lunes, 23 de noviembre de 2020

Realización Iniciática - La Dimensión Cristiana | Pascal Gambirasio d’Asseux



Masonería Cristiana
Trinidad
Autor: Marten de Vos
Amberes - Belgica
Grabado Siglo XV



Pascal Gambirasio d’Asseux
REALIZACIÓN
INICIÁTICA

Y MISTERIO CRISTIANO

Traducción:
Ramón Martí Blanco



REALIZACIÓN INICIÁTICA. LA DIMENSIÓN CRISTIANA



Recordatorio de los fundamentos

Los fundamentos de la fe cristiana son enunciados, con absoluta plenitud, conjugando precisión y concisión, en el Credo, cuya tradición eclesial afirma que ninguno de sus artículos puede ser alterado o modificado, so pena de apostasía.

Nadie que pretenda ser cristiano, nadie que se reclame de la identidad cristiana puede discutir este principio y actuar, como con demasiada frecuencia se puede ver hoy en día, “conservando” algunos de sus elementos y apartando aquellos otros que no le “convienen”, para cambiar de opinión ulteriormente, o incluso dar una explicación absolutamente personal respecto a los términos (en consecuencia a la Fe) de los Padres y de la Iglesia en su totalidad.

Por hablar con claridad, el Credo es “para tomarlo o para dejarlo”, en su integridad y en su integralidad; no es un puesto en el mercado ofrecido al gusto del parroquiano para que escoja según le convenga.

Dicho esto. de manera definitiva, hay que precisar simultáneamente –como ya hemos hecho en el Prefacio- que no existe ninguna contradicción, ninguna “máscara”, falso pretexto o retención mental de ningún tipo entre la enseñanza del Credo y la vía iniciática surgida del esoterismo en el marco evangélico.

Si fuera de otra manera, no estaríamos haciendo otra cosa que una siniestra hipocresía, una verdadera esquizofrenia espiritual o un irrisorio juego de niños rebeldes e inmaduros, actuando como simples perturbadores de un catecismo al que juzgamos demasiado convencional.

No, no existen dos lecturas opuestas, sino una sola lectura. Una, más moral y filosófica, conveniente a la mayoría, exotérica si se quiere. Otra, más metafísica y anagógica, reservada a unos pocos: los auténticos “buscadores”, esotérica por emplear el término que la identifica.

Pero ambas no se niegan entre sí, mejor aún: se integran, es preciso recordarlo, el sentido inmediato y literal –histórico- que algunos espíritus modernos se imponen como un deber rechazar: una vez más el viejo mito pseudocientífico de “mito”... Habría que insistir también sobre este aspecto, en el sentido propio, fundamental.

¿Por qué este acercamiento distinto, estos diferentes niveles de comprensión de las Escrituras?


Masonería Cristiana
Trinidad Trifacial
Grabado finales Edad Media 1492
Autor anónimo


San Pablo nos da la clave cuando evoca los carismas, tan múltiples, tan diferentes y sin embargo tan complementarios entre los cristianos (I Corintios XII, 4-11 y XIV, 1-40) al igual que en la parábola de los talentos (Mateo XXV, 14-30) y la de las minas (Lucas XIX, 11-27). Nadie se sorprende por lo que respecta a las aptitudes profanas, intelectuales y físicas, e incluso de las inclinaciones morales, tan manifiestamente diversas entre los hombres. ¿Por qué pues sorprenderse en lo relativo al ámbito espiritual?

Pero recordémoslo, el Apóstol señala: “Y hay diferencias de dones, pero el Espíritu es el mismo. Y hay diferencias de ministerios, pero es uno mismo el Señor. Y hay diferencias de operaciones, pero es uno mismo el Dios que lo opera todo en todos. A cada uno se le da la manifestación del Espíritu para lo conveniente” (I Corintios XII, 4-7).

San Pablo, finalmente, precisa que más allá de todos estos carismas particulares, la vía que sobrepasa todos los dones superiores, es la Caridad, también dicha el Amor (Ahavah, en hebreo, Agapè en griego, Caritas en latín) la cual “nunca desfallece” (I Corintios XIII ).

El Amor espiritual, en tanto que es la expresión del ser, su “estado”: de Dios, y a su Imagen y Semejanza, de aquel que el Apocalipsis llama el hombre de deseo, es aquello que es lo más íntimo, lo más interior y, así pues, en sentido etimológico “esotérico”.

No “se explica” ni es explicable, se vive o no se vive: el Amor, incluso en su dimensiónpuramente sentimental, no conoce de exoterismos...

Es por lo que ninguna vía de Conocimiento metafísico no existe sin la Caridad, virtud teologal imprescriptible e inevitable; el cristianismo es la Encarnación, en sentido teológico, de este Misterio; Cristo es su Rostro y el Corazón.

Así pues, es necesario que haya una interioridad real, ya que, en su defecto, es evidente, no habría nada a interiorizar, sino una simple diferencia de “puntos de vista”, incluso una alteración del Dogma mismo. Es todo el drama y la perversidad de las corrientes pseudo-iniciáticas en el Occidente cristiano desde siempre (y el Oriente tampoco se halla exento en la actualidad).

La jerarquía eclesiástica tiene pues todas las razones y el deber de prevenir a los fieles en contra de estas desviaciones que los arrojan a un portento de pacotilla o a prácticas tenebrosas de las que se convierten en inconscientes juguetes.

‘Interiorizar’ significa ir más adelante, más al corazón de la revelación de Cristo y no cambiar de Fe, incluso sin darse uno cuenta, vaciar de sentido una enseñanza, un Dogma –no tengamos miedo de este término: tomado en su sentido primero, es totalmente puro de todas las connotaciones (demasiado) humanas que lo desvían hacia una voluntad de poder e intolerancia.

En sí, se afirma como la manifestación de la Verdad, de esta parte de verdad de la que nos habla san Agustín y que es evocada así por Guénon:

“toda verdad es exclusiva del error, no de otra verdad, o para expresarnos mejor, de otro aspecto de la verdad”. 
Orient et Occident, Éditions

La amplitud de su comprensión solo depende de la capacidad –y del deseo- de los hombres por alcanzar lo que así les es revelado.

Los pocos, a que antes nos referíamos, se explica de este modo. Es el hombre quien escoge abrirse o mantenerse a distancia más o menos lejana de la Palabra de Dios. No es Dios quien los aparta voluntariamente, y nosotros diríamos, arbitrariamente. Pero, como él los conoce “desde el comienzo de los Tiempos”, sabe qué almas seguirán libremente la vía, cuando les sea dado entrar “en el tiempo y el espacio” del mundo sensible y cuales otras se desviarán o se contentarán con bordearla.

Es por lo que, el Evangelio habla de aquellos a los que el Verbo y el Padre han “escogido”. Respecto a la vía iniciática, es justo hablar de la Palabra y las enseñanzas reservadas, así como de los pocos a que van dirigidas. En el seno de la comunidad de los Doce, y bien que es preciso ser muy prudente con lo que vamos a decir, se puede señalar que existía una suerte de distinción de esta naturaleza: lo vemos claramente con Juan el Evangelista (en particular a través del relato de la última cena), con Pedro y Santiago (únicos testigos de la Transfiguración, en compañía de Juan precisamente). Pablo, el Apóstol de los Gentiles, constituye igualmente un ejemplo que nos toca muy directamente puesto que no conoció a Cristo antes de la Crucifixión.

No obstante, no es Dios, el Todo Amor, quien se aparta, sino el hombre que lo esquiva o se ahuyenta, por pereza, indiferencia o por miedo, quizá, de las consecuencias inducidas por una demasiado poderosa radicalización de su camino espiritual. Esta libre orientación de los seres justifica el término de “cualificación espiritual” utilizado para designar el ser que tiene vocación de seguir la vía iniciática, como cuando se habla justamente de la vocación sacerdotal para aquellos que son ordenados presbíteros o toman el hábito monástico.

La luz divina se mantiene, ciertamente, más o menos tamizada, no porque de Dios quiera “burlarse” de los hombres o privilegiar, por predestinación, los unos en detrimento de los otros, sino por delicadeza, habida cuenta de la debilidad del ojo del corazón de cada hombre, a fin de dársela “según su medida y sus medios” que sin embargo sólo son mesurados, que con arreglo a la vara de su propio deseo espiritual.

En contrapartida, la costumbre y el desarrollo de esta capacidad espiritual existen claramente, y he ahí una de las manifestaciones de la divina pedagogía; puede diferir en sus modalidades entre los hombres, sea en singular como colectivamente, por lo demás, actúa según el grado de Amor, así pues, según la voluntad de conocer más intensamente (su Redamatio en términos teológicos) del propio interesado.

En efecto, interiorizar, es co-nacer: identificarse “ontológicamente” con aquello que es entonces “entendido”. No se trata de comprenderlo intelectualmente, sino de vivir de esa Luz recibida; percibir a Cristo, nacer y crecer en uno, según la enseñanza paulina.

En efecto, y sea cual sea la vía espiritual, se trata siempre, no ya de un “saber sobre”, sino de un “vivir en”, dicho de otra manera, no de un saber sobre Jesucristo, sino de un vivir en Jesucristo.

No olvidemos, que incluso para figuras únicas de la Fe como Moisés, por ejemplo, Dios sólo se le muestra “de espaldas” con el fin de no aniquilar a su criatura: “no podrás ver mi faz, pues el hombre no puede verme y vivir (...) al pasar mi Gloria, te pondré en la hendidura de la roca y te cubriré con mi palma mientras paso; luego apartaré mi palma y verás mis espaldas, mas mi faz no se podrá ver” (Éxodo XXXIII, 20-23) o en una brisa ligera, para el profeta Elías (I Reyes XIX, 12). En “visión directa”, tan solo revela lo que el hombre de la Caída, aunque fuera santo, pueda “soportar”.

Únicamente la Revelación cristiana, por el Misterio de la Encarnación del Hijo, permite ver a Dios cara a cara, pero es porque en su Amor infinito, ha tomado rostro humano.

He aquí la respuesta divina al pecado de Adán: a aquel que ha desfigurado la Imagen y Semejanza que era; Dios le devuelve sus rasgos inmaculados a través de los de Jesucristo que desciende para habitar entre “los suyos”. Como el Verbo habita en esta humanidad, dicha humanidad, por medio de la Eucaristía es glorificada en él: a la Inhabitación del Verbo responde la asunción invisible de cada hombre en cada eucaristía en la que comulga.

A través de las modalidades de su Presencia, a través de la enseñanza de su Palabra, Dios da muestras de la misma delicadeza, de la misma ternura y la misma sabiduría que ha manifestado hacia Moisés o Elías y ofrece a cada uno según su medida, según su respuesta a la vocación que él le ha propuesto.

La teología, en particular la teología apofática (volveremos más adelante sobre este término), la ascesis del santo o la enseñanza reservada del iniciado constituyen las pruebas y las vías...



Acerca del Autor

Pascal Gambirasio d'Asseux


Pascal Gambirasio d'Asseux nació en París en 1951. Abogado, se ha dedicado también a la espiritualidad cristiana. Escritor, conferenciante (invitado de France Culture y de Radio Chrétienne Francophone), ha publicado varios libros -que ahora son referencias reconocidas- sobre la dimensión espiritual de la caballería y la heráldica o la ciencia del escudo de armas, sobre la naturaleza cristiana de la realeza francesa y del rey de Francia, así como sobre el camino cristiano de la iniciación como camino de interioridad y de encuentro con Dios: iniciático, de hecho, lejos de las interpretaciones desviadas que han distorsionado su significado desde al menos el siglo XIX, significa al mismo tiempo origen, inicio e interiorización del proceso espiritual para que, como enseña San Anastasio Sinaí, "Dios haga del hombre su hogar". De este modo, quiere contribuir al (re)descubrimiento de esta dimensión dentro del Misterio cristiano, olvidada o incluso rechazada por unos porque está desfigurada por otros.


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