sábado, 20 de junio de 2020

El Hombre de Luz | La construcción del cuerpo de gloria | Las claves cristianas | Pascal Gambirasio d’Asseux, 3ra Entrega




Masonería Cristiana


ÉDITIONS TÉLÈTES, París, 2015

Segunda edición aumentada y revisada
Traducción:

RAMÓN MARTÍ BLANCO




“Nosotros te seguimos, por Ti hacia Ti”
San Bernardo, Sermón II, Ascensione.

“Nadie que echa su mano al arado y mira hacia atrás, está en disposición para el   reino de Dios.”
Lucas IX, 62.



Al Rey y la Reina de las Lis, Fielmente, de todo corazón.


Poniendo ante Dios el espejo de su alma, este se iluminará como el puro cristal refleja al sol, cuando poco a poco alcance lo último deseable, y se encuentre desprendida de toda otra contemplación”.

Hesiquio el Sinaíta


Sin querer tratar de igualar a los maestros del trobarclus (trovadores1, troveros y minnesänger) que invitan a encontrar el sentido oculto (la dimensión espiritual e iniciática) de sus versos, nos parece legítimo inaugurar nuestras palabras bajo el patronazgo de su arte, jugando con consonancias y paronimias. Este arte, llamado también lengua de los pájaros porque evoca la lengua angélica o incluso la cábala fonética, se hace así realidad: para aquel que ve sin oír, el verbo (de oro) duerme, resultándole letra muerta; pero se ilumina para aquel otro que lo “vive”, al haber sabido encontrar la clave y romper el sello.


En este verde cerrado
En el jardín de la rosa y el escaramujo
Donde reina, inmarchitable la Dama del Bello Amor,
Cuando todo es silencio a la sombra vespertina,
Brota el canto de un ruiseñor trovador.

Es rey de la armonía que da acceso a los Grandes Misterios
De la estrella interna de diecisiete rayos de oro.
Es el pájaro de la noche que canta la Luz
Proclamando que para siempre la Vida triunfa sobre la muerte.

Sus arpegios místicos, consolando la rosa,
Suenan a madreselva y nochizo sonreír,
Luego sobre fontana de lis sus notas claras reposan.

La Dama lo oye, el Amor también guarda el canto.
Vienen entonces al jardín corazones henchidos, rectos deseos,
Guiados como verdaderos amantes: interiormente.

Tercera Entrega


LA VÍA INICIÁTICA EN EL MARCO DEL EVANGELIO O LA INICIACIÓN. POR QUÉ Y PARA QUÉ.

Este título es voluntariamente provocador. Pero la “pro-vocación”, en su esencia, ¿acaso no debe entenderse como una llamada a cumplir alguna cosa, como una llamada hacia o de alguien…? Siendo este “Alguien”, como se habrá comprendido inmediatamente, el mismo Cristo que no deja de llamar a los hombres a que lo sigan y a que lo imiten.

Este título anuncia la orientación y el objetivo de este capítulo (el cual, por otra parte, reconoce gustosamente sus límites e imperfecciones) sobre un tema mayor de la vía espiritual.

En efecto, la vía iniciática, para los cristianos, exige ser conscientes del carácter paradójicamente específico y universal de este encaminamiento espiritual, como bien señala el Papa Juan Pablo II en su exhortación apostólica La vida consagrada, presentada en 1996:
[…] por bien que todas las Santas Escrituras sean… fuente pura e inagotable de vida espiritual, los Evangelios son el corazón de todas las Escrituras”.

Posteriormente a la aparición del presente libro -actualmente en su segunda edición- hemos hecho aparecer otra obra dedicada a esta cuestión esencial que debe inscribirse en una auténtica acción de fe cristiana, obra que tiene por ambición el desarrollar, esperamos que haya sido de manera más precisa, lo que solo abordamos en el actual capítulo 5.

El sentido de la palabra “iniciación” (en latín: initium, de inire: in, en eire, ir, caminar avanzarse) es doble y connota, por una parte, la idea de encaminamiento, más particularmente de los primeros pasos en el cumplimiento de este encaminamiento y, por otra, la idea de interioridad.

La iniciación se define así de manera natural como un encaminamiento interior, como una búsqueda de interioridad, insistiendo en su carácter de comienzo, a fin quizás, de señalar que su término, su cumplimiento “no es en este mundo” en el sentido evangélico, lo que no significa tampoco que no pueda ser alcanzado, realizado “en este mundo” o “desde este mundo”. Volveremos sobre ello.

Este caminar interior, luego estrictamente hablando, esta vía de y hacia el corazón, es simultáneamente, en efecto, un caminar hacia “lo alto”, un caminar hacia el Reino de  los Cielos, espacio del que Cristo Jesús nos revela que está “también” y “en primer lugar” dentro de nosotros: “ved, en efecto, que el Reino de Dios está dentro de vosotros6. Señalaremos aquí que el término de esoterismo significa precisamente “lo que está en el interior”, en “el corazón” de las cosas o los seres.
No podemos por otra parte evocar este carácter de encaminamiento y vía que constituye la propia de la iniciación sin recordar estas palabras del Señor que iluminan (en todos los sentidos del término) su naturaleza esencial: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”.7

El Verbo divino encarnado en la Persona de Jesucristo aparece así, no ya como el objetivo de toda iniciación, sino también como la vía misma que lleva a dicho objetivo; diríamos inclusive e igualmente como la Voz, la Palabra de llamada que invita: el hombre, efectivamente, no deja de ser llamado por su Creador y Salvador para que se gire (que se vuelva: la conversión en su sentido pleno) hacia Él, Fuente del Amor y de  la Vida: “Sígueme”.8

La iniciación es pues la búsqueda del encuentro, de la intimidad con la Verdad revelada, la cual, al igual que el Camino que conduce a ella, no es otra que una Persona, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad.

Por otra parte, el esoterismo, o el conjunto de conocimientos y “operaciones” rituales que le están vinculados, significa precisamente lo que surge del ámbito de la interioridad y así pues del secreto porque resulta de naturaleza sagrada y oculta “en la célula del corazón”, según expresión monástica.

El esoterismo, en oposición a la ilusión ocultista (o de auténticas elucubraciones), incluso de los travestismos trágicos en los que algunos han caído y echado a perder, en todos los sentidos de la palabra, aparece así, como el corazón, la médula y la sangre espirituales del Conocimiento y de la Caridad que el Padre nos abre y nos pide por el Hijo en el Espíritu: “Venid y lo veréis”.9

Pero es menester precisar que la iniciación, por esencia, es una vía reservada; una voz que uno sólo percibe si está escogido por ella. Este es el verdadero sentido de la vocación que remite al deseo espiritual del santo encuentro que evocábamos hace un instante, de corazón a corazón con Dios, Creador, Salvador y Amigo, que se revela y se esconde a la vez.

Y para todo cristiano, de la entrada más intensa en la participación adoptiva en la vida trinitaria, en este amor de las Tres Personas de una misma y única Naturaleza, que nos es dada por los sacramentos del Bautismo, de la Confirmación y de la Eucaristía.

La realidad de esta vía reservada, de esta vocación específica queda anunciada y justificada por estas palabras de Jesús:
En la casa de mi Padre muchas moradas hay”.

Así como por estas: “No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas ante los cerdos, no sea que las pisoteen con sus patas y volviéndose a vosotros os despedacen”.10
O por estas otras, cuando los discípulos le preguntaban por qué hablaba en parábolas a las multitudes: “A vosotros os ha sido entregado el misterio del reino de Dios; mas a aquellos de fuera todo les viene en parábolas, para que mirando, miren y no vean; y oyendo oigan y no entiendan…”11.

E incluso por ésta, conocida como la parábola de los talentos: “un hombre que marchaba fuera llamó a sus propios siervos, y les entregó su hacienda; y al uno le dio cinco talentos, y al otro dos, y al otro uno, a cada cual según sus propias facultades…”12

Múltiples son los sentidos de estas palabras, todos ellos complementarios. Significan la multiplicidad de los dones de Dios y de las vías que llevan a Él y sugieren muy nítidamente, en particular por el calificativo de “aquellos que están fuera” (también dichos “profanos” para designar a aquellos que no presentan las cualificaciones requeridas y, finalmente el deseo), la vocación iniciática y el conocimiento esotérico.

En otros términos, esta vocación iniciática, esta vía esotérica constituyen una real hermenéutica, pero interior y reservada (sabemos que la hermenéutica es la interpretación teológica de los textos sagrados).

El misterio de esta llamada es un componente del misterio de las vocaciones y los carismas que Dios dispensa a cada uno según su sabiduría infinita para el bien de todos en la unidad de la Iglesia, como expone en particular san Pablo en su Epístola a los Romanos 13 y en su primera Epístola a los Corintios 14.

El episodio de la Transfiguración del Señor fundamenta e ilustra esta vía del misterio reservado: en efecto, entre los Doce, Jesús escoge y llama únicamente a Pedro, Santiago y Juan; los lleva a ellos solos a un aparte en lo alto de una montaña, el Thabor, para contemplar la manifestación de su Gloria divina. Pero:
Y al bajar ellos de la montaña les intimó que a nadie refirieran lo que habían visto sino después que resucitase el Hijo del hombre de entre los muertos15.

La tradición les ha dado precisamente el calificativo de Boanerges, nombre que  significa literalmente ‘hijos del trueno’. Recordaremos, por otra parte, que Juan y Santiago son los dos santos patrones de la iniciación de Oficio: Masonería y Compañerazgo.

La respuesta libre y amante del ser a la llamada divina según su propio carisma, según  el don del Espíritu que el Padre ha querido para él, es lo que define al hombre de deseo, tal como evoca el Apocalípsis de Juan y, a continuación suya, el Filósofo Desconocido Louis-Claude de Saint-Martin.

Esta respuesta del amor del hombre al Amor de Dios, que la teología llama la redamatio, da testimonio de la orientación del ser, con el “signo” que lo marca ontológicamente y del buen y bello uso que hace de su libertad, por su parte primer don gratuito del Amor de Dios para con el hombre. Es la respuesta a la pregunta planteada por el Señor a Adán en el jardín del Edén después del Pecado original y cuando exactamente Adán se esconde: “¿Dónde estás tú?”.

Pero esta vez, a la luz de la Salvación y de la voluntad de conversión del hijo pródigo, la respuesta fluye, idéntica a la del discípulo Ananías sintiéndose llamado por Jesús: “Heme aquí, Señor” 16 y lo satisface todo, también esta pregunta precedente a la Caída y esta llamada constante del Salvador que hemos citado: “Sígueme”.

Es la respuesta del ser que presenta su dignidad esencial, su nobleza original y que experimenta en lo más profundo de sí mismo que su razón primera no es otra que escatológica: la alabanza y adoración de la Santísima Trinidad en la intimidad filial de este diálogo auténtico y misterioso que es la auténtica contemplación: la presencia del corazón del hombre con la Presencia del Corazón de Dios en él y, en primerísimo lugar, la de Jesús, el Emmanuel por el Espíritu Santo.

Por otra parte, y, en este mismo sentido, el primer carácter de la vía iniciática, en modo cristiano, es perfectamente marial puesto que, en efecto, en la historia de los hombres como en la plenitud de los tiempos, no existe ninguna criatura, ningún ser comparable a la santa Virgen María, la cual, en fruto de su total entrega a Dios, recibió de la manera más eminente y única la presencia en ella del Verbo por el Espíritu. En este aspecto asume para nosotros el paradigma de toda santidad y nos es dada a la vez como ejemplo y como madre.

La iglesia en general y, cada uno de sus hijos en particular, especialmente aquellos que han recibido la cualificación iniciática; la iglesia -decíamos- muestra cuando la Anunciación, la única vía hacia Dios presentándose a la vez como el cumplimiento perfecto:
He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu dicho”17.

La cualidad marial se revela pues como un carácter constitutivo de toda alma ofrecida a Dios y viviendo de y por el Señor, Única Realidad, Único origen y Único término.

Vida activa en una aparente pasividad que de hecho no es más que acogimiento voluntario y activo, una receptividad actuante y discerniente del corazón y del espíritu.
¿No es acaso este el trabajo de todo iniciado, especialmente del nuevo iniciado que acaba de nacer (o más bien renacer) a la Luz que es Cristo?

Para realizar esta acogida, es preciso en primer lugar ser capaz de recogimiento, que es silencio y secreto, luego, guardia y vigilia del centro del ser, esta “célula del corazón” de la que hablábamos más arriba. Esta guardia es un elemento clave, en el pleno sentido de la palabra, en la vía espiritual y muy especialmente en la vía iniciática, ligada por naturaleza al misterio del silencio y a la luz oculta para todo aquel que no está llamado a contemplarla en todo su esplendor.

Esta guardia, este recogimiento en la humildad, ya que todo aquel que se siente llamado y aún más en el camino de la iniciación, solo puede hacer íntimamente suyas estas palabras pronunciadas por todos y cada uno en el momento de comulgar en el Cuerpo y la Sangre de Cristo: “Domine, non sum dignus18, esta guardia y este recogimiento pues, se enraízan y se nutren del ejemplo mayor de María acogiendo la Palabra y recogiéndose en y en Ella para mejor ofrecerla al mundo, como san Lucas lo señala:
Y María lo iba guardando todo, ponderando aquellas palabras, en su corazón19.

Es solamente en la plenitud de esta actitud, que toda alma está dedicada a volver a ser lo que siempre ha sido desde toda la eternidad. Es también el signo cristiano de este camino iniciático que, de alguna manera y según su carácter que le es propio y sus carismas específicos, sella lo que en términos teológicos se denomina la consagración, evocándose entonces la vida consagrada o una persona consagrada.

Parece oportuno citar aquí un breve pasaje de la exhortación pontifical citada anteriormente:
“A imagen de Jesús, el ‘Hijo bien amado’ que el Padre ha consagrado y enviado al mundo 20, aquellos a los que Dios llama a seguirlo son ellos también consagrados y enviados al mundo para imitar su ejemplo y proseguir su misión.

Esto se aplica a todos los discípulos en general. Sin embargo, esto es aplicable de manera particular a aquellos que son llamados a seguir a Cristo “más de cerca”, en la forma específica de la vida consagrada, y hacer de Él el “todo” de su existencia… La misión, en efecto, antes de caracterizarse por las obras exteriores, consiste en hacer presente al mundo a Cristo mismo a través del testimonio personal. He aquí el reto, he aquí el objetivo primero de la vida consagrada. Cuanto más se deja uno configurar a Cristo, más se le hace presente y actuante en el mundo por la salvación de los hombres”.

La enseñanza pontifical es clara: esta consagración, que no debe ser confundida con uno de los siete sacramentos, es el vector de cargos y deberes espirituales.

En el plano y el ámbito que son los suyos, la iniciación es comparable con una consagración y exige el mismo rigor, calificación y fidelidad a los compromisos solemnemente prometidos. Esta “consagración iniciática”, podríamos decir, cuyo carácter imborrable queda impreso en el ser por la recepción de lo que René Guénon calificaba como “la influencia espiritual” recibida cuando la ceremonia de la iniciación es también, en corolario, la fuente de los carismas necesarios para esta misión, para llevar a cabo sus deberes.

Sobre la naturaleza y los “efectos” de la iniciación, es ciertamente necesario distinguir según ella se haya operado en el seno de las tradiciones no-cristianas o en el marco evangélico de la Nueva y Eterna Alianza.

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Notas:

5 Realización iniciática y Misterio cristiano, Éditions Télètes, 2012.
6 Lucas XVII, 21.
7 Juan XIV, 6.
8 Mateo IV, 19-20; Marcos I, 17-18; Juan I, 37-39.
9 Juan I, 39.
10 Mateo VII, 6.
11 Marcos IV, 11; Mateo XIII, 11-13.
12 Mateo XXV, 14-15.
13 Romanos XIII, 3-8.
14 En particular I Corintios XII, 4-30.
15 Marcos IX, 9; Lucas IX, 28-36.
16 Hechos de los Apóstoles IX, 10.
17Lucas I, 38.
18“Señor, no soy digno de que entres en mi casa; pero una palabra tuya bastará para sanarle”
19Lucas II, 19.
20Juan X, 36.


Acerca del Autor

Pascal Gambirasio d'Asseux

Pascal Gambirasio d'Asseux nació en París en 1951. Abogado, se ha dedicado también a la espiritualidad cristiana. Escritor, conferenciante (invitado de France Culture y de Radio Chrétienne Francophone), ha publicado varios libros -que ahora son referencias reconocidas- sobre la dimensión espiritual de la caballería y la heráldica o la ciencia del escudo de armas, sobre la naturaleza cristiana de la realeza francesa y del rey de Francia, así como sobre el camino cristiano de la iniciación como camino de interioridad y de encuentro con Dios: iniciático, de hecho, lejos de las interpretaciones desviadas que han distorsionado su significado desde al menos el siglo XIX, significa al mismo tiempo origen, inicio e interiorización del proceso espiritual para que, como enseña San Anastasio Sinaí, "Dios haga del hombre su hogar". De este modo, quiere contribuir al (re)descubrimiento de esta dimensión dentro del Misterio cristiano, olvidada o incluso rechazada por unos porque está desfigurada por otros.



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