Es una gran suerte, dice la Escritura, encontrar
a un hombre que tiene fe (Pr 20,6). No te digo esto para incitarte a abrirme
tu corazón, sino para que muestres a Dios el candor de tu fe, a ese Dios que
escruta los corazones y conoce los pensamientos de los hombres (Sl 7,10;
93,11). Sí, es una gran cosa un hombre que tiene fe; es más rico que todos
los ricos. En efecto, el creyente posee todas las riquezas del universo,
puesto que las desprecia y las pone debajo de sus pies. Porque, aunque los
que son ricos poseen un montón de cosas en el plano material, ¡qué pobres son
espiritualmente! Cuanto más tienen, más se consumen por el deseo de lo que
les falta. Por el contrario, y está ahí el colmo de la paradoja, el hombre
que tiene fe es rico en el seno mismo de la pobreza, porque sabe que no tiene
más necesidades que el comer y el vestir; con ello está contento y pone las
riquezas bajo sus pies. |
Y no es tan sólo nosotros, los que llevamos el
nombre de Cristo, que vivimos un proceso de fe. Todos los hombres, incluso
los que están alejados de la Iglesia, viven un proceso semejante. Es por una
fe en el porvenir que, gente que no se conocen perfectamente, se contratan en
matrimonio; la agricultura se fundamenta sobre la confianza en que
los trabajos realizados van a dar fruto; los marineros ponen su confianza en
un delicado esquife de madera… También la mayoría de las empresas humanas se
basan sobre un proceso de confianza; todo el mundo cree en estos principios. |
Pero hoy las Escrituras os llaman a la verdadera
fe y os trazan el verdadero camino que complace a Dios. Es esta fe que, en el
libro de Daniel, ha cerrado la boca a los leones (Dn 6,23). Es por “el escudo
de la fe, por donde se apagarán las flechas incendiarias del malo” (Ef 6,16)…
La fe sostiene a los hombres haciéndoles, incluso, caminar sobre el mar (Mt
14,29). Algunos, como el paralítico, han sido salvados por la fe de los demás
(Mt 9,2); la fe de las hermanas de Lázaro ha sido tan fuerte que consiguió
hacerle salir de la muerte (jn 11)… La fe dada gratuitamente por el Espíritu
Santo sobrepasa todas las fuerzas humanas. Gracias a ella se puede decir a
esta montaña: “Trasládate a otra parte” y se trasladará (Mt 17,20). |
San Cirilo de Jerusalén (313-350)
obispo de Jerusalén, doctor de la Iglesia
Catequesis bautismales, nº 5
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