domingo, 6 de octubre de 2019

Caminos Del Cristianismo | El Místico y el Iniciado | Prólogo | Pascal Gambirasio d’Asseux



Masonería Cristiana
Mosaico de la cúpula Baptisterio de Ravena (Norte de Italia)



Pascal Gambirasio d’Asseux


CAMINOS

DEL

CRISTIANISMO

El Místico y el Iniciado

Traducción:

RAMÓN MARTÍ BLANCO



Prólogo

La espiritualidad cristiana es ante todo una contemplación de Dios en su naturaleza (en su esencia) más íntima que es amor.

Pero es preciso entender esta contemplación como la Vida Nueva a la que es llamado cada uno de nosotros por el bautismo.

Esta Vida Nueva es una entrada, humilde pero confiada, en estos Misterios que Dios ha revelado desde Abraham hasta la primera venida del Verbo y que culminará con la segunda venida del Señor, en el instante histórico y metahistórico que denominamos Apocalipsis que, en griego, significa precisamente revelación, descubrimiento (3)

Esta segunda venida lleva por otra parte un nombre, evocador de sus frutos de gracias, la Parusía: parousia, παρουσία, presencia en griego. Esto significa que el Emmanuel (Dios con y en nosotros, nombre que revela por otra parte una parusía remanente desde la Ascensión según dos modalidades específicas: la eucaristía y la invocación del nombre de Jesús) será en lo sucesivo “todo en todos” (4)
; que aquellos que habrán blanqueado su ropa en la sangre del cordero (5) vivirán con él, en él y por él de la Vida eterna en el cumplimiento de la resurrección de la carne.

Los tres nombres mayores de Cristo: Jesús (Salvador), Emmanuel (Dios en nosotros) y Amén (Fiel, Verdadero) son las llaves que abren el cielo, la tierra, el espíritu y el corazón de los Hombres.

Ellos se unen y alían por otra parte para componer un único nombre que podemos enunciar así: “Dios Salvador Fiel y Verdadero en nosotros”, nombre que concentra e ilustra su acto mesiánico desde la Encarnación hasta la Ascensión y la Pentecostés por la que hace descender el Espíritu Santo sobre su Iglesia.

Nos enseña, o antes bien nos pide, a que le sigamos imitándolo (según el título de la célebre obra) (6) 
: en interiorizar estos nombres y estos Misterios, a situar en ellos todo nuestro ser.

Dios manifiesta así la plenitud de lo que puede revelar sobre Él al hombre que ha creado a su imagen y semejanza.

En este aspecto, estamos en derecho de afirmar que la Encarnación del Verbo responde, de manera tan inaudita como impenetrable, a esta creación del hombre por Dios bajo un nuevo ángulo en el que, esta vez, es Dios quien asume, no como imagen y semejanza sino realmente y plenamente, la naturaleza humana (la carne) por la Virgen María.

Este Misterio, no podemos concebirlo; a lo sumo podemos recibirlo: abrirnos a él, acogerlo en lo más íntimo de nuestro ser.

Nos parece indispensable citar este pasaje del concilio de Calcedonia (451, cuarto Concilio ecuménico) que fija tan magistralmente la economía, condenando a la vez sus concepciones desviantes:

“(...) Siguiendo, pues, a los Santos Padres, todos a una voz enseñamos que ha de confesarse a uno solo y el mismo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, el mismo perfecto en la divinidad y el mismo perfecto en la humanidad, Dios verdaderamente, y el mismo verdaderamente hombre de alma racional y de cuerpo, consustancial con el Padre en cuanto a la divinidad, y el mismo consustancial con nosotros en cuanto a la humanidad, semejante en todo a nosotros, menos en el pecado, engendrado del Padre antes de los siglos en cuanto a la divinidad, y el mismo, en los últimos días, por nosotros y por nuestra salvación, engendrado de María Virgen, madre de Dios, en cuanto a la humanidad ”.

El amor de Dios por el hombre lo conduce a esta Encarnación y a la Pasión en que culmina, a fin de salvarlo, operando en él, mediante sus sacramentos, una recreación ontológica del hombre de la caída por la deificación de esta carne terrestre, reabriendo de este modo la puerta del Reino de los Cielos donde dicha carne es transfigurada en cuerpo de gloria.

El Verbo, Hijo de Dios, tomando la carne como Hijo del Hombre, ha devuelto al hombre sus rasgos divinos, reconfigurando plenamente su imagen y su semejanza divinas, de tal suerte que el hombre puede finalmente, en Cristo, verse tal cual es, contemplar de nuevo su rostro de gloria en la medida que siga al Señor, conformándose a Él, en el pleno sentido del término, dando cumplimiento a los caminos espirituales que le son abiertos si tiene un verdadero deseo.

El Misterio de la ipseidad divina, por su parte, permanece insondable e incognoscible ya que la imagen y semejanza dadas al hombre, si bien implican una cierta participación de lo que ellas reflejan, no significan identidad con la naturaleza divina reflejada.

Pero lo que Dios permite al hombre saber, o más bien conocer (en el sentido de hacer suyo lo que conoce, volveremos sobre ello en el primer capítulo) es, a la luz del Evangelio, inagotable y verdadera fuente de gracias.

La sapiencia y las bendiciones divinas (las gracias), gemelas indisociables de toda espiritualidad cristiana, (re)tejen conjuntamente el cuerpo de gloria del hombre de deseo espiritual (7) , de tal suerte que cada uno de nosotros debería comprender la urgencia de edificarse en ellas; de la urgencia -en consecuencia-, de seguir o quizá mejor de construir una vida espiritual digna de este nombre, con el fin de hacerlas nacer y crecer en uno mismo.

El objeto de este pequeño libro es el de poner a la luz algunos jalones mayores en este camino de vida, insistiendo en sus modos de realización, que podríamos calificar en justicia de modus operandi spiritualis.

En este sentido, es del todo esencial, y nosotros trataremos de hacerlo, el exponer de la manera más auténtica y más explícita uno de estos modos que a la vez sufre una desnaturalización para unos y, en corolario, la estigmatización y la condena de los otros.

Se trata de la vía habitualmente señalada con el calificativo de iniciática y de los conocimientos de orden metafísico que, en Occidente, habitualmente se le atañen, designados bajo el nombre de esoterismo.

Estos dos términos y las diversas verdades que los mismos expresan, según sean las personas o grupos que los utilizan, desde ahora y desde hace más de tres siglos, recubren significados variados, en ocasiones opuestos e inducen a encaminamientos heterogéneos e incluso contradictorios. En todo caso, lo más a menudo, situándose en falso respecto a los fundamentos de la fe cristiana.

Es por lo que entendemos adecuado comenzar esta obra por el examen de esta cuestión clave a la luz de lo que constituye, especialmente, el carácter único del Cristianismo: los sacramentos.

Veremos, en efecto, que los actos instituidos por el Verbo encarnado, que llamamos sacramentos, operan una real mutación ontológica de esta vía reservada tal como se presenta habitualmente en otras tradiciones espirituales de la humanidad (8).

Si aquellos que se dicen integrantes de la vía iniciática no entienden o no admiten esta nueva realidad de sentido evangélico, esto significa que no comprenden o que no admiten la naturaleza y los efectos de estos sacramentos, luego que, en consecuencia, se sitúan, voluntariamente o no, fuera del Cristianismo.

Se podría concebir que esta separación resultara lógica para aquellos que están inscritos en una de las tradiciones anteriormente citadas y que no desean encontrar a Cristo, al no experimentar (o quizás, no todavía) la necesidad o la evidencia.

Pero esta actitud es incomprensible y perfectamente desviada cuando proviene de aquellos que se afirman cristianos, pero relativizan de este modo el Evangelio queriendo profesar, en relación a la vía iniciática cristiana, los mismos principios que los aplicables en el seno de otras tradiciones.

La mayor parte de los que así se sitúan no son claramente conscientes de ello, pero su concepción es la resultante del más nítido sincretismo, todavía más desastroso cuando éste se insinúa en el ámbito espiritual.

Se postulan de este modo a favor de un “Cristianismo esotérico e iniciático”, en suma de una gnosis (gnosis, γνῶσις, conocimiento) por bien que cristiana, oculta al interior o al margen de un “Cristianismo exotérico”. Con este modo de proceder, sólo hacen que reinventar, sea conscientemente o no, las antiguas herejías, en primer rango de las cuales, se sitúa precisamente el Gnosticismo.

Una tal concepción reposa sobre el principio que el Conocimiento (la Gnosis) y únicamente él, conduce por sus propios medios a la unión con Dios, a través de sus elementos doctrinales, a menudo reservados a una minoría (su theoria) y sus técnicas del despertar (su praxis), fuera de toda acción de la gracia divina o, a lo sumo, relegándola a un papel coadyuvante y no esencial. No es necesario señalar que los tenientes de esta concepción pasan resueltamente de largo del Misterio único y nuevo de los sacramentos, de su naturaleza y sus efectos.

Todo ello no es más que una concepción simplemente anti-cristiana, como las de la Antigüedad y el culto a sus Misterios o perfectamente extraña al Cristianismo como lo son las tradiciones de Oriente y Extremo-Oriente.

Eso es tanto como decir que esta visión se enraíza en la ignorancia absoluta de la esencia del Cristianismo con todas las consecuencias espirituales desastrosas que ello comporta, tanto en el plano individual como colectivo, a pesar de la buena fe de  aquellos que se dejan seducir por esta doctrina.

Podemos ver igualmente como a causa de estas ignorancias y desnaturalizaciones que echan el descrédito sobre esta modalidad de realización espiritual, muchos fervientes cristianos la rechazan o condenan.

Si los motivos de este rechazo y de esta condena son absolutamente legítimos en lo que concierne a estos errores y desviaciones, no deben sin embargo aplicarse a lo que constituye la realidad y naturaleza intrínseca de esta modalidad, de esta vía de interioridad, que bien podríamos calificarla de mística puesto que conduce al corazón del Misterio del encuentro con el Señor y, simultáneamente, al conocimiento de uno mismo; puesto que conjuga el deseo de conocimiento de Dios (9) con la certeza que únicamente los sacramentos, fuente de sus gracias y manifestaciones de su amor, operan la deificación del ser.

Es justamente hacia esta naturaleza auténtica, saneada de las falsificaciones que la deforman, de las máscaras mentirosas con que la desfiguran, de las quimeras absurdas o perversas en ella infiltradas y de las influencias tenebrosas que algunos cultivan, que deseamos abrir el corazón y el espíritu de nuestros contemporáneos.

Advertencia al lector:

Las negrillas y subrayado pertenecen al editor del blog, las mismas efectuadas para hacer énfasis en palabras  claves propias de la vía iniciática  que nos presenta la Tradición Cristiana.



Notas:

3.- Apocalipsis, del griego apokálupsis: ἀποκάλυψις, acción de descubrir; término que traduce exactamente el hebreo gala: desvelar, descubrir, revelar. Cristo lo afirma, efectivamente: “nada hay encubierto que no haya de descubrirse, ni nada oculto que no haya de ser conocido” (Mt X, 26; Mc IV, 22; Lc XII, 2). El Apocalipsis es el cumplimiento y, así pues, el desvelamiento del acto divino escatológico: del griego eschatos ἔσχατος, último y logos, λόγος, palabra, estudio.

4.- 1 Cor XV, 28. En lo que concierne esta parusía remanente según sus dos modalidades específicas, tal como acabamos de evocar, estas palabras de Cristo son de lo más edificantes: “Y he aquí que yo estoy con vosotros por todos los días hasta la consumación del tiempo” (Mt XXVIII, 20).

5.- Ap VII, 14.

6.- “La Imitación de Cristo” (De imitatione Christi) escrita en latín a finales del siglo XIV o comienzos del XV, atribuida comúnmente hoy al monje Thomas Hemerken, dicho Thomas de Kempis.

7.- Ap XXII, 17. Louis-Claude de Saint-Martin ha hecho de ello el título de una de sus obras (cf la Bibliografía).

8.- Esto significa que en el seno de estas tradiciones, existen dos naturalezas distintas de realización espiritual en el marco de una misma espiritualidad: una adaptada a la mayoría que se contenta con una enseñanza y participaciones rituales simplificadas; una vía de exoterismo (en términos occidentales) y otra que se dirige a aquellos que tienen el deseo de comprometerse más intensamente en este conocimiento y los ritos que del mismo se desprenden: una vía del esoterismo o iniciática (continuando en términos occidentales). El Cristianismo transfigura esta divergencia; está más allá de la misma.
Volveremos sobre este asunto más precisamente en la última parte: “Los cuerpos de gloria y las moradas del Padre”.

9.- Cf. las palabras de san Macario de Egipto que citamos en el capítulo siguiente.


Acerca del Autor

Pascal Gambirasio d'Asseux

Pascal Gambirasio d'Asseux nació en París en 1951. Abogado, se ha dedicado también a la espiritualidad cristiana. Escritor, conferenciante (invitado de France Culture y de Radio Chrétienne Francophone), ha publicado varios libros -que ahora son referencias reconocidas- sobre la dimensión espiritual de la caballería y la heráldica o la ciencia del escudo de armas, sobre la naturaleza cristiana de la realeza francesa y del rey de Francia, así como sobre el camino cristiano de la iniciación como camino de interioridad y de encuentro con Dios: iniciático, de hecho, lejos de las interpretaciones desviadas que han distorsionado su significado desde al menos el siglo XIX, significa al mismo tiempo origen, inicio e interiorización del proceso espiritual para que, como enseña San Anastasio Sinaí, "Dios haga del hombre su hogar". De este modo, quiere contribuir al (re)descubrimiento de esta dimensión dentro del Misterio cristiano, olvidada o incluso rechazada por unos porque está desfigurada por otros.



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