domingo, 30 de mayo de 2021

El Espejo de la Caballería / Ensayo sobre la espiritualidad caballeresca/ Pascal Gambirasio d’Asseux

 



PRÓLOGO

1ra Parte

“En nombre de Dios, las gentes de armas batallarán y Dios les dará la victoria”

Santa Juana de Arco

 

“Es preciso confiar en Dios como si todo dependiera de Él, y al mismo tiempo, comprometerse con generosidad como si todo dependiera de nosotros.2

Juan Pablo II

 

La caballería implica, induce a las hazañas. Más todavía: ella se constituye en sinónimo de las mismas, hasta tal punto que encontramos normal y casi banal que el caballero se “sitúe” de este modo en la cresta del heroísmo (militar o “simplemente” humano), y que todo el mundo le suponga una confianza asegurada en su fuerza moral y espiritual, en su valiente abnegación y su fe jurada sin tacha, tibieza ni fingimiento.

Los ejemplos históricos dan fe de este compromiso (en todos los sentidos del término) tenido y mantenido por estos hombres que han recibido este armamento, en primer lugar, en las batallas por supuesto, pero igualmente en los otros combates de la vida, vividos cotidianamente y a menudo mucho más desafiantes y que requieren constancia, paciencia y firmeza en el anonimato del día a día y sin presentar el carácter épico y la gloria del campo de batalla con la que sueña sin embargo todo guerrero.

Es por lo que la caballería evoca en el hombre de hoy un mundo familiar y por tanto misterioso. Es por lo que se sumerge en lo más profundo de las raíces occidentales, en su memoria y su imaginario, llamando a la vez a los corazones a elevarse hacia dimensiones de la revelación evangélica y las exigencias cristianas.

De este modo ilumina y edifica (en todas las acepciones del término) a aquellos dedicados a la vía que la caballería propone -voz interior que habla al íntimo del ser. Es por lo que, para aquellos que son llamados a ello y (o) cuyas familias han sido “marcadas” para ello en el curso de los siglos, es preciso hablar plenamente, de vocación3 caballeresca.

Mucho después de la época medieval, concretamente durante los dos siglos de reinado cristiano en Tierra Santa en que se ilustraron en particular las grandes Ordenes de Caballería, conjugando en su Regla los votos monásticos y la acción militar, y para algunos, las obras hospitalarias; mucho después de las hazañas, reales o legendarias, de los caballeros errantes y de aquellos que la Historia ha retenido -tales como Pierre du Terrail señor de Bayard del que se sabe que armó caballero al rey Francisco Iº la noche de la victoria de Marignan; Beltrán Duguesclín que fue condestable de Francia y Castilla; Guillermo el Mariscal4; Ramon Llull5; Godofredo de Charny6; el mariscal de Francia Juan II Le Maingre dicho Boucicaut, que se ilustró durante el reinado de Carlos VI en particular contra los ingleses así como en las cruzadas en Tunicia y en Nicopolis; Mateo de Montmorency-Marly7, por citar únicamente los más conocidos- mucho después de esta gesta pues, la capacidad de la caballería -siempre actual-, por maravillar a todo el mundo tan solo con su mera evocación es una realidad que nadie se atreve a contestar.

¿Quién no recuerda igualmente a los Nueve Barones de la Fama de Jacques de Longuyon8, al rey san Luis, por supuesto o a Régulo, ese general romano, modelo y mártir del honor y de la palabra dada9 al igual que el rey de Francia Juan II el Bueno10?

Y la misma santa Juana de Arco (que probablemente fuera armada) ¿acaso no ilumina a la caballería respecto a su santidad, revelando su naturaleza esencialmente espiritual a través de su misión divina, como bien ilustra su divisa?: “Mí Señor Dios, primer servido…”

De una manera u otra, a través de imágenes simplificadas, incluso simplistas, la memoria viviente de los hombres de Occidente e incluso allende de occidente, ha conservado el retrato ideal del caballero, de sus proezas, de su agudo sentido del deber y su dedicación a la protección y defensa de los más humildes. Constituye el arquetipo del gentilhombre, su medida y su legitimidad.

En primer lugar, la clave de esta perennidad, de este apego de admiración y respeto reside ciertamente en esta unión de valor físico y moral conjugada con la cortesía -entendida en un sentido preciso en su significado caballeresco en que se revela como marca que va más allá del saber vivir y la buena educación- que hace del caballero un combatiente de élite y un hombre de honor, simple y verdadero, cuya elegancia de vida firma el carácter natural de la nobleza de corazón.

La caballería, en efecto, es un estado -un estado del ser- no una decoración, ni tampoco la manifestación ostensible de un privilegio social, ya que, de privilegio, en realidad, solo confiere uno (temible puesto que sitúa al caballero primeramente y ante todo frente a sí mismo) consistente en servir en el más duro de los combates: el del mundo cuando estos son justos como los combates de la ascesis espiritual. A menudo se conjugan unos y otros en la misma batalla.

Es por lo que se habla tradicionalmente de la Orden de caballería: a ejemplo de los tres Ordenes tradicionales constituyendo poco más o menos el conjunto de sociedades humanas tradicionales tales como historiadores y sociólogos los han bien estudiado: oratores, bellatores y laboratores. Estos tres Ordenes o estados sociales, podríamos decir, expresan y reposan sobre las vocaciones (los carismas): orientaciones y capacidad de los hombres en este mundo, lo que no tiene nada que ver con la noción moderna de clases sociales fundamentadas en la capacidad financiera. La caballería encarna, en el Occidente cristiano, el principio y la quintaesencia de este estado de bellatores o Segundo Orden o Nobleza, elevado e “iluminado” en el sentido pleno del término por la espiritualidad cristiana, de la que se presenta así mismo como el brazo protector. Este Orden es como acabamos de decir, un estado del ser, es decir de consciencia, de despertar, de responsabilidad que induce a un “lugar” en la sociedad, luego de un servicio, de una función (functus) cuya extinción -por la muerte o degradación vinculada a la pérdida de la nobleza esencial- es expresada por el término de difunto (defunctus).

Es por lo que este apelativo de Orden de caballería calificando muy precisamente y únicamente lo que transmite el armamento -sin el cual no existe ningún verdadero caballero, sea cual sea su nacimiento- debe ser distinguido de la noción de Orden caballeresca, en el sentido de las Ordenes de caballería; Ordenes soberanas o dinásticas y que presuponen justamente que existe un Orden de caballería a transmitir y hacer vivir de manera específica a través de una regla en una confraternidad particular. El color del manto y de los signos cosidos al mismo (en general la cruz que orna el lado izquierdo) traducen entonces los carismas propios a estas Ordenes, sus votos, así pues, su vocación: su “oriente”. En su principio esencial -su raíz ontológica deberíamos decir- la caballería, el Orden de caballería, tal cual es transmitido y recibido por el armamento estrictamente

 personal, se presenta como el principio y el cumplimiento de toda auténtica aristocracia; da sentido y capacidad a toda alma noble (el verdadero gentil hombre o la verdadera dama) cuya orientación innata le hace presentir que dicha alma pertenece a su impulso y que aspira asumir las obligaciones.

Ya que en su realidad interior que la fundamenta y la inspira, la caballería responde y asume una vocación espiritual en el marco cristiano, vocación a la cual algunos son llamados, tanto hoy como ayer.

Esta vocación es una vía sacrificial, no únicamente porque el caballero acepte el posible sacrificio de su vida en los combates (lo que la caracteriza como vía heroica) sino porqué en primer lugar, como toda vida espiritual, toda vida consagrada, dicha vía edifica al ser que la cumple para restituirlo en Dios, ya que sacrum facere significa literalmente devolver a lo sagrado. La vocación del caballero incluye restaurar lo sagrado en él y llevarlo a su vez al mundo; en otros términos, combatir el Caos del Mal con el fin de contribuir en la restauración del orden de la Creación, o más exactamente, la Creación como orden divino.

Es por esta razón que ante todo se pone al servicio de la viuda y el huérfano, de los pobres y los enfermos; en otros términos, al servicio de todos los desamparados que no detentan ninguna posibilidad ni ningún poder temporales para defenderse por sí mismos. El caballero se modela así en el Sacrificio divino y se presenta como una Imitatio Christi, lo que no debe sorprender en absoluto ya que numerosos textos medievales presentan a Cristo como el arquetipo del caballero:

en efecto, el Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su alma como rescate por muchos.”11

La vocación caballeresca se presenta así como una de las expresiones de los carismas, es decir de los dones particulares que, según san Pablo, el Espíritu Santo insufla a cada uno en el seno de la unidad de la Iglesia para el servicio del bien común. Carismas a la vez múltiples y complementarios, siempre a la medida de aquellos que los reciben a fin de cumplir y fortalecer su ministerio personal: recordemos, a todos los fines útiles, que etimológicamente ministerio significa servicio.

La caballería, en esta perspectiva, constituye una real vía iniciática en el sentido que ella revela el ser a sí mismo y lo edifica según el designio divino en él, con tal que el interesado sepa y quiera, de manera totalmente libre, responder a esta vocación y mantenerse en ella (en toda la plenitud de la palabra).

Es preciso entender este término “iniciático” totalmente depurado de las connotaciones que lo desnaturalizan, sobre todo desde el siglo XIX, para comprenderlo en su significado fundamentado en la raíz latina initium que es doble: comienzo, debut y principio, fundamentos originales. El verbo initiare, por su parte, significa instruir (luego en consecuencia, transmitir) y comenzar.

Este término califica la iniciativa del ser que responde a la llamada que el Señor le lanza como la lanzó en las orillas del lago Tiberíades a Pedro y a su hermano Andrés: “venid detrás de mí12. Significa igualmente que la caballería no se decide por uno mismo ni

tampoco por nacimiento, sino que debe ser transmitida por un caballero, y en corolario, que el nuevo adobado debe aprender y penetrar la dimensión cristiana y las reglas de la caballería. Expresa de este modo los primeros pasos, el comienzo en la vía, en el camino del descubrimiento y de la realización de uno mismo y del reencuentro con Dios -este santo Reencuentro que se hace siempre cara a Cara y solo a Solo. ¿Acaso Cristo no ha dicho justamente que Él es el Camino, la Verdad y la Vida…?

En esta perspectiva a que nos estamos refiriendo, este término refiere a la interioridad, a la escucha del corazón (del Sagrado Corazón) de la Palabra que sólo se oye en el desierto, dicho de otro modo, retirándose en silencio en este “lugar cardíaco” y secreto del propio corazón, lo que significa en lo más íntimo de su ser, en su radicalidad ontológica para alcanzar la plenitud de la fe que consagra el retorno al Principio, es decir a Dios, a Aquel que es, como él mismo ha revelado, el “Alfa y el Omega, el Comienzo y el Fin”. Precisamente, la Virgen María, contemplando los misterios de Dios que ella acababa de ofrecer al Mundo, “lo iba guardando todo, ponderando aquellas palabras, en su corazón13. Nuestra Señora, a cuyas virtudes se vincula, en su excelencia, la dama en la sociedad caballeresca, revela por su ejemplo una clave mayor para crecer en la fe, la esperanza y la caridad, y así, enseña y protege al caballero que, por naturaleza, le está consagrado y es servidor.

El armamento -o el adobamiento, la acolada, y más antiguamente la palmada- crea caballero y hace entrar, sea cual sea la cuna de que proceda, a aquel que recibe lo que la tradición medieval denominaba el octavo sacramento en la fraternidad caballeresca. Esto no debe sorprendernos: el concilio de Arlés, en el año 314, admite y consagra la Militia es decir el servicio armado que debe ser efectuado por el bien general al Soberano, al país. San Bernardo, a su vez, confirma la legitimidad de este estado caballeresco, en la línea de pensamiento de san Agustín quien definió la guerra justa cuando los desórdenes la hacían necesaria. Este adobamiento es conferido (por la espada -en ocasiones con la palma de la mano- en nombre de la Santísima Trinidad, a veces de san Miguel o de san Jorge) por un caballero que a su vez haya sido de este modo válidamente recibido y, así inscrito en la filiación de la caballería perenne14.

Esto constituye la recepción de una gracia y de un carácter inefable que consagra y bendice un mayorazgo espiritual y moral que marca una vocación de dimensión a la vez personal y social: dimensión personal, ya que este adobamiento implica, para aquel que lo recibe, vivir las exigencias que le son debidas cada uno de los días de su vida; dimensión social, ya que este adobamiento implica cumplir los deberes en el seno de la sociedad de los hombres sin temor, debilidad ni acomodo.

Sea en el marco social en que ella se manifiesta hoy como ayer de acuerdo a una constante naturaleza (pero bajo modalidades de acción que la evolución histórica pide diferentes) como en su aspecto propio de vía espiritual más interior compartida por los caballeros “prohombres” como los designan en ocasiones los libros medievales (o profesos en las Ordenes Militares y Religiosas) la caballería se encuentra marcada -firmada sería más  pertinente- por lo que se podría denominar un misterio y un ministerio. Por otra parte, dedicamos a ello un capítulo del presente libro.

Francia asume aquí una primacía. Histórica y espiritualmente, ella aparece, en efecto, como tierra nutricia de la caballería medieval como por otra parte lo es también de la heráldica. Es en particular en el Reino de Francia que las Ordenes caballerescas prestigiosas entre las más antiguas de la cristiandad, a menudo nacidas en Tierra Santa, fueron acogidas en su nacimiento (la Orden del Temple) o poco después de su militarización (la Orden del Hospital de San Juan de Jerusalén, conocida más tarde bajo el nombre de Orden de Malta; la Orden de San Lázaro de Jerusalén, de la que Luis VII, en el siglo XII, se trajo con él diversos caballeros).

De todas formas, es en Francia que se establecieron estas Ordenes después de la desaparición del reino cristiano de Jerusalén, como consecuencia de la caída de San Juan de Acre en 1291, para expansionarse después en los siglos siguientes, de acuerdo a fortunas diversas, a través de Europa entera. No olvidemos tampoco que la primera cruzada fue predicada en Francia y que la última vio la muerte, en 1270, del rey Luis XI al que la Iglesia y el alma cristiana de Francia han reconocido como santo.

Final de la 1ra parte

 

Notas:

2 La vie consacré. Les Éditions du Cerf, Paris, 1996.

3 Podemos definir la vocación, en su dimensión más profunda, como una manifestación del Amor de Dios que ofrece a cada ser humano la posibilidad de inscribirse en Su Obra de Salvación y de cooperar en ella; siendo simultáneamente “en retorno”, la expresión del amor de cada ser humano hacia Dios cuando dicho ser humano responde a esta llamada, haciendo suyas estas palabras del discípulo Ananías al Señor que lo llamaba en sueños: “Ecce venio” (¡heme aquí, Señor!), Hechos IX, 10.

4 Cf. Guillaume le Maréchal por Georges Duby ; Éditions Fayard, 1984. William Marshal (Wiltshire o Berkshire, c. 1145/1148–Caversham, Berkshire; 14 de mayo de 1219), primer conde de Pembroke también conocido como Guillermo el Mariscal, William the Marshal o Guillaume le Maréchal, fue un militar y noble anglonormando. Descrito por Stephen Langton como el «más grande caballero que jamás vivió», sirvió a cuatro reyes —Enrique II, Ricardo Corazón de León, Juan I y Enrique III— y a lo largo de su vida pasó de ser un simple miembro de la nobleza menor a ser el regente de Enrique III, y, por tanto, uno de los hombres más poderosos de Europa.

5 Escribió El libro de la Orden de caballería en el curso de los años 1275 ó 1276. Este texto, apareció en su última edición en el año 2006 en lengua castellana gracias a Alianza Editorial, con una presentación de Luis Alberto de Cuenca y Prado.

6 Fue uno de los teóricos medievales del ideal y del estado caballerescos y considerado como uno de los mejores caballeros de su tiempo. Godofredo de Charny es el autor de tres obras sobre la caballería escritas en atención de sus cofrades de la Orden de la Estrella (creada bajo su inspiración, por Juan II el Bueno el 16 de noviembre de 1351). Portador de la oriflama y consejero de los reyes Felipe VI y Juan II, fue muerto en la batalla de Poitiers el 19 de septiembre de 1356 con numerosos compañeros suyos de la Orden de la Estrella cuyo juramento consistía en no dar jamás la espalda al enemigo ni recular más de cuatro pasos ante él.

7 Fue uno de los más destacados caballeros de finales del siglo XII, muerto en Constantinopla en 1204. Tomó parte de manera brillante en la tercera cruzada, y combatió bajo Felipe Augusto, contra Ricardo Corazón de León.

8 Cita en su poema el Voeux du Paon compuesto en 1312-1313 a tres héroes escogidos en el seno de la antigüedad bíblica: Josué, David y Judas Macabeo; tres héroes de la antigüedad occidental: Héctor de Troya, Alejandro Magno y Julio César; y finalmente a tres héroes del mundo occidental cristiano: el rey Arturo, Carlomagno y Godofredo de Bouillon. El término de proeza fue igualmente utilizado, particularmente en este mismo siglo XIV, por Jean Le Fèvre de Ressons, procurador en el Parlamento de París en una obra que ilustraba el coraje y la valentía de las mujeres titulado Le livre de Lëesce. Enumera en dicho libro a nueve valientes (Nueve de la Fama) todas de la antigüedad, histórica o legendaria. En primer lugar cuatro reinas: Semíramis, Tomiris, Teuca y Deípile. Luego cinco amazonas: Sinope, Hipólita, Melanipa, Lampedo y Pentesilea. Otros autores modificaron la lista por heroínas del Antiguo Testamento: Esther, Judith, Jaël y por heroínas cristianas: santa Helena, santa Brígida de Suecia, santa Isabel de Hungría. Habría que incluir entre ellas -y por excelencia- a santa Juana de Arco.

9 Marco Atilio Régulo, general y cónsul del siglo III aC, capturado por los cartagineses cuando la primera guerra púnica, que fue liberado por estos últimos con el fin de negociar una paz que les interesara con Roma a cambio de su palabra, pactando que, si su misión fracasaba, volvería prisionero a Cartago para que le dieran muerte. Habiendo constatado la debilidad de Cartago, Régulo ante el Senado romano aconsejó por el contrario proseguir la lucha ya que la victoria estaba asegurada. Exhortado por el Senado, sus amigos y su familia de permanecer en Roma, fue fiel a la palabra dada y volvió a Cartago. Las crónicas relatan que le dieron suplicio hasta la muerte en un cofre erizado de clavos.

10 Se batió a la cabeza de sus tropas en la batalla de Poitiers, en la que se vio acosado por todas partes por los ingleses. Su hijo, el futuro Felipe III el Audaz que se encontraba a su lado, trataba de protegerlo: “Padre,

¡guardaos a vuestra derecha! Padre, ¡guardaos a la izquierda!”. Finalmente es capturado y encarcelado en Londres para ser después liberado en 1360 a cambio de un importante rescate (que el pueblo de Francia pagó espontáneamente en testimonio de la estima que tenía por su rey) y la entrega como rehenes de dos de sus hijos, así como de su hermano, Felipe de Orleans. Vuelve sin embargo a Londres al saber de la evasión de uno de sus hijos y pronuncia entonces estas palabras que la posteridad ha retenido: “Si la buena fe debería estar proscrita para el resto de gentes, debería encontrarse en la boca de los reyes”.

11 Marcos X, 45.

12 Mateo IV, 18-19; Marcos I, 16-18.

13 Lucas II, 19.

14 El más antiguo ceremonial conocido es el Ordo de Mayence de 950, siendo a su vez una compilación de textos anteriores. Algunos historiadores estiman que es bajo Carlomagno, emperador de 800 a 814, que se fija el carácter cristiano del armamento, en relación a la ceremonia de los pueblos germánicos de la entrega de las armas al joven hombre que accede al estatuto de guerrero

 






lunes, 24 de mayo de 2021

Del Pentecostés judío al Pentecostés cristiano / San Bruno de Segni


 

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Del Pentecostés judío al Pentecostés cristiano

 

El monte Sinaí es símbolo del monte Sión... Fijaos hasta que punto las dos alianzas son el eco una de la otra, con que armonía la fiesta de Pentecostés es celebrada por cada una de ellas... El Señor bajó, tanto sobre el monte Sión como sobre el monte Sinaí, el mismo día y de modo semejante...

Lucas ha escrito: «De pronto vino un ruido del cielo, como de un viento recio. Los apóstoles vieron aparecer una lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno» (Hch 2,2-3)... Sí, aquí y allí el ruido de un viento recio se dejó oír, un fuego se dejó ver. Pero en el Sinaí era una nube espesa, sobre el monte Sión el esplendor de una luz muy brillante. En el primer caso se trataba «de la sombra y la figura» (Hb 8,5), en el segundo, de la verdadera realidad. En otros momentos se escuchaba el ruido del trueno, ahora de pueden discernir las voces de los apóstoles. Por un lado, el resplandor del rayo; por el otro estallan prodigios por todas partes...

«Todos salieron del campamento para ir al encuentro del Señor, al pie de la montaña» (Ex 19,17). Se lee en los Hechos de los Apóstoles: «Al oír el ruido, acudieron en masa»... De todo Jerusalén el pueblo se reunió al pie del monte Sión, es decir en el lugar en que Sión, figura de la santa Iglesia, empezaba a edificarse, a poner sus fundamentos...

«Todo el monte Sinaí humeaba, porque el Señor había descendido sobre él en el fuego, dice el Éxodo (v. 18)... ¿Podían no quemar los que estaban ardiendo con el gran fuego del Espíritu Santo? Tal como el humo señala la presencia del fuego, así también por la seguridad de sus palabras, por la diversidad de lenguas, el fuego del Espíritu Santo manifestaba su presencia en el corazón de los apóstoles. ¡Dichosos los corazones llenos de este fuego! ¡Dichosos los hombres que ardían con su calor! «El monte temblaba violentamente. El sonar de la trompeta se hacía cada vez más fuerte» (v.19)... De la misma manera la voz de los apóstoles y su predicación se hacían cada vez más fuertes; cada vez más lejos se hicieron escuchar sus palabras hasta que «su mensaje alcanza a toda la tierra y su voz llega hasta los límites del orbe» (Sl 18,5).



Notas:

San Bruno de Segni (c. 1045-1123)

obispo

Comentario del Éxodo, c. 15





domingo, 16 de mayo de 2021

El cristianismo y el Rito Escocés Rectificado, o la indispensable condición previa para ser Masón Rectificado. / Ramón Martí Blanco

 

http://textosparalaliturgia.blogspot.com/2014/09/misal-romano-jesucristo-rey-del-universo.html

  


Mis Queridísimos Hermanos en vuestros distintos grados y condición,

Creemos no revelar nada extraordinario, por estar comúnmente establecido y aceptado, si afirmamos y proclamamos que para ser candidato a la iniciación o afiliación al Rito Escocés Rectificado se ha de ser cristiano. Este enunciado es conocido y sabido por todos.

También está comúnmente establecido y aceptado que la Masonería o Francmasonería no es una Religión. Tampoco lo es el Rito Escocés Rectificado ni el sistema masónico y caballeresco que lo estructura y da soporte. En su momento tratamos sobre ello1 en una comparativa dedicada al posicionamiento de la masonería anglosajona respecto a la Religión en relación a la noción e idea que de la misma se hace la Masonería Rectificada.

Así pues, para ser miembro y practicar el Rito Escocés Rectificado, se ha de ser cristiano y, ¿cómo entendemos esta afirmación?, pues que de manera previa y antes que masón se ha de ser cristiano para ser considerado un candidato aceptable para adquirir la condición de masón y no al revés.

La manera en cómo entendemos la noción y el hecho de ser cristiano será el objeto del estudio y reflexión del presente trabajo, ya que, aún y pareciendo una obviedad tal afirmación, a la práctica no parece serlo tanto.

Que la condición de cristiano es imprescindible nos lo dicen nuestros propios rituales, al igual que los mismos se cercioran que así sea desde el primer momento y a lo largo de la vida masónica como más adelante veremos. Una vez fijada y aclarada la condición previa presente en el título, abordaremos en una segunda fase, pero íntimamente ligada a la primera, el alcance y dimensión de ser Masón Rectificado, en tanto que vía iniciática de realización espiritual intrínsecamente vinculada a la tradición y religión cristiana, siendo el Rito Escocés Rectificado y su metodología iniciática desarrollada a lo largo de sus dos Clases que componen el Régimen Escocés Rectificado, la última vía iniciática todavía viva en el mundo Occidental de tradición cristiana.

Sin embargo, quizá porque el cristianismo es tan inherente a la cultura y mundo occidentales en que vivimos, se dan por entendidos y supuestos muchos aspectos de esa noción de cristianismo que hace que nos digamos cristianos y lo seamos más “culturalmente” que “cultualmente”, entendiendo por este último término la práctica del culto cristiano en cualquiera de las confesiones del cristianismo ecuménico. Vendría a suceder con esto a lo que nos estamos refiriendo, como cuando se dice que el Rito Escocés Rectificado es un rito “crístico” como queriéndolo definir de acuerdo a nuestro lenguaje actual, como un cristianismo de “perfil bajo”, cuando ya dijimos en un anterior trabajo nuestro 2 que cristiano y crístico quieren decir y expresan lo mismo.

Somos cristianos por medio del sacramento del Bautismo que nos inflige una gracia divina y no porque rellenemos un formulario por el cual pasaríamos a entrar o formar parte de una asociación de cualquier tipo, de igual modo que entramos y pasamos a ser masones por medio de la Iniciación (volveremos sobre la noción de iniciación y cómo entenderla más adelante) ya que si la Orden Masónica no se considerase una Orden iniciática no tendría sentido alguno desarrollar un ritual y una liturgia determinada para acceder a la misma, ya que con firmar una simple solicitud sería suficiente. Si llevamos a cabo una ceremonia ritual es para indicarnos que lo que se va a poner en movimiento y comenzar es algo más que un simple proceso burocrático o administrativo.

Somos cristianos porque tenemos fe en Cristo, segunda Persona de la Trinidad e Hijo de Dios y por ello nos hacemos bautizar, y si no directamente nosotros que en pañales todavía no somos capaces de discernir, nuestro Padrino en nombre nuestro, Bautismo que, católicos, anglicanos y ortodoxos renovamos ya plenamente conscientes con el sacramento de la Confirmación (o Crismación en los ortodoxos) y acabamos con el de la Comunión que la Iglesia considera los 3 sacramentos de la iniciación cristiana que culmina con la Eucaristía instituida por el propio Cristo cuando la última Cena.

La Fe es un don de Dios. Dios se ofrece y nos busca permanentemente a través de personas, experiencias y acontecimientos que nos interpelan y atraen hacia el. La Fe no es el resultado de ninguna investigación ni estudio humano, sino que brota siempre de una confianza cada vez más viva que Dios va despertando al revelarse en nosotros. Es Dios quien se acerca al hombre y la mayoría de veces recorre la mayor parte del camino.

La Fe madura es un acto personal; es la respuesta libre del hombre a la iniciativa de Dios.

Pablo de Tarso nos lo recuerda en su epístola a los Efesios:

Pues habéis sido salvados por la gracia mediante la fe; y esto no viene de vosotros, sino que es don de Dios3

Dios quiere al hombre libre y jamás lo obliga; si fue por un ejercicio de su libre voluntad que el hombre rompió su pacto con Dios y cayó en lo que se conoce como Pecado original, haciendo caer con él a la Creación y a toda su descendencia, hasta la muerte y Resurrección de Cristo, ha de ser también el hombre que por un ejercicio de esa libertad y en justa correspondencia al Amor de Dios, vaya hacia Él. En esto consiste el Cristianismo.

 No obstante, la fe cristiana ha de alimentarse; se ha de cultivar. Hemos de fortalecernos en la fe, pero ¿cómo? Y ¿por qué? Empezaremos respondiendo la segunda pregunta para ir luego a la primera: por coherencia (cosa poco común en los tiempos que vivimos). El apóstol Santiago nos lo recuerda: “…igual que el cuerpo sin espíritu es muerto, así también la fe sin obras es muerta4. Pero ¿cómo fortalecer la fe?:

- Mediante la plegaria

- La búsqueda de consejo y dirección espiritual

- La Lectio divina: la lectura de la Biblia y los Evangelios

- La participación en la Eucaristía y el culto religioso: 

la fe viene de oír, y el oír viene por la palabra de Cristo5

 La plegaria nos es necesaria para fortalecer la fe. La Regla Masónica del R.E.R. no dice otra cosa y nos recomienda y recuerda los beneficios de la plegaria cuando nos dice: “Vela y reza6, la plegaria y la vigilia

 -la vigilancia-, pues en el camino que nos hemos propuesto y por el que transitamos los peligros nos acechan y la posibilidad de equivocarnos está siempre latente.

Ciertamente, en masonería y tampoco en el Rito Escocés Rectificado por muy rito cristiano que sea, el Venerable Maestro no nos exigirá un certificado del párroco o del pastor conforme hemos acudido a la misa o al culto, pero por simple coherencia, nos preguntamos ¿podemos decirnos cristianos viviendo de espaldas a la Iglesia, a la práctica religiosa?

Ser cristiano exige dar testimonio de ello. Es lo que nos recuerda al despedirnos el Venerable Maestro de la Logia al dar por terminada cada una de nuestras Tenidas:

 Id y “llevad entre los otros hombres las virtudes de las cuales habéis jurado dar ejemplo8

Porque somos cristianos y, masones practicantes del Rito Escocés Rectificado, y además en el mismo orden en que hemos formulado la frase. Si no hubiésemos sido cristianos primero, no hubiéramos podido ser masones Rectificados después.

La Orden Rectificada se asegura de ello incluso antes de ser presentados en Logia,mediante las Tres Cuestiones de Orden que nos son planteadas cuando todavía estamosen la Cámara de Reflexión. La primera Cuestión termina preguntándonos: ¿Qué pensáis de la religión cristiana?9 Es más, estas Tres Cuestiones, incluyendo la pregunta sobre ¿qué pensamos sobre la religión cristiana?, nos serán presentadas a cada grado, cuando nuestro paso por la Cámara de Reflexión, a lo largo de nuestra carrera masónica en la Clase Simbólica.

Ya en el grado de Aprendiz del R.E.R. y formando parte del Compromiso (generando gran revuelo y controversia en la concepción “universalista” de la masonería) el hasta entonces candidato se juramenta como Masón y asegurando, y poniendo en compromiso:

 “…su palabra de honor […] de ser fiel a la Santa Religión cristiana10.

Más adelante, siguiendo nuestra Clase Simbólica, en el ritual de recepción al grado de Compañero, el todavía Aprendiz masón es presentado a la Logia como: “profesando la religión cristiana”. Lo mismo sucede en la recepción al grado de Maestro Masón que se repiten las mismas palabras y formulación. Por otra parte, nuestra Regla Masónica, presente en el ritual de Aprendiz, en su Artículo Primero dedicado a los Deberes para con Dios y la Religión, nos aconseja: “Profesa en todo lugar la divina religión de Cristo, y no te avergüences de pertenecer a ella11. El mismo consejo se nos vuelve a recordar bajo forma de Resumen de la Regla, en el ritual de Compañero: “bendice a la Providencia que te ha hecho nacer entre los cristianos12 y en el ritual de Maestro Masón: “bendice a la Providencia que te hizo nacer entre los cristianos13

La exigencia de la condición de cristiano se hace patente en los rituales de los grados de Aprendiz, Compañero y Maestro Masón y estalla en el de Maestro Escocés de San Andrés culminando el recorrido por nuestra Clase Simbólica y confirmando dicha exigencia de manera clara e indudable antes de proseguir cualquier posible camino.

 Llegados hasta aquí, creemos haber puesto de manifiesto la ineluctable necesidad de ser cristiano como condición previa para poder acceder a ser Masón Rectificado, así como que dicho cristianismo no sea simplemente “cultural” sino que por razón de coherencia ese cristianismo precise una cierta implicación, no quedándose en la “teoría” o las meras formalidades exteriores.

Quedando establecido que el cristianismo, en tanto que prefiguración a lo largo de la Historia de la humanidad del modelo de Cristo, al que Adán renunció sin ser consciente de ello cuando la Caída, y que Dios ha estado recordando a lo largo de la Historia través de las diversas Alianzas (Abraham, Moisés) teniendo como colofón la Nueva y Eterna Alianza sellada con la encarnación de Cristo. Volvamos ahora a lo que habíamos dejado por desarrollar en una segunda fase.

 La Iniciación en otras tradiciones no cristianas, y el Rito Escocés Rectificado en tanto que vía de realización espiritual

Hemos dejado pendiente anteriormente, el abordar la noción de Iniciación y particularmente cómo entender dicha noción dentro del marco y religión cristiana.

 Todos nosotros hemos oído decir que la Francmasonería es iniciática, en esto converge y coincide tanto la masonería anglosajona considerada Regular liderada por la Gran Logia Unida de Inglaterra, como la otra considerada liberal siguiendo los pasos del Gran Oriente de Francia (aunque no la totalidad de Obediencias).

 Antes de proseguir, juzgamos oportuno entrar a definir y considerar lo que entendemos por Iniciación. A bote pronto, se nos ocurre acudir al diccionario que, estando en el siglo XXI y con el mayor de los respetos por las ediciones impresas, sería la Wikipedia:

La iniciación es un rito de paso que marca la entrada o la aceptación en un grupo o sociedad. También puede ser una admisión formal a la edad adulta en una comunidad o uno de sus componentes formales. En un sentido más amplio, también puede significar una transformación en la que el iniciado "renace" en un nuevo papel. Ejemplos de ceremonias de iniciación podrían incluir el bautismo o la confirmación cristiana, el benei mitzbá judío, la aceptación en una organización fraternal, una sociedad secreta u orden religiosa, o la graduación de la escuela o el entrenamiento de reclutas. Una persona que realiza la ceremonia de iniciación en ritos tradicionales, como los que se muestran en estas imágenes, se llama un iniciado.14

Sin ser entusiastas suyos, no podemos hablar de iniciación obviando a uno de los autores del siglo XX que mejor trataron sobre el asunto en cuestión: René Guenon 15. Una de las nociones establecidas por Guénon, distinguiendo entre los diferentes tipos de iniciación, es que cualquier tipo de iniciación para ser considerada como tradicional, necesariamente tenía que estar entroncada en una Tradición, entendiendo que tradición y religión son sinónimos. Para él, todas las tradiciones religiosas de la humanidad convergerían en una Tradición Primordial en la que todas estarían enraizadas. Paradójicamente, el filósofo y esoterista francés nacido en Blois, aunque educado en el catolicismo 16, nunca llegó a  entender ni captar la dimensión ontológica y salvífica para la Historia de la humanidad, que representa el hecho que Dios se hiciera Hombre, así como la muerte y Resurrección de Cristo y todas sus consecuencias escatológicas. Probablemente, esa misma falta de comprensión y captación del cristianismo por parte de Guénon lo llevaría a considerar al mundo occidental cristiano atacado por la modernidad, totalmente alejado e incapaz de cualquier camino iniciático, y por vía de consecuencia, volvería su vista al mundo Oriental que habría sido capaz de conservar aspectos tradicionales y por ende la Iniciación. Para Guénon, Occidente en su modernización -y con él, el cristianismo- se habría “exoterizado” o perdido su sentido profundo, siendo por otra parte el esoterismo (como contrapunto al exoterismo) el único sentido de la inicación. Contemplaba la masonería como posible vía iniciática (aunque ya degradada al haberse mundanizado), pero en la medida que supiera aislarse del exterior para ahondar en ese sentido profundo perdido por la modernidad Occidental, habiendo que buscarlo en otras tradiciones (Orientales para mayores señas) al haber perdido el cristianismo la menor idea, en búsqueda de su idea de Tradición Primordial en la que todas las tradiciones convergerían.

 A la idea de Tradición Primordial antes citada por Guénon se refería también, pero de otro modo para indicar su antigüedad Joseph de Maîstre, cuando decía en el siglo XVIII:

La verdadera religión tiene más de 18 siglos: Nació el día que nacieron los días.”17.

Autor que otros autores18 han utilizado para justificar su hipótesis de un “cristianismo trascendente” que diferiría del cristianismo profesado por la Iglesia cristiana.

 Nosotros, para expresar la misma idea que Guénon o que Joseph de Maîstre, preferimos remitirnos a uno de los Doctores de la Iglesia: Agustín de Hipona (354-430) cuando refiriéndose a la antigüedad de la religión cristiana y la acción reparadora de la venida de Dios a los hombres en su Hijo Jesucristo (Segunda Persona de la Trinidad) en respuesta al arrepentimiento de Adán y Eva, proclama:

“La misma realidad, que se llama ahora religión cristiana, existía ya en los antiguos y no ha faltado nunca desde el origen del género humano hasta que vino el mismo Cristo en la carne, por quien la verdadera religión, que ya existía, comenzó a llamarse cristiana”19

“Desde el origen Adán y Eva representaban a todo el género humano y no solo a los Judíos; y todo lo que de prefigurado de Cristo había en Adán pertenecía a todas las naciones, cuya Salvación está en Cristo”20.

 Agustín de Hipona pone de manifiesto con sus palabras toda la dimensión salvífica de este Acto divino e inconmensurable del Amor de Dios por la humanidad, marcándole e indicándole un camino de retorno a la casa del Padre.

 La noción de Iniciación es percibida por nuestro mundo actual, y no tan solo actualmente, pues en realidad el deseo de “ser como Dios” arranca con la misma Caída de Adán y Eva y jalona toda la Historia de la humanidad, episódicamente con mayor o menor intensidad en que el hombre intenta “entender” de una manera u otra con la inteligencia humana una inmensidad incomprensible para una inteligencia manifiestamente limitada.

 Igualmente, la noción de Iniciación es vista como un conocimiento privilegiado del que participan unos pocos, quedando el resto de no participantes a dicho conocimiento relegados a un saber vulgar o limitado. Como consecuencia, los Iniciados serían conocedores del todo, mientras que los no iniciados sólo lo serían en parte. Se deduce de todo ello una jerarquización entre los conocedores de “todo el plan”, que de algún modo pasarían a una categoría de dirigentes, quedando el resto supeditados a los anteriores en diversos niveles de graduación.

Se impone, llegados a este punto y antes de continuar tratando sobre la noción de Iniciación, distinguir y diferenciar sobre la naturaleza y efectos de dicha Iniciación según actúe en el seno de una tradición no cristiana o lo haga en el marco evangélico de la Nueva y Eterna Alianza.

En un contexto espiritual no cristiano, la Iniciación es considerada como “un además” en relación a lo que recibe el resto de la “multitud” de seres, pudiendo ser percibida realmente como una gracia suplementaria. La Iniciación vienen a conferir, en el ámbito de las tradiciones no cristianas, una especie de beneficio suplementario respecto a lo que es transmitido a la masa de fieles. Los no beneficiados por los efectos del Conocimiento iniciático, recibirían de acuerdo a este contexto, lo que bien podría definirse como “el viático general”, que les permitiría cumplir de la mejor manera posible su estado de peregrinación terrestre. Por poner un ejemplo, y utilizando el prototipo del templo de Salomón, podrían llegar a ser admitidos al Templo e incluso al Santo; mientras que a los iniciados les sería permitida la entrada en el Santo de los Santos, a lo más interior del Templo.

Así mismo, este “plus” a que nos hemos referido más arriba, se percibe y analiza -en un contexto espiritual no cristiano, insistimos en ello- como un elemento de interioridad y desciframiento “suplementario”. En otras palabras, se trataría de una gracia (de una “influencia espiritual” como diría Guénon) que aproximaría al Centro al receptor, permitiéndole, obrándole en el pleno sentido de la expresión, otras posibilidades, otros accesos o campos de realización espiritual en esta vida o en lo que se ha convenido en denominar como los estados póstumos del ser. Pudiendo diferir esencialmente, en estos contextos espirituales no cristianos de los que estamos hablando, según esté uno iniciado o no, y a condición que dicha iniciación se haya cumplido, o que uno se beneficie “solamente” de la bendición general accesible para el resto de no iniciados.

 Sin embargo, en el contexto espiritual cristiano, y precisamente porque se trata de la Nueva y Eterna Alianza en la que interviene la “plenitud de los tiempos”, según la promesa de Dios, la revelación cristiana no conoce, o más bien dicho no considera, esta distinción de algún modo jerárquica de bendiciones, de la “periferia” al “centro”.

En la tradición y religión cristiana “todo es dado” en plenitud por los sacramentos del bautismo, la confirmación y por la participación de la comunión eucarística que los mismos sacramentos permiten y en relación a la cual están ordenandos.

 En el cristianismo, el hombre, por el santo bautismo es lavado radicalmente y de manera definitiva del pecado original, o lo que viene a ser lo mismo, de las consecuencias ontológicas del pecado de Adán. El hombre es salvado de la Caída y la marca de Satán queda borrada sobre él, aunque permanece, eso sí, y a pesar de todo, susceptible y sensible a las posibles tentaciones del Maligno el cual continúa pudiéndolo herir a nivel individual mediante sus potenciales corrupciones, si se deja seducir y subyugar por ellas; pero las aguas del Bautismo marcan de manera imborrable al ser que las recibe y hacen de él un nuevo ser, renovado totalmente en el Señor. Finalmente, el alimento eucarístico lo hace entrar por “anticipación escatológica” en los misterios del Reino de Dios y ser admitido, por la gracia adoptiva a la vida Trinitaria que las Tres Personas tienen por naturaleza.

 Como podemos apreciar, y es aquí la doctrina cristiana -y no nosotros- con toda su autoridad divina la que afirma a través del Evangelio y del Magisterio de la Iglesia, que no es posible dentro del cristianismo, en el marco espiritual de la iniciación un supuesto aporte o una gracia suplementaria “de más” en relación al resto, que no sea compartida por el conjunto de bautizados. Es justamente en esto que el cristianismo y la iniciación dentro del cristianismo difieren de otras tradiciones no cristianas.

 Pero ello no quiere decir, no significa que la vía iniciática, el camino iniciático, pierda su razón de ser en el contexto cristiano, ni tampoco su “eficacidad” que le es propia, muy al contrario; y si bien no confiere ninguna ventaja “de más”, ella transmite “algo mucho mejor”, algo definido también como lo “mas cercano” a Cristo, recordando las palabras expresadas por el santo Padre Juan Pablo II21. La vía iniciática constituye, si se nos permite el ejemplo, una ampliación, una intensificación de ciertas virtudes y gracias que el Espíritu Santo confiere, en particular la virtud de la Fuerza y la de la Justicia, virtudes particularmente vinculadas a la iniciación caballeresca. Por otra parte, podemos acudir a la misma doctrina de la Iglesia en cuanto a la definición y a los efectos del sacramento de la Ordenación, reservado para algunos, en relación a las gracias y caracteres generales compartidos por todos los bautizados, llamados todos -conviene no olvidarlo- al triple ministerio real, sacerdotal y profético. La Iniciación, en el marco de la tradición cristiana, integra, culmina, recapitula y justifica todas las iniciaciones anteriores, fundamentalmente todas ellas de origen divino y coeternas al hombre desde su exilio “en este mundo”.

 De esta manera la iniciación cristiana transfigura e ilumina todas las iniciaciones anteriores, las cuales aparecen como prefiguraciones de ésta. En lenguaje teológico, diríamos que estas iniciaciones quedan entonces “justificadas”, es decir a la vez legitimadas en su naturaleza y objeto, y en lo sucesivo comprendidas y “situadas” como “propedéuticas” antes que la Palabra no se encarnara en la Historia de los hombres. Estas otras religiones e iniciaciones contribuyeron, cada una a su manera, a realizar lo que Juan el Bautista nos exhorta a efectuar en nuestros respectivos corazones: preparar y enderezar el camino hacia el Señor22. Esta “justificación le permite tomar finalmente su verdadera dimensión y revelar su auténtica “eficacidad espiritual”.

La iniciación, en el marco cristiano, está marcada por el mismo sello. Los elementos arquetípicos y preexistentes en la perspectiva que acabamos de definir, quedan en lo sucesivo ordenados a la Palabra última y viviente de Dios hecho hombre, Jesucristo, que da y deja al mundo su Alianza, su Alegría y su Paz, para todos y cada uno de los Bautizados sin excepción. Ya que, si bien todos los cristianos están “situados” por la gracia del Bautismo, en el centro; en el “corazón de Dios”, el iniciado en particular, percibe sus latidos con mayor consciencia, deseo e intensidad. Es de hecho el oficiante y el guardián, de acuerdo a su vocación y a los dones que el Espíritu le haya otorgado. Es en esto que consiste su misión en este mundo.

Así mismo, la iniciación en el marco de la religión cristiana, busca con todo amor y con toda humildad (al contrario del “iniciado” fuera de este contexto, pletórico de orgullo al creer estar en conocimiento de lo que los demás no poseen) la revelación del corazón del Evangelio (la Ley del Masón)23, de la interioridad cardíaca o cordial de la Alianza del ordero de Dios, Salvador del mundo.

Y ¿por qué -pues-, querer ir más allá, hacia Dios? ¿Por qué pues ir, como decía el santo Padre: “lo más cerca de Cristo” La respuesta, podemos hallarla en estas palabras de san Macario24 de Egipto: “si alguien dice « soy rico, tengo todo lo que pueda necesitar, no necesito nada más », este no es cristiano sino un vaso de iniquidad diabólica. Ya que el placer que se tiene en Dios es tanto que uno no puede saciarse. Cuanto más se gusta, cuanto más en comunión estas con Él, más hambre tienes”. Ahora bien, esta hambre a que nos referimos, ¿acaso no es la vocación primera, esencial, del hombre, de la verdadera vida del ser…?

 La vía mística y la vía iniciática

 Una precisión de importancia, en el marco de la religión cristiana, la vía mística y la vía iniciática, en tanto que caminos de realización espiritual, son dos modalidades que gozan de una misma naturaleza y pueden ser perfectamente complementarios y en absoluto excluyentes, solo que utilizan modalidades de trabajo diferentes dentro del mismo marco tradicional.

Como hemos dicho anteriormente, todo es dado en el seno de la revelación cristiana que es una, sin distinción de naturaleza, sin separación de vías ni sobre todo de personas, que no sea su propia medida en el amor de Dios y el deseo de conocerle en lo más íntimo.

En efecto, la Palabra del Señor sólo se revela en plenitud, a imitación de las parábolas que a menudo utiliza, que aquellos que tienen ojos y oídos para “descifrarla”, según el grado de apertura de la puerta de su alma a Dios: dicho de otro modo, de acuerdo a la amplitud de su deseo y de su entendimiento, en el pleno sentido del término.

 Volvamos a estos dos modos de interioridad.

El camino del místico -lo llamaremos modus mysticum- es ante todo un impulso interior  y personal, no el aprendizaje previo (salvo, por supuesto, la catequesis de base, incluso la teología) de un conocimiento metafísico bajo forma de enseñanzas y ritos o símbolos “actuando”.

Conduce, de acuerdo a un esquema universal pero en el marco de un tiempo apropiado a cada uno, a una percepción de la presencia de Dios en lo más íntimo de uno mismo, al despertar espiritual obrando el acceso a los diversos Cielos, a los mundos de los ángeles y al “lugar” de Dios: lo que se designa por el término general de contemplación25, noción que se concibe demasiado a menudo como un estado pasivo mientras que por el contrario, ella se apodera de todo el ser en un acto eminentemente activo pero ciertamente según una modalidad distinta de la acción en este mundo.

En este aspecto, la etimología de la palabra contemplación se presenta como significativa de su naturaleza y de sus efectos espirituales: en latín, contemplare no es otra que cum  templum: estar con el templo, o más realmente, hacerse uno mismo templo del Señor.


Contemplar, para un cristiano, es pues unirse al templo no hecho por mano de hombre, Jesucristo, a fin que en definitiva, sea Cristo quien nos tome en él.
 
El recorrido iniciático -lo denominaremos modus initiaticum- por su parte, es en primer lugar el aprendizaje de conocimientos metafísicos profundos26 dispensados según una pedagogía y metodología27 que debe permitir su asimilación primero y su puesta en práctica después: la operatividad espiritual o realización iniciática que alcanza entonces la realización espiritual del místico. 

 Podríamos decir que, en esta vía, el conocimiento recibido a través de los ritos, los símbolos y las enseñanzas constituye la theoria (en el sentido moderno que la distingue de la praxis, como también en el sentido antiguo que significaba, justamente, contemplación) que precede, construye y acompaña el despertar espiritual para el que está ordenado y al que debe llevar. Y aquí una vez más, de acuerdo al tiempo propio de cada  vía.

 Lo que puede desencaminar incluso inquietar a aquellos que permanecen ajenos a esta vía, sobre todo a la vista de los travestismos de ciertos charlatanes que entienden el R.E.R. según les conviene, pero especialmente de las siniestras desnaturalizaciones de verdaderos satanistas que han mancillado su naturaleza y sentido, es precisamente esta pedagogía la que se traduce por los ritos y símbolos, desarrollados de grado en grado.

La realización efectiva de la vía iniciática, a la luz y los efectos de los sacramentos, conduce necesariamente, en este estado terrestre, a la contemplación o vida en Dios28 y,  en el estado glorioso en los Cielos, a la vida eterna proporcional al grado de santidad (en términos teológicos) realizada sobre la tierra para culminar en lo que la Iglesia define como la adopción en la Vida Trinitaria, realizada por y en Jesucristo, Segunda Persona de la Santísima Trinidad.

Volvamos ahora a nuestro propósito inicial para resumirlo de manera esquemática, luego en consecuencia evidentemente simplificada:

- El místico es movido en primer lugar por un impulso del amor de Dios que es, en él, la primera forma, la primera expresión del deseo de conocimiento de Dios.

 - El iniciado es movido en primer lugar por el deseo de conocimiento de Dios que es, en él, la primera forma, la primera expresión del amor de Dios.

Con toda seguridad, esta formulación lapidaria es demasiado abrupta, aunque realmente significativa, para definir la naturaleza plenaria del impulso espiritual que caracteriza a aquellos que se comprometen en estos caminos de interioridad y de reencuentro con el Eterno, ya que el amor de Dios supone y entraña que se tenga también el deseo de conocerlo más intensamente, al igual que el deseo de conocimiento de Dios presupone y entraña el amor sincero y atrayente que le ofrecemos a Dios.

En este compromiso de toda una vida, del don total de uno mismo, el amor y el conocimiento son hermanos gemelos monocigóticos. Como sucede en el nacimiento físico, uno precede al otro, según el propio tiempo para cada uno, pero ambos son nacidos del mismo huevo espiritual, se siguen y se unen en su venida al día: la luz del Señor.

 Conclusión

Para terminar, creemos haber dejado claramente establecida la absoluta necesidad de ser cristiano, así como qué entendemos por el término cristiano [y lo más importante, cómo vivirlo], como condición indispensable para ser Masón rectificado, al igual que el Rito Escocés Rectificado constituye una auténtica vía iniciática -siempre y cuando la contemplemos y sigamos a la luz del Evangelio- puesta a nuestra disposición.

 La podemos tomar y utilizar como poderosa herramienta de crecimiento espiritual. También podemos infrautilizarla, sin sacar y obtener todo el provecho que puede ofrecernos.

 Poniendo un ejemplo bien prosaico: un coche fórmula uno puede ser utilizado para ir a buscar el pan, aunque esté concebido como un bólido de carreras. Dependerá de cada uno -del deseo de cada uno para ser más precisos-, pero bueno es saber lo que tenemos entre las manos.

 Espero, Hermanos que estas reflexiones os hayan sido de utilidad.

 Barcelona, el 4 de mayo de 2021

 Raimundus

In Ordine, eques a Voluntatis Fortitudine


Notas:

1 En la plancha o trabajo “MASONERÍA Y RELIGIÓN” del 20 de mayo del 2020, publicada en el blog el 09 de mayo del 2021.

2 En la plancha o trabajo “CRISTIANO Y CRÍSTICO” del 13 de mayo del 2020,. publicada en el blog el 20 de mayo del 2020.

3 Efesios II, 8-9.

4 Santiago II, 26

5 Romanos X, 17

6 Ritual Aprendiz del R.E.R. Regla Masónica, Artículo VII, Punto IV, pág. 130.

7 En la plancha o trabajo “Los peligros del Camino” del 23 de Noviembre de 2019, publicada en el blog el 01 de diciembre del 2019.

8 Ritual Aprendiz del R.E.R., pág. 105.

9 Ibid. págs. 20 y 137.

10 Ibid. pág. 81.

11 Ibid. Regla Masónica, Artículo Primero, II, pág. 126.

12 Ritual Compañero del R.E.R. Resumen de la Regla Masónica, pág. 51.

13 Ritual Maestro Masón del R.E.R. Resumen de la Regla Masónica, pág. 93.

14 https://es.wikipedia.org/wiki/Iniciación

15 René Guénon “Apreciaciones sobre la Iniciación” CS Ediciones 1993, Argentina.

16 Tenemos aquí un claro ejemplo de lo que definimos como cristianismo “cultural”.

17 Joseph de Maîstre, en “LA FRANCMASONERÍA. Memoria inédita al Duque de Brunswick 1782”

Ediciones Masonica.es, Serie Azul, Oviedo 2013, pág. 87.

18 Como Jean-Marc Vivenza o Jean-François Var, que sostienen que el R.E.R. tiene una doctrina propia a la que forzosamente habría que atenerse en defecto de cualquier otra.

19 San Agustín I Retractaciones.

20 San Agustín P.L.

21 En Exhortación Apostólica VITA CONSECRATA, 25 de Marzo de 1996.

22 Juan I, 23.

23 Ritual Aprendiz el R.E.R. “el Evangelio es la Ley del Masón, que debe meditar y seguir sin cesar”, pág. 111.

24 Macario de Egipto, el Viejo o el Grande (ca. 300 - 390) fue un ermitaño egipcio, que es considerado uno de los Padres del Desierto, y es venerado como santo por las Iglesias copta, católica y ortodoxa.

25 Estamos pensando en notables ejemplos de la mística hispana como San Juan de la Cruz o Teresa de Ávila, pero también en otros como Hildegarda de Bingen.

26 Estos se refieren esencialmente al Libro del Génesis: la creación así como sobre la constitución del hombre, su caída y las gracias ofrecidas por Dios para su Salvación o restauración al que era su estado glorioso.

27 Estaríamos hablando aquí del conjunto de textos (rituales de los distintos grados, Instrucciones, etc) que componen el Rito Escocés Rectificado, así como todo el simbolismo presente en los mismos a descifrar, estudiar y reflexionar por parte de cada uno de los interesados.

28 De ahí la importancia y práctica de un cristianismo que no se limite a lo meramente “cultural” sino efectivo, como indicábamos en las primeras páginas, sin el cual la vía de realización espiritual que el Rito Escocés Rectificado propone no tiene ningún sentido.

 

 

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Masonería Cristiana
Ramón Martí Blanco

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