domingo, 2 de agosto de 2020

Sobre la Oración / Orígenes de Alejandría


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Biblioteca Estatal de Baviera, Clm 17092, f. 130v

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Sobre la oración   
El tratado de Orígenes sobre la oración cristiana

Orígenes nace en el 185 en Alejandría y muere alrededor del 253-254 en Tiro. Escribió este tratado en Cesárea de Palestina, entre el 233 y 234. Se trata por tanto de una obra de madurez, que le permite formular una doctrina elaborada sobre la oración, siempre presente en sus homilías y comentarios exegéticos. Orígenes tituló este tratado Perì euchès (en latín: De oratione; en castellano: Sobre la oración).

El género literario del escrito es la catequesis mistagógica o formación catequética de los neófitos. Con él, Orígenes quiere enseñar a rezar a los que ya son cristianos. El tratado tiene, por tanto, un carácter práctico, cercano a la vida diaria, y da respuesta a algunas objeciones. Como escribe Hamman: «Las anotaciones teológicas que aparecen como digresiones sólo pueden esclarecerse y adquirir toda su significado a la luz de los otros escritos origenianos, que las sitúan en su lugar geométrico» .

Orígenes escribe este tratado a petición de sus discípulos Ambrosio y Taciana (no se sabe si es su mujer o su hermana). Al primero lo había convertido del gnosticismo valentiniano a la verdadera fe, y desde entonces fue siempre un gran bienhechor suyo, pues le pagaba los taquígrafos y los copistas (era lo que hoy se llama un «mecenas»). Entre otras cosas, en esta obra Orígenes responde a las objeciones de Ambrosio sobre la eficacia de la oración. Termina el libro diciendo a Ambrosio y Taciana que desea escribir otro tratado sobre la oración más amplia y profunda que éste. Este deseo nunca pudo ser realizado.

INTRODUCCIÓN

1-De lo imposible a lo real Hay cosas que por ser tan elevadas no están al alcance del hombre; nuestra naturaleza racional y perecedera no las puede comprender. Pero las conseguimos gracias a la infinita bondad de Dios que nos las prodiga por los méritos de Jesucristo y la cooperación del Espíritu. Realmente es imposible a la naturaleza humana poseer la sabiduría de aquel por quien todo fue hecho, como dice David: «Has hecho con sabiduría todas tus obras» (Sal.104, 24). Lo imposible se hace posible por mediación de Jesucristo, nuestro Señor, «al cual hizo Dios para nosotros sabiduría, justicia, santificación y redención» (1 Cor.1, 30). «¿Qué hombre, en efecto, podrá conocer la voluntad de Dios? ¿Quién podrá hacerse idea de lo que el Señor quiere? Los pensamientos de los mortales son tímidos e inseguros las ideas que nos formamos, pues el cuerpo corruptible hace pesada el alma y esta tienda de tierra aprisiona al espíritu fecundo en pensamientos. Trabajosamente conjeturamos lo que hay sobre la tierra y con fatiga, hallamos lo que está a nuestro alcance. ¿Quién ha podido rastrear cuanto contienen los cielos?» (Sap.9, 1316). ¿Quién negará que el hombre es incapaz de descubrir lo que hay en el cielo? Sin embargo, tal imposibilidad se hace posible por la “sobreabundante” gracia de Dios» (2 Cor.9, 14). Probablemente aquel que fue arrebatado al tercer cielo observó lo que hay en los tres cielos, pues «oyó palabras inefables que el hombre no puede pronunciar» (2Cor.12, 4).¿Quién se atreverá a decir que el hombre conoce los designios del Señor? Pues aún esto mismo Dios lo concede por medio de Cristo. El dice: «No os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos porque todo lo que oído a mi Padre os lo he dado a conocer» (Jn.15, 15). Les da a conocer cuando son siervos la voluntad de aquel que no actúa más como señor sino como amigo de los que antes era señor. «En efecto, ¿qué hombre conoce lo íntimo del hombre sino el espíritu del hombre que está en él? Del mismo modo nadie conoce lo íntimo de Dios sino el Espíritu de Dios» (1 Cor.2, 11).Si nadie más que el Espíritu de Dios conoce los pensamientos de Dios, es imposible que el hombre conozca los pensamientos de Dios. Pero mira cómo ahora viene a ser posible. «Nosotros, dice, no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios, para conocer las gracias que Dios nos ha otorgado, de las cuales también hablamos, no con palabras aprendidas de sabiduría humana sino del mismo Espíritu» (1 Cor.2, 1213)

2- Objeto y modo de la oración. Con la gracia de Dios

1. Ahora, piadosisimo y muy trabajador Ambrosio, tú con la honradísima y varonil Taciana, liberada ya como Sara (Gen.18,11) de las femineidades, quizás os extrañéis de que cuando me propuse el tema de la oración comencé hablando de las cosas que son imposibles para el hombre pero que la gracia de Dios hace posibles. Efectivamente, convencido de mis limitaciones, una de esas cosas imposibles es presentar en forma precisa y digna un tratado sobre la oración: qué y cómo se ha de orar, qué decir a Dios en la oración, cuál sea el mejor tiempo para ella... Sabemos que Pablo hablaba con modestia de la grandeza de las revelaciones que él experimentó; temía, dice, que «alguien se forme de mi una idea superior a lo que en mí ve u oye de mí» (2 Cor.12, 6). Confiesa que no sabe orar «como se debe». Dice: «Pues nosotros no sabemos orar como conviene» (Rom.8, 26). Es preciso, pues, no sólo orar sino orar como es debido y pedir lo que conviene. Sería deficiente nuestro esfuerzo por entender lo que debemos o pedir si nuestra oración no se hace como es debido. Asimismo, ¿de qué nos sirve orar «como es debido» si no sabemos qué pedir?

2. Forma lo primero, es decir, el qué debemos pedir, el contenido de la oración; el cómo se refiere a la disposición del que ora. Las frases siguientes se refieren al contenido de la oración: «Pedid cosas grandes y las pequeñas se os darán por añadidura; pedid por los que os maltratan» (Lc.6, 28). «Rogad al Señor de la mies que envíe obreros a su campo» (Mt.9, 38; Lc.10, 2).«Orad para no caer en la tentación» (Lc.22, 40; Mt.26, 41; Mr.14, 38). «Orad para que vuestra huida no sea en invierno ni en el día de sábado» (Mt.24, 20; Mr.13, 8). «Y al orar no charléis mucho, como los gentiles que se figuran que por su palabrería van a ser escuchados» (Mt.6, 7). Podrían aducirse más frases semejantes. Lo siguiente se refiere al cómo, o modo de orar: «Quiero que los hombres oren en todo lugar elevando hacia el cielo manos piadosas, sin ira ni discusiones. Lo mismo las mujeres: que vistan decorosamente, preparadas con pudor y maestría, no con trenzas ni con oro o perlas o vestidos costosos sino con buenas obras, cual conviene a mujeres que hacen profesión de piedad» (1 Tim.2, 810). El siguiente pasaje también nos enseña cómo orar: «Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas de que un hermano tuyo tiene algo que reprocharte, deja tu ofrenda allí delante del altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano. Luego vuelves y presentas la ofrenda» (Mt.5, 2324) ¿Podrá el hombre presentar a Dios una ofrenda mejor que la plegaria del suave olor, que brota de la conciencia, limpia ya del sucio olor de pecado? Otro ejemplo de cómo orar es éste: «No os neguéis el uno al otro sino de mutuo acuerdo por cierto tiempo, para daros a la oración; luego volved a estar juntos, para que Satanás no os tiente por vuestra incontinencia» (1 Cor.7, 5). Esto significa que «como es debido» no se logra sino cuando el misterio matrimonial, que ha de ser considerado con todo respeto, se realiza santamente, con reflexión y temperancia. La armonía del texto evita las desavenencias pasionales, acaba con la incontinencia y priva a Satanás de gozarse en nuestro mal. 
Como los anteriores pasajes, también el siguiente nos enseña el modo de orar: «Cuando os pongáis de pie para orar, perdonad, si tenéis algo contra alguno» (Mr.11, 25). En Pablo hallamos: «Todo hombre que ora o profetiza con la cabeza cubierta afrenta a su cabeza, y todo mujer que ora profetiza con la cabeza descubierta afrenta a su cabeza (1 Cor.11, 45). De este modo queda dicho «cómo orar».
3 Pablo conocía todos los dichos y muchos más de la ley y de los profetas, y de la plenitud del evangelio; podría explicarlos hábilmente entretejiendo su interpretación. Habla con estilo cuidadosamente elaborado y veraz, pues reconoce, a pesar de su buen entender, lo poco que sabe sobre el objeto de la oración y cómo se ha de orar. Añade: «No sabemos qué pedir ni cómo hemos de orar», pero indica que esa ignorancia le será perfeccionada a la persona merecedora de tal complemento. Por eso dice: «El Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos pedir como conviene, mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inenarrables, y el que escruta las razones conoce cuál es la aspiración del Espíritu, y que su intercesión en favor de los santos es según Dios» (Rom.8, 2627). En el corazón, de los escogidos, el Espíritu clama: «Abba, Padre» (Gal.4, 6). Conoce muy bien nuestros gemidos en la tienda del cuerpo, suspiros de abatimiento por haber caído en pecado. «Intercede ante Dios con gemidos inenarrables» pues, por el amor misericordioso que tiene a la humanidad, hace suyos nuestros gemidos. Con su sabiduría ve «nuestra alma hundida en el polvo» (Sal.44, 26) y prisionera en este «miserable cuerpo» (Flp.3, 21). «Intercede de modo especial ante Dios» no con súplicas corrientes sino con «gemidos inefables, que el hombre no puede pronunciar» (2 Cor.12, 4). Y no se contenta el Espíritu con interceder ante Dios sino que intensifica su petición «con especial ahínco». Creo que esto lo hace por aquellos que superan con generosidad las dificultades, como dice san Pablo: «Pero en todo salimos vencedores gracias a aquel que nos amó» (Rom.8, 37). También por los gloriosos vencedores, no sólo por los que a veces son vencidos.

4. «Oraré con el espíritu, pero oraré también con la mente; cantaré salmos con el espíritu pero también los cantaré con la mente» (1 Cor.14, 15). Frase que va de par con ésta: «Pues nosotros no sabemos pedir como conviene, más el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inenarrables» (Rom.8, 26). Porque nuestra mente no sería capaz de orar si no fuese secundando al Espíritu ni podríamos cantar salmos al Padre en Cristo con perfecto ritmo, melodía, medida y armonía, si «el Espíritu que todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios» (1 Cor.2, 10) no alabase antes y cantase a aquél cuyas profundidades el mismo Espíritu ha penetrado y entendido en cuanto es posible. Me parece que uno de los discípulos de Jesús era consciente de que la debilidad humana está lejos de conocer cómo se ha de orar. Cuando se dio cuenta de ello, oyendo las sabias y poderosas palabras con que el salvador se dirigía al Padre en la oración, concluida ésta, el discípulo se acercó al Señor y le dijo: «Señor, enséñanos a orar como Juan enseñó a sus discípulos». El contexto dice así: «Estando él orando en cierto lugar, cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos: «Maestro, enséñanos a orar como enseñó Juan a sus discípulos» (Lc.11, 1).

Podemos concluir que un hombre educado en la ley, y que había oído las palabras de los profetas asistiendo fielmente a la sinagoga no tenía idea de cómo orar hasta que vio al Señor «orando en cierto lugar». Tal afirmación sería necedad. El oraba según la costumbre de los judíos, pero vio que necesitaba saber mejor cómo orar. ¿Qué había enseñado Juan a sus discípulos sobre la oración cuando acudían a él de Jerusalén, de Judea y de las regiones cercanas para ser bautizados (Mt. 3, 56)? Él, por ser más que un profeta (Mt. 2, 9) entendió mejor ciertos temas de oración. Parece ser que lo había enseñado a sus discípulos, aunque no a todos los que bautizaba sino a los que le seguían como discípulos.

5. Como esas oraciones eran verdaderamente espirituales, porque el Espíritu oraba en el corazón de los santos, fueron escritas llenas de secretas y maravillosas enseñanzas. Hallamos en el primer libro de Samuel parte de la oración de Ana, porque «cuando ella prolongaba su oración ante el Señor» hablaba «en su corazón» (1 Sam 1, 1113). No toda su oración fue puesta por escrito. El salmo 7 lleva por título «Oración de David» y el 90 «Oración de Moisés»; el 102 «Oración del afligido que en la angustia derrama su llanto ante el Señor». Estas oraciones por ser plegarias verdaderamente inspiradas y pronunciadas por el Espíritu están también impregnadas de enseñanzas de la sabiduría de Dios, de manera que podríamos decir de su contenido: «Comprenda estas cosas el sabio, el inteligente las entienda» (Os.14, 10).

6. Hacer un tratado de oración es tarea tan noble que requiere luces del Padre, que nos lo enseñe su Hijo primogénito y que el Espíritu nos capacite para entender y hablar con rectitud sobre tema tan elevado. Por eso yo, mero hombre, que no me precio de particulares luces sobre la oración, pienso que es justo invocar al Espíritu antes de comenzar este tratado sobre la oración a fin de que me sea dado pleno entendimiento y comprenda con claridad las oraciones contenidas en los Evangelios. Así, pues, comencemos el tratado sobre la oración.

Continuará...

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