lunes, 19 de abril de 2021

El Hombre de Luz / La construcción del cuerpo de gloria / Las claves cristianas /La Religión cristiana /Pascal Gambirasio d’Asseux

 



Fundamentalmente a diferencia de otras formas tradicionales, precisamente porque se trata de la Nueva y Eterna Alianza interviniendo, de acuerdo a la promesa de Dios, “en la plenitud de los tiempos”, la revelación cristiana no conoce, sino que trasciende, stricto sensu, esta distinción de alguna manera jerárquica de las bendiciones, de la “periferia” al “centro”.

Todo es dado” en plenitud por los sacramentos fundadores del Bautismo y la Confirmación y por la participación en la Comunión eucarística que ellos permiten y a la que están ordenados.

El hombre, gracias al Santo Bautismo, es lavado del pecado original de manera radical y definitiva, dicho de otra manera, de las consecuencias ontológicas de la culpa de Adán.

Por el Bautismo es salvado de la Caída y la marca de Satán sobre él queda borrada, incluso si a pesar de todo permanece pasivo y, en consecuencia, sensible a la tentación del Maligno que continúa con capacidad de herir individualmente con sus potenciales corrupciones si uno se deja seducir y subyugar por las mismas. Pero las aguas vivas del Bautismo y el fuego de esta Pentecostés personal que es la Confirmación, marcan de manera imborrable al ser que los recibe y hacen de él un ser nuevo, un ser renovado en el Señor.

En resumen, el alimento eucarístico lo hace entrar, como por “anticipación escatológica”, en los Misterios del Reino de Dios y lo admite, por gracia adoptiva, en la vida Trinitaria que las Tres Personas tienen por Naturaleza.

Como podemos ver, y es aquí la doctrina cristiana en toda su autoridad divina la que lo afirma a través del Evangelio y del Magisterio de la Iglesia, no puede tratarse en absoluto que la iniciación pueda aportar en el marco espiritual una gracia “de más” en relación a un “menos” que no compartiría el conjunto de bautizados. Es igualmente en esto que el cristianismo y la iniciación en modo cristiano difieren de las otras tradiciones.

Esto no significa tampoco, que la vía iniciática pierda su razón de ser en el contexto cristiano, ni su “eficacidad” que le es propia; muy al contrario. Y si la iniciación no confiere “nada de más” de modo suplementario, sin embargo, ella transmite y muy realmente un estar “más cerca de” Cristo por tomar la expresión del Santo Padre 21.

De igual manera el santo, tampoco no ha recibido “más” que su hermano, sino que se entrega más a Dios (por sus plegarias, sus ejercicios espirituales, su meditación de las Escrituras, su caridad) y es por lo que Dios le abre (algunos) de sus Misterios y lo dota de gracias particulares.

La iniciación por su parte constituye, si se nos permite, una ampliación, una intensificación del sacramento de la Confirmación y más precisamente todavía de ciertas virtudes y gracias del Espíritu Santo confiriendo sus siete Dones, en particular la virtud de la Fuerza y la de la Justicia, particularmente ligadas a la iniciación caballeresca.

Por otro lado, la doctrina de la Iglesia es sumamente clara en cuanto a la definición y efectos del sacramento de la Ordenación, reservado para algunos en relación a las gracias y caracteres generales compartidos por todos los bautizados, llamados, no lo olvidemos tampoco, al triple ministerio real, sacerdotal y profético.

La iniciación, en el marco de la tradición cristiana, integra, acaba, recapitula y justifica las iniciaciones anteriores, todas ellas fundamentalmente de origen divino y coeternas al hombre desde su exilio “en este mundo”.

La iniciación actúa en esto exactamente como la tradición cristiana frente a otras tradiciones en el plano dicho “exotérico”. Así, la iniciación cristiana transfigura e ilumina las iniciaciones anteriores que aparecen entonces como elementos prefiguradores.

En lenguaje teológico, diríamos que estas iniciaciones están justificadas, en efecto, es decir legitimadas a la vez en su naturaleza, su objeto, así como en sus efectos espirituales y, en lo sucesivo, comprendidas y situadas como “propedéutica” antes que la Palabra no se encarnara en la historia de los hombres.

Estas religiones e iniciaciones contribuían, según su orden, a realizar lo que Juan el Bautista nos exhorta a hacer en nuestros corazones respectivos: preparar y enderezar el camino del Señor 22. Esta justificación les permite tomar en resumen su verdadera dimensión y revelar su real “eficacidad espiritual”.

La iniciación en el marco cristiano, está marcada por el mismo sello. Los elementos arquetípicos y preexistentes en la perspectiva que acabamos de definir quedan en lo sucesivo ordenados en relación a la palabra última y viviente de Dios hecho hombre, Jesucristo, que da y deja al mundo su Alianza, su Alegría y su Paz.

Como la religión en la que se inscribe en un corazón esplendoroso, la iniciación cristiana recapitula igualmente todo lo que fue o permanece en esta materia como otras tantas gracias anteriores, lo que significa que las reúne y las atraviesa; que las sintetiza e ilumina en plena comunión de sentidos.

Por otra parte, la iniciación cristiana firma y abre una profundización de la mirada interior, una apertura del “ojo del corazón” en favor del iniciado cristiano respecto de su hermano cristiano no iniciado. Como hemos dicho, esta apertura no supone una falta para el segundo, pero el iniciado, sin tener un “plus”, goza de un “mejor”, en ilustración de la diversidad de carismas y de la superabundancia evangélica.

Ya que, si todos los cristianos están “situados”, por la gracia del Bautismo, en el “centro”, en “el corazón de Dios”, el iniciado, por su parte, percibe los cruzamientos con mayor consciencia de deseo y, de intensidad. El iniciado está constituido en oficiante y guardián, de acuerdo a su vocación y de los dones que el Espíritu le haya repartido. Esta es su misión en este mundo.

Así mismo, la iniciación en el marco de la religión cristiana, es una búsqueda, en todo amor y en toda humildad, de la revelación del corazón del Evangelio, de la interioridad cardíaca o cordial de la Alianza del Cordero de Dios, Salvador del mundo.

Y ¿por qué pues ir más adelante hacia, en Dios? ¿Querer ir -como bien dice el Santo Padre- “lo más cerca de Cristo23?

La respuesta la tenemos por completo, en primer lugar, en estas palabras de san Macario de Egipto:

Si alguien dice: ‘soy rico, tengo todo lo que pueda necesitar, no necesito nada más’, este no es cristiano sino un vaso de iniquidad diabólica. Ya que el placer que se tiene en Dios es tanto que uno no puede saciarse. Cuanto más se gusta, cuanto más en comunión estás con Él, más hambre tienes”.

Ahora bien, esta hambre ¿acaso no es la vocación primera, esencial, del hombre; la verdadera vida de su ser?

Estas otras palabras de san Anselmo, en segundo lugar, nos ofrecen la respuesta:

Yo no trato, Señor, de penetrar en vuestras profundidades ya que mi inteligencia no es comparable, sino que tan solo deseo comprender un poco vuestra verdad que mi corazón cree y ama”.

Estos dos Padres de la Iglesia, explicitan de esta manera y en su radicalidad, la fuente y la legitimidad espirituales y evangélicas de la meditación teológica así como de la vía iniciática.

Toda la vía, por otra parte, se consume y se consuma en el ejemplo y el testimonio de estas tres luces de la espiritualidad carmelitana a los que se puede contemplar como iniciados por el Espíritu Santo mismo: en primer lugar, san Juan de la Cruz, cuando afirma: “en el atardecer de nuestras vidas seremos juzgados en el Amor”. Santa Teresa de Jesús (santa Teresa de Ávila), a continuación, cuando proclama: “sin Amor, todo es nada”. Santa Teresa del Niño Jesús (santa Teresa de Lisieux), finalmente, que nos deja el perfume de su alma escribiendo:

En el corazón de la Iglesia, mi madre, seré Amor”.

Amor y conocimiento como una sola y única plegaria, como una sola y única obra cristiana, san Pablo lo confirma y, nos exhorta a ello con estas palabras:

que vuestra caridad abunde más y más en el conocimiento y en toda comprensión24.

Hete aquí lo que teje el carácter de la iniciación cristiana, el mantillo nutricio en el que germina y crece.

En esta realidad y con el fin de captar un poco la dimensión de la iniciación cristiana y del esoterismo cristiano, podemos considerar la síntesis siguiente.

Bautismo y Confirmación son los sacramentos fundadores del cristiano: los sacramentos, es decir, los signos y los instrumentos eficaces de la regeneración de su ser por la gracia salvífica del “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo25 y redime el pecado de Adán al precio de su Preciosa Sangre. La Eucaristía, alimento celeste o pan de los ángeles, es la participación “desde esta vida” en la Vida trinitaria, a la que se ha tenido acceso por los dos sacramentos anteriormente citados.

En el seno de la plenitud de estos tres sacramentos que “firman” ontológicamente al cristiano y componen una única familia, la Iglesia, en la que todos comparten la misma dignidad y los mismos efectos de la gracia así dispensada, hay como tres recintos en la economía general de misiones vinculadas a la vocación de cada uno. Estos recintos no difieren entre ellos en jerarquía, sino en carácter.

La iniciación es uno de estos tres recintos. Recordemos estas palabras del Apóstol:

hay diferencia de dones, pero el Espíritu es el mismo. Y hay diferencias de ministerios, pero es uno mismo el Señor. Y hay diferencias de operaciones, pero es uno mismo el Dios que lo opera todo en todos. A cada uno se le da la manifestación del Espíritu para lo conveniente26.


Notas:

21.  La Vida consagrada.

22. Juan I, 23.

23.. Ibid.

24. Filipenses I, 9.

25. Juan I, 29.

26. I Corintios XII, 4-7.


Acerca del Autor

Pascal Gambirasio d'Asseux

Pascal Gambirasio d'Asseux nació en París en 1951. Abogado, se ha dedicado también a la espiritualidad cristiana. Escritor, conferenciante (invitado de France Culture y de Radio Chrétienne Francophone), ha publicado varios libros -que ahora son referencias reconocidas- sobre la dimensión espiritual de la caballería y la heráldica o la ciencia del escudo de armas, sobre la naturaleza cristiana de la realeza francesa y del rey de Francia, así como sobre el camino cristiano de la iniciación como camino de interioridad y de encuentro con Dios: iniciático, de hecho, lejos de las interpretaciones desviadas que han distorsionado su significado desde al menos el siglo XIX, significa al mismo tiempo origen, inicio e interiorización del proceso espiritual para que, como enseña San Anastasio Sinaí, "Dios haga del hombre su hogar". De este modo, quiere contribuir al (re)descubrimiento de esta dimensión dentro del Misterio cristiano, olvidada o incluso rechazada por unos porque está desfigurada por otros.



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