Dulcísima y poderosa Dama, ¡oh Virgen María! inmaculada y bendita, Madre de Nuestro Señor Jesucristo por la gracia del Espíritu Santo, hacednos dignos de responder a nuestra vocación según el nombre único y eterno con que el Padre nos ha firmado.
Conceded vuestra maternal protección a nuestros blasones que no son más que su encarnación, revelando nuestro rostro celeste.
Asistida por la corte de ángeles y particularmente por San Miguel
Arcángel, su Jefe, y vuestro más alto y fiel sirviente, orientad, vivificad, y proteged nuestro estado caballeresco a fin que sepamos dar cumplimiento a nuestras armas, transfigurando nuestra alma.
Ayudadnos a alcanzar toda su verdadera belleza y guardad nuestros
corazones en sus caminos de luz en la pureza y la alegría de servir siempre Primero a Dios.
Por la Vida eterna en vuestro divino Hijo, sellad en nosotros el ser y el blasón y ambos a la Orden de la caballería, la cual, bajo los pliegues tutelares del vuestro, nos ha revestido con su manto.
Que nuestro honor sea permanecer fieles y valerosos en esta hueste de la nobleza cristiana, tanto en el cielo como en la tierra.
Luego, en el atardecer de nuestro adviento, cuando plazca al Señor,
aceptad, Santísima Madre, que sea a través vuestro
que devolvamos las luces de nuestros blasones
en la única luz de Dios nuestro Padre.
Amén.
Autor
Pascal Gambirasio d’Aseux
en
“Lumières et Secrets du Blason"
págs 191-192.
Éditions APOPSIS, 2018
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