lunes, 28 de junio de 2021

LA VISIÓN DE SANTA BRÍGIDA SOBRE LA SANTÍSIMA TRINIDAD / Santa Brígida de Suecia


                                                              https://es.wikipedia.org/wiki/Br%C3%ADgida_de_Suecia

                                                                                                                                            


De este conjunto de visiones reunidas en la obra Revelaciones de Santa Brígida, hay una muy particular que nos habla de la Santísima Trinidad.

“Y en aquel instante, dice santa Brígida, vi en el cielo una casa de admirable hermosura y magnitud, y en la casa había un púlpito, y en el púlpito un libro.

Y como yo mirase atentamente el mismo púlpito con toda mi consideración mental, mi entendimiento no bastaba para comprender cómo era, ni mi alma podía comprender su hermosura, ni mi lengua expresarla. El aspecto del púlpito era como un rayo del sol, el cual tiene color rojo y blanco, y de resplandeciente oro.

El color de oro era como el sol refulgente, el blanco era tan puro como la nieve, el rojo era como una rosa encarnada; y cada color se veía en el otro (…) no obstante cada cual era distinto del otro y por sí existía, pero en un todo y por todas partes parecían iguales.

Como yo mirase hacia arriba, no pude comprender la longitud ni la latitud del púlpito; y mirando hacia abajo, no pude ver ni comprender lo inmenso de su profundidad, porque todas estas cosan eran incomprensibles para ser consideradas” (Libro 8, Capítulo 7).

Dios explica a Santa Brígida la visión

Como Santa Brígida no comprendía esta visión sobre la Santísima Trinidad, Dios le explicó:

“El púlpito que has visto significa la misma divinidad, a saber: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. El no haber podido tú comprender la longitud, ni la latitud del púlpito, su profundidad ni su altura, significa que en Dios no se puede encontrar principio ni fin; porque Dios es sin principio, y era y será sin fin.

Y el que cada color de los referidos tres colores se veía en el otro, y sin embargo, cada color se distinguía del otro, significa que Dios Padre existe eternamente en el Hijo y en el Espíritu Santo, el Hijo en el Padre y en el Espíritu Santo, y el Espíritu Santo en ambos, con una sola naturaleza verdadera, y distintos en la propiedad de las personas.

El significado de cada color

El color que se veía sanguíneo y rojo significa el Hijo, el cual, dejando ilesa la divinidad, tomó en su persona la naturaleza humana.

El blanco significa el Espiritu Santo, por quien se hace la absolución de los pecados. El color de oro significa el Padre, el cual es principio y perfección de todas las cosas”.

Luego la explicación continuó: “una persona es el Padre, otra el Hijo y otra el Espíritu Santo, aunque una sola naturaleza; y por esto se te muestran tres colores separados y unidos: separados, por la diferencia de las personas, y unidos, por la unidad de naturaleza.

Y como en cada color has visto los demás colores, y no has podido ver un color sin otro, ni en los mismos colores nada que sea antes o después, mayor o menor; igualmente en la Trinidad nada hay antes o después, mayor o menor, dividido o confundido, sino una sola voluntad, una sola eternidad, un solo poder y una sola gloria.

Y aunque el Hijo proceda del Padre, y el Espíritu Santo de ambos, con todo, jamás existió el Padre sin el Hijo y sin el Espíritu Santo, ni el Hijo ni el Espíritu Santo sin el Padre” (Libro 8, Capítulo 7).

¡Santo Dios, Santo fuerte, Santo Inmortal, ten misericordia de nosotros!


Notas:

Brígida Birgersdotter (sueco: Birgitta Birgersdotter) conocida como santa Brígida de Suecia (Heliga Birgitta av Sverige) (Skederid, actual municipio de NorrtäljeUpplandSuecia1303 - Roma23 de julio de 1373), fue una religiosa católica, mística, escritora y teóloga sueca. Fue declarada santa por la Iglesia católica en 1391; es considerada además la santa patrona de Suecia, una de los patronos de Europa y de las viudas.


lunes, 21 de junio de 2021

Libro del orden de caballería; Príncipes y juglares / Ramón Llull

 


https://es.wikipedia.org/wiki/Orden_del_Santo_Sepulcro_de_Jerusal%C3%A9n



Comienza el «Libro del Orden de Caballería»

que compuso el bienaventurado Maestro Raimundo Lulio, Doctor Iluminado y Mártir de Jesucristo, paje que fue y barón del Muy Alto Rey Jaime el Conquistador, y Senescal del Noble Rey Jaime II del Reino de las Mallorcas; libro que fue ofrecido y entregado muy ordenada y sabiamente al Muy Noble Rey y a toda su gran Corte, permitiendo el Maestro que cualquier caballero que desee estar en ordenamiento de caballería lo pueda trasladar para que pueda leerlo con frecuencia, recordando el orden de caballería.

¡Dios, honrado y glorioso, cumplimiento de todo bien!

Con vuestra gracia y bendición comienzo este libro que es del orden de caballería.


Parte primera

En la cual se trata del principio de caballería

1. Disminuyeron la caridad, la lealtad, la justicia y la verdad en el mundo. Y comenzaron la enemistad, la deslealtad, la injuria y la falsedad; y por esto cundió el error y la perturbación en el pueblo de Dios; el cual pueblo había sido ordenado para que Dios sea amado, conocido, honrado, servido y temido por el hombre.

2. Cuando en el mundo cundió el menosprecio de la justicia por disminución de caridad, fue preciso desde un principio que la justicia retornase por su honor, mediante el temor. Por esto fueron hechos milenarios en todo el pueblo, siendo escogido y elegido, entre los mil que formaban el milenario, el que fuese más amable, y más sabio, más leal, más fuerte, de más noble ánimo, de mejor instrucción y de mejores costumbres que los demás.

3. También fue buscada entre todas las bestias la más bella, la más ágil y que con más nobleza pueda sostener el trabajo; pues debía ser la más conveniente para el servicio del hombre. Y porque el caballo es la bestia más noble y más conveniente para el servicio del hombre, fue elegido el caballo entre todas las bestias y fue entregado al hombre elegido entre mil. Y por esto este hombre elegido es llamado caballero.

 4. Cuando se hubo entregado la más noble bestia al hombre más noble, fue también conveniente que se escogieran y eligieran las armas que sean más nobles y más eficaces para combatir y defender al hombre de heridas y de la muerte. Y se entregaron estas armas al caballero, y éste se las apropió.

A quien quiera, pues, entrar en el orden de caballería, le conviene meditar y pensar en sus nobles principios; y conviene que la nobleza de su ánimo y su buena educación concuerden y convengan con el principio de la caballería.

Por esto también es inconveniente que el orden de caballería reciba en sus honras a sus enemigos, o a los que por su modo de ser y de obrar son contrarios a sus principios.

5. El amor y el temor se convienen contra el desamor y el menosprecio; y por esto conviene que el caballero, por la nobleza de su ánimo y buenas costumbres, y por un honor tan alto y tan grande como el que se le ha hecho por elección, por el caballo y las armas, sea amado y temido de las gentes; y que por el amor que recibe, devuelva caridad y ejemplo; y por el temor que causa, devuelva verdad y justicia.

6. El varón, en cuanto tiene más buen sentido y es más inteligente que las hembras, también puede ser mejor que las mujeres. Porque si no fuese tan poderoso para ser bueno como la mujer, seguiríase que bondad y fuerza de naturaleza serían contrarias a bondad de ánimo y buenas obras. Por donde, así como el hombre por su naturaleza, se halla en mejor disposición de tener noble valor y ser más bueno que la hembra; del mismo modo se halla también mejor preparado que la hembra para hacerse malo. Y esto es precisamente para que, por su mayor nobleza y valor, tenga mayor mérito, siendo bueno, que la mujer.

7. Aprende, escudero, lo que habrás de hacer si tomas el orden de caballería; porque si eres caballero, es que recibes la honra y la servitud -24- propias de los amigos de caballería; porque, en cuanto tienes más nobles principios, eres tanto más obligado a ser bueno y agradable a Dios y a las gentes. Y si eres malo, te haces el mayor enemigo de caballería, y resultas lo más contrario a sus principios y a sus honramientos.

8. Tan alto y tan noble es el orden de caballería, que no le basta estar formado de las personas más nobles, y que posea las más nobles bestias y las armas más honradas; porque también ha sido conveniente convertir a estos hombres que forman el orden de caballería en señores de gentes. Y puesto que el señorío tiene tanta nobleza, y la servitud tanto sometimiento, si tú, que tomas orden de caballero, eres vil y malvado, ya puedes pensar en la gran injuria que cometes contra tus vasallos, y también contra tus compañeros buenos. Porque por la vileza en que te hallas, deberías estar sometido; y por la nobleza de los caballeros que son buenos caballeros, tú eres indigno de ser llamado caballero.

9. Para el alto honor que recibe el caballero, aun no bastan la elección, el caballo, las armas y el señorío; porque también conviene que se le den escudero y garzón que le sirvan y se ocupen de las bestias. Y conviene también que las gentes -25- aren y caven y limpien de cizaña a las tierras para que den los frutos de que debe vivir el caballero y sus bestias. Y que el caballero cabalgue y señoree; con lo cual halla bienandanza precisamente en aquellas cosas en que los hombres trabajan tan duramente.

10. Los clérigos tienen ciencia y doctrina para que sepan y puedan amar, conocer y honrar a Dios y a sus obras, dando doctrina a las gentes, y un buen ejemplo en amar y honrar a Dios; y por esto son ordenados en estas cosas; y por eso también aprenden en las escuelas. Y así como los clérigos, por su honesta vida, por buen ejemplo y por ciencia, tienen orden y oficio de inclinar a las gentes hacia la devoción y la buena vida, en tal guisa los caballeros, por nobleza de ánimo y por fuerza de armas mantienen el orden de caballería, inclinando a las gentes a temor; por el cual temen los hombres injuriarse mutuamente los unos a los otros.

11. La ciencia y la escuela del orden de caballería es que el caballero enseñe a su hijo aun joven a cabalgar; porque si desde su adolescencia no aprende a cabalgar, tampoco podrá en su vejez.

Conviene que el hijo del caballero, mientras es escudero, sepa dar el pienso al caballo; y que aprenda a estar sometido, antes de ser señor, sabiendo servir a señor; porque de otra suerte no apreciaría la nobleza cuando fuese caballero.

Por todo esto el caballero debe someter a su hijo a otro caballero, para que aprenda a cortar y guarnecer, y demás cosas que tocan el honor del caballero.

12. Así como el que quiere ser carpintero tiene necesidad de tener maestro carpintero; y aquel que quiere ser zapatero necesita de un maestro que sea zapatero; de la misma manera quien quiera ser caballero, necesita un maestro que sea caballero. Porque, en tal guisa sería inconveniente cosa que el escudero aprendiese el ordenamiento de la caballería de un hombre que no fuese caballero, como lo es que el que quiera ser zapatero tenga por maestro a un carpintero.

13. De la misma manera que los juristas, los médicos y los clérigos adquieren ciencia y tienen libros, con cuya lección aprenden su oficio por magisterio de letras, oyendo a sus maestros; tan alto es y tan honrado el orden de caballero, que no es bastante que al escudero se le enseñe a dar pienso al caballo, a servir a señor, ir con él en hechos de armas, y otras cosas semejantes; sino -27- que también sería muy conveniente cosa que hubiese escuelas y ciencia escrita en los libros, y que fuese enseñado el arte de la misma manera que se enseñan las demás ciencias; y que los niños hijos de caballero aprendiesen desde un principio la ciencia que atañe al orden de caballería; y anduviesen por las tierras con los caballeros.

14. Si no hubiese culpas entre los clérigos y entre los caballeros, aquí bajo apenas se advertirían culpas en las otras gentes; porque por el ejemplo de los clérigos el pueblo adquiere devoción y amor a Dios; y por los caballeros temieran injuriar al prójimo.

De esta suerte, si los clérigos tienen maestros y doctrina, y frecuentan las escuelas, para ser buenos; y existen tantas ciencias que están en doctrina y en letras; se comete una injuria muy grande al orden de caballería cuando no existe, de modo semejante, una ciencia demostrada por letras; y que no se constituya escuela, como se han constituido para enseñanza de las demás ciencias.

Por esto mismo, el que compone este libro, ruega al noble Rey y a toda la Corte reunida en honor de caballería, que este libro dé satisfacción y sea restaurado en el honor el orden de caballería, porque es agradable a Dios.

Continuara...


Acerca del autor

Ramón Llull

Biografía - Ramon Llull - Doctor Iluminado

Fuente Wikipedia



lunes, 14 de junio de 2021

Tened fe en Dios / San Cirilo de Jerusalén

 


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Es una gran suerte, dice la Escritura, encontrar a un hombre que tiene fe (Pr 20,6). No te digo esto para incitarte a abrirme tu corazón, sino para que muestres a Dios el candor de tu fe, a ese Dios que escruta los corazones y conoce los pensamientos de los hombres (Sl 7,10; 93,11). Sí, es una gran cosa un hombre que tiene fe; es más rico que todos los ricos. En efecto, el creyente posee todas las riquezas del universo, puesto que las desprecia y las pone debajo de sus pies. Porque, aunque los que son ricos poseen un montón de cosas en el plano material, ¡qué pobres son espiritualmente! Cuanto más tienen, más se consumen por el deseo de lo que les falta. Por el contrario, y está ahí el colmo de la paradoja, el hombre que tiene fe es rico en el seno mismo de la pobreza, porque sabe que no tiene más necesidades que el comer y el vestir; con ello está contento y pone las riquezas bajo sus pies.

Y no es tan sólo nosotros, los que llevamos el nombre de Cristo, que vivimos un proceso de fe. Todos los hombres, incluso los que están alejados de la Iglesia, viven un proceso semejante. Es por una fe en el porvenir que, gente que no se conocen perfectamente, se contratan en matrimonio;  la agricultura se fundamenta sobre la confianza en que los trabajos realizados van a dar fruto; los marineros ponen su confianza en un delicado esquife de madera… También la mayoría de las empresas humanas se basan sobre un proceso de confianza; todo el mundo cree en estos principios.

Pero hoy las Escrituras os llaman a la verdadera fe y os trazan el verdadero camino que complace a Dios. Es esta fe que, en el libro de Daniel, ha cerrado la boca a los leones (Dn 6,23). Es por “el escudo de la fe, por donde se apagarán las flechas incendiarias del malo” (Ef 6,16)… La fe sostiene a los hombres haciéndoles, incluso, caminar sobre el mar (Mt 14,29). Algunos, como el paralítico, han sido salvados por la fe de los demás (Mt 9,2); la fe de las hermanas de Lázaro ha sido tan fuerte que consiguió hacerle salir de la muerte (jn 11)… La fe dada gratuitamente por el Espíritu Santo sobrepasa todas las fuerzas humanas. Gracias a ella se puede decir a esta montaña: “Trasládate a otra parte” y se trasladará (Mt 17,20).


Notas:

San Cirilo de Jerusalén (313-350)
obispo de Jerusalén, doctor de la Iglesia
Catequesis bautismales, nº 5



domingo, 6 de junio de 2021

El Espejo de la Caballería / Ensayo sobre la espiritualidad caballeresca/ Pascal Gambirasio d’Asseux



PRÓLOGO

2da Parte

“En nombre de Dios, las gentes de armas batallarán y Dios les dará la victoria”

Santa Juana de Arco

 

“Es preciso confiar en Dios como si todo dependiera de Él, y al mismo tiempo, comprometerse con generosidad como si todo dependiera de nosotros.2

Juan Pablo II 


El presente libro, como bien precisa el subtítulo, tiene por único objeto tratar de plantear una aproximación de lo que constituye el alma caballeresca, de lo que le confiere su identidad espiritual en el seno del cristianismo y tipifica pues su modo de plegaria y acción.

Deseamos avanzar en este camino “arriesgado” de la caballería, que a la vez y simultáneamente es un encaminamiento espiritual, a modo de prolongación de nuestra precedente obra dedicada a La vía del blasón. Ya que, no existen verdaderos escudos de armas que no sean -tanto en sus fuentes como en su cumplimiento-, caballerescos en su razón íntima, en su vitalidad y en su significado. De igual modo, no existe alma caballeresca que no tenga en sí, aunque sea velada en sus trazos o simplemente en su sentido interior, blasón que la encarne y realmente, la “nombre”, es decir la designe por su vocación, que no es otra cosa que su ser mismo llamado por el Padre. Alma hermana en el seno de una multitud en la que todos sus miembros son amados y llamados, pero no comparable a ninguna otra.

Situaremos nuestro discurso bajo el patronazgo luminoso de estos grandes modelos de la espiritualidad cristiana y caballeresca que son el rey Luis IX (san Luis) y Juana de Arco, que conjugan misteriosamente la gracia de ser a la vez la Dama perfecta soñada por la caballería y el modelo cumplido del caballero. Ambos ilustran, en el sentido pleno del término, gracias a sus actos, las plegarias y las palabras que la Providencia nos ha conservado de ellos, la naturaleza de esta espiritualidad que construye y anima la caballería, que le confiere una “atmósfera” o modo específico: música interior de la oración que “resuena” en el mundo de la acción en que ella se encarna y actúa.

Solo pueden tratarse de humildes pasos tras tan grandes almas y no está en la capacidad ni así pues en la intención de este libro, el marcar la integralidad de las “huellas” en esta vía mayor de la espiritualidad cristiana. No invitamos por tanto al lector, ni a una exégesis, ni a un curso de historia, sino simplemente a contemplar y a seguir, si tal es la llamada, un camino de vida, en y hacia Dios. Un camino abierto a los “corazones de amor encendidos” como escribía el rey René d’Anjou, otro entre los gentiles15 caballeros de Cristo. Por otra parte, es preciso recordar que, en este orden de cosas, no tenemos el derecho de inventar, sino el deber de transmitir.

La caballería como vía espiritual es perenne.

Desde la Encarnación de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, dicha vía se afirma entre las actitudes del bautizado, de acuerdo a los carismas de cada uno, evocados por san Pablo16.

En estos tiempos de confusión mental y perversidad moral, de discursos manipuladores e hipócritas, de cinismo crepuscular y arrogante, de violencia contra el Espíritu y así pues trágicamente suicidas, el espíritu de la caballería, sin embargo, perdura y mantiene a través de los caballeros actuales las virtudes evangélicas que animaban a los caballeros de antaño.

De hecho, no hay caballeros de antaño y caballeros modernos, ya que el corazón de la caballería es único e intemporal y batía en los bravos pechos de antaño al mismo ritmo y con la misma fuerza que bate en los de nuestro tiempo. El “palenque”, el campo de batalla ha cambiado simplemente de dimensión, incluso de modo (no de naturaleza) pero, precisamente, el carácter espiritual de la caballería no hace sino ponerse más de manifiesto. Y si en estos días tenebrosos que nos ha tocado vivir, su existencia puede parecernos anacrónica, su papel ha de ser precisamente el hacerse presente y resonar, como el Apóstol afirma que hay que proclamar la Palabra del Señor “a tiempo y fuera de tiempo17.

Esta naturaleza caballeresca comporta pues una particularidad, un “estado de espíritu”, que traduce lo que hemos denominado su identidad espiritual. Dicha identidad se refleja en los valores que ella privilegia hasta el punto de hacerse literalmente un solo “cuerpo” (diríamos por nuestra parte más precisamente en este orden de cosas “cuerpo y alma”) con ellos.

Son estos valores o virtudes fundamentales y fundadores del alma caballeresca, que “firman” su carisma propio tanto en el plano de la realización espiritual personal como en el plano de su vocación escatológica ya que: “toda alma que se eleva, eleva al mundo” enseña santa Teresa de Jesús (santa Teresa de Ávila) los que nosotros hemos tratado de evocar.

Las virtudes a que nos estamos refiriendo, de alguna manera, se imponen por sí mismas para aquel que es conocedor de la caballería, sin que ello resulte de una elección arbitraria por nuestra parte. Estamos hablando aquí de las virtudes teologales y cardinales que son -o al menos deberían serlo- la riqueza común a todo cristiano, sea cual sea su encaminamiento específico y que son las únicas que pueden hacer germinar y crecer los carismas de cada uno en la unidad y por el bien del Cuerpo Místico por entero (la Iglesia). Tal es el caso igualmente de las Beatitudes, camino real del cristiano, claves de la santidad.

Estas virtudes constitutivas de la caballería -sello del espíritu caballeresco y así pues de toda nobleza, de su Gesta y de su dimensión interior- son en número de tres que son, como si dijéramos, sus tres corazones o mejor aún las tres caras de un único corazón: proeza, cortesía y honor.

Veremos que estas tres virtudes caballerescas significan mucho más que lo que el lenguaje moderno puede dejar suponer y que el mundo medieval tenía, sobre este punto como en tantos otros, una fineza “de espíritu” que nuestros contemporáneos han perdido desde hace largo tiempo, ya que, en efecto, estas virtudes deben entenderse según su “secreto”, o dicho de otra manera, según su dimensión y amplitud espirituales.

Son justamente estas virtudes las que confieren plenamente y lo más legítimamente la capacidad heráldica, también dicha el derecho (espiritual y moral y no únicamente, ni tampoco “en primer lugar”, jurídico) de llevar blasón.

Hemos dedicado un libro a este particular 18 por lo que no volveremos sobre ello en la presente obra. Permítasenos sin embargo precisar que este lenguaje heráldico propio de la caballería (pero que sabrá ganarse muy rápidamente, desde finales del siglo XII, a la sociedad medieval entera), este lenguaje -repetimos- a la vez significante y poético - podríamos decir su canto si nos concentráramos en el blasonamiento o arte de describir un blasón- es un lenguaje sagrado puesto que habla del y al corazón del hombre: la heráldica, que los Antiguos denominaban “la noble ciencia” o “ciencia heroica”, creación original y que a la vez tiene su origen en el Occidente cristiano.

Estas tres virtudes quedan resumidas, o más bien concentradas, en la divisa tan conocida del gentilhombre: “mi fe en Dios, mi vida al rey, el honor para mí19. Esta triple afirmación, en nuestra opinión, debe explicitarse así:

- La primera corresponde al fundamento metafísico y en consecuencia espiritual de toda vida “noble”. Se trata de su enraizamiento cristiano que determina, justifica e ilumina las dos otras.

- La segunda encarna y anuncia el servicio desinteresado que se desprende del “deber de estado” cumplido en total lucidez de espíritu porque se es consciente de estar así en armonía, en el plano de la acción, con el principio espiritual evocado. Esta segunda frase de la divisa induce, con toda evidencia, a la virtud de la proeza, al igual que implica también, y de manera general, la virtud de la cortesía, entendida entonces en su sentido pleno.

- La tercera, por último, expresa simplemente pero firmemente, en toda su exigencia una de las virtudes mayores de la caballería. Ella es firme, ya que indica que no puede haber verdadera acción caballeresca si no es portadora en sí misma de honor; ella es simple, ya que es humilde bajo esa apariencia de gloria y de soberbia. Es de hecho, el sentimiento de “humilde orgullo” del caballero que sabe “hacer lo que debe”, fielmente, imperturbablemente.

Pero antes de contemplar estas virtudes de frente, es preciso aprender a “ver” y así pues traspasar el misterio 20 del espejo en el que la verdad se revela o se refleja. Es en este sentido desde el que invitamos a comprender la razón del título del presente libro, en directa filiación con el de una de las obras magistrales de Marc de Vulson de La Colombière Le vray théâtre d’honneur et de chevalerie ou le miroir de la noblesse 21 y el de Aelred de Rievaulx22 Le miroir de la charité.

Volveremos sobre ello en el capítulo siguiente. Por lo demás, proeza, cortesía y honor se responden entre sí, precisamente en un “juego de espejos” y se trenzan para formar la trama del alma caballeresca. Por no hablar por otro lado de “la tela de los héroes”.

En efecto, la proeza consiste en cumplir todas las acciones de la vida (militar o civil) con valentía y cuidado del bien común, sin temor a los peligros que ello pueda conllevar. Por otra parte, la proeza no se realiza “por sí misma” ni para la propia gloria del caballero, sino al precio de la abnegación y desinteresadamente.

Entendida y vivida de este modo, la proeza es claramente la marca, el sello y en consecuencia el honor mismo de la caballería, así como signo de la cortesía que le es debida en cumplimiento de estos “altos hechos” a fin de ser y hacerse digno de ella con el fin de hacerla querer, respetar y desear en todas partes donde se halle requerida.

En efecto, la cortesía no se resume al simple cumplimiento o a la buena educación, sino que expresa un real “mantenimiento” del ser, consciente de reconocer en el otro el rostro oculto del Señor, testimoniándole atención y benevolencia en el sentido cristiano; mantenimiento que se caracteriza, de manera general, por la elegancia de vida que traduce un alma distinguida, sin afectación ni amaneramiento sino poniendo de manifiesto la expresión natural de la nobleza del ser. La cortesía se presenta como el signo del honor que se le debe siempre testimoniar al otro en el “encuentro” con él (encuentros de la vida, duraderos o efímeros, justas o combates) y de la proeza de saberse guardar constante y verdadero, sea cual sea este “otro” y las circunstancias del “encuentro”.

En efecto, el honor consiste en no faltar a las exigencias a las que acabamos de referirnos y mantener la palabra de gentilhombre, sea al precio que sea, cuando ésta haya sido dada, ofreciendo únicamente a Dios y a la Virgen sus justas acciones, sin querer apropiárselas por una vana gloria, concediéndose tan solo ese “humilde orgullo”, como lo califica un antiguo texto caballeresco, de haber “hecho lo que se debía”.

Finalmente, el honor pide simplemente realizar las proezas que implican por esencia el estado caballeresco y que siempre se esperan de un caballero. El honor traduce, a través de esta voluntad de nunca defraudar ni derogar, la cortesía debida a ese estado, al igual que se espera y aguarda del caballero que en todas las acciones de la vida, esté “a la altura” de la caballería.


Notas:

15 En la época medieval este término no tenía el mismo significado que tiene hoy y tenía el sentido de “bien nacido”, en referencia al vocablo con que se nombraba a la gente -plural gentes- que en Roma formaban parte de las familias patricias que componían el Senado primero y luego la clase de los caballeros, de donde viene igualmente el nombre de gentilhombre que comportaba y connotaba una generosidad de alma y elevación moral.

16 I Corintios XII, 1-30; y Romanos XII, 3-8.

17 II Timoteo IV, 2.

18 La voie du blason. Lecture spirituelle des armoiries. Segunda edición aumentada. Éditions Télètes, 2012.

19 También: “mi espada al rey, mi alma a Dios, mi honor para mí”, frase atribuida a Blaise de Montluc (entre 1500/1502 y 1577), Mariscal de Francia, armado caballero en 1544 por el conde de Enghien, hermano de Antoine de Bourbon, en el campo de batalla (victoria de Cérisoles, durante las guerras de Italia). Su familia es una rama de la antiquísima familia de Montesquieu a la que pertenecía la madre del célebre d’Artagnan. Escribió Les Commentaires en 1577 (publicados en 1592) que se presentan como sus memorias cubriendo el período de la guerra de Italia con las guerras de Religión.

20 La palabra ‘misterio’ está construida a partir del verbo griego muo (yo cierro los labios, lo que quiere decir, yo sello, yo callo). Sin embargo, cierto número de especialistas refieren más bien el verbo muéo que significa precisamente ‘iniciar en los misterios’. En cualquier caso, está claro que estas raíces griegas connotan la idea de silencio y de sagrado, calificando pues aquello que está más allá de la palabra, del discurso y que no puede expresarse ni sobre todo comprenderse sino es participando uno mismo de este misterio. Lo sagrado resulta de este silencio, no por voluntad humana, sino por su naturaleza misma.

21 París, 1648.

22 Aelred de Rielvaux (1110-1167), monje cisterciense inglés, maestro de novicios y después padre Abad de Rielvaux (Yorkshire), redactó diversos tratados de vida espiritual, entre los cuales Le miroir de la charité y L’amitié spirituelle, ambos reeditados por la abadía de Bellefontaine, colección vida monástica nº 27 de 1992 y nº 30 de 1994, traducción, introducción, notas e índice, para el primero de Charles Dumont, o.c.s.o. y de Sor Gaëtane de Briey, o.c.s.o. y para el segundo, únicamente de Sor Gaëtane de Briey, o.c.s.o.

 

 


Masonería Cristiana


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