1ra Parte
Una de las cuestiones más apasionantes en la historia de la masonería es la aparición de la tradición caballeresca en Europa continental, llevada allí por los masones escoceses exiliados luego de la caída de la Casa de los Estuardo. Esta tradición dio origen al templarismo masónico, presente en muchos de los ritos que se practican en la actualidad. El más grande de esos movimientos del siglo XVIII fue, sin dudas, la Orden de la Estricta Observancia, creada por el barón von Hund. Sin embargo, no puede comprenderse este proceso sin analizar la situación de la masonería de esa época y principalmente el papel jugado por Ramsay y los jacobitas en Francia. El Régimen Escocés Rectificado, establecido en el Convento de Wilhelmsbad, fruto de la unión de los masones rectificados de la denominada Reforma de Lyón y la Orden de Caballería de la Estricta Observancia, es heredero de esta tradición que ha perdurado también en otras corrientes, a veces con mayor impronta cristiana y otras algo desdibujadas.
Este artículo, necesariamente extenso, trata de indagar sobre el origen de esta corriente y forma parte de El otro Imperio Cristiano, libro que escribí con el fin de establecer los vínculos entre masones y templarios.
1.- El contexto europeo
Durante el período comprendido entre el siglo XVI y el XVII, la sociedad europea sufre una profunda crisis religiosa. Inglaterra -país en el que se establece formalmente la primera Gran Logia de masones libres y “aceptados" en 1717- se verá afectada, no sólo por los profundos conflictos religiosos -iniciados con la Reforma y seguidos con la ruptura entre Enrique VIII y Roma- sino también por una interminable sucesión de guerras entre las distintas casas reales que gobernaron el reino a lo largo de ese extenso período de tiempo. Dice Tort-Nouguès: “...el problema que se plantea a los hombres de esta época, primero en el siglo XVI y en el XVII, en Europa en general y en Inglaterra en particular, es la ruptura de la unidad cristiana, el cisma religioso de Europa, como consecuencia de la Reforma... Esta dramática ruptura provoca conflictos y guerras, que asolan toda Europa y destrozan a los hombres de esta época...”[1]
El violento quiebre de la unidad cristiana debió impactar en las logias de francmasones cuya historia, origen y sentido, estaban fuertemente anclados en el catolicismo romano. El trágico proceso de la Reforma, disparado por la excomunión de Martín Lutero en 1521 y la posterior “Confesión de Ausgburgo” de 1530, tendría inmediatas consecuencias para la cristiandad, y para la masonería. En Inglaterra, el monarca reinante, Enrique VIII, se alineó con Roma y exigió al Emperador del Sacro Imperio “mano dura con Lutero”. El papa León X- en una muestra de la relación que existía entre el rey y la Iglesia- llega a concederle el título de “Defensor Fidei”, en mérito a su escrito sobre el misterio de los “Siete Sacramentos”. Pero la situación se modificó radicalmente como consecuencia de la conocida demanda de Enrique VIII que exigía de Roma la disolución de su matrimonio con Catalina de Aragón, que no había podido darle una sucesión masculina.
Pese a la resistencia de su canciller, Tomas Moro (1478-1535) y del cardenal John Fisher (1459-1535) –ambos ejecutados a raíz de su oposición a la supremacía eclesiástica del rey- Enrique VIII se convierte, en 1534, mediante el llamado “Acto de Supremacía”, en Jefe de la Iglesia Anglicana. “Seguía así –dice Günter Barudio[2]- a sus vecinos del norte, Dinamarca y Suecia, fundando con una serie de medidas una iglesia estatal que garantizaba al rey la posición de “summus episcopus” y le convertía en soberano absoluto de la Iglesia en las cuestiones religiosas y, sobre todo, en los asuntos relativos a la propiedad.
Su nueva esposa, Ana Bolena –que seguiría a Moro y Fisher en el camino del cadalso- le dio una hija que reinó con el nombre de Isabel I, pero la imposición de su derecho sucesorio costó “un elevado tributo de sangre”. La acción de Enrique VIII trajo a Inglaterra graves enfrentamientos religiosos y dinásticos que se prolongarían durante los próximos dos siglos, dando nacimiento a los conflictos entre “Estado Nacional” e “Iglesia Universal”, y entre “Iglesia Nacional” y “Autonomías Regionales”.
En el transcurso de estos dos siglos, Inglaterra se convirtió en el “Reino Unido”, incluyendo a Irlanda desde 1534 y a Escocia desde 1707. En ese lapso se sucedieron, una tras otra, las casas Tudor, Estuardo, Orange y Hannover, amén de revoluciones, guerras diversas y hasta una República efímera. Pero fue también una época signada por grandes descubrimientos científicos y una profunda transformación de las ideas que darían nacimiento a la ciencia moderna. Como ya hemos visto, muchos de aquellos hombres que formaron la Real Sociedad mantenían vínculos estrechos con los círculos masónicos y rosacruces.
La francmasonería, en plena transición, no podría haberse abstraído de estos conflictos, pese al aséptico cuidado que dirigentes como James Anderson y Jean Theophile Désaguliers tuvieron al establecer los antiguos linderos y escribir las Constituciones que regirían la nueva etapa de los masones “libres y aceptados”. Y si bien estas constituciones, herederas legítimas de los antiguos documentos de la Corporación, conformaron el marco definitivo de la denominada “masonería simbólica”, no dejan de ser la visión particular que, en su lugar y su tiempo, tuvieron los autores que asumieron la responsabilidad de otorgarle a la masonería moderna su propia versión de sí misma.
2.- La Escuela Andersoniana
James Anderson, (1684-1746) –un escocés, doctor en filosofía y notable predicador presbiteriano- fue el compilador del famoso “Libro de las Constituciones”, una obra que escribió con el apoyo y la supervisión de Jean Theóphile Désaguliers (1683-1744), un importante personaje de la Inglaterra de principios de siglo XVIII y Gran Maestre en 1719, sucesor de Jacobo Payne. La obra le había sido encomendada en 1721 por la Gran Logia de Inglaterra, presidida entonces por el controvertido duque de Warthon. En ella debía“...compilar y reunir todos los datos, preceptos y reglamentos de la Fraternidad, tomados de las Constituciones antiguas de las logias que existían entonces...”[3]. La primera edición se conoció en 1723, y hubo, aun, dos posteriores, en 1738 y en 1746. Aunque en la actualidad ningún historiador serio citaría a Anderson como una fuente indubitable, lo cierto es que sobre sus “Constituciones” descansa gran parte del éxito de la masonería moderna. Amado y criticado, Anderson es el paradigma, junto a Désaguliers, de la masonería hannoveriana de principios del siglo XVIII.
En su visión, la Fraternidad tenía un origen inmemorial. Sobre aquella pretérita organización de noble linaje se habían organizado luego las logias operativas medievales, antecedente directo de la Gran Logia de Inglaterra que constituía, por derecho propio, la verdadera y única francmasonería. Sobre la repercusión de su obra conviene citar al historiador francés Bernard Faÿ: “...El libro, redactado con sumo cuidado, se convirtió pronto en estatuto para cada logia y en breviario para cada masón en particular; todo miembro nuevo debía estudiarlo y se debía leerlo en la iniciación de cada hermano. En todo lugar donde apareciese, durante el siglo XVIII la Constitución de los Francmasones, se fundaban logias y vivía la masonería. La obra fue traducida al francés en 1745; al alemán en 1741; se publicó en Irlanda en 1730; Franklin hizo una edición americana en 1734, y desde entonces, no ha dejado de ser reimpresa...”[4]
Anderson plantea la continuidad histórica desde las edades míticas, la unidad filosófica, la universalidad geográfica y –lo que es aun más audaz- la unidad de acción de la francmasonería. En el otro extremo Alec Mellor llega a decir que “...la Orden Masónica no es sino un ideal. La francmasonería no existe, Sólo existen obediencias masónicas...” La realidad indica que el desarrollo histórico de la francmasonería ha sido desigual en cada país y que, desde la fundación de la masonería moderna, esta se ha venido fragmentado severamente.
Mientras esto ocurría en las Islas Británicas, la Orden se expandía con rapidez vertiginosa en Francia, país en el que nacerían las primeras estructuras “filosóficas” con serias pretensiones de autoridad sobre los grados simbólicos.
Estas estructuras filosóficas desencadenaron una larga y caótica etapa de gran confusión en la Orden. Como veremos, muchas voces de honestos masones se alzaron en contra del verdadero pandemonium de títulos y grados que desvirtuaban -según el criterio de muchos- los antiguos principios de la Corporación y desviaban su objetivo y su razón de ser. Pero la masiva adhesión que estos sistemas concitaron nos debería llevar a reflexionar acerca de las razones que hacían que nobles y burgueses se sintieran cautivados por estos ritos y misterios que anunciaban ser portadores de una tradición arcana y ancestral.
Si la masonería operativa medieval había sido una monumental herramienta para la construcción de la civilización occidental, la masonería neotemplaria encarnaba la Tradición con un nuevo rostro. Si la masonería operativa había erigido la inmensa red de catedrales y monasterios que tapizaban Europa, esta otra prometía –en un período de profunda crisis moral y espiritual- la reconstrucción del Templo Interior y la Jerusalén Celeste.
3.-La francmasonería jacobita
Hacia 1730, las tensiones entre la francmasonería hannoveriana y la escocesa se habían acrecentado. Londres trataba de mantener su tutela sobre las logias francesas, a la vez que observaba de cerca la actividad de los numerosos estuardistas exiliados en Francia. Se sabía que –al menos desde 1728- las logias masónicas bajo control jacobita mantenían una fuerte presencia en el litoral marítimo francés y en algunas ciudades importantes del interior. En estas logias seguía en aumento la constitución de nuevos capítulos de “Elegidos”, un grado masónico no previsto en los rituales oficiales de la masonería inglesa “reorganizada” en 1717. La principal preocupación de los ingleses era que en estos capítulos se urdía la trama de la conjura estuardista.
Los ideólogos de la Gran Logia de Londres habían promulgado en 1723 una “Constitución para los masones aceptados” en las que se había evitado minuciosamente cualquier referencia a las antiguas tradiciones escocesas acerca de un vínculo “cruzado” o “templario” en la francmasonería. Con la misma minuciosidad se había evitado cualquier referencia a la religión católica, a la Santísima Trinidad, y a la Virgen María, referentes habituales en los centenares de reglamentos escritos por las antiguas corporaciones de masones. Todas aquellas advocaciones habían sido suprimidas y reemplazadas por una fórmula más simple que sólo hacía referencia a la “Religión que todos los hombres aceptan”. De este modo, el espíritu protestante de los redactores de aquellas Constituciones -adecuado a las múltiples expresiones que el cristianismo tenía en Inglaterra y, principalmente, a la religión de los príncipes gobernantes de la casa Hannover- había desplazado la antigua tradición romana de los canteros.
En cambio, los masones de Escocia e Irlanda, así como muchos masones ingleses, mantenían aquella tradición, a la que habían sumado la “conciencia” de una antigua herencia que se remontaba a los tiempos de las cruzadas. A ello hay que sumarle la acción de los rosacruces que habían agregado no pocos elementos provenientes de su propia doctrina. Estos hombres constituían en su conjunto la elite jacobita exiliada en Francia.
Imposibilitados por los acontecimientos políticos y trasplantados desde sus propias tierras insulares al continente, nada podían hacer para imponer su visión de la tradición masónica en Inglaterra. Allí, la batalla había sido ganada por lo que Bernard Fay denomina “La conspiración de los pastores”, en obvia alusión al carácter protestante de la cúpula política de la Gran Logia de Londres.
En Francia, en cambio, habían encontrado el camino abierto para sus tradiciones y un suelo fértil. Se podría decir más que eso: Un campo arado.
La masonería hannoveriana había actuado rápidamente y ya hacia 1725 funcionaban logias en París bajo los auspicios de la Gran Logia de Londres. El éxito había sido rotundo. Pero no pudo evitar la presencia y la influencia de la francmasonería jacobita, que había logrado gran ascendencia en la nobleza francesa y cierta “sintonía” en la supervivencia de algunas antiguas tradiciones en la masonería operativa gala, similar -en algunos aspectos- a la antigua tradición insular.
4.- Avances de la tradición “escocesa” en Francia
Para 1735 la ecuación parece volcarse hacia la masonería jacobita.
Por entonces, la diferencia fundamental entre ambas corrientes masónicas se centraba en el concepto de “caballería cristiana”, en el simbolismo templario -propio de los escoceses- y en su perfil marcadamente católico. Mantenían una política selectiva, dirigida principalmente a la captación de nobles y religiosos, pero evitaban la presencia de toda connotación “cruzada” en los grados simbólicos, reservándola para las cámaras capitulares en manos de la aristocracia.
Introducida esta diferencia, comienza a formarse una nueva jerarquía masónica entre ambas estructuras. André Kervella afirma que mientras en la masonería simbólica el reclutamiento era bastante libre –se permite el ingreso de comerciantes y de la alta burguesía-, en la segunda respondía a un deseo de selección, “de elitismo pronunciado”, de allí la imagen de “elegidos”. Las logias que trabajaban en los regimientos estuardistas estacionados en Francia parecen haber tenido un papel preponderante en la incorporación de nuevos adeptos, principalmente entre militares –nobles en su mayoría- tanto franceses como de otras nacionalidades, en campaña sobre el Rhin y en Italia.
Por otra parte la aristocracia militar francesa, que simpatizaba con la causa estuardista, comienza a emular el espíritu de aquellas logias militares escocesas, formando una suerte de “telón de fondo sobre el cual se destaca ya una versión rudimentaria de lo que luego se denominaría escocismo”. Kervella menciona a modo de ejemplo los regimientos de Bonnac de Boulonnais y de Traisnel, cuyos capitanes eran venerables de las logias de dichos cuerpos militares.[5]
Los escoceses estaban muy cerca de controlar la masonería francesa. Pero debían introducir cambios en su propia “Constitución” si pretendían asegurarse un contexto acorde con sus tradiciones. Como hemos dicho, en la base del “mito” masónico escocés existía un fuerte cristianismo que daba sentido y estructura a todo el edificio. Había en ellos un ideal de restauración, de retorno a la antigua caballería cuyo objeto –desde siempre- se había centrado en la construcción de un Imperio Cristiano. De allí su espíritu de cruzada, identificado y trasladado en este caso a su propia “epopeya nacional”, su imperativo inmediato: El restablecimiento de la dinastía católica de los Estuardo en el trono de Inglaterra.
En 1735 se redactaron “Los antiguos deberes y ordenanzas de los masones” en los que se incluye una frase que contrasta radicalmente con las Constituciones inglesas. Ya no se habla de la “religión que todos los hombres aceptan” sino de “la religión cristiana en la que todo hombre conviene”.
No era una diferencia menor si se tiene en cuenta el carácter “universal” que desde un principio se le pretendió otorgar a las “Constituciones de Anderson”. La redacción de este documento constituyó un hecho de la mayor importancia, cuyas consecuencias se verían de inmediato y afectarían a la francmasonería durante largo tiempo.
Su importancia puede medirse desde varios ángulos, todos ellos relevantes:
El primero tiene que ver con la fe de los redactores y su interpretación de las tradiciones corporativas de la francmasonería; al establecer el carácter restrictivo de una masonería cristiana, los “escoceses” aseguraban el camino a sus tradiciones templarias en la naciente francmasonería francesa, que ahora controlaban.
El segundo es revelador: Una gran cantidad de clérigos formaban parte de la francmasonería escocesa. Muchos de ellos eran monjes benedictinos y –como veremos- los abades franceses jugaron un rol fundamental en la expansión de la masonería “capitular” en Francia. Tan importante como el que habían tenido en los tiempos pretéritos de las logias medievales. ¿Cómo no imaginar la influencia benedictina en la incorporación del carácter “cristiano” de la nueva regla?
Desde otro ángulo, no menos importante, puede decirse que se estaban sentando las bases para la creación de una masonería verdaderamente francesa, independiente de la Gran Logia de Londres.
El documento de 1735 lleva el título de “Les devoirs enjoints aux maçons libres”. Parece continuar con las “Constituciones” de Anderson, sin embargo, surge claramente la diferencia planteada en la que el perfil cristiano de la francmasonería francesa queda abiertamente expuesto, en contraposición al texto “deísta” de Anderson.[6]
El manuscrito ofrece otros puntos de interés para nuestro estudio. Las primeras quince páginas reproducen los denominados “Deberes ordenados a los masones libres”. Luego, se transcriben los “Reglamentos Generales” establecidos oportunamente por Felipe, duque de Wharton, Gran Maestre de las logias de Francia. Pero el texto anuncia “cambios hechos por el actual Gran Maestre, Jacques Héctor Macleane, caballero Baronet de Escocia, y a quien han sido concedidos con la aprobación de la Gran Logia en la gran asamblea celebrada el 27 de diciembre de 1735, día de San Juan Evangelista, para dar reglas a todas las logias de dicho reino”
Más adelante, el propio Macleane se encarga de explicar las razones de estos “cambios”: “…Como desde el gobierno del Muy Venerable Gran Maestre, el Muy Alto y Muy Poderoso príncipe Felipe, duque de Wharton, par de Inglaterra, se había descuidado desde hace algún tiempo la exacta observancia de los reglamentos y deberes a que están ligados los francmasones, bajo gran perjuicio de la orden de la masonería, y de la armonía de las Logias, nos, Jacques Héctor Macleane, caballero Baronet de Escocia, actual Gran Maestre… hemos ordenado los cambios que hemos considerado necesarios en las reglas que han sido establecidas por nuestro predecesor etc…”
Sus dichos se ven confirmados por el análisis histórico. Bajo el período de influencia hannoveriana, la masonería francesa había reclutado en exceso gentes de la pequeña burguesía, y se inclinaba peligrosamente a la frivolidad, cuando no a la grosería. Los escoceses –en la medida que crece su influencia- se proponen adecuar la francmasonería a sus fines, reaccionando contra esta incipiente y peligrosa vulgarización, junto con la nobleza local y los espíritus más ilustrados.[7]La ascendente influencia jacobita también se percibe en la introducción de elementos del imaginario caballeresco, tales como el uso de la espada, los pactos de sangre, los guantes para la dama –propios del amor cortés, la disciplina militar, la fidelidad, el honor etc. Por otra parte, la restauración moral de la Orden será uno de los ejes sobre el que se articula –como veremos- el “discurso de Ramsay”.
El documento se encuentra firmado por el propio Macleane y por el conde Derwetwater. Al lado de su firma se agrega “Por orden del Muy Respetable Gran Maestre: el abad Moret, Gran Secretario.” Exciten indicios que permiten pensar que este Moret, era un abad irlandés que, habitualmente, se encargaba de ejecutar las órdenes de lord Derwetwater.[8]
Podemos deducir de todo esto que, hacia 1735 la Gran Logia de Francia estaba en manos de los “escoceses”; que estos avanzaban decididamente en la cristianización de la francmasonería francesa –condición necesaria para avanzar en la introducción de una tradición “cruzada” y “templaria”- y que para ello contaban con la colaboración de algunas jerarquías del clero regular.
Otro personaje fundamental en el alto mando jacobita, lord Balmerino, había logrado establecer un importante centro masónico escocés en Avignón, la propia ciudad de los papas. Aunque era la capital del antiguo condado Venesino, -un territorio pontificio gobernado por legados papales con todo el poder temporal y espiritual- la ciudad tenía un perfil cosmopolita y acogía gran cantidad de viajeros, militares y comerciantes de diversos orígenes. La presencia de estuardistas fue habitual desde los tiempos de Jacobo III, quien vivió allí casi un año entre 1716 y 1717.
Hacia 1736, lord Balmerino tenía conformada allí una logia con fuerte contenido aristocrático. Había iniciado al marqués de Calviere y contaba entre sus miembros al padre del marqués de Mirabeau.[9]
5.- La hora del caballero Ramsay
Desde hacía tiempo se sabía que gran cantidad de nobles y magistrados del reino estaban ingresando en las logias. En Londres el “Saint James Evening Post” daba cuenta en su edición del 7 de septiembre de 1734 que:
“Desde París sabemos que se ha establecido últimamente una logia de masones libres y aceptados en casa de Su Gracia la duquesa de Portsmouth. Su Gracia el duque de Richmond, asistido por otro distinguido noble inglés, el presidente Montesquieu, el brigadier Churchill… ha recibido a muchas personas distinguidas en esta muy Antigua y Honorable Sociedad”[10]
Un año después, el 29 de septiembre de 1735, otra noticia del mismo periódico londinense informaba desde París:
“…que Su Gracia el duque de Richmond y el Reverendo Dr. Désaguliers, antiguos Grandes Maestres de la antigua y honorable Sociedad de los Masones Libres y Aceptados… han convocado una logia…” Luego de mencionar a los presentes -entre ellos el embajador de Inglaterra y el presidente Montesquieu- destacaba que en la reunión habían sido iniciados, entre otros, “Su Gracia el conde de Kingston y el honorable conde de Saint Florentín, Secretario de Estado de Su Muy cristiana Majestad…”
Puede entenderse la prudencia de la policía frente a una sociedad que cobijaba en su seno a ministros y secretarios del propio Luis XV. Sin embargo, en marzo de 1737, Barbier da cuenta en su Journal de una decisión del Consejo del Rey:
“…Habiéndose enrolado en esta Orden algunos de nuestros secretarios de Estado y varios duques y señores… Como semejantes asambleas, además secretas, son peligrosas para un Estado siendo que están compuestas de señores… El Señor Cardenal Fleury ha creído un deber sofocar esta Orden de Caballería en su nacimiento prohibiendo a todos esos señores de reunirse y convocar dichos capítulos…”[11] Nótese que ya en 1737 se menciona a la francmasonería como una “Orden de Caballería” y se hace referencia a los “capítulos” en vez de “logias”. Sin dudas, para esa fecha, el vocabulario “escocés” estaba ampliamente difundido en la francmasonería francesa.
Fin de la 1ra parte
Citas bibliográficas
[1] Tort-Nouguès,
Henri; “La Idea Masónica; Ensayo sobre una filosofía de la Masonería”;
(Barcelona Ediciones Kompas 1997); pag 19
[2] Barudio, Günter;
“La Época del Absolutismo y la Ilustración”; (Historia Universal Siglo XXI),
pag. 296, 297.
[3] La cita es de A.
Gallatin Mackey; Enciclopedia de la Francmasonería.
[4] Bernard Faÿ, “La
Francmasonería y la Revolución Intelectual del siglo XVIII” Editorial Huemul
S.A., 1963, pag. 122-123
[5] Kervella, André;
“La Maconnerie Ecossaise dans la France de l’Ancien Régime; les années obscures
1720-1755” (Ed. du Rocher, 1999), p. 130
[6] Algunos autores
–principalmente Alec Mellor- han querido ver una antítesis entre el documento
inglés de 1723 y el francés de 1735 Este manuscrito, se encuentra en la
Biblioteca Nacional en París, en el Departamento de Manuscritos, bajo el Nº de
adquisición 20240. Su marca es F. M. 4 146. Fue propiedad de importantes
coleccionistas hasta que fue subastado en Amsterdan en 1956. Una síntesis del
mismo puede consultarse en la obra de Alec Mellor ya citada: “La Desconocida
Francmasonería Cristiana”.
[7] Marcos, Ludovic;
Histoire du Rite Français au XVIIIe Siecle; Ver en particular el Cap. III, “Las
evoluciones rituales de la masonería francesa en el siglo XVIII.
[8] Mellor cita dos
opiniones en torno a Moret o Moore: un artículo de la “Revue internationale des
Sociétés secrètes” (R.I.S.S) comenta que “…En lo concerniente al abad Moret,
que firma en calidad de Gran Secretario los procesos verbales de la Gran Logia
celebrada en 1735 y 1736, prototipo de esos abades anfibios que nadan entre las
dos aguas clerical y masónica, no hemos podido encontrar ninguna información
sobre él. En 1737, según el documento de Estocolmo, existió un nuevo Gran
Secretario, llamado J. Moore…” A lo que Mellor agrega que probablemente Moret y
Moore fueran la misma persona, habida cuenta que en la correspondencia de
Fleury se hace referencia a “un abad More, irlandés”, que se encargaba de la
ejecución de las órdenes de lord Derwentwater. Ob. cit. 93-94
[9] Bricaud, Joany; “Les Illuminés d’Avignon” (París, Libr. Critique É.
Nourry, 1927) pp. 21-36
[10] Mellor, ob. cit. 146-147
[11] Le Forestier, R.; “L’Occultisme et la franc-maçonnerie écossaise”
(Paris, Librairie Académique, 1928) p. 180
[12] Faÿ. Ob. cit. p. 194
[13] Kervella, ob.
cit. p. 410
Fuente:
http://eduardocallaey.blogspot.com/2013/01/los-jacobitas-ramsay-y-la-masoneria.html
Acerca del autor
Eduardo R. Callaey
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