Caballero de la Orden del Santo Sepulcro de Jerusalén | Siglo X Esculpido por |Andrea Jula | Italiano Metal blanco a escala de 54 mm |
Resulta evidente que para muchas personas so-
mos una suerte de anacronismo medieval. Hoy,
hablar de caballerosidad —ni que mencionar la
caballería— suena a tiempos pasados. Los maso-
nes cristianos anclamos nuestra ética en una regla
caballeresca. ¿Somos acaso una suerte de pieza de
museo? ¿Es posible trasmitir estos valores a una
generación barrida por el hedonismo, el consumo
y la indiferencia?
La caballerosidad puede parecer hoy en día una reliquia del pasado, pero todo el mundo desearía, cuando la vida los enfronta con una dificultad cuya resolución de la misma dependiera —y con ello de alguna manera la propia suerte— de la decisión de un hombre, desearían encontrarse ante un caballero. Esto quiere decir que a la noción de caballero y caballerosidad, se le atribuyen una serie de valores como son:
Justicia pero también magnanimidad, equidad, rectitud, altitud de miras, coraje, valerosidad, vigor, firmeza, que el portador de los mismos supuestamente pondrá en práctica ante las situaciones que tenga que afrontar en la vida, por muy anacrónicos que dichos valores puedan verse en nuestros días.
Hay subyacente en este modo de pensar, la sensación y la conciencia de que algo hemos perdido en el camino en la evolución de esto que hoy conocemos como «modernidad», de manera, que a pesar que estos principios puedan tener un regusto «antiguo», no por ello dejan de ser consoladores cuando la vida nos pone en situación de tener que necesitarlos; entonces nos vendría bien tenerlos ahí para que nos echaran una mano.
Es como la figura del padre o de la madre, que por mucho que se haya querido inventar una nueva «familia» considerando el modelo antiguo como opresor, continúan siendo insustituibles. Y esto es así porque estamos hablando de principios y valores atemporales que han tenido sentido ayer, lo tienen hoy y lo tendrán siempre, porque forman parte de la misma naturaleza del ser humano.
Decía anteriormente que el hombre puede llegar a ser un lobo, un depredador, para el hombre, pero también puede ser el autor de las acciones más sublimes, todo dependerá en qué se inspire, y efectivamente, nada es posible en medio del caos necesitamos un ordenamiento y la misma vida del ser humano y de la naturaleza está regida por un orden natural —la noche, el día— unos períodos y unos tiempos en que debemos y necesitamos dormir y alimentarnos de manera pautada para no enfermar.
El mismo mundo occidental y Europa en particular, está acrisolado en torno al principio y regla benedictina del «ora et labora», que marca unas pautas y un ordenamiento de la vida humana y la sociedad, en las que se dedica un tiempo a la oración y a Dios y otro tiempo a trabajar para subvenir las necesidades humanas y materiales. Esta Regla, conocida como Regla de San Benito, sirvió de base para posteriores reglas adoptadas por todas las Ordenes de Caballería. Ahora bien, el problema surge —y con ello el desarreglo— en la medida que la humanidad trastoca estos tiempos, dedicando más y más tiempo a subvenir las necesidades humanas —reales, inventadas o adquiridas— y menos tiempo a Dios hasta llegar a su total olvido, olvidando —valga la redundancia— esa parte divina perdida de la naturaleza humana, lo cual se traduce en esa búsqueda incesante de espiritualidad desordenada y torpe —pero en definitiva búsqueda de sentimiento religioso— que podemos ver en tanta gente.
Los masones cristianos, y particularmente, el Régimen Escocés Rectificado, con su clase masónica y su orden caballeresca, denominada Orden de los Caballeros Bienhechores de la Ciudad Santa, tienen una regla propia, denominada Regla Masónica —inspirada, como no, en la benedictina— y que en modo alguno es comparable con lo que otros sistemas masónicos conocen como Código Moral Masónico, cuyo primer artículo se titula «Deberes con Dios y la Religión». El Código Masónico, es un conjunto de consejos éticos y morales, en que la noción de lo que el «hombre debe a
Dios» queda diluida en un «pórtate bien» más inspirado en las buenas maneras que en considerar al resto de seres humanos como obras suyas, inspirados por él y en consecuencia merecedores del respeto y veneración que el ser humano pueda deber a Dios. ¿Dónde está el anacronismo en cuanto estoy diciendo? ¿No corresponde todo ello a valores eternos?
Estos valores, no tan solo es posible transmitirlos si no que es de todo punto necesario hacerlo, y a ello es a lo que estamos llamados Masones y Caballeros. ¿A qué si no? El Caballero de hoy en día ya no va montado a caballo ni está llamado a liberar Tierra Santa, pero no por ello es menos necesario en nuestro mundo y en nuestra sociedad.
El Caballero actual ya no dirime su nobleza en justas y torneos, pero ¿acaso no tiene ocasiones diariamente de dar muestras de su nobleza y valentía? La lucha a llevar a cabo ya no se desarrolla con la espada, pero puede utilizar las armas de la palabra, de la convicción, de la escritura, pero sobre todo las del ejemplo. Hay una eterna lucha en nuestro mundo entre el bien y el mal y esa es la lucha a la que está llamado el Caballero.
Ahora bien, si ese caballero no está bien inspirado, entonces se puede convertir en el caballero negro, aquel que lucha no en el mantenimiento de los valores y virtudes a los que antes me he referido, cayendo, como dice cierta terminología de una saga cinematográfica, en el «lado oscuro» de la fuerza.
¿Cuántos masones se han preguntado por el sentido de la Masonería o la naturaleza del Caballero hoy en día?, yo les responderé: precisamente éste, el transmitir estos valores al mundo y a la sociedad, en una suerte de «Pepito el grillo» que sacuda ese inconsciente colectivo, domesticado y aletargado, denunciando públicamente comportamientos que repugnan toda condición humana y moviendo a reflexión al individuo del porqué de su situación actual.
Este es el verdadero sentido de la Masonería, no los oropeles ni las grandes manifestaciones y reconocimientos de los poderes establecidos. Cristo trató de igual modo y fue igualmente estricto con el rico o el recaudador de impuestos que con el pobre y visto con ojos de hoy, sería un ácrata y un insumiso, y es que el hombre ha de someterse a la voluntad de Dios, pero ha de levantarse contra la injusticia, entendiendo la noción de justicia, como que la verdadera Justicia solo es la Divina, siendo la humana, solamente un pálido reflejo de la misma.
Pero la noche ha caído sobre nosotros y sobre este Claustro, Querido Hermano, aconsejando que nos retiremos a reposar.
Advertencia al lector:
Las negrillas utilizadas fueron añadidas por el editor del blog, a fin de hacer énfasis en palabras claves propias de la Masonería Cristiana.
Fuente:
Conversasiones en el Claustro sobre el Régimen Escocés Rectificado y la masonería cristiana, pagina 47, Valores Eternos.
Autores:
Eduardo R. Callaey & Ramón Martí Blanco
Justicia pero también magnanimidad, equidad, rectitud, altitud de miras, coraje, valerosidad, vigor, firmeza, que el portador de los mismos supuestamente pondrá en práctica ante las situaciones que tenga que afrontar en la vida, por muy anacrónicos que dichos valores puedan verse en nuestros días.
Hay subyacente en este modo de pensar, la sensación y la conciencia de que algo hemos perdido en el camino en la evolución de esto que hoy conocemos como «modernidad», de manera, que a pesar que estos principios puedan tener un regusto «antiguo», no por ello dejan de ser consoladores cuando la vida nos pone en situación de tener que necesitarlos; entonces nos vendría bien tenerlos ahí para que nos echaran una mano.
Es como la figura del padre o de la madre, que por mucho que se haya querido inventar una nueva «familia» considerando el modelo antiguo como opresor, continúan siendo insustituibles. Y esto es así porque estamos hablando de principios y valores atemporales que han tenido sentido ayer, lo tienen hoy y lo tendrán siempre, porque forman parte de la misma naturaleza del ser humano.
Decía anteriormente que el hombre puede llegar a ser un lobo, un depredador, para el hombre, pero también puede ser el autor de las acciones más sublimes, todo dependerá en qué se inspire, y efectivamente, nada es posible en medio del caos necesitamos un ordenamiento y la misma vida del ser humano y de la naturaleza está regida por un orden natural —la noche, el día— unos períodos y unos tiempos en que debemos y necesitamos dormir y alimentarnos de manera pautada para no enfermar.
El mismo mundo occidental y Europa en particular, está acrisolado en torno al principio y regla benedictina del «ora et labora», que marca unas pautas y un ordenamiento de la vida humana y la sociedad, en las que se dedica un tiempo a la oración y a Dios y otro tiempo a trabajar para subvenir las necesidades humanas y materiales. Esta Regla, conocida como Regla de San Benito, sirvió de base para posteriores reglas adoptadas por todas las Ordenes de Caballería. Ahora bien, el problema surge —y con ello el desarreglo— en la medida que la humanidad trastoca estos tiempos, dedicando más y más tiempo a subvenir las necesidades humanas —reales, inventadas o adquiridas— y menos tiempo a Dios hasta llegar a su total olvido, olvidando —valga la redundancia— esa parte divina perdida de la naturaleza humana, lo cual se traduce en esa búsqueda incesante de espiritualidad desordenada y torpe —pero en definitiva búsqueda de sentimiento religioso— que podemos ver en tanta gente.
Los masones cristianos, y particularmente, el Régimen Escocés Rectificado, con su clase masónica y su orden caballeresca, denominada Orden de los Caballeros Bienhechores de la Ciudad Santa, tienen una regla propia, denominada Regla Masónica —inspirada, como no, en la benedictina— y que en modo alguno es comparable con lo que otros sistemas masónicos conocen como Código Moral Masónico, cuyo primer artículo se titula «Deberes con Dios y la Religión». El Código Masónico, es un conjunto de consejos éticos y morales, en que la noción de lo que el «hombre debe a
Dios» queda diluida en un «pórtate bien» más inspirado en las buenas maneras que en considerar al resto de seres humanos como obras suyas, inspirados por él y en consecuencia merecedores del respeto y veneración que el ser humano pueda deber a Dios. ¿Dónde está el anacronismo en cuanto estoy diciendo? ¿No corresponde todo ello a valores eternos?
Estos valores, no tan solo es posible transmitirlos si no que es de todo punto necesario hacerlo, y a ello es a lo que estamos llamados Masones y Caballeros. ¿A qué si no? El Caballero de hoy en día ya no va montado a caballo ni está llamado a liberar Tierra Santa, pero no por ello es menos necesario en nuestro mundo y en nuestra sociedad.
El Caballero actual ya no dirime su nobleza en justas y torneos, pero ¿acaso no tiene ocasiones diariamente de dar muestras de su nobleza y valentía? La lucha a llevar a cabo ya no se desarrolla con la espada, pero puede utilizar las armas de la palabra, de la convicción, de la escritura, pero sobre todo las del ejemplo. Hay una eterna lucha en nuestro mundo entre el bien y el mal y esa es la lucha a la que está llamado el Caballero.
Ahora bien, si ese caballero no está bien inspirado, entonces se puede convertir en el caballero negro, aquel que lucha no en el mantenimiento de los valores y virtudes a los que antes me he referido, cayendo, como dice cierta terminología de una saga cinematográfica, en el «lado oscuro» de la fuerza.
¿Cuántos masones se han preguntado por el sentido de la Masonería o la naturaleza del Caballero hoy en día?, yo les responderé: precisamente éste, el transmitir estos valores al mundo y a la sociedad, en una suerte de «Pepito el grillo» que sacuda ese inconsciente colectivo, domesticado y aletargado, denunciando públicamente comportamientos que repugnan toda condición humana y moviendo a reflexión al individuo del porqué de su situación actual.
Este es el verdadero sentido de la Masonería, no los oropeles ni las grandes manifestaciones y reconocimientos de los poderes establecidos. Cristo trató de igual modo y fue igualmente estricto con el rico o el recaudador de impuestos que con el pobre y visto con ojos de hoy, sería un ácrata y un insumiso, y es que el hombre ha de someterse a la voluntad de Dios, pero ha de levantarse contra la injusticia, entendiendo la noción de justicia, como que la verdadera Justicia solo es la Divina, siendo la humana, solamente un pálido reflejo de la misma.
Pero la noche ha caído sobre nosotros y sobre este Claustro, Querido Hermano, aconsejando que nos retiremos a reposar.
Advertencia al lector:
Las negrillas utilizadas fueron añadidas por el editor del blog, a fin de hacer énfasis en palabras claves propias de la Masonería Cristiana.
Fuente:
Conversasiones en el Claustro sobre el Régimen Escocés Rectificado y la masonería cristiana, pagina 47, Valores Eternos.
Autores:
Eduardo R. Callaey & Ramón Martí Blanco
Acerca de los autores
Ramón Martí Blanco Biografía .Ramón Martí Blanco | Obras en Amazon |
Eduardo R. Callaey Biografía Eduardo R. Callaey | Obras en Amazon |
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