Esoterismo: la singularidad cristiana
Pascal Gambirasio d'Asseux
Masonería Cristiana | G.P.D.H. | El Triángulo Masónico Rectificado Jerusalén Celeste Nº 13, se encuentra ubicado en los Valles de Caracas al Or.·. de Venezuela, está bajo la obediencia y jurisdicción del Gran Priorato de Hispania. El G.P.D.H. es la única Obediencia de ámbito hispánico que permite a sus miembros la práctica del Rito Escocés Rectificado (RER) en su auténtica estructura , tal cual fue concebida y aprobada en su Convento fundacional celebrado en Wilhelmsbad (Alemania) en 1782.
Esoterismo: la singularidad cristiana
La palabra griega ekklesia , que significa "iglesia", "asamblea de hombres", proviene del verbo ekkaleo , "llamar". La Iglesia cristiana es la asamblea de aquellos que han sido llamados por Cristo, que han creído en Él y viven por Él. Pero la Iglesia no es simplemente la sociedad, o la comunión, de hombres unidos por su fe en Cristo, no es una mera adición de individuos. Unidos en concierto, los miembros de la Iglesia constituyen un solo cuerpo, un organismo indivisible.
La denominación de la Iglesia como el cuerpo de Cristo pertenece al apóstol Pablo: " Todos hemos sido bautizados en un Espíritu, para formar un solo cuerpo, sean judíos o griegos, o esclavos o libres, y todos hemos sido regados con un solo Espíritu [...]. Ustedes son el cuerpo de Cristo y sus miembros, cada uno por su parte ”(I Cor 12, 13-27).
A través de los sacramentos, especialmente a través de la comunión en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, el pan y el vino eucarísticos, nos unimos a Él y nos convertimos en Él en un solo cuerpo: “ Puesto que hay un solo pan, nosotros que somos muchos, formamos un solo cuerpo. , porque todos participamos del mismo pan". (I Co 1,17). La Iglesia es el cuerpo eucarístico de Cristo, la Eucaristía nos une a Él y a los demás. Y cuanto más nos acercamos a Dios, más nos acercamos unos a otros, y cuanto mayor es nuestro amor por Cristo, más fuerte es nuestro amor por el prójimo. En nous unissant à Dieu dans une vie animée par les sacrements, nous nous unissons les uns aux autres, nous surmontons notre isolement, nos illusions et notre aliénation, devenons membres d'un organisme indivisible, liés les uns aux autres par le lien de l 'amor. (2)
Por tanto, la Iglesia atribuye al sacramento de la Eucaristía una importancia como ninguna otra en la obra de la salvación. Fuera de la Eucaristía, no hay salvación, ni divinización, ni vida auténtica, ni resurrección para la eternidad: “ Si no comen la carne del Hijo del hombre y si no beben su sangre, no tienen vida en ustedes mismos. . El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el día postrero ”(Jn 6,53-54).
El misterio de la Iglesia fue prefigurado en el pueblo de Israel, elegido y apartado de otras naciones. La Iglesia cristiana se considera la única heredera legítima de la religión fundada en la revelación bíblica, revelación protegida y preservada en la tradición de la Iglesia. Esto abarca el Antiguo y el Nuevo Testamento, el recuerdo de la vida terrenal de Jesucristo en los primeros años de Su vida, de Sus milagros y Su enseñanza, de Su muerte y resurrección. También incluye los logros de la Iglesia primitiva, la enseñanza de los primeros Padres y de los concilios ecuménicos, la vida de los santos y mártires del cristianismo, la liturgia, los sacramentos y toda la experiencia espiritual y mística transmitida de generación en generación. .generación. En otras palabras,
Para un cristiano es absolutamente esencial ser miembro de la Iglesia, tener un vínculo con la revelación de Dios tal como se conserva en la Sagrada Tradición de la Iglesia, en su memoria viva. (3)
La experiencia que se puede tener de Dios es un don que se le da a la persona, pero la revelación de Dios pertenece a todo el cuerpo de la Iglesia. La experiencia personal de cada creyente individual debe integrarse en la memoria colectiva de la Iglesia, por eso no hay cristianismo sin Iglesia.
Cada uno está llamado a compartir su experiencia con los demás y a examinarla a la luz de la revelación dada al pueblo como cuerpo, como comunidad. De esta manera, el cristiano se une a otros cristianos y la casa de la Iglesia se construye con piedras individuales.
Las palabras del Símbolo de Nicea-Constantinopla: " Creo [...] en una Iglesia una, santa, católica y apostólica " precisan las notas de la Iglesia como organismo teándrico.
La Iglesia es una, porque creada a imagen de la Santísima Trinidad, manifiesta en sí misma el misterio de la unidad de la esencia en la distinción hipostática; incluye una multitud de personas hipostasiadas, unidas en la unidad de la fe y los sacramentos. Según el apóstol Pablo " hay un solo cuerpo y un solo Espíritu [...], un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre, que es sobre todos, por todos y en todos " (Ef 4,4-6 ). Por esta unión de todos los cristianos, Jesucristo oró el día de la Última Cena: "Santo Padre, guarda en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros [...]. No es solo por ellos que oro, sino también por aquellos que creerán en mí por su palabra, para que todos sean uno, como tú, Padre, tú estás en mí y yo en ti, para que ellos también puede ser uno en nosotros ”(Jn 17,11-21).
El amor de las tres Personas de la Santísima Trinidad brilla en la unidad de la Iglesia (…).
La Iglesia vive en la tierra, pero está vuelta hacia el cielo, su existencia se desarrolla en el “La Iglesia es el Reino de Cristo, adquirido a costa de Su sangre, el Reino al que Él lleva a los que ha elegido para que sean Sus hijos y a los que lo han elegido a Él para que sea Su Padre. La experiencia que se puede tener de Dios es un don que se le da a la persona, pero la revelación de Dios pertenece a todo el cuerpo de la Iglesia. La experiencia personal de cada creyente debe integrarse en el misterio de la Iglesia, por eso no hay cristianismo sin Iglesia. "(Hilarion Troitsky) tiempo, pero respira eternidad ".
Obispo Hilarion Alfeyev,
Notas.
1. El término eslavo sobornyj no es la traducción exacta del griego katholike (católico), que significa “universal”, y designa lo que une a los cristianos esparcidos por el mundo, incluidos todos los santos y los difuntos. La primera Iglesia estuvo formada por la pequeña comunidad de discípulos en Jerusalén (por eso la Iglesia Hierosolimita ha recibido hasta hoy el nombre de "madre de las Iglesias"), pero desde el siglo I, y gracias a la predicación de los apóstoles, nacieron comunidades en Roma, Corinto, Éfeso y otras ciudades de Europa, Asia y África. Todas estas comunidades, cada una bajo el liderazgo de su obispo, formaron una única Iglesia “ecuménica” encabezada por Cristo.
2. Por la palabra sacramento entendemos, en la teología ortodoxa, las celebraciones durante las cuales se realiza el encuentro entre Dios y el hombre, y se logra la unión más plena posible con él en las condiciones de la vida terrena. En los sacramentos la gracia de Dios desciende sobre nosotros y santifica todo nuestro ser, alma y cuerpo, uniéndolo a la naturaleza divina, vivificándolo, deificando y recreándolo en la vida eterna.
3. La apostolicidad de la Iglesia consiste en el hecho de haber sido fundada por los apóstoles, de permanecer fiel a su doctrina, de tener una sucesión que procede de ellos y de perpetuar el culto que ellos dan en la tierra. El apóstol Pablo dice que la Iglesia fue edificada " sobre el fundamento de los apóstoles y los profetas " (Efesios 2,2).
http://restaurationuniverselle.over-blog.com/pas-de-christianisme-sans-l%E2%80%99eglise-qui-est-le-royaume-du-christ?fbclid=IwAR3gSg33u1zKq53xCavbe3qOrK9hHhCHJzMIc_PjQZobq8EcFHXdi2eeO14
http://restaurationuniverselle.over-blog.com/
https://www.evangelizarconelarte.com/la-iglesia-cat%C3%B3lica-cuna-del-conocimiento/la-patr%C3%ADstica-padres-de-la-iglesia/
Una realización espiritual bajo dos modalidades, no según dos naturalezas
Es imperioso cercar adecuadamente
este punto ya que no sabríamos cómo ser lo bastante precisos e intransigentes
sobre esta realidad que constituye la clave que permite captar lo que es, y por
el contrario lo que no es, la vía iniciática en el Misterio cristiano.
Antes que nada, es necesario
explicitar primero lo que significa el término de esoterismo aplicado en seno
del Cristianismo: como ya hemos dicho, una modalidad de entendimiento y
desarrollo de la interiorización de la Palabra del Señor para ciertos
conocimientos metafísicos enseñados y puestos en acción en una pedagogía
aplicada.
Pero, de ninguna de las maneras,
una temática distinta, ni a fortiori opuesta, a las verdades de la fe
expresadas por el Credo.
Es por lo que, a este respecto,
hemos precisado al comienzo de este texto que no hay una diferencia radical
entre la vía iniciática y la vía mística sino solamente una distinción de modus
operandi: en general, la vía mística estando menos normalizada y balizada (por
usar términos familiares) que la vía iniciática, lo que conviene matizar por la
existencia de diversos tratados y libros escritos por grandes místicos
(principalmente monjes y monjas pero no únicamente) del Occidente y del Oriente
cristianos.
Esta es, por otra parte, la razón
por la que estimamos justo afirmar que en el seno de la revelación cristiana se
trata de una sola y misma vía en la que uno de los aspectos o modos (la vía
calificada de mística) es la de comenzar en aquellos que la viven por los
efectos de la gracia santificante, cuyo crecimiento en el ser, son justamente
el objeto de las obras de los místicos anteriormente citados.
Mientras que el otro aspecto (la
vía calificada de iniciática) se caracteriza en primer lugar por un aprendizaje
de conocimientos de orden metafísico y, así pues, teológicos en una progresión
mental y simbólica (en el sentido pleno del término y no en el sentido moderno
de virtual, luego de no efectivo) que debe ayudar y conducir a la realización
de lo que se acostumbra a llamar hoy el despertar espiritual y, en
consecuencia, a la recepción y fortificación de las gracias santificantes
citadas anteriormente.
Pero este modo iniciático, no
temámoslo de repetirlo ya que se trata del corazón de la revelación cristiana,
sólo puede seguirse “cristianamente” que a la luz del carácter y gracias de los
sacramentos; de inscribirse en ellos subordinadamente.
Señalémoslo de nuevo, en el
cristianismo, entre lo que es llamado exoterismo y esoterismo, no existe una
diferencia de naturaleza, una distinción radical, sino únicamente la toma en
cuenta de la diferencia de grados en el deseo espiritual de los bautizados y la
entrada en corolario en el seno de los Misterios de Cristo y del Reino de los
Cielos.
En el seno de este esoterismo o interioridad, no existe pues una diferencia de naturaleza sino simplemente de modalidades, según se viva en la vía mística o iniciática, según la tipología, forzosamente reductora, luego inadaptada en el seno del cristianismo, con la cual se lo continúa calificándolo.
Finalmente, en lo que concierne a
la santidad, estos dos modos o vías de interioridad conducen ambos a este
estado para el que no existe tampoco diferencia de naturaleza sino, aquí
también, únicamente de grados.
Respecto a esta realidad, única
en relación a las otras tradiciones espirituales de la humanidad, ¿cómo creer y
sostener que el Cristianismo “tan solo es una” espiritualidad más entre otras;
aserción que obedece al esquema común que define y estructura a estas últimas
-como sostiene en particular René Guénon42-, y puede pues someterse al
principio de relatividad predicado hoy con vehemencia por algunos? Tendremos la
ocasión de volver a hablar sobre ello más adelante.
Guénon afirma, por añadidura, que
el Cristianismo era una vía iniciática en su origen, pero que se ha
“exoterizado” algunos siglos más tarde, sin dar mayores explicaciones sobre las
modalidades de esta exoterización (cf nota 121).
Como venimos de constatar, por
bien que este análisis sea erróneo tanto en el fondo como en su formulación
(sin contar que Guénon no explica si esta iniciación surge, a su juicio, del
Judaísmo o de otra tradición), no está totalmente exento de verdad bajo un
cierto ángulo, ya que, si el Cristianismo no es una vía iniciática en el
sentido separador en que lo entiende Guénon según el esquema que él plantea, no
es menos cierto, como acabamos de indicar, que la plenitud de su naturaleza, en
que cada uno es llamado a alcanzarla si tiene verdadero deseo y la cualificación
espiritual requerida, se revela esôterikós: dicho de otro modo, revelación del
íntimo de Dios al íntimo del hombre.
Es preciso entender bien este
término y así pues, la naturaleza única de la Buena Nueva: en este caso,
traduce la última revelación de lo más íntimo de él mismo que Dios puede
ofrecer al hombre por la Encarnación y la Pasión del Verbo, Segunda Persona de
la Santísima Trinidad, fundamento de la nueva y Eterna Alianza que sella la
unión con él de esta vida terrestre por los sacramentos, en primera línea de
los cuales, la eucaristía, principio de la Vida eterna por la adopción filial
en la Vida trinitaria.
Todo es dado en el seno de la
revelación cristiana que es una, sin distinción de naturaleza en ella, sin
separación de vías ni sobre todo de personas humanas más allá de la propia
medida en el amor de Dios y su deseo de conocerle en lo más íntimo: en los más
“esotérico”.
En efecto, la Palabra del Señor
no se revela en plenitud, a imitación de las parábolas que utiliza, solamente a
aquellos que tienen ojos para ver y oídos para “descifrar”, según sea el grado
de apertura de la puerta de su alma y de su corazón a Dios: dicho de otro modo,
de acuerdo a la amplitud de su deseo y de su entendimiento, en el sentido pleno
del término.
Volvamos a esos dos modos de
interioridad.
El camino del místico -lo
denominaremos modus mysticum- es ante todo un impulso interior y personal, y no
el aprendizaje previo (salvo, por supuesto, la catequesis de base, incluso la
teología) de un conocimiento metafísico bajo formas de enseñanzas y de ritos o
símbolos “accionados”.
Dicho camino conduce, según un
esquema universal, si bien en el marco de un tiempo apropiado a cada uno, a una
percepción de la presencia de Dios en lo más íntimo de sí, al despertar
espiritual que abre el acceso a los diversos Cielos, a los mundos de los
ángeles y al “lugar” de Dios43: lo que se designa generalmente por
contemplación, noción que se concibe demasiado a menudo como un estado pasivo
mientas que, por el contrario, comporta la puesta del ser en un acto
eminentemente activo, pero es cierto que de acuerdo a una modalidad de acción
distinta, que en este mundo se tiene.
Al respecto, la etimología de la
palabra contemplación se revela significativa de su naturaleza y efectos
espirituales: en latín, contemplare no es otra que cum templum: estar con el
templo o, más exactamente, hacerse uno mismo templo del Señor.
Contemplar, para un cristiano, es
pues unirse al Templo no hecho por la mano del hombre, Jesucristo, con el fin de
que, en definitiva, sea Cristo quien nos tome en él.
El recorrido iniciático, por su
parte -lo llamaremos modus initiaticum-, es ante todo aprendizaje de
conocimientos metafísicos profundizados44 dispensados según una pedagogía que
debe permitir su asimilación primero y su puesta en práctica después. La
operatividad espiritual o realización iniciática que encuentra, se nivela
entonces con la realización espiritual del místico.
Se podría decir que, en esta vía,
el conocimiento recibido a través de los ritos, los símbolos y las enseñanzas
constituye la theoria (en el sentido moderno que la distingue de la praxis,
como también en el sentido antiguo significaba, justamente, contemplación) que
precede, construye y acompaña el despertar espiritual al que está ordenado y
hacia el que debe llevar. Ahí una vez más, de acuerdo a un tiempo apropiado a
cada uno.
Lo que puede descaminar incluso
inquietar a aquellos que permanecen extraños a esta vía, sobre todo ante los
travestismos de ciertos charlatanes y particularmente respecto a las
desnaturalizaciones siniestras de auténticos satanistas que han manchado su
naturaleza y su sentido, es precisamente esta pedagogía que se traduce por
ritos y símbolos, desarrollados generalmente de acuerdo a sucesivas etapas como
sucede en todo ámbito de aprendizaje.
Los tenebrosos individuos que
acabamos de citar y las corrientes deletéreas que han propagado a través de sus
aberraciones, han contribuido de este modo a hacer olvidar a ojos de muchos,
todos los símbolos utilizados en el Antiguo y Nuevo Testamento; a hacer olvidar
que el simbolismo es el lenguaje universal de la intuición metafísica ya que
expresa su mensaje en la inmediatez y de manera “inagotable”.
Es por lo que ha sido siempre, en todas las tradiciones, el lenguaje privilegiado para traducir este conocimiento y las experiencias de la ascesis espiritual.
En resumen y de manera simbólica,
justamente, se podría decir que el conocimiento y el despertar a Dios (la
contemplación), a la intimidad con él, mantenida y desarrollada a través de el
acceso a sus Cielos, son comparables a una escalera y también a un laberinto:
cf el capítulo “Dos símbolos gemelos del despertar espiritual: la escalera de
caracol y el laberinto” de nuestro libro “La Sabiduría y la Gracia” publicado
por estas mismas Ediciones. Volveremos sobre ello.
El místico remonta cada peldaño
según su intuición espiritual, los frutos de su ascesis personal (los
ejercicios espirituales) y la gracia divina ligada a los sacramentos.
En cada rellano de su
reedificación espiritual, hace suyo el estado correspondiente a este peldaño y
puede entonces (com)prender, en todo o en parte, su dimensión teórica.
Situarla, de alguna manera. Del estado adquirido, puede considerar donde está y
lo que él es.
Así, la perfección de la vía
contemplativa abre necesariamente, ella también, al conocimiento de los
principios de la vida, ἀρχή.
Este término griego significa el
principio, el origen de toda creación, de todo ser: su raíz celeste. Ha dado la
palabra latina arcanus (arcana en plural): escondido, secreto, misterioso. El
principio al origen de toda cosa es así su “secreto ontológico”. De manera
supereminente en el hombre, es su núcleo o germen de inmortalidad: la luz de la
tradición judaica, que veremos un poco más adelante.
Es este arcano, este núcleo
escondido que el místico y el iniciado descubren poco a poco según su modo de
realización espiritual.
El iniciado, toma conocimiento
teórico de la estructura de la escalera y su conjunto, así como de cada uno de
sus peldaños en el marco de la enseñanza y según la pedagogía que hemos
evocado.
Dispone para ello de la imagen
revelada del divino ordenamiento y de los elementos de su construcción como de
un plano en planta (en términos arquitectónicos) que supone y exige una
elevación, la cual no es otra, in fine, que la asunción del ser, su deificación
o théosis: recuperación del cuerpo de gloria.
Más adelante, si es constante en su acción,
por su ascesis, por su trabajo sobre sí mismo (los ejercicios espirituales
propios de su vía que deben completar los mismos ejercicios espirituales que el
místico) llega efectivamente a cada uno de los peldaños de manera operativa: se
podría decir que los realiza en sí mismo, y puede entonces captar la realidad
intrínseca, interiorizada, porque la ha convertido realmente en suya, en parte
integrante de sí. El símbolo, previamente conocido, es entonces “accionado”,
vivido.
La elevación de la que hablamos
se realiza, de manera gradual: peldaño tras peldaño.
Es así que los ritos o “símbolos en actos”, constituyen, si queremos ser estrictos, auténticos ejercicios espirituales (sobre los cuales volveremos en la parte siguiente), solo que simplemente, su carácter es el de ser propios a esta vía iniciática y, en este mismo sentido, ser objeto de una enseñanza reservada, secreta podríamos decir, aunque actualmente las librerías e Internet abundan en publicaciones al respecto, por desgracia, con demasiada frecuencia para difundir las desviaciones que anteriormente hemos estigmatizado.
Ritos reservados, en primer
lugar, porque resultan totalmente ineficaces (en el sentido teológico del
término) a todo aquel que no haya recibido la gracia y el carácter de la
iniciación. Mutatis mutandis, ¿acaso se le da la comunión a quien no ha estado
bautizado y confirmado?
Precisaremos, por otra parte, que
este carácter iniciático, como sucede con el del bautismo, por ejemplo, es
imborrable en el ser ya que es el sello ontológico de una apertura y un lazo
espiritual entre el ser que lo recibe y el Eterno que lo concede.
La eventual recepción ulterior a
grados que puedan resultar de esta iniciación o la recepción de otra iniciación
(caballeresca, por ejemplo, en relación a la de Oficio anteriormente recibida),
no constituyen en absoluto reiteraciones, sino que son nuevas iniciaciones.
En segundo lugar, por razón que
estas enseñanzas, estos rituales comportan una naturaleza sagrada (su dimensión
y sus efectos espirituales) que debe ser respetada según conminación de
Cristo45; finalmente, porque su simple lectura no puede llegar a ser
comprendida (cum-prendere, tomar consigo, tomar en sí) por aquel que no está
familiarizado “desde el interior” con todos los elementos transmitidos en esta
vía específica. Aquel, pues, que no ha recibido, ritualmente, la iniciación.
Exactamente como el conocimiento,
en el ámbito espiritual sucede realmente como un “co-nacimiento”, dicho de otro
modo “un nacimiento a”, un “nacimiento con”, lo que viene a significar que lo
que es conocido se convierte en un componente del ser que conoce.
En el ámbito espiritual, sólo se
conoce, en su sentido pleno, que aquello que se ha asimilado ontológicamente;
que aquello a lo que uno ha devenido o, como si fuera en espejo, que aquello en
lo que uno se ha convertido.
La realización efectiva de la vía
iniciática, a la luz y los efectos de los sacramentos, en el estado terrestre, conduce
necesariamente a la contemplación o vida en Dios y, en el estado glorioso en
los Cielos, a la vida eterna correspondiente al grado de santidad (en términos
teológicos) realizado en la tierra, para culminar por lo que la Iglesia define
como la adopción a la Vida Trinitaria, realizada por y en Jesucristo, Segunda
Persona de la Santísima Trinidad.
Antes de proseguir, nos parece no
obstante necesario completar nuestra exposición respecto a los ritos seguidos
en el marco iniciático, ya que este término y lo que define, no deben prestarse
a sospecha ni rechazo puesto que se trata, en realidad y, bajo la forma que le
es propia, de una modalidad común a todas las vías espirituales entre las
cuales, y nosotros decimos en primer lugar, el Cristianismo.
En efecto, todo el ser humano queda concernido por la revelación cristiana. Lo hemos señalado en diversas ocasiones. El hombre es “tomado” en su estado terrestre, renovado íntegramente (cuerpo, alma y espíritu) en Cristo por los sacramentos que él mismo ha instituido. Es pues legítimo y evidente que aquello que se aplica al espíritu, se aplique también al alma y al cuerpo; dicho de otro modo, a la carne de la que el Credo profesa precisamente la resurrección, lo que firma la especificidad de la fe en Cristo.
Por lo demás, la misma santa misa
se celebra de acuerdo a un ordo y los fieles participan de este rito, de este
ordo, no solamente rogando y cantando, sino también de manera corporal como
espiritual, siguiendo un rito (seguido de acuerdo a unos rituales) preciso en
el curso de la liturgia: poniéndose de pie, en particular para oír el
Evangelio; sentándose, en particular para oír el Antiguo Testamento y la
homilía; arrodillándose (en el rito
tradicional dicho de San Pío V) para recibir la santa comunión eucarística;
persignándose en ciertos momentos cruciales.
También los gestos efectuados con
los brazos y las manos del sacerdote oficiante, como del conjunto de fieles
durante la plegaria, son otros tantos ejemplos. A título ilustrativo, citaremos
las nueve actitudes físicas de santo Domingo en sus plegarias, tal como han
sido comentadas por un autor anónimo (cf la bibliografía), así como las
descritas en los diferentes Libros del Antiguo Testamento.
Y ello sin contar los rituales de
ordenación y toma de hábitos monásticos o incluso las diferentes vestimentas y
colores litúrgicos…
Sucede lo mismo, mutatis mutandi,
con los ritos de la vía iniciática en la que los gestos, las palabras, los
trazados gráficos, las insignias, las vestimentas expresan símbolos, luego
realidades espirituales y contribuyen, de manera operativa, a interiorizarlas,
en definitiva, a vivirlas.
No se trata en modo alguno de
simples recuerdos alegóricos y, sobre todo, de ninguna deriva mágica, chamánica
sino de una suerte de yoga propio de la espiritualidad occidental, como lo
califican algunos, en la medida que este término, yoga, es salido de la muy
antigua raíz sanscrita jug significando religar, juntar, unir; en primer lugar,
el cuerpo, el corazón y el espíritu.
Los ritos, en tanto que son
auténticos ejercicios espirituales, responden a este imperativo y concurren, para aquellos que los
practican, al conjunto de su acción cristiana para religarse (jug que ha dado
religio en latín) a Dios, unirse a él y, por tanto, recobrar la verdadera
naturaleza y dimensión de su ser en tanto que imagen y semejanza del Padre
Creador.
La condición corporal -encarnada-
del hombre implica este paso por la forma, que paradójicamente lo “transforma”:
la del símbolo, la del rito que toma apoyo en el exterior para abrir y conducir
al interior; más precisamente, que ayuda a revelar la raíz celeste del ser
(luz, el germen de inmortalidad46, el cuerpo de gloria de la Mística judía
sobre el que volveremos en algunas páginas) bajo su corteza terrestre (la túnica
de piel), a restituir (transfigurar) la segunda en la primera que es su
principio (su principio de vida, su esôterikós), su estado primero: su norma,
según la voluntad divina.
Venimos así a referirnos a la
Resurrección de la carne, uno de los fundamentos de la fe cristiana. No
obstante, es preciso entender muy claramente que únicamente los sacramentos
(que, ellos mismos, se aplican de acuerdo a una forma surgida de nuestro plano
terrestre) dan acceso y aseguran la realización perfecta o santidad.
Estos símbolos en actos que son
los ritos surgidos del modo iniciático, constituyen únicamente ayudas
espirituales para aquellos llamados a dicha modalidad, con el fin de mejor
entenderlos y prepararse mejor para vivirlos.
Volvamos ahora a nuestro
propósito inicial para resumirlo de manera esquemática, luego evidentemente
simplificada:
- El
místico es movido en primer lugar por un impulso de amor de Dios que es, en él,
la primera forma, la primera expresión del deseo de conocimiento de Dios.
- El
iniciado es movido antes que nada por el deseo de conocimiento de Dios, que es,
en él, la primera forma, la primera expresión del amor de Dios.
A buen seguro, esta formulación lapidaria es demasiado abrupta, aunque realmente significativa, para definir la naturaleza plenaria del impulso espiritual que caracteriza a aquellos que se comprometen en estos caminos de interioridad y de reencuentro con el Eterno, ya que el amor de Dios supone y entraña que haya también el deseo de conocerle más intensamente, al igual que el deseo de conocimiento de Dios supone y entraña el amor sincero y potente que lleva hacia Dios.
En este compromiso de toda una
vida, del don total de uno mismo, el amor y el conocimiento son hermano y
hermana gemelos monocigóticos. Como para el nacimiento físico, uno precede al
otro, según el tiempo de cada uno, pero ambos son nacidos de un mismo huevo
espiritual, se siguen y se unen en su venida al día: la luz del Señor.
Diremos de pasada que esta
dimensión del amor, consustancial en la revelación cristiana, es totalmente
ausente en la obra de René Guénon, exclusivamente centrada en el conocimiento
(del principio no manifestado de las espiritualidades orientales), relegando el
amor a la piedad del místico; místico al que considera -por otra parte- surgido
únicamente del exoterismo de acuerdo a su “parrilla de lectura” (incluye la
bhakti o vía de devoción en el Hinduismo), al que en todo caso estima como muy
inferior en los grados espirituales en relación al iniciado.
Ello es lógico, por lo demás, puesto que Guénon se sitúa al margen del monoteísmo en general y de los Misterios cristianos en particular, y en este sentido, permanece extraño al encuentro con Dios revelado (Santísima Trinidad), Padre de los hombres, en consecuencia, con el amor que Dios profesa por cada uno de sus hijos y que en retorno, estos últimos (al menos el hombre espiritual tal y como debe ser) devuelven naturalmente a Dios, su Padre creador y salvador.
El estilo literario de Guénon,
que no ésta por otra parte desprovisto de elegancia, encarna muy bien su estado
de ánimo: la exposición es como matemáticamente desarrollada (Guénon fue
durante un tiempo profesor de matemáticas) pero, a diferencia de los grandes
santos con experiencias espirituales de naturaleza tanto mística como
iniciática, como san Juan de la Cruz, santa Teresa de Ávila o santa Hildegarda
de Bingen, por citar solamente a ellos, de nuevo, no se percibe en dicha
exposición la circulación ardiente y vivificante del agapè (el amor espiritual)
en la gracia del Espíritu Santo.
Notas:
42 René Guénon (1886-1951), el
conjunto de su obra, aunque notable en cuanto al descifrado de los errores y
mentidas del mundo moderno, expone un plan doctrinal que no puede aplicarse al
Cristianismo. Por razones que ignoramos, aunque nacido cristiano, no ha sabido
captar la Persona divina de Jesucristo y así pues, la radical novedad
evangélica que sitúa la revelación cristiana fuera de la economía (en el
sentido griego de organización) encontrada en todas las otras tradiciones
espirituales, o más bien que las trasciende. Se ha apartado muy pronto del
cristianismo para inscribirse en el marco del Hinduismo y del Taoísmo, adoptando
finalmente en el Cairo, donde pasará la segunda parte de su vida, la forma
religiosa del Islam, en particular en su vía interior del Sufismo.
43 Cf. los nombres divinos: Maqom
(el Lugar) et Maqom Ehad (el Lugar Uno, Único), que volveremos a ver más
adelante.
44 Que tienen que ver
esencialmente con el libro del Génesis: sobre la creación y la constitución del
hombre, su caída y las gracias ofrecidas por Dios para su Salvación o
restauración a su estado glorioso. Como lo hemos indicado, dichos conocimientos
metafísicos integran, a la luz del Evangelio, esta parte que fue el origen oral
(es decir, más interior) de la revelación de la Ley (Torá): la Cábala.
45 “No deis lo santo a los perros,
ni echéis vuestras perlas ante los cerdos, no sea que las pisoteen con sus
patas, y volviéndose a vosotros os despedacen.” (Mt VII, 6).
46 Hay una identidad evidente con las parábolas del grano de mostaza y de levadura (Mt XIII, 31-33; Mc IV, 30-32 y Lc XIII, 18-21).
La ordenación sacerdotal y los sacramentos Según la jerarquía tradicional y estrictamente hablando, estamos hablando del obi...