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Los Maestros Escoceses y la Orden de la Estricta Observancia
La Restauración Templaría y La Orden de la Estricta Observancia
Nota: por lo extenso del articulo se presentara en dos partes.
2da Parte
Nota: por lo extenso del articulo se presentara en dos partes.
2da Parte
La condena papal
La condena papal jamás se aplicó en Francia. En esa época
ninguna decisión de Roma tenía efecto en el reino si no era sancionada por el
parlamento. Fleury, por razones que permanecen oscuras, nunca transmitió la
bula In Eminenti a los parlamentarios. Sin embargo, detrás de esta actitud
parece moverse una sórdida trama de intereses y lealtades que culminarán en una
sucesión de tragedias.
Hacia 1738 todo el alto mando masónico francés estaba en
manos de los “escoceses”más puros: Ramsay, Macleane y Radcliffe encabezaban los
poderosos capítulos de “Maestros Escoceses” que concitaban todo el estado mayor
jacobita y buena parte de los pares de Francia. Luis XV tenía conciencia cabal
del compromiso de su reino con la causa de Escocia.
Ramsay le envía al rey un claro mensaje cuando dice en su
“discurso” que fueron los escoceses los que conservaron la herencia espiritual
e iniciática de las cruzadas y que los reyes de Francia supieron siempre
reconocerles su valor confiándoles su guardia personal. “Esta idea –afirma
Kervella- carecía de originalidad pero era rigurosamente cierta, pues en los
últimos dos siglos una galería de escoceses ilustres, grandes capitanes,
príncipes, señores, magistrados y oficiales de la corona había prestado
servicios a los monarcas franceses sirviéndolos con intachable lealtad”. ¿Qué
haría el rey, ante las presiones de Roma, con estos leales jacobitas que,
enrolados masivamente en la francmasonería, no sólo la controlaban sino que
daban muestras del más ferviente ardor cristiano?
Para colmo, Fleury acababa de recibir un mensaje por
intermedio de lord Sempill, enviado del mismísimo Jacobo III. Se trataba de un
documento firmado por siete jefes de clanes, reunidos secretamente en Escocia,
en el que aseguraban a Luis XV que “los escoceses modernos son los verdaderos
descendientes de aquellos que tuvieron el honor de contarse durante siglos como
los más fieles aliados de los reyes de Francia, sus predecesores”. Allí estaban
las firmas de James Drummond, 3º duque de Perth, de su tío Jean Drummond; Simón
Frases de Lovat; Lord Linton, poco después conde de Traquaire; Donald Cameron,
barón de Lochiel; William Mac Gregor, barón de Balhaldies y Jacques Campbell,
barón de Achim-Breck.[4]
Sin dudas se trataba de una encrucijada para Luis XV.
Una vez más, los francmasones tomaron la iniciativa y nombraron
Gran Maestre a un francés: Louis Pardaillan de Gondrin, duque d’Antin. La
ceremonia se llevó a cabo el 24 de junio, día de San Juan, en el castillo de
Aubigny (Pas de Calais) y fue presidida por el duque de Richmond. Pero esta vez
la elección se había decidido sin el consentimiento de la Gran Logia de
Londres, en donde la noticia cayó como un balde de agua fría; es muy probable
que la cúpula jacobita de la masonería francesa pautara la elección del duque
d’Antín con el propio Fleury[5].
Lo cierto es que el año 1738 marca la fecha en que la
francmasonería francesa se independizó definitivamente de la tutela inglesa e
instaló solemnemente a un Gran Maestro de la Masonería del Reino de Francia. El
duque d’Antin contaba al menos con un antecedente: Había sucedido a Jules
Hardouin-Mansard -uno de los grandes arquitectos del Palacio de Versalles- en
el cargo de “Superintendente de Construcciones”.
En cuanto al rey, prefirió no darle importancia al asunto. En
una nota dirigida al embajador de Roma, Saint-Aignam, justificó de este modo su
actitud: “…La bula que el papa ha dado contra los francmasones no bastará
probablemente para abolir esta cofradía, sobre todo si no existe otro castigo
que el temor a la excomunión. La Corte de Roma ha aplicado tan a menudo esta
pena que ella es hoy día poco eficaz para reprimir. Esta sociedad había
comenzado a hacer algunos progresos aquí. El rey le hizo saber que le
disgustaba y desapareció…”
Ramsay murió el 6 de mayo de 1743 en Saint-Germain-en-Laye.
Para entonces su misión estaba cumplida. El complejo sistema diseñado por los
francmasones “escoceses” se había establecido con fuerza, lejos de la tutela
inglesa y al amparo de las iras de la Iglesia, cada vez más convencida del
peligro que se cernía sobre ella. Paradójicamente, el triunfo de Ramsay había
cerrado el paso a Voltaire y a los elementos más anti romanos de la Orden,
construyendo una masonería pro católica, en modo alguno hostil a la monarquía.
Pero en Roma persistía la certeza de que esta masonería, que anclaba su poder
en la aristocracia, era más peligrosa aún que la de los rústicos artesanos que
habían conformado las antiguas corporaciones de oficios.
4.- El clero regular y la masonería de los “Altos Grados”
La numerosa presencia de eclesiásticos en la francmasonería
del siglo XVIII sigue siendo un hecho significativo, sobre el que mucho se ha
discutido. Los masones han explotado este dato al atribuirlo al carácter
“tolerante” y universalista que reinaba en las logias, mientras que los
príncipes de la Iglesia han preferido buscar sus causas en la debilidad de
ciertos sacerdotes, la situación de crisis que vivía la iglesia francesa, el
galicanismo y hasta cierta ingenuidad del clero ilustrado que buscaba en las
logias un ámbito de expresión para las modas filosóficas de la época.
El fenómeno estaba tan difundido que, pese a los intentos por
minimizarlo, no ha podido ser soslayado; Berthelot, Charles Ledré, Maurice
Colinon y muchos otros autores católicos han ensayado las más diversas
conjeturas. Pocos se han tomado el trabajo de comprender este fenómeno
complejo. Se han confeccionado extensas listas de clérigos masones; en algunos
casos como resultado de la frenética caza de traidores por parte del clero
ultramontano: ¡Señalemos a los malos sacerdotes que se han aliado al enemigo
más feroz de la Iglesia!
Otros han comprendido que el fenómeno era mucho más
inquietante. Ferrer Benimelli -uno de los más prestigiosos investigadores de la
historia de la francmasonería- ha publicado una lista de más de tres mil
religiosos afiliados a las logias. Se sabe que en el siglo XVIII muchas estaban
conformadas por gente del clero; que en numerosos casos eran conducidas por
ellos y que los más insospechados monasterios eran activos centros masónicos.
Es cierto que no puede atribuirse la totalidad del fenómeno a
la sintonía del clero con los católicos jacobitas. Sin embargo es en este
vínculo donde se percibe la mayor presencia del clero regular. El monasticismo
del siglo XVIII comulgó con la causa jacobita y dejó su impronta en la francmasonería
de los altos grados, introduciendo muchos de los elementos centrales de los
rituales “filosóficos” con base templaria que aun hoy se practican.
Del mismo modo que los benedictinos del Imperio Carolingio
establecieron las bases alegóricas del simbolismo masónico operativo, el clero
regular del siglo XVIII proveyó de contenido a los altos grados, intervino en
la conformación de la leyenda del tercer grado y mantuvo un alto contenido
católico en los sistemas desarrollados en torno a la metáfora templaria.
Benedictinos, agustinos, franciscanos y jesuitas conformaron
un sólido conjunto dentro de las logias y marcaron el perfil espiritual de la
nueva caballería templaria. El desarrollo “filosófico” que daría nacimiento a
los sistemas y ritos masónicos de la segunda mitad del siglo no puede
comprenderse sin su presencia y su aporte. Ya en la década de 1730 -época
coincidente con la creciente penetración jacobita en las logias francesas-
podemos encontrar manifestaciones tempranas de esta alianza.
A principios de la década, el regimiento de Fitz James,
estacionado en Poitiers, estableció relaciones con la nobleza local,
adquiriendo numerosos prosélitos a la causa jacobita. Entre ellos se destaca
Rene de Pigis, abad comandatario de la abadía benedictina de Quincay desde
1718. En 1750 el abad de Pigis recibe poderes para abrir allí un Capítulo de
los “caballeros elegidos”; Lo secundan Charles Gaebier, canónigo de la iglesia
de Sta. Radagonde, el abad Pierre-Francoise Fummé, prior de la misma iglesia y
otros altos señores con cargos civiles de Jerarquía.
Por la misma época, monseñor Conan de Saint Luc denuncia la
presencia de frailes en la logia de Quimper, pero estos obtienen la rápida
protección del arzobispo de Tours.[6] Hecho similar ocurre con el obispo de Marsella
en 1737 cuando denuncia ante el intendente de Provenza la pretensión del
Marquéz de Calvière, venerable de Avignon de fundar una logia en la ciudad de
los papas!
Los monasterios de Guise y de Troyes se convirtieron en
importantes capítulos masónicos, a los que podría sumarse una larga lista de
logias en las que el clero regular –en especial los benedictinos- tenía la
conducción[7]. Pero el dato más sorprendente es que en la propia abadía de
Clervaux –la misma en la que San Bernardo redactara la Regla Templaria-
funcionó, durante muchos años, uno de los centros masónicos más importantes de
Francia. También es un hecho constatado que el clero regular belga se incorporó
en masa a la masonería en el siglo XVIII, con la aprobación de algunos de sus
obispos.[8]
Ante estos antecedentes resulta pueril sostener que se
trataba solo de “ovejas descarriadas”. Tan pueril como creer que la
francmasonería fuese capaz de atraer la atención del clero regular sólo por la
seducción de sus principios y su condición de “elite” en tiempos de la
Ilustración.
Por el contrario, la incorporación del clero regular a las
logias debe haber constituido un objetivo de las logias estuardistas que –a
causa de su tradición escocesa-mantenían desde hacía siglos la presencia de
capellanes en sus estructuras masónicas y conocían el antiguo vínculo entre las
logias operativas y las logias cluniacenses, cuya tradición habían heredado. Su
Logia Madre de Kilwining era –de hecho- una logia de constructores
benedictinos.
Oswald Wirth reconoce esta proximidad cuando afirma que no
sólo “...la masonería francesa del siglo XVIII no era de ninguna manera hostil
al catolicismo ni discutía ninguna cuestión de dogma dejando a cada cual sus
creencias...” sino que “...Todo sacerdote era considerado sagrado, cuya
ordenación correspondía según las ideas de la época, a la suprema
iniciación...” y agrega: “En estas condiciones más de un eclesiástico reunió en
sí las dignidades de la Iglesia con aquellas de la Masonería, y se encontraba
esto muy natural...”[9]
Todo lleva a pensar que el clero regular fue el responsable
de introducir gran parte de las doctrinas del grado de “Maestro”, y de los
distintos grados de “Elegidos”. A su vez, el sincretismo de estas doctrinas
surgidas de los monasterios con las corrientes rosacruces y herméticas -que se
venían desarrollando en el seno de las logias desde el siglo XVII- dieron por
resultado el conjunto de ritos filosóficos y místicos que constituyeron la
característica principal de la masonería del siglo XVIII.
Esto explica por qué razón el anticlericalismo de la
masonería del siglo XIX cargó con tanta vehemencia contra Ramsay y los “Altos
Grados”, descalificándolo con un desprecio inaudito.
Findel lo define como un fabulador cuya “peligrosa innovación
ha persistido a pesar de la perseverante oposición de todos los buenos
masones...” y el Diccionario Enciclopédico de la Francmasonería lo incluye
entre los masones ilustres, pero lo acusa de ser “...el primero que rompió la
unidad del primitivo simbolismo, creando el sistema supermasónico de los altos
grados, e inventando la fábula jesuítica templaria que les sirve de base...”
“Los altos grados –decía el historiador G. Martin- nacieron
de esa necesidad de sublimar la francmasonería y despojarla del aspecto
profesional que chocaba a los caballeros, hombres para quien el trabajo manual
representaba, desde hacía siglos, una mancha indeleble para cualquier
blasón...” Pese a estas diatribas desmedidas, hay muchos indicios que indican
que el grado de maestro –y no sólo los “Altos Grados”- fue creado por los
escoceses con una fuerte influencia monástica.
5.- El nacimiento de la Estricta Observancia Templaria
Los esfuerzos de Ramsay y de la francmasonería jacobita
alcanzaron éxitos insospechados. Pese a que en su discurso sólo hace mención a
los cruzados, la imagen de los caballeros templarios fue inmediatamente
asociada y convertida en el eje de muchos de los rituales desarrollados entre
los “Elegidos”. Los “Altos Grados” proliferaron con rapidez y muy pronto las
principales ciudades de Francia poseyeron sus “capítulos” y sus “logias de
perfección”.
Pero los líderes escoceses preparaban un plan general que
reinstaurara la Orden del Temple en Europa. Pese al éxito obtenido por Ramsay y
el desarrollo de los capítulos, esta nueva caballería pretendía organizarse en
una verdadera Orden llamada a controlar la francmasonería y -justo es decirlo-
servirse de ella.
La tarea demandó un tiempo; probablemente el necesario para
la selección de aquellos hombres que podrían llevar a cabo tan ambicioso plan.
Durante algunos años, el alto mando escocés desarrolló la idea de un “Imperio
Transnacional” que superase las divisiones provocadas por los cismas religiosos
y las vicisitudes políticas de Europa. Esta idea debía incluir una estructura
moral que rigiese la vida de los estados seculares, imbuidos del ideal masónico
de paz, fraternidad, tolerancia, virtud y progreso.[10]
Se necesitaba un hombre especial, un espíritu a la vez justo
y audaz, en alguna medida ingenuo, convencido de la existencia de una tradición
sólo accesible a ciertos iniciados; que fuese lo suficientemente dócil para
aceptar ser controlado por los jacobitas pero tan intrépido como para concitar
la lealtad de nobles y príncipes. ¿Dónde encontrarlo?
En 1742 Francfort se había convertido en un hervidero de
jóvenes aristócratas atraídos por la pompa de la consagración de Carlos VII.
Hacia allí convergían cuerpos militares con sus logias, acompañando a las
grandes embajadas de los estados europeos e infinidad de caballeros y gentiles
hombres que no querían perderse tan magnífico evento.
La más numerosa y ostentosa de las embajadas, era, sin dudas,
la del mariscal Belle-Isle, representante de Luis XV, enviado a la inminente
coronación de Carlos. Entre los hombres que acompañaban a Belle-Isle abundaban
los elementos francmasones jacobitas, algunos de alto nivel como es el caso de
La Tierce –redactor de las constituciones masónicas francesas de 1742 que
incluirían en el prefacio al discurso de Ramsay- sobre quien volveremos más
tarde.
Marqués de Belle-Islle
Algunos de estos caballeros que acompañaban al mariscal, se
apresuraron a conformar una logia en Francfort en la que fueron iniciados
numerosos aristócratas alemanes. Uno de ellos, el barón Carl-Gotthelf von Hund,
señor de Altengrotkau y de Lipse, llevaría a cabo el plan de los jacobitas y
constituiría el movimiento masónico-templario de más vasto alcance en la
historia moderna.
Tenía apenas veintiún años, pero este gentilhombre de cierta
fortuna, nacido en la Lucase, demostraría estar a la altura de la enorme
exigencia a la que sería sometido por sus “Superiores Ignorados”.
Coinciden las fuentes en que un año después de su iniciación
en Francfort viajó a París, donde permaneció algunos meses. Se lo introdujo
rápidamente en la masonería capitular y pronto estuvo en posesión de los
secretos de los “Altos Grados”. Abrazó de inmediato el pensamiento de Ramsay
“que todo verdadero masón es un caballero templario”.
Fue convocado entonces -según él mismo referiría años más
tarde- a un conclave secreto al más alto nivel de la masonería jacobita. Allí,
lord William Kilmarnock y lord Cliffords, en presencia de otro misterioso
personaje -al que Hund nunca se refirió con otro nombre que el de “Caballero de
la pluma roja”- fue hecho “Caballero Templario”.
En la misma reunión le fue impuesto un nombre de guerra con
el que sería reconocido en adelante –eques ab ense (caballero de la espada)- y
se le comunicó la historia secreta de la supervivencia templaria en Escocia. En
efecto, estos hombres explicaron a von Hund el modo en que la Orden del Temple
había mantenido en secreto su existencia, estableciéndose en Escocia desde las
remotas épocas de la persecución. En rigor, la versión coincidía con el relato
de Ramsay, pero esta vez los escoceses habían sido más explícitos en el
carácter “templario” de los refugiados. Se le dijo también que la nómina de los
Grandes Maestres sucedidos desde entonces había permanecido igualmente secreta,
así como el nombre de los actuales jefes a los que se los denominaba con el
sugerente nombre de “Superiores Ignorados”. Nadie podía conocer la identidad de
los jefes vivos ni del actual Gran Maestre. Podrá el lector imaginarse
fácilmente cuánto sería explotada en adelante esta cuestión de los “superiores
desconocidos”. Pero volvamos a nuestro relato.
Hund recibió una “patente” de Gran Maestre de la sétima
provincia del Temple, que era Alemania, e instrucciones precisas acerca de su
misión: Restablecer la Orden en sus antiguas provincias, reclutar sus
caballeros entre los elementos más nobles de la francmasonería capitular y
proveer el financiamiento económico de toda la nueva estructura templaria.
Todo esto fue tomado muy en serio por Hund, que se abocó de
inmediato a la tarea. A cambio sólo recibió de sus superiores ignorados el
compromiso de mantenerse en contacto epistolar, mediante el que recibiría
futuras instrucciones.
Regresó de inmediato a Alemania y comenzó a trabajar en
secreto con un selecto grupo de hermanos suyos a los que nombró “caballeros” en
base al modelo de Estatutos que él calificaba de “originales. Se abocó a
redactar los nuevos rituales de la Orden –probablemente inspirado en la
Historia Templariorum, publicada por Gürtler en 1703- y trazó un ambicioso plan
que incluía un esquema financiero mediante audaces operaciones comerciales,
cuyas rentas, otorgaron a la Orden un creciente poder económico. Para Hund este
no era más que el paso previo para la recuperación de las antiguas posesiones
del Temple.
En 1751 fundó en Kittlitz la logia “las Tres Columnas” que
muy pronto tomo contacto y se asoció con la logia de Naumborg. Le dio a su
Orden el nombre de “Estricta Observancia Templaria” en referencia al absoluto
secreto que debían mantener sus afiliados y a la idea de vasallaje, tomada de
las prácticas feudales de la Alta Edad Media. Logró, en pocos años, que catorce
príncipes reinantes en Europa le juraran obediencia. Los templarios de Hund se
expandieron de tal forma que logró controlar los cuadros más prominentes de la
francmasonería europea. Sólo en Alemania veintiséis nobles llegaron a
pertenecer a la Orden de la Estricta Observancia, entre ellos el duque de
Brunswik, que lo sucedería al frete de la Orden. Nunca antes ni después se
asistiría a una restauración tan profunda del Temple.
El espíritu caballeresco de la Edad Media encontró en la
nueva Orden su expresión más pura. En el aspecto externo, la Estricta
Observancia se caracterizó por un retorno a la antigua liturgia: Armaduras y
atuendos principescos, banquetes refinados de estilo medieval, ceremonias
complejas rodeadas de pompa en los antiguos castillos y una amplia jerarquía de
títulos y honores que la convertían en una organización rígida y piramidal. A
juzgar por el tenor de sus integrantes y de la férrea práctica de los estatutos
y las reglas, puede afirmarse que esta Orden pudo haber llegado a constituir un
factor político y militar de peligroso pronóstico.
Pero el aspecto interno no parece haber tenido un correlato
similar. No se conoce, o al menos no ha llegado a nosotros, un legado propio en
cuanto a su filosofía y a su desarrollo intelectual. La época coincidió con un
verdadero auge del hermetismo y la alquimia, sumados a un fuerte revaloración
del mundo antiguo que ya anticipaba la “fiebre arqueológica” de los alemanes
del siglo XIX. Las bases operativas de la Estricta Observancia se constituyeron
en laboratorios donde los aristócratas se apasionaron por el estudio de la
naturaleza oculta de los elementos.
Sin embargo, insistiremos en un concepto fundamental a la
hora de evaluar los acontecimientos posteriores: La Estricta Observancia,
también denominada Reformada de Dresde –puesto que el sistema había sido en
principio adoptado por las logias de Unwürden y Dresde- “...pretendía ser, no
ya la heredera, sino ir mucho más allá y reinstaurar la Orden del Temple,
abolida en 1312...”[11] Diremos también que los problemas de Hund comenzaron
cuando debió justificar frente a sus hermanos la veracidad de aquel mandato y
la existencia de los Superiores Desconocidos.
En 1763, un supuesto dirigente de la Orden, de origen alemán
pero que se hacía pasar por inglés con el nombre de Johnson, irrumpió en la
escena y afirmó ante los jefes de la Estricta Observancia que era un enviado
del Capítulo de Old Aberdeen, supuesto asiento de los Superiores Desconocidos.
En principio logró engañar a los desprevenidos -incluido el propio Hund- y
hasta se animó a ordenar la quema de gran parte de la documentación de la Gran
Logia de los Tres Globos de Berlín, por considerarla propia de una falsa
masonería.
Mientras esta situación causaba sorpresa y preocupación entre
los caballeros, Johnson convocó a un Capítulo en 1764 en el que anunció que
sólo él podría en adelante crear caballeros y que estaba en posesión de poderes
conferidos por superiores desconocidos de Escocia y Oriente. La situación era
complicada para el barón Hund, puesto que no podía contradecir sino apoyar las
afirmaciones de Johnson en cuanto al origen templario de la misma y la
existencia de los supuestos superiores desconocidos. Pero no podía tolerar que
nadie más que él, que era el Gran Maestre de la Orden en Alemania, pudiera
disponer de la facultad para conferir grados superiores.
Se produjo un giro inesperado en los acontecimientos. Hund
decidió hacer pública la existencia de la Orden, invitando a todos los
francmasones a reconocer la legitimidad de su sistema y jurarle lealtad como
único jefe. Llamó a una asamblea en la ciudad de Altenbourg y procedió a
organizar la Orden en las antiguas siete provincias templarias; creó nuevos
caballeros y fue aclamado Gran Maestre. En tanto, una investigación exhaustiva
de los antecedentes de Johnson dio como resultado que era un farsante que había
estafado a numerosos incautos, abusado de la confianza de su antiguo señor, el
duque de Bernbourg y robado documentación valiosa a un noble de Curlandia. Encarcelado
y condenado como convicto de robo, fue oportunamente encerrado en el castillo
de Wartenbourg donde moriría años después.
Luego de estos acontecimientos la Orden tomó un impulso
inusitado. Fueron incorporados importantes príncipes alemanes y en muy poco
tiempo se convirtió en el sistema masónico dominante en Alemania. El carácter
riguroso de acatamiento y obediencia al nuevo sistema hizo que se lo denominara
de la Estricta Observancia. Se invitó a todas las logias alemanas a que se
rectificaran, esto es, que aceptaran la Reforma de Dresde y aceptaran el origen
templario de la francmasonería, así como la ininterrumpida existencia de una
conducción secreta desde los tiempos de Jacques de Molay: los Superiores
Desconocidos. Numerosas logias acudieron al llamado, circunstancia en la que
parece haber tenido gran responsabilidad un insigne masón llamado Schubart de
Kleefeld, tesorero de la Estricta Observancia, cuya reputación e influencia
convenció a muchos de la necesidad de tal rectificación.
A ello debemos agregar la creciente inquietud de monarcas y
señores ante el rumor de que la Orden reclamaría las antiguas posesiones
templarias. Si esto se llevaba a cabo, si una acción coordinada de los
numerosos príncipes y nobles pertenecientes a la Estricta Observancia -con
mando sobre tropas y ejércitos propios- presionaban por la cuestión patrimonial
del Temple, un verdadero tembladeral sacudiría a los estados europeos.
La Orden de la Estricta Observancia entró entonces en su
etapa final, signada por un estado deliberativo que dio lugar a una sucesión de
asambleas que desembocarían en el célebre Convento de Wilhelmsbad. En el
Convento de Köhlo, celebrado en 1772, von Hund fue desplazado de la conducción
de la Orden, proclamándose al duque Ferdinand de Brunswick Gran Maestre General
de la Orden de los Francmasones reunidos bajo el Régimen Rectificado (Magnus
Superior Ordinis). Se inició entonces un proceso de reorganización
administrativa que completó la restauración de las antiguas provincias
templarias. La tarea iniciada por von Hund fue completada gracias a la acción
de un importante núcleo de dirigentes entre los que cabe destacar a los barones
de Weiler y de Waechter.
Quedaron así constituidas las siguientes jurisdicciones:
II° Provincia
(Auvernia-Lyón);
III°
(Occitania-Burdeos);
V°
(Borgoña-Estrasburgo);
VII° (Alemania
Inferior-sobre el Elba y el Oder);
VIII° (Alta
Alemania) y la
IX° (Italia, por
escisión de la VIII).
Estos hombres, masones cristianos, caballeros imbuidos del
espíritu templario, fueron actores fundamentales del Convento de Wilhelmsbad
que proclamó el Régimen Escocés Rectificado, reconociendo a Ferdinand de
Brunswick como su Gran Maestre. El lector podrá encontrar el desarrollo de este
Convento en este mismo blog. Por lo pronto –y a la luz de lo expuesto- debería
quedar claro que la Masonería Rectificada no es tal sin la herencia
caballeresca de la Estricta Observancia.
[1] Reunía también
los títulos de Príncipe de Turenne y de Raucourt, 5º Duque de Albret y Par,
Duque de Château-Thierry y Par, Conde de Auvergne y de Beaumont-le-Roger, Barón
de La Tour, Vizconde de Conches y de Turenne.
[2] Mellor, ob. cit.
p. 138.
[3] Colinon, Maurice;
“La Iglesia frente a la masonería”
(Buenos Aires,
Editorial Huemul, 1963) p. 58.
[4] Kervella, ob.
cit. 383.
[5] Mellor, ob. cit.
p. 144.
[6] Ledré, Charles;
“La Masonería” (Andorra, Editorial Casal I Vall, 1958) p. 77
[7] Como es el caso
de Glanfeuil: Logia “Tierno acogimiento”. Casi todos los cargos están
ostentados por eclesiásticos. Su venerable es Legrand, benedictino. (1773) 14
eclesiásticos sobre 20 masones. En Compiegne en 1777 la Logia “Saint Germain”
tenía como venerable al abate Bourgeois y la conformaban 14 eclesiasticos:
benedictinos, dominicos, capuchinos y franciscanos. Otras logias con presencia
eclesiástica importante: Alençon: Logia “San Cristóbal de la Fuerte Unión”; Les
Andelys: “Logia Perfecta Cordialidad”; Annonay: Logia “Verdadera Virtud”;
Bayonne: Logia “El Celo”; Lyon: Logia “San Juan de Jerusalén”; Narbonne: Logia
“Perfecta Unión”; Orleáns: Logia “La Unión”; Rennes: Logia “Perfecta Unión”.
[8] Colinon, ob. cit.
p. 74 y ss.
[9] Wirth, Oswald,
“El Libro del Aprendiz Masón” (Santiago de Chile) p. 65.
[10] Labée, Francois “Chroniques d’Histoire Maçonnique” Nº 48
(Paris, Iderm, 1997)
pp. 3-9.
[11] Martí Blanco,
Ramón “El Rito Escocés Rectificado: Su historia, sus orígenes, su doctrina”
Libro de Trabajos 1998/1999 Logia de Estudios e Investigaciones “Duque de
Wharton” Tarragona, Arola Editors, 1999 p. 190.
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