bondad del Espíritu Santo, que son tres personas y un solo Dios, estén con nosotros en nuestras empresas y nos otorguen así la gracia de gobernarnos aquí abajo en nuestra vida de manera que podamos alcanzar su beatitud, que jamás tendrá fin. Amén...

Del Dumfries nº 4, del año 1710, también la plegaria de inicio:

Imploramos al Padre omnipotente de santidad y a la sabiduría del glorioso Jesús, por la gracia del Espíritu Santo, que son tres personas en un principio divino, que estén con nosotros desde ahora, y que nos otorguen también la gracia de gobernarnos aquí abajo, en esta vida mortal, de manera que podamos alcanzar su reino, que jamás tendrá fin. Amén...

Del Manuscrito: La Institución de los Francmasones, del año 1725, el punto 14º del catecismo por preguntas y respuestas:

Pregunta:
¿Cuántas personas hacen falta para hacer una Logia?
Respuesta:
Hace falta Dios y la escuadra, más 7 ó 5 masones justos
y perfectos sobre la montaña más alta, o el valle más profundo del mundo.

Del Manuscrito Graham, del año 1726, tenemos este intercambio de preguntas y respuestas del catecismo:

P. ¿Qué es una Logia perfecta?.
R. El centro de un corazón sincero.

P. Pero, ¿a cuántos masones llamáis así?
R. A cualquier número impar entre 3 y 13.

P. ¿Por qué tantos, y por qué en número impar?
R. El primer número hace referencia a la santa Trinidad, y el otro a la venida de Cristo, con sus 12 apóstoles.

Por lo que podemos ver en los anteriores manuscritos –afirmaba el Gran Maestre Martí Blanco- y concretamente en éste último, fechado en 1726, es decir, tres años después de la promulgación de las famosas Constituciones del pastor presbiteriano, James Anderson, el cristianismo que emana es del todo ortodoxo. ¿Qué sucede pues, para que se produzca la progresiva “descristianización” de la Orden Masónica?

Ramón Martí Blanco lo explica en estos términos:

El 24 de junio de 1717, durante la fiesta de San Juan Bautista, cuatro Logias de Londres, de nombres pintorescos, porque tomaban el nombre de la taberna donde se reunían, se encontraron en la taberna del Manzano, constituyendo una organización unificada bajo el nombre de Gran Logia, y siendo elegido e instalado, Anthony Sayer – un “gentelman” inglés – como Gran Maestro, con autoridad sobre todos los Hermanos. Esta es la primera noticia que se tiene de una primera estructuración de la Orden Masónica en su etapa “especulativa”. Se abre aquí un período pleno de tensiones en esa incipiente masonería que desembocará en una primera división entre “Antiguos” y “Modernos”, partidarios unos de la conservación de las formas tradicionales y otros de la renovación, división que continuará lo largo de 63 años, no reunificándose hasta 1813. En paralelo a esta etapa, se llevaba a cabo en Gran Bretaña, una pugna dinástica entre dos casas reales: la de los Hannover de composición protestante, contra la de los escoceses católicos de los Stuart. La Masonería era bien presente en una y otra dinastía, pues era habitual que los nobles formaran parte de ella, costumbre que ha llegado a nuestros días en la monarquía británica, en la que el duque de Kent, primo de la Reina Isabel II, es el Gran Maestro de la Gran Logia Unida de Inglaterra. La guerra entre la casa de Hannover y la de Stuart, dio como resultado la derrota de esta última, y como consecuencia, el obligado exilio a Francia del príncipe Carlos-Eduardo Estuardo, implantándose con ello la masonería de corte católico en territorio francés.

Mientras tanto –continúa Martí Blanco- en Gran Bretaña, los pastores protestantes James Anderson y Desaguliers, reciben en torno al año 1721, el encargo de la redacción de unas Constituciones, cuya primera versión (pues hubieron distintas modificaciones hasta llegar a su versión actual) ve la luz en 1723. No creo que tengamos que extrañarnos que los vencedores de la pugna dinástica ejercieran su derecho, expurgando de dichas Constituciones masónicas toda reminiscencia en los textos que pudiera recordar el origen católico de los mismos. Esta expurgación, que finalmente supuso un redactado ambiguo, dio pie y excusa al relajo que ha permitido, primero, la aparente apertura y posteriormente, la progresiva secularización de la Orden Masónica…

Pese a estos antecedentes, ignorados por los pastores ingleses Anderson y Desagulier los masones cristianos del siglo XVIII asumieron como propia la herencia de las grandes corporaciones de constructores de la antigüedad y del medioevo. Reunieron un conjunto de documentos importantes y se construyeron para sí mismos un meta-relato, un mito de base con una dinámica propia que permitió que se siguiese enriqueciendo hasta el día de hoy en la medida que la historiografía encontró nuevos y mejores indicios de la existencia real de grandes gremios de albañiles, de sus secretos, de sus ritos y de sus respectivas tradiciones.

Esta herencia, ya era señalada por el caballero escocés Andrew-Michael Ramsay en Francia en 1738, cuando expreso que El nombre de francmasón no debe ser tomado en un sentido literal, burdo y material, como si quienes nos instituyeron hubieran sido simple obreros de la piedra o solamente curiosos que deseaban perfeccionar su arte. Ellos eran hábiles arquitectos que deseaban consagrar sus talentos y sus bienes a la construcción de templos exteriores, pero también príncipes, religiosos y guerreros que deseaban edificar y proteger a los templos vivientes del Altísimo…

Respecto de la actitud de los primeros masones especulativos ingleses decía recientemente Jorge Ferro:
"La condescendencia y el ligero desprecio con que se consideraba a la Masonería Operativa antigua, comparada con la Masonería Especulativa nacida en 1717, eran herederos del prejuicio con que se expresaba el pastor James Anderson sobre los primitivos documentos masónicos (Old Charges) a los que denominaba “Gothic Constitutions” con un sentido peyorativo…"

Podemos entender las causas políticas y religiosas por las cuales los redactores de las Constituciones inglesas se esmeraron en evitar toda referencia católica de los antiguos documentos. Pero resulta inexplicable que los historiadores británicos de la francmasonería hayan desconocido durante siglos la existencia del Libro acerca del Templo de Salomón, escrito en el siglo VIII por San Beda, el Venerable, Padre de la historia de Inglaterra. San Beda es el primer hombre de la Era Cristiana que describe el Templo de Salomón en términos alegóricos, en un lenguaje que compara a la Piedra con el hombre y demanda que este debe cuadrarla si pretende convertirla en cimiento del Templo. Más inexplicable aún si, tal como lo hemos señalado en más de una ocasión figura entre las fuentes mencionadas en el manuscrito Cook.

Esta obra de San Beda tuvo una influencia de magnitud inusitada y orientó, de modo inequívoco, toda la exégesis posterior en torno al Templo de Salomón. Encontramos sus referencias en los libros de Rabano Mauro y en la Glosa Ordinaria de Walafrid Strabón que influiría en la enseñanza monacal durante cinco siglos. Sobre este punto ya hemos hecho extensa referencia en trabajos anteriores.

Tanto las Gothic Constitutions despreciadas por Anderson, como la contundente evidencia de una estructura simbólico-alegórica surgida en el seno de los monasterios benedictinos, han debido abrirse paso en contra de la corriente, resistidas a tres bandas:
La ya mencionada ortodoxia andersoniana, la violencia antirreligiosa de la francmasonería liberal y el desvío guenoniano que nunca comprendió la verdadera esencia iniciática del cristianismo.

Sin embargo –y pese a todo- podemos afirmar que la masonería cristiana todavía está de pie: Adhuc Stat!. Esta premisa, inscripta al pie de una columna rota cuya base aún permanece firme, es el emblema del aprendiz masón en el Régimen Escocés Rectificado, sistema que trabaja uno de los ritos masónicos cristianos que sobreviven invictos desde el siglo XVIII. La masonería cristiana todavía está de pié.


Fuente:
Este articulo fue publicado originalmente en el Blog: Temas de Masonería perteneciente al autor Eduardo Callaey , en fecha martes, 23 de agosto de 2011












Decreto de Creación del Triángulo Masónico Rectificado "Jerusalén Celeste N°13"

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