martes, 19 de enero de 2021

NOTAS SOBRE LA CÁBALA / Pascal Gambirasio d’Asseux

 



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En hebreo y en el marco de la espiritualidad judía, mantillo nutricio y “adviento” del Cristianismo, esta teología metafísica que constituye el corazón de la mística judía, es denominada Kabalah: Cábala significa Tradición, lo que es recibido y transmitido, enseñado.

El Judaísmo comprende, en el seno de la Torá recibida del Eterno por Moisés en el Monte Sinaí y transmitida de generación en generación, dos componentes, como por otra parte las Tablas de la Ley son también en número de dos: la Torá escrita (el Pentateuco) y la Torá oral (los comentarios rabínicos, hablando en propiedad la hermenéutica, que fueron más tarde puestos ellos mismos por escrito y que componen el Talmud, la Mishná y los Midrashim).

La Cábala es parte integrante de la Torá oral para constituir la revelación más interior (el esôterikós) dicho de otro modo la más metafísica y, en este sentido, reservada a aquellos que Moisés, y después de él sus sucesores, consideraran como más cualificados espiritualmente para ser admitidos a su estudio.

La Cábala fue objeto a su vez de tratados específicos: es así que el corpus principal de la Cábala está constituido por el Sepher ha Zohar (libro de los esplendores), el Sepher ha Bahir (libro de la luz) y por el Sepher Yetsirah (libro de la creación o de la formación).

Volvamos ahora al corpus designado bajo el nombre de Cábala y a su “interés” para un encaminamiento cristiano.

Para el cristiano, al menos para aquel a quien su carisma propio lo impulsa a conocer los aspectos metafísicos (pero, que recordémoslo, no constituye una obligación en absoluto para alcanzar la santidad) nos estamos refiriendo a la Cábala estudiada y entendida a la luz de la Encarnación del Verbo divino, el Mesías prometido a Israel, para entendernos, tal cual es descubierta y puesta en práctica por aquellos a los que se ha llamado Cabalistas cristianos del Renacimiento, como es el caso de Giovanni Pico della Mirandola y Johannes Reuchlin1.

Se trata pues de la Cábala judía pero contemplada, en pleno sentido del término, a la luz (que es una Persona: Jesús, el Verbo encarnado) de la revelación cristiana, en perfecta aplicación de estas palabras de Cristo:

No penséis que vine para abolir la Ley ni los Profetas; no vine para desatar, sino para cumplir. Pues en verdad os digo que mientras no se desvanezcan el cielo y la tierra no se desvanecerán de cierto una jota ni un acento de la Ley hasta que todo se realice.”2

Es significativo recordar que Pico della Mirandola, en su Discurso sobre la dignidad del hombre (1486) declara:

“Haber encontrado en los libros de la Cábala menos de la religión de Moisés que de la cristiana”.

En primer lugar, porque la Buena Nueva es el cumplimiento de la revelación de Dios a los hombres de acuerdo a un desvelamiento progresivo, una continuidad o, más exactamente, una pedagogía divina como la hemos nombrado, desde Abraham, luego por Moisés hasta llegar a esta Plenitud de los Tiempos en que se realiza la Encarnación del Verbo divino, Jesucristo; puesto que Israel deviene (o hubiera debido devenir por entero) Ecclesia.

En segundo lugar, porque las palabras de Cristo3 que hemos citado fundamentan e iluminan esta canonicidad de la Cábala en el seno de la revelación cristiana, incluyéndola como parte integrante de estos Misterios.

La teología participa de la ontología cristiana y no debe reducirse a una lectura piadosa, edificante y necesaria, ciertamente, pero capada de la dimensión y las gracias que realmente la firman. Todavía menos desnaturalizada bajo la etiqueta de “materia cultural” o “ciencia de las religiones”, de acuerdo a una clasificación de la ciencia moderna.

Resulta fundamental recordar esta dimensión propiamente operativa y, así pues, en sentido pleno: esotérica (interior) y, en consecuencia, iniciática: que (re)edifica el ser y los restaura a su estado original.

A estos efectos, debe ser leída (entendida, más bien) según los cuatro sentidos tradicionales enseñados en el Judaísmo y retomados por el Cristianismo, para el estudio y comentario de los textos revelados.

Según la tradición judaica, estos cuatro sentidos son los siguientes: peshat (sentido histórico y literal); remez (sentido alegórico); drash (sentido interpretativo o moral); sod (sentido anagógico: místico, esotérico en sentido etimológico).

La inicial de estas cuatro palabras forma el acrónimo bien conocido de PRDS (Pardés, el Paraíso: jardín, edén), la morada inicial de Adán y Eva en cuerpo glorioso bajo la mirada de Dios; en diálogo directo y permanente con Él: palabra de Dios hacia Adán y Eva y palabra, en retorno, de estos últimos hacia el Eterno.

Este diálogo, en verdad, que forma y caracteriza la teología según el doble movimiento que hemos evocado.

No se puede calificar este estado paradisíaco de “teología primordial” de acuerdo al estado ofrecido por el Señor a Adán y Eva creados a su imagen y semejanza. Esta vida en los Cielos o teología edénica era claramente, como podemos ver, contemplación inmediata y vida celeste. Una vida que había de ser Vida eterna, si no hubiera habido la transgresión de Adán y Eva.

El más interior de los cuatro sentidos a que nos referíamos de la tradición hebraica, sod, el sentido anagógico y así pues metafísico es evidentemente el que lleva esta dimensión ontológica y manifiesta el carácter operativo que hemos evocado.

Así, la Cábala constituye este sod: el más elevado (así pues, el más interior) de los cuatro sentidos en el estudio de la Torá, luego del Evangelio en el marco de la revelación cristiana, en aplicación de estas palabras de Cristo que fundamentan su legitimidad y canonicidad:

“No penséis que vine para abolir la Ley ni los Profetas; no vine para desatar, sino para cumplir. Pues en verdad os digo que mientras no se desvanezcan el cielo y la tierra no se desvanecerán de cierto una jota ni un acento de la Ley hasta que todo se realice”.4

A la vista de estos aspectos, nos es posible, a nuestro modo de ver, el poder afirmar que la teología es la prolongación de los sacramentos y que los sacramentos son la fuente de la teología.

Por prolongación, no pretendemos decir en absoluto que los sacramentos tengan necesidad de soporte alguno o de algún tipo de ayuda ya que tienen plena eficacidad por sí mismos.

Lo que queremos indicar es que la teología prepara mentalmente, intelectualmente y sobre todo espiritualmente, a la recepción de dichos sacramentos.

La teología concurre a hacer vivir y operar en uno mismo los sacramentos a lo largo del tiempo, a captar mejor su “resonancia” en nosotros y en consecuencia, asegurar su remanencia en el ser fijándose en este.

El cristiano que ha emprendido el vuelo en una de las vías de interioridad y particularmente en la vía iniciática, se sitúa en esta teología viviente y contemplativa. Comprende que el Evangelio es, en su esencia, una voz: la voz humana del Verbo divino a través de las generaciones.

Leyendo el Evangelio, en realidad uno debe ponerse a la escucha. Ya que quien lee la palabra de Dios sin oírla, en verdad es como si leyera sin entender.

Las religiones monoteístas5 no escapan a dicha regla: el judaísmo con la Cábala (cuyo nombre significa por otra parte Tradición, en el sentido de una enseñanza recibida), el Islam con el sufismo, en sus diferentes ramas (en Occidente, se conocen sobre todo los Derviches giróvagos).

La Revelación cristiana, a diferencia de las otras religiones y vías espirituales, no comporta realmente una separación –de naturaleza- entre una parte exterior (un exoterismo) y otra interior (un esoterismo), permaneciendo en el cristianismo como complementarias y sin ningún carácter antagonista en el que algunos quisieran encerrar a ambas de manera redhibitoria. Así, esta separación que se acostumbra a constatar en el seno de otras formas tradicionales, simplemente no existe, principalmente por razón de la naturaleza de los sacramentos cristianos.

Es a la vez más simple y más complicado, como acostumbra a suceder en el ámbito espiritual; pero es justamente ahí -en estos sacramentos precisamente- donde reside el verdadero secreto, la clave del misterio cristiano y, por lo tanto, la clave del “esoterismo cristiano”, pero también la dificultad de comprensión: la Revelación, la Religión cristiana (la Palabra y los sacramentos) es dada por igual a todos los hombres, a esta “multitud” de la que habla el Evangelio, y reservada en ciertas de sus enseñanzas a aquellos que, a imitación de los tres Apóstoles escogidos por Jesús para contemplar su Transfiguración (Juan, Pedro y Santiago a los que designará después con el nombre de Boanerges: hijos del Trueno) fueron escogidos en razón de ésta cualificación espiritual a que nos estamos refiriendo.

Podríamos tomar como ejemplo para ilustrar lo que decimos los rosetones que ornan las catedrales. Los rosetones se ofrecen a la vista en primer lugar desde el exterior donde se observa todo el maravilloso trabajo de encaje de las piedras talladas; luego, cuando el peregrino o el simple visitante ha entrado en la nave, esas mismas piedras pueden contemplarse desde el interior, con la mirada tornada hacia la luz que las ilumina, en todos los sentidos del término, al igual que es hacia oriente que los fieles participan de la Misa. Entonces todo el arte de los maestros vidrieros resplandece para anunciar la Palabra y los Actos de Dios y la vida de los santos. El mismo rosetón6 puede pues ser simultáneamente considerado, sea en su exterioridad, sea en su interioridad; pero el rosetón no deja de ser uno y presentar las mismas imágenes y esculturas. Por tanto ¿quién puede negar que el rosetón es más expresivo y más bello, visto desde el interior, como si la luz de Gloria lo atravesara para interpelarnos; que encuentra ahí su más íntima verdad?

Esta enseñanza reservada reposa en gran parte en la Cábala, entendida a la luz del Nuevo Testamento, anunciando y realizando la Nueva y Eterna Alianza y de la que se debe, en justicia, hablar como de Cábala cristiana. Queda así plenamente justificada en su gesta y sus revelaciones, sin que por ello quede desnaturalizado su mantillo de origen, muy al contrario ya que como Cristo ha dicho: “no penséis que vine para abolir la Ley ni los Profetas; no vine para desatar, sino para cumplir” (Mateo V, 17)7

Al igual como Ecclesia es el cumplimiento de la Promesa hecha y representada por Israel, igualmente la Cábala cristiana es el cumplimiento, la clave de la Cábala judía.

La ciencia de las letras y los números (nos situamos aquí fuera de la religión judía, en que el contexto es diferente y contemplamos la Cábala cristiana, es decir la Cábala estudiada y puesta en práctica por los cristianos) si supone por su parte, esta vinculación de la que hablamos, no posee en sí misma ninguna transmisión particular.

la Cábala cristiana, la vía de las letras-números y de los sephiroth, poniendo en práctica realmente una teúrgia mediante la plegaria ordenada en torno a la invocación de Nombres divinos o angélicos…


NOTAS:

1 En castellano, Juan Pico de la Mirandola (1463-1496) y Juan Reuchlin (1445-1522).

2  Mt V, 17-18.

3  Mt V, 17-18.

4 Mt V, 17-18.

5 Es menester precisar que estas religiones están fundamentadas en la Revelación directa de Dios en Sí Mismo y por Sí Mismo en la Historia de los hombres, en particular a profetas y santos, pero también a los místicos. Las otras formas tradicionales reposan esencialmente en “la experiencia”, “el despertar” de los sabios; “despertados” estos, a partir de su propia realización espiritual. Aunque las tres religiones monoteístas comportan, todas ellas, vías de experiencia espiritual (mística e iniciática) y que, en corolario, resulta justo pensar que Dios, en su Misericordia, concede igualmente una parte de su Revelación en aquellas tradiciones en las que no es explícitamente “nombrado” o “percibido”, siendo sin embargo la distinción entre estas dos Formas de espiritualidad, totalmente radical. En las primeras, si uno “se despierta” (ascensión del espíritu), es a partir de una revelación (descenso divino) y lo es mediante un “encuentro”, con Dios. En las segundas, la revelación no viene del Cielo, sino que es el hombre quien se eleva –por sí solo- para alcanzar un “divino” un Cielo, un Principio con el que debe fundirse; en el que “se apaga” (volveremos más adelante de modo más detallado sobre estos puntos).

6 Podríamos añadir que la piedra, que constituye la osamenta y la geometría, aparece como el cuerpo físico de los rosetones; las vidrieras, por su parte, constituyen su alma, mientras que la luz que las atraviesa, dándoles sentido y vida, no es otra cosa que su espíritu, portador del Verbo, verdadera Luz del mundo.

7 Cf. infra nota 23 (capítulo II S 4)


Acerca del Autor

Pascal Gambirasio d'Asseux


Pascal Gambirasio d'Asseux nació en París en 1951. Abogado, se ha dedicado también a la espiritualidad cristiana. Escritor, conferenciante (invitado de France Culture y de Radio Chrétienne Francophone), ha publicado varios libros -que ahora son referencias reconocidas- sobre la dimensión espiritual de la caballería y la heráldica o la ciencia del escudo de armas, sobre la naturaleza cristiana de la realeza francesa y del rey de Francia, así como sobre el camino cristiano de la iniciación como camino de interioridad y de encuentro con Dios: iniciático, de hecho, lejos de las interpretaciones desviadas que han distorsionado su significado desde al menos el siglo XIX, significa al mismo tiempo origen, inicio e interiorización del proceso espiritual para que, como enseña San Anastasio Sinaí, "Dios haga del hombre su hogar". De este modo, quiere contribuir al (re)descubrimiento de esta dimensión dentro del Misterio cristiano, olvidada o incluso rechazada por unos porque está desfigurada por otros.


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