lunes, 27 de julio de 2020

La Orden de la Estricta Observancia / Eduardo Callaey


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Los Maestros Escoceses y la Orden de la Estricta Observancia
La Restauración Templaría y La Orden de la Estricta Observancia

Nota: por lo extenso del articulo se presentara en dos partes.

2da Parte


La condena papal
La condena papal jamás se aplicó en Francia. En esa época ninguna decisión de Roma tenía efecto en el reino si no era sancionada por el parlamento. Fleury, por razones que permanecen oscuras, nunca transmitió la bula In Eminenti a los parlamentarios. Sin embargo, detrás de esta actitud parece moverse una sórdida trama de intereses y lealtades que culminarán en una sucesión de tragedias.
Hacia 1738 todo el alto mando masónico francés estaba en manos de los “escoceses”más puros: Ramsay, Macleane y Radcliffe encabezaban los poderosos capítulos de “Maestros Escoceses” que concitaban todo el estado mayor jacobita y buena parte de los pares de Francia. Luis XV tenía conciencia cabal del compromiso de su reino con la causa de Escocia.

Ramsay le envía al rey un claro mensaje cuando dice en su “discurso” que fueron los escoceses los que conservaron la herencia espiritual e iniciática de las cruzadas y que los reyes de Francia supieron siempre reconocerles su valor confiándoles su guardia personal. “Esta idea –afirma Kervella- carecía de originalidad pero era rigurosamente cierta, pues en los últimos dos siglos una galería de escoceses ilustres, grandes capitanes, príncipes, señores, magistrados y oficiales de la corona había prestado servicios a los monarcas franceses sirviéndolos con intachable lealtad”. ¿Qué haría el rey, ante las presiones de Roma, con estos leales jacobitas que, enrolados masivamente en la francmasonería, no sólo la controlaban sino que daban muestras del más ferviente ardor cristiano?

Para colmo, Fleury acababa de recibir un mensaje por intermedio de lord Sempill, enviado del mismísimo Jacobo III. Se trataba de un documento firmado por siete jefes de clanes, reunidos secretamente en Escocia, en el que aseguraban a Luis XV que “los escoceses modernos son los verdaderos descendientes de aquellos que tuvieron el honor de contarse durante siglos como los más fieles aliados de los reyes de Francia, sus predecesores”. Allí estaban las firmas de James Drummond, 3º duque de Perth, de su tío Jean Drummond; Simón Frases de Lovat; Lord Linton, poco después conde de Traquaire; Donald Cameron, barón de Lochiel; William Mac Gregor, barón de Balhaldies y Jacques Campbell, barón de Achim-Breck.[4]

Sin dudas se trataba de una encrucijada para Luis XV.

Una vez más, los francmasones tomaron la iniciativa y nombraron Gran Maestre a un francés: Louis Pardaillan de Gondrin, duque d’Antin. La ceremonia se llevó a cabo el 24 de junio, día de San Juan, en el castillo de Aubigny (Pas de Calais) y fue presidida por el duque de Richmond. Pero esta vez la elección se había decidido sin el consentimiento de la Gran Logia de Londres, en donde la noticia cayó como un balde de agua fría; es muy probable que la cúpula jacobita de la masonería francesa pautara la elección del duque d’Antín con el propio Fleury[5].

Lo cierto es que el año 1738 marca la fecha en que la francmasonería francesa se independizó definitivamente de la tutela inglesa e instaló solemnemente a un Gran Maestro de la Masonería del Reino de Francia. El duque d’Antin contaba al menos con un antecedente: Había sucedido a Jules Hardouin-Mansard -uno de los grandes arquitectos del Palacio de Versalles- en el cargo de “Superintendente de Construcciones”.
En cuanto al rey, prefirió no darle importancia al asunto. En una nota dirigida al embajador de Roma, Saint-Aignam, justificó de este modo su actitud: “…La bula que el papa ha dado contra los francmasones no bastará probablemente para abolir esta cofradía, sobre todo si no existe otro castigo que el temor a la excomunión. La Corte de Roma ha aplicado tan a menudo esta pena que ella es hoy día poco eficaz para reprimir. Esta sociedad había comenzado a hacer algunos progresos aquí. El rey le hizo saber que le disgustaba y desapareció…”

Ramsay murió el 6 de mayo de 1743 en Saint-Germain-en-Laye. Para entonces su misión estaba cumplida. El complejo sistema diseñado por los francmasones “escoceses” se había establecido con fuerza, lejos de la tutela inglesa y al amparo de las iras de la Iglesia, cada vez más convencida del peligro que se cernía sobre ella. Paradójicamente, el triunfo de Ramsay había cerrado el paso a Voltaire y a los elementos más anti romanos de la Orden, construyendo una masonería pro católica, en modo alguno hostil a la monarquía. Pero en Roma persistía la certeza de que esta masonería, que anclaba su poder en la aristocracia, era más peligrosa aún que la de los rústicos artesanos que habían conformado las antiguas corporaciones de oficios.

4.- El clero regular y la masonería de los “Altos Grados

La numerosa presencia de eclesiásticos en la francmasonería del siglo XVIII sigue siendo un hecho significativo, sobre el que mucho se ha discutido. Los masones han explotado este dato al atribuirlo al carácter “tolerante” y universalista que reinaba en las logias, mientras que los príncipes de la Iglesia han preferido buscar sus causas en la debilidad de ciertos sacerdotes, la situación de crisis que vivía la iglesia francesa, el galicanismo y hasta cierta ingenuidad del clero ilustrado que buscaba en las logias un ámbito de expresión para las modas filosóficas de la época.

El fenómeno estaba tan difundido que, pese a los intentos por minimizarlo, no ha podido ser soslayado; Berthelot, Charles Ledré, Maurice Colinon y muchos otros autores católicos han ensayado las más diversas conjeturas. Pocos se han tomado el trabajo de comprender este fenómeno complejo. Se han confeccionado extensas listas de clérigos masones; en algunos casos como resultado de la frenética caza de traidores por parte del clero ultramontano: ¡Señalemos a los malos sacerdotes que se han aliado al enemigo más feroz de la Iglesia!

Otros han comprendido que el fenómeno era mucho más inquietante. Ferrer Benimelli -uno de los más prestigiosos investigadores de la historia de la francmasonería- ha publicado una lista de más de tres mil religiosos afiliados a las logias. Se sabe que en el siglo XVIII muchas estaban conformadas por gente del clero; que en numerosos casos eran conducidas por ellos y que los más insospechados monasterios eran activos centros masónicos.

Es cierto que no puede atribuirse la totalidad del fenómeno a la sintonía del clero con los católicos jacobitas. Sin embargo es en este vínculo donde se percibe la mayor presencia del clero regular. El monasticismo del siglo XVIII comulgó con la causa jacobita y dejó su impronta en la francmasonería de los altos grados, introduciendo muchos de los elementos centrales de los rituales “filosóficos” con base templaria que aun hoy se practican.

Del mismo modo que los benedictinos del Imperio Carolingio establecieron las bases alegóricas del simbolismo masónico operativo, el clero regular del siglo XVIII proveyó de contenido a los altos grados, intervino en la conformación de la leyenda del tercer grado y mantuvo un alto contenido católico en los sistemas desarrollados en torno a la metáfora templaria.

Benedictinos, agustinos, franciscanos y jesuitas conformaron un sólido conjunto dentro de las logias y marcaron el perfil espiritual de la nueva caballería templaria. El desarrollo “filosófico” que daría nacimiento a los sistemas y ritos masónicos de la segunda mitad del siglo no puede comprenderse sin su presencia y su aporte. Ya en la década de 1730 -época coincidente con la creciente penetración jacobita en las logias francesas- podemos encontrar manifestaciones tempranas de esta alianza.

A principios de la década, el regimiento de Fitz James, estacionado en Poitiers, estableció relaciones con la nobleza local, adquiriendo numerosos prosélitos a la causa jacobita. Entre ellos se destaca Rene de Pigis, abad comandatario de la abadía benedictina de Quincay desde 1718. En 1750 el abad de Pigis recibe poderes para abrir allí un Capítulo de los “caballeros elegidos”; Lo secundan Charles Gaebier, canónigo de la iglesia de Sta. Radagonde, el abad Pierre-Francoise Fummé, prior de la misma iglesia y otros altos señores con cargos civiles de Jerarquía.

Por la misma época, monseñor Conan de Saint Luc denuncia la presencia de frailes en la logia de Quimper, pero estos obtienen la rápida protección del arzobispo de Tours.[6] Hecho similar ocurre con el obispo de Marsella en 1737 cuando denuncia ante el intendente de Provenza la pretensión del Marquéz de Calvière, venerable de Avignon de fundar una logia en la ciudad de los papas!

Los monasterios de Guise y de Troyes se convirtieron en importantes capítulos masónicos, a los que podría sumarse una larga lista de logias en las que el clero regular –en especial los benedictinos- tenía la conducción[7]. Pero el dato más sorprendente es que en la propia abadía de Clervaux –la misma en la que San Bernardo redactara la Regla Templaria- funcionó, durante muchos años, uno de los centros masónicos más importantes de Francia. También es un hecho constatado que el clero regular belga se incorporó en masa a la masonería en el siglo XVIII, con la aprobación de algunos de sus obispos.[8]

Ante estos antecedentes resulta pueril sostener que se trataba solo de “ovejas descarriadas”. Tan pueril como creer que la francmasonería fuese capaz de atraer la atención del clero regular sólo por la seducción de sus principios y su condición de “elite” en tiempos de la Ilustración.

Por el contrario, la incorporación del clero regular a las logias debe haber constituido un objetivo de las logias estuardistas que –a causa de su tradición escocesa-mantenían desde hacía siglos la presencia de capellanes en sus estructuras masónicas y conocían el antiguo vínculo entre las logias operativas y las logias cluniacenses, cuya tradición habían heredado. Su Logia Madre de Kilwining era –de hecho- una logia de constructores benedictinos.

Oswald Wirth reconoce esta proximidad cuando afirma que no sólo “...la masonería francesa del siglo XVIII no era de ninguna manera hostil al catolicismo ni discutía ninguna cuestión de dogma dejando a cada cual sus creencias...” sino que “...Todo sacerdote era considerado sagrado, cuya ordenación correspondía según las ideas de la época, a la suprema iniciación...” y agrega: “En estas condiciones más de un eclesiástico reunió en sí las dignidades de la Iglesia con aquellas de la Masonería, y se encontraba esto muy natural...”[9]

Todo lleva a pensar que el clero regular fue el responsable de introducir gran parte de las doctrinas del grado de “Maestro”, y de los distintos grados de “Elegidos”. A su vez, el sincretismo de estas doctrinas surgidas de los monasterios con las corrientes rosacruces y herméticas -que se venían desarrollando en el seno de las logias desde el siglo XVII- dieron por resultado el conjunto de ritos filosóficos y místicos que constituyeron la característica principal de la masonería del siglo XVIII.

Esto explica por qué razón el anticlericalismo de la masonería del siglo XIX cargó con tanta vehemencia contra Ramsay y los “Altos Grados”, descalificándolo con un desprecio inaudito.

Findel lo define como un fabulador cuya “peligrosa innovación ha persistido a pesar de la perseverante oposición de todos los buenos masones...” y el Diccionario Enciclopédico de la Francmasonería lo incluye entre los masones ilustres, pero lo acusa de ser “...el primero que rompió la unidad del primitivo simbolismo, creando el sistema supermasónico de los altos grados, e inventando la fábula jesuítica templaria que les sirve de base...”

Los altos grados –decía el historiador G. Martin- nacieron de esa necesidad de sublimar la francmasonería y despojarla del aspecto profesional que chocaba a los caballeros, hombres para quien el trabajo manual representaba, desde hacía siglos, una mancha indeleble para cualquier blasón...” Pese a estas diatribas desmedidas, hay muchos indicios que indican que el grado de maestro –y no sólo los “Altos Grados”- fue creado por los escoceses con una fuerte influencia monástica.

5.- El nacimiento de la Estricta Observancia Templaria

Los esfuerzos de Ramsay y de la francmasonería jacobita alcanzaron éxitos insospechados. Pese a que en su discurso sólo hace mención a los cruzados, la imagen de los caballeros templarios fue inmediatamente asociada y convertida en el eje de muchos de los rituales desarrollados entre los “Elegidos”. Los “Altos Grados” proliferaron con rapidez y muy pronto las principales ciudades de Francia poseyeron sus “capítulos” y sus “logias de perfección”.

Pero los líderes escoceses preparaban un plan general que reinstaurara la Orden del Temple en Europa. Pese al éxito obtenido por Ramsay y el desarrollo de los capítulos, esta nueva caballería pretendía organizarse en una verdadera Orden llamada a controlar la francmasonería y -justo es decirlo- servirse de ella.

La tarea demandó un tiempo; probablemente el necesario para la selección de aquellos hombres que podrían llevar a cabo tan ambicioso plan. Durante algunos años, el alto mando escocés desarrolló la idea de un “Imperio Transnacional” que superase las divisiones provocadas por los cismas religiosos y las vicisitudes políticas de Europa. Esta idea debía incluir una estructura moral que rigiese la vida de los estados seculares, imbuidos del ideal masónico de paz, fraternidad, tolerancia, virtud y progreso.[10]
Se necesitaba un hombre especial, un espíritu a la vez justo y audaz, en alguna medida ingenuo, convencido de la existencia de una tradición sólo accesible a ciertos iniciados; que fuese lo suficientemente dócil para aceptar ser controlado por los jacobitas pero tan intrépido como para concitar la lealtad de nobles y príncipes. ¿Dónde encontrarlo?

En 1742 Francfort se había convertido en un hervidero de jóvenes aristócratas atraídos por la pompa de la consagración de Carlos VII. Hacia allí convergían cuerpos militares con sus logias, acompañando a las grandes embajadas de los estados europeos e infinidad de caballeros y gentiles hombres que no querían perderse tan magnífico evento.

La más numerosa y ostentosa de las embajadas, era, sin dudas, la del mariscal Belle-Isle, representante de Luis XV, enviado a la inminente coronación de Carlos. Entre los hombres que acompañaban a Belle-Isle abundaban los elementos francmasones jacobitas, algunos de alto nivel como es el caso de La Tierce –redactor de las constituciones masónicas francesas de 1742 que incluirían en el prefacio al discurso de Ramsay- sobre quien volveremos más tarde.

Marqués de Belle-Islle

Algunos de estos caballeros que acompañaban al mariscal, se apresuraron a conformar una logia en Francfort en la que fueron iniciados numerosos aristócratas alemanes. Uno de ellos, el barón Carl-Gotthelf von Hund, señor de Altengrotkau y de Lipse, llevaría a cabo el plan de los jacobitas y constituiría el movimiento masónico-templario de más vasto alcance en la historia moderna.

Tenía apenas veintiún años, pero este gentilhombre de cierta fortuna, nacido en la Lucase, demostraría estar a la altura de la enorme exigencia a la que sería sometido por sus “Superiores Ignorados”.

Coinciden las fuentes en que un año después de su iniciación en Francfort viajó a París, donde permaneció algunos meses. Se lo introdujo rápidamente en la masonería capitular y pronto estuvo en posesión de los secretos de los “Altos Grados”. Abrazó de inmediato el pensamiento de Ramsay “que todo verdadero masón es un caballero templario”.

Fue convocado entonces -según él mismo referiría años más tarde- a un conclave secreto al más alto nivel de la masonería jacobita. Allí, lord William Kilmarnock y lord Cliffords, en presencia de otro misterioso personaje -al que Hund nunca se refirió con otro nombre que el de “Caballero de la pluma roja”- fue hecho “Caballero Templario”.

En la misma reunión le fue impuesto un nombre de guerra con el que sería reconocido en adelante –eques ab ense (caballero de la espada)- y se le comunicó la historia secreta de la supervivencia templaria en Escocia. En efecto, estos hombres explicaron a von Hund el modo en que la Orden del Temple había mantenido en secreto su existencia, estableciéndose en Escocia desde las remotas épocas de la persecución. En rigor, la versión coincidía con el relato de Ramsay, pero esta vez los escoceses habían sido más explícitos en el carácter “templario” de los refugiados. Se le dijo también que la nómina de los Grandes Maestres sucedidos desde entonces había permanecido igualmente secreta, así como el nombre de los actuales jefes a los que se los denominaba con el sugerente nombre de “Superiores Ignorados”. Nadie podía conocer la identidad de los jefes vivos ni del actual Gran Maestre. Podrá el lector imaginarse fácilmente cuánto sería explotada en adelante esta cuestión de los “superiores desconocidos”. Pero volvamos a nuestro relato.
Hund recibió una “patente” de Gran Maestre de la sétima provincia del Temple, que era Alemania, e instrucciones precisas acerca de su misión: Restablecer la Orden en sus antiguas provincias, reclutar sus caballeros entre los elementos más nobles de la francmasonería capitular y proveer el financiamiento económico de toda la nueva estructura templaria.

Todo esto fue tomado muy en serio por Hund, que se abocó de inmediato a la tarea. A cambio sólo recibió de sus superiores ignorados el compromiso de mantenerse en contacto epistolar, mediante el que recibiría futuras instrucciones.

Regresó de inmediato a Alemania y comenzó a trabajar en secreto con un selecto grupo de hermanos suyos a los que nombró “caballeros” en base al modelo de Estatutos que él calificaba de “originales. Se abocó a redactar los nuevos rituales de la Orden –probablemente inspirado en la Historia Templariorum, publicada por Gürtler en 1703- y trazó un ambicioso plan que incluía un esquema financiero mediante audaces operaciones comerciales, cuyas rentas, otorgaron a la Orden un creciente poder económico. Para Hund este no era más que el paso previo para la recuperación de las antiguas posesiones del Temple.

En 1751 fundó en Kittlitz la logia “las Tres Columnas” que muy pronto tomo contacto y se asoció con la logia de Naumborg. Le dio a su Orden el nombre de “Estricta Observancia Templaria” en referencia al absoluto secreto que debían mantener sus afiliados y a la idea de vasallaje, tomada de las prácticas feudales de la Alta Edad Media. Logró, en pocos años, que catorce príncipes reinantes en Europa le juraran obediencia. Los templarios de Hund se expandieron de tal forma que logró controlar los cuadros más prominentes de la francmasonería europea. Sólo en Alemania veintiséis nobles llegaron a pertenecer a la Orden de la Estricta Observancia, entre ellos el duque de Brunswik, que lo sucedería al frete de la Orden. Nunca antes ni después se asistiría a una restauración tan profunda del Temple.

El espíritu caballeresco de la Edad Media encontró en la nueva Orden su expresión más pura. En el aspecto externo, la Estricta Observancia se caracterizó por un retorno a la antigua liturgia: Armaduras y atuendos principescos, banquetes refinados de estilo medieval, ceremonias complejas rodeadas de pompa en los antiguos castillos y una amplia jerarquía de títulos y honores que la convertían en una organización rígida y piramidal. A juzgar por el tenor de sus integrantes y de la férrea práctica de los estatutos y las reglas, puede afirmarse que esta Orden pudo haber llegado a constituir un factor político y militar de peligroso pronóstico.

Pero el aspecto interno no parece haber tenido un correlato similar. No se conoce, o al menos no ha llegado a nosotros, un legado propio en cuanto a su filosofía y a su desarrollo intelectual. La época coincidió con un verdadero auge del hermetismo y la alquimia, sumados a un fuerte revaloración del mundo antiguo que ya anticipaba la “fiebre arqueológica” de los alemanes del siglo XIX. Las bases operativas de la Estricta Observancia se constituyeron en laboratorios donde los aristócratas se apasionaron por el estudio de la naturaleza oculta de los elementos.

Sin embargo, insistiremos en un concepto fundamental a la hora de evaluar los acontecimientos posteriores: La Estricta Observancia, también denominada Reformada de Dresde –puesto que el sistema había sido en principio adoptado por las logias de Unwürden y Dresde- “...pretendía ser, no ya la heredera, sino ir mucho más allá y reinstaurar la Orden del Temple, abolida en 1312...”[11] Diremos también que los problemas de Hund comenzaron cuando debió justificar frente a sus hermanos la veracidad de aquel mandato y la existencia de los Superiores Desconocidos.

En 1763, un supuesto dirigente de la Orden, de origen alemán pero que se hacía pasar por inglés con el nombre de Johnson, irrumpió en la escena y afirmó ante los jefes de la Estricta Observancia que era un enviado del Capítulo de Old Aberdeen, supuesto asiento de los Superiores Desconocidos. En principio logró engañar a los desprevenidos -incluido el propio Hund- y hasta se animó a ordenar la quema de gran parte de la documentación de la Gran Logia de los Tres Globos de Berlín, por considerarla propia de una falsa masonería.

Mientras esta situación causaba sorpresa y preocupación entre los caballeros, Johnson convocó a un Capítulo en 1764 en el que anunció que sólo él podría en adelante crear caballeros y que estaba en posesión de poderes conferidos por superiores desconocidos de Escocia y Oriente. La situación era complicada para el barón Hund, puesto que no podía contradecir sino apoyar las afirmaciones de Johnson en cuanto al origen templario de la misma y la existencia de los supuestos superiores desconocidos. Pero no podía tolerar que nadie más que él, que era el Gran Maestre de la Orden en Alemania, pudiera disponer de la facultad para conferir grados superiores.

Se produjo un giro inesperado en los acontecimientos. Hund decidió hacer pública la existencia de la Orden, invitando a todos los francmasones a reconocer la legitimidad de su sistema y jurarle lealtad como único jefe. Llamó a una asamblea en la ciudad de Altenbourg y procedió a organizar la Orden en las antiguas siete provincias templarias; creó nuevos caballeros y fue aclamado Gran Maestre. En tanto, una investigación exhaustiva de los antecedentes de Johnson dio como resultado que era un farsante que había estafado a numerosos incautos, abusado de la confianza de su antiguo señor, el duque de Bernbourg y robado documentación valiosa a un noble de Curlandia. Encarcelado y condenado como convicto de robo, fue oportunamente encerrado en el castillo de Wartenbourg donde moriría años después.

Luego de estos acontecimientos la Orden tomó un impulso inusitado. Fueron incorporados importantes príncipes alemanes y en muy poco tiempo se convirtió en el sistema masónico dominante en Alemania. El carácter riguroso de acatamiento y obediencia al nuevo sistema hizo que se lo denominara de la Estricta Observancia. Se invitó a todas las logias alemanas a que se rectificaran, esto es, que aceptaran la Reforma de Dresde y aceptaran el origen templario de la francmasonería, así como la ininterrumpida existencia de una conducción secreta desde los tiempos de Jacques de Molay: los Superiores Desconocidos. Numerosas logias acudieron al llamado, circunstancia en la que parece haber tenido gran responsabilidad un insigne masón llamado Schubart de Kleefeld, tesorero de la Estricta Observancia, cuya reputación e influencia convenció a muchos de la necesidad de tal rectificación.

A ello debemos agregar la creciente inquietud de monarcas y señores ante el rumor de que la Orden reclamaría las antiguas posesiones templarias. Si esto se llevaba a cabo, si una acción coordinada de los numerosos príncipes y nobles pertenecientes a la Estricta Observancia -con mando sobre tropas y ejércitos propios- presionaban por la cuestión patrimonial del Temple, un verdadero tembladeral sacudiría a los estados europeos.

La Orden de la Estricta Observancia entró entonces en su etapa final, signada por un estado deliberativo que dio lugar a una sucesión de asambleas que desembocarían en el célebre Convento de Wilhelmsbad. En el Convento de Köhlo, celebrado en 1772, von Hund fue desplazado de la conducción de la Orden, proclamándose al duque Ferdinand de Brunswick Gran Maestre General de la Orden de los Francmasones reunidos bajo el Régimen Rectificado (Magnus Superior Ordinis). Se inició entonces un proceso de reorganización administrativa que completó la restauración de las antiguas provincias templarias. La tarea iniciada por von Hund fue completada gracias a la acción de un importante núcleo de dirigentes entre los que cabe destacar a los barones de Weiler y de Waechter.

Quedaron así constituidas las siguientes jurisdicciones:
II° Provincia (Auvernia-Lyón);
III° (Occitania-Burdeos);
V° (Borgoña-Estrasburgo);
VII° (Alemania Inferior-sobre el Elba y el Oder);
VIII° (Alta Alemania) y la
IX° (Italia, por escisión de la VIII).

Estos hombres, masones cristianos, caballeros imbuidos del espíritu templario, fueron actores fundamentales del Convento de Wilhelmsbad que proclamó el Régimen Escocés Rectificado, reconociendo a Ferdinand de Brunswick como su Gran Maestre. El lector podrá encontrar el desarrollo de este Convento en este mismo blog. Por lo pronto –y a la luz de lo expuesto- debería quedar claro que la Masonería Rectificada no es tal sin la herencia caballeresca de la Estricta Observancia.

[1] Reunía también los títulos de Príncipe de Turenne y de Raucourt, 5º Duque de Albret y Par, Duque de Château-Thierry y Par, Conde de Auvergne y de Beaumont-le-Roger, Barón de La Tour, Vizconde de Conches y de Turenne.
[2] Mellor, ob. cit. p. 138.
[3] Colinon, Maurice; “La Iglesia frente a la masonería”
(Buenos Aires, Editorial Huemul, 1963) p. 58.
[4] Kervella, ob. cit. 383.
[5] Mellor, ob. cit. p. 144.
[6] Ledré, Charles; “La Masonería” (Andorra, Editorial Casal I Vall, 1958) p. 77
[7] Como es el caso de Glanfeuil: Logia “Tierno acogimiento”. Casi todos los cargos están ostentados por eclesiásticos. Su venerable es Legrand, benedictino. (1773) 14 eclesiásticos sobre 20 masones. En Compiegne en 1777 la Logia “Saint Germain” tenía como venerable al abate Bourgeois y la conformaban 14 eclesiasticos: benedictinos, dominicos, capuchinos y franciscanos. Otras logias con presencia eclesiástica importante: Alençon: Logia “San Cristóbal de la Fuerte Unión”; Les Andelys: “Logia Perfecta Cordialidad”; Annonay: Logia “Verdadera Virtud”; Bayonne: Logia “El Celo”; Lyon: Logia “San Juan de Jerusalén”; Narbonne: Logia “Perfecta Unión”; Orleáns: Logia “La Unión”; Rennes: Logia “Perfecta Unión”.
[8] Colinon, ob. cit. p. 74 y ss.
[9] Wirth, Oswald, “El Libro del Aprendiz Masón” (Santiago de Chile) p. 65.
[10] Labée, Francois “Chroniques d’Histoire Maçonnique” Nº 48
(Paris, Iderm, 1997) pp. 3-9.
[11] Martí Blanco, Ramón “El Rito Escocés Rectificado: Su historia, sus orígenes, su doctrina” Libro de Trabajos 1998/1999 Logia de Estudios e Investigaciones “Duque de Wharton” Tarragona, Arola Editors, 1999 p. 190.





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Masonería Cristiana
Eduardo R. Callaey



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