La ordenación sacerdotal y los
sacramentos
Según la jerarquía tradicional y
estrictamente hablando, estamos hablando del obispo (consagración episcopal) y
del presbítero (ordenación sacerdotal) puesto que el diácono no ha recibido el
sacerdocio que le permitiría celebrar la Eucaristía.
Más exactamente, la misión y el
carisma del obispo y del presbítero, por la gracia y el carácter del sacramento
del Orden, son el de estar configurados a Cristo para cumplir el sacrificio
eucarístico y asumir la plenitud del apostolado en beneficio de todos. En estos
“actos” es muy realmente el Verbo de Dios quien actúa en y por ellos.
El cristianismo no comporta pues
una “iniciación sacerdotal” distinta del sacramento del Orden stricto sensu que
sería guardado y transmitido por las sociedades iniciáticas como en ocasiones se ha oído afirmar en
ciertos medios, iniciación que supuestamente conferiría una validez, del mismo
nivel que el de la ordenación, para celebrar y transmitir los sacramentos,
detentando de tal suerte una especie de “ordenación paralela” de la misma
naturaleza. A este respecto, hemos oído de algunos evocar una iglesia de Santiago
o una iglesia de Juan en relación (o en contraposición) a la iglesia de Pedro,
mientras que nunca no ha existido otra iglesia que esta, la única, instituida
por Jesucristo y confiada a los apóstoles, pero a Pedro en primacía. En
contrapartida, en el ámbito litúrgico, sí que existe una misa dicha de san
Santiago, lo que sin embargo no tiene nada que ver con ningún tipo de
“iglesia”.
Como hemos recordado, sólo el
obispo y el presbítero, gracias a su ordenación que se inscribe en la cadena
apostólica ininterrumpida desde Cristo, han recibido tal poder y una tal
misión: únicamente ellos están de este modo, teológicamente hablando,
“configurados a Cristo” para celebrar en su Nombre estos (sus) sacramentos: la
Iglesia precisa “in persona Christi”, lo que significa que es el Verbo de Dios
quien cumple estos sacramentos en el espacio y el tiempo de los hombres,
aplicándolos a la humanidad por aquellos cuya vocación ha quedado configurada
por la ordenación. Es por lo que la Iglesia añade que estos sacramentos así celebrados
y aplicados tienen por sí mismos y en ellos mismos una gracia y un carácter, lo
que expresa en estos términos: “ex opere operato”. Su eficacidad en el sentido
en que lo entiende el lenguaje teológico, no depende pues en absoluto del
oficiante humano, de su grado de santidad o no, sino del solo hecho que haya
sido ordenado porque es el mismo Cristo quien, por su mediación, actúa realmente. 27
En otros términos, lo que es puesto, instituido por Dios (el Cristo) tiene valor por sí mismo y es Dios mismo quien “lo aplica” en Persona a través de los hombres ordenados para ello. Es en particular en esta naturaleza específica de lo que la Iglesia designa por el nombre de sacramentos (palabra que significa lo que nos configura con lo sagrado, así pues, nos une al Señor marcándonos con el sello de su Gracia) en cuya naturaleza reside uno de los Misterios cristianos que no tienen parangón con otras religiones y espiritualidades. Es preciso pues no confundir la Iglesia con estas últimas y aplicar a la primera lo que puede resultar de las segundas.
Como revancha, veremos que en el
seno de la Revelación cristiana pueden encontrarse, en efecto, conocimientos
que podríamos calificar de sacerdotales en sentido etimológico de teologales o
incluso de teúrgicos en la medida que inducen una presencia espiritual de y a
Dios (por ejemplo, en el corazón de la Cábala judía y cristiana: la ciencia de
los números-letras ligada a la de los Sefirots así como a la de los Nombres
divinos)28 porque su naturaleza y objeto
se refieren directamente a Dios, al santo encuentro con él.
Los hombres ordenados deberían
ser, por naturaleza, los primeros en conocer y profundizar estos conocimientos,
pero ellos están igualmente abiertos a los otros cristianos, hombres y mujeres,
llamados a este encuentro de interioridad con el Señor. Precisaremos una vez
más que estos conocimientos no detentan ni suponen, en la Iglesia, ninguna
iniciación sacerdotal de especificidad tal como la que hemos recordado. Podemos
simplemente lamentar que, desde hace tanto tiempo y salvo raras excepciones,
los hombres de Iglesia ignoren e incluso rechacen tales conocimientos,
dejándolos así demasiado a menudo en manos de personas o ignorantes o poco
instruidas sobre la teología cristiana, o exaltados en algún delirio
pseudo-esotérico o de tenebrosos manipuladores.
La vida consagrada
Esta consagración a que nos
referimos no se inscribe entre el número de los siete sacramentos.
Dicha consagración define y sella
la vocación religiosa, regular o secular, de los hombres y mujeres que deciden
“tomar el hábito” de las Ordenes monásticas, o que se comprometen en el seno de
Congregaciones o Institutos religiosos. Es igualmente la vía de los laicos
pertenecientes a lo que se llama Ordenes Terciarias, surgidas de cualquiera de
las ordenes monásticas evocadas.
El carácter de esta vida
consagrada y la especificidad de la misión de aquellos que son llamados a ella,
es la de vivir en imitación
la voluntad del Padre, orante y
misionero, con el fin de hacerlo presente, incluso y sobre todo allí donde no
es conocido o reconocido.
En modo religioso, es la ascesis
hacia la santidad a la que todos los hombres están llamados, incluso si bien
pocos responden a su vocación, para convertirse en el germen del Amor, de la
Paz y de la Alegría de Dios.
La iniciación
En el marco cristiano, la
iniciación se presenta a la vez, en una aparente paradoja, como un aspecto
central y específico de la consagración anteriormente evocada.
Aspecto central, porque la
iniciación nace y vive de la Palabra encarnada que es simultáneamente la Luz
verdadera que ilumina a todo hombre, como bien anuncia el Prólogo del Evangelio
según san Juan29.
Central y, así pues, en el pleno
sentido de la palabra, católica, es decir universal. Es en esto por otra parte,
que a imitación del Evangelio en el seno del cual se inscribe, la vía
iniciática cristiana recapitula y, como se ha dicho, de alguna manera
“contiene”, todas las iniciaciones anteriores.
La iniciación cristiana
constituye el corazón como consecuencia inmediata de que el Evangelio constituye
a su vez y con toda claridad el corazón de todas las Revelaciones divinas
precedentes, entonces identificadas como prefiguraciones y una propedéutica.
Aspecto específico, ya que la
iniciación, el conocimiento esotérico, tiene por misión abrir el ser que ha
sido llamado a ello, al absoluto de la Buena Nueva y a la realización, a través
de los ejercicios espirituales que le están vinculados y reservados, del cuerpo
de Gloria o cuerpo de Resurrección. La tradición iniciática ¿acaso no afirma,
que incluso en el mediodía pleno, el iniciado cumplido no proyecta ninguna
sombra?
La Obra Maestra de esta vocación
es pues la de actualizar, la “de anticipar”, si se nos permite decirlo, lo que
debe advenir escatológicamente, en primer lugar, a título individual, en
cumplimiento de la Resurrección de la carne, y a continuación a título
colectivo, lo que significa radicalmente la Comunión de los Santos, cuando todo
estará terminado en la Plenitud de los tiempos en que Dios será “todo en
todos”30.
A través del camino trazado por
las Beatitudes, que constituyen la vía real del cristiano, pero también por los
rituales y ejercicios espirituales que le son propios, la vía iniciática
permite a aquellos que no son llamados a dicha realización en modo religioso o
monástico -a los que denominaremos “iniciados”-, el poderla realizar incluso
“en esta vida” y “desde esta vida”, permaneciendo como guardianes de una
enseñanza que el Señor no tiene intención de compartir con todos.
Esta santa ciencia apela a
aquellos que la profesan a devenir y permanecer eficientes y oficiantes en su
servicio de la Verdadera Luz que es Cristo. No obstante, no por revelación
directa, sino por una especie de “capilaridad espiritual” a través de la acción
de presencia y ascesis particular de los iniciados, este Arte Real y reservado
concurre igualmente al bien común.
En todo caso, la iniciación es
pentecostal ya que, por ella, el Espíritu refuerza, por así decirlo, su
inhabitación en el corazón del hombre. De igual modo, promete en su perfección
una asunción del ser por el logro del estado glorioso que venimos de evocar. El
profeta Elías, por otra parte, santo patrón de los Carmelitas y, antes que todo
y de todos, la Virgen María son los ejemplos mayores de lo que es prometido a
aquel que permanece fiel a las promesas de su Bautismo y a sus juramentos
iniciáticos.
Una en su naturaleza, pero
múltiple en sus formas, la iniciación en el marco cristiano que es el nuestro
presenta las vías siguientes:
La vía del Oficio: Masonería,
Compañerazgo,
La vía heroica, es decir la
Caballería y su lenguaje simbólico: la heráldica.
La vía hermética, que enseña los
“secretos de la Naturaleza” y las “correspondencias” entre los diversos reinos
o planos: Al-kimia significa, en efecto, química de Dios (Al, El),
La vía de las letras y los
números o cábala cristiana.
Sin olvidar que, con toda
evidencia, y antes que todo, la manifestación más perfecta y más acabada de
todo esoterismo, en su sentido pleno, se tiene en este misterio insondable del
Amor de Dios que nos sacia de su Presencia y de su Vida bajos las Santas
Especies eucarísticas.
Sea cual sea el camino escogido o
“el camino que nos escoge”, es preciso saber que el peregrinaje es largo y
difícil, incluso peligroso; la vía iniciática, en plena armonía con la paradoja
a que nos referíamos en preámbulo, conjuga el don y el misterio de hacernos
partícipes del anuncio de la Buena Nueva a través del testimonio de una vida
auténtica, aunque permaneciendo en secreto, porque está reservada a quien es
llamado a esa auténtica vida para franquear el umbral.
Este secreto no debe
sorprendernos. El mismo San Pablo nos lo enseña con estas palabras:
“Moristeis, en efecto, y vuestra
vida quedó oculta con Cristo en Dios; cuando Cristo, que es vuestra vida, se
muestre, os mostraréis también vosotros en gloria con él”31.
De este modo, podemos hablar de
una verdadera “legitimidad evangélica” de la iniciación. Al igual que, en este
mismo sentido, es lícito y verdadero evocar un esoterismo cristiano.
Insistimos, siguiendo en esto a René Guénon, sobre el hecho que se trata de un
esoterismo cristiano, es decir una vía de interioridad espiritual en la acogida
y la meditación de la Palabra de Dios y no de un cristianismo esotérico, que
vendría a constituir, de facto, una suerte de cuerpo doctrinal distinto,
incluso opuesto al santo Evangelio. Y -lo más importante- que ya no sería
cristiano, sino estrictamente hablando, se trataría de una herejía.
Cristo, no solo permite, sino que
anima y legitima esta acción en la vía reservada, cuando el episodio de la unción
de Betania. En efecto, mientras que Judas se indigna porque María unge los pies
del Señor con un perfume de nardos de alto precio, planteando como objeción las
necesidades de los pobres, Jesús responde:
“Déjala”32.
En uno de los significados que
puede darse a esta palabra, Jesús le está pidiendo a alguien permanecer extraño
a una misión o a un carisma particulares y especialmente a la vía iniciática, a
no poner trabas a esta vocación de interioridad operativa que, ciertamente,
puede no llegar a entenderse, que inclusive puede llegar a molestar y que, al
igual que sucede con la vida contemplativa, cabe la posibilidad de no llegar a
captar la necesidad de la misma y su belleza a ojos de Dios.
Continúa quedando en el aire, no
obstante, una cuestión fundamental, en el verdadero sentido del término: ¿cómo
dar cumplimiento a una vocación cristiana e iniciática? Esencialmente por la
fiel aplicación de esta enseñanza de los Padres, maestros de la acción
apostólica, que recuerda por otra parte la del Santo Padre en su exhortación
sobre la vida consagrada:
“Hay que depositar la confianza
en Dios como si todo dependiera de Él y, al mismo tiempo, comprometerse con
generosidad como si todo dependiera de nosotros”.
NOTA:
27. En cuanto a aquellos
que lo reciben, deben hacer fructificar por su parte las gracias.
26 I Corintios XII, 4-7.
27 A diferencia de los ritos no
sacramentarios (llamados también sacramentales) tales como el signo de la cruz,
el agua bendita, las plegarias individuales o colectivas, las bendiciones, el
adobamiento caballeresco… que actúan, por su parte ex opere operantis, es
decir, reposan en la fe del oficiante y de aquellos a quienes estos ritos son
destinados.
28 “La invocación del Nombre de
Jesús es acompañada de su manifestación inmediata, porque el Nombre es una
forma de la Presencia” Paul Evdokimov (1901-1970) teólogo y filósofo ruso
emigrado a Francia que fue uno de los mayores representantes de la Escuela de
París, ilustre grupo de teólogos y filósofos religiosos emigrados a Francia a
partir de 1917. Paul Evdokimov se refiere más precisamente aquí a la plegaria
de Jesús llamada también plegaria del corazón, inicialmente practicada en la
tradición monástica de Oriente denominada hesicasmo (del griego hesychia:
inmovilidad, reposo, calma, silencio).
29 Juan I, 9.
30 I Corintios XV, 28.
31 Colosenses III, 3-4.
Acerca del Autor
Pascal Gambirasio d'Asseux
Pascal Gambirasio d'Asseux nació en
París en 1951. Abogado, se ha dedicado también a la espiritualidad cristiana.
Escritor, conferenciante (invitado de France Culture y de Radio Chrétienne
Francophone), ha publicado varios libros -que ahora son referencias
reconocidas- sobre la dimensión espiritual de la caballería y la heráldica o la
ciencia del escudo de armas, sobre la naturaleza cristiana de la realeza
francesa y del rey de Francia, así como sobre el camino cristiano de la
iniciación como camino de interioridad y de encuentro con Dios: iniciático, de
hecho, lejos de las interpretaciones desviadas que han distorsionado su
significado desde al menos el siglo XIX, significa al mismo tiempo origen,
inicio e interiorización del proceso espiritual para que, como enseña San
Anastasio Sinaí, "Dios haga del hombre su hogar". De este
modo, quiere contribuir al (re)descubrimiento de esta dimensión dentro del
Misterio cristiano, olvidada o incluso rechazada por unos porque está
desfigurada por otros.