lunes, 24 de febrero de 2020

El Hombre de Luz | La construcción del cuerpo de gloria | Las claves cristianas | Pascal Gambirasio d’Asseux



Pascal Gambirasio d’Asseux

El Hombre de Luz

La construcción del Cuerpo de gloria

Las claves cristianas


Masonería Cristiana


ÉDITIONS TÉLÈTES, París, 2015

Segunda edición aumentada y revisada
Traducción:

RAMÓN MARTÍ BLANCO




“Nosotros te seguimos, por Ti hacia Ti”
San Bernardo, Sermón II, Ascensione.

“Nadie que echa su mano al arado y mira hacia atrás, está en disposición para el reino de Dios.”
Lucas IX, 62.



Al Rey y la Reina de las Lis, Fielmente, de todo corazón.


Poniendo ante Dios el espejo de su alma, este se iluminará como el puro cristal refleja al sol, cuando poco a poco alcance lo último deseable, y se encuentre desprendida de toda otra contemplación”.

Hesiquio el Sinaíta


Sin querer tratar de igualar a los maestros del trobarclus (trovadores1, troveros y minnesänger) que invitan a encontrar el sentido oculto (la dimensión espiritual e iniciática) de sus versos, nos parece legítimo inaugurar nuestras palabras bajo el patronazgo de su arte, jugando con consonancias y paronimias. Este arte, llamado también lengua de los pájaros porque evoca la lengua angélica o incluso la cábala fonética, se hace así realidad: para aquel que ve sin oír, el verbo (de oro) duerme, resultándole letra muerta; pero se ilumina para aquel otro que lo “vive”, al haber sabido encontrar la clave y romper el sello.


En este verde cerrado
En el jardín de la rosa y el escaramujo
Donde reina, inmarchitable la Dama del Bello Amor,
Cuando todo es silencio a la sombra vespertina,
Brota el canto de un ruiseñor trovador.

Es rey de la armonía que da acceso a los Grandes Misterios
De la estrella interna de diecisiete rayos de oro.
Es el pájaro de la noche que canta la Luz
Proclamando que para siempre la Vida triunfa sobre la muerte.

Sus arpegios místicos, consolando la rosa,
Suenan a madreselva y nochizo sonreír,
Luego sobre fontana de lis sus notas claras reposan.

La Dama lo oye, el Amor también guarda el canto.
Vienen entonces al jardín corazones henchidos, rectos deseos,
Guiados como verdaderos amantes: interiormente.



P     R    O     L     O     G     O


“Nosotros te seguimos, por Ti hacia Ti”

San Bernardo, Sermón II, Ascensione.

Nadie que echa su mano al arado y mira hacia atrás, está en disposición para el reino de Dios.”
Lucas IX, 62.


Desde los mismos orígenes, los hombres de las sociedades tradicionales han percibido de manera intuitiva la raíz espiritual de la Creación, la de su propio ser y, por vía de consecuencia, la de su vida, del sentido de este modo dado a la misma y del llevado por su vida; del verdadero y único sentido de toda vida humana.

Integraban esta realidad y así pues esta dimensión de manera espontánea -primitiva según algunos, mientras que mejor sería decir primordial, en todos los sentidos del término- y como el ejercicio de una capacidad natural de su entendimiento.

En resumen, para ellos no se trataba solamente del sentido y la naturaleza de la vida personal que eran así entendidos, sino igualmente el de la comunidad humana por completo y, por supuesto, en primer lugar, del más inmediato entorno: clanes, tribus, ciudades, pueblos y reinos…


En Occidente y más adelante en Oriente, ha quedado manifestado que la mirada del “hombre moderno”, de acuerdo a la expresión que le está dedicada, ha permutado 180 grados y modificado su campo de visión o su capacidad visual.

Lo que entonces era una inclinación natural del alma al entendimiento de los misterios, o cuando menos, a la consciencia de su existencia y a las exigencias espirituales que ellos implican, se ha ido poco a poco perdiendo en un gran número (¿la mayoría?) de nuestros contemporáneos, perdiéndose finalmente en poco tiempo. Esto no es sorprendente, al resultar la caída mucho más fácil y rápida que la adquisición del equilibrio o la construcción de una obra.

Ahora bien, ¿qué cosa es una vida espiritualmente orientada o una civilización digna de este nombre, sino equilibrio: armonía y justicia (que simultáneamente es justeza) y un edificio: un templo del Espíritu, como bien enseña san Pablo?

Efectivamente, forma parte de la naturaleza de los hombres de la Caída y de los corazones de piedra a los que se refiere el Evangelio el emplear un furor singular, tan perverso como suicida por otra parte, en olvidar a Dios. Y en propagar este olvido de manera sistemática y perfectamente organizada.

Es así que “el espíritu moderno” o “modernista”, bajo un gran número de razones y bajo un abanico de formas y actitudes variadas, en ocasiones aparentemente opuestas, se dedica sin contemplaciones a erradicar la presencia de Dios del alma humana hasta la consciencia de ella misma y, conducirla de este modo a olvidar -incluso a renegar- de la nobleza de sus orígenes, lo que, precisamente, fundamenta y constituye la realeza esencial del hombre.

Esta realeza paradisíaca le permitía la visión directa de Dios (la visión beatífica del lenguaje teológico), expresión y manifestación (sobre) natural de su filiación divina y le daba el poder del Nombre: bajo orden del Padre, en tanto que cooperador del Verbo, Segunda Persona de la Santísima Trinidad, nombrando a los animales que le eran presentados, “ordenándolos” Adán de acuerdo a los deseos del Creador, situándose por ello mismo en el justo lugar que le era asignado por Aquel: el de un pontífice, ligando y religando las cosas y los seres a su divino Principio.

El estado primero, auténtico del hombre es concebido de manera a situarlo en el centro de su ser y, partiendo de allí, al centro de la Creación, así pues, de atravesar cual eje vertical unitivo, recapitulador y santificante los mundos y los reinos, los espacios y los tiempos. El es entonces ese verdadero Rosa+Cruz de la tradición cristiana y hermética sobre el que tanto se ha glosado, llegándose hasta la caricatura ocultista o el escarnio agresivo.

En paradigma supereminente inconmensurable, ciertamente, pero bien aplicado a mostrarnos la realidad del Camino y de su cumplimiento, el mismo Cristo resucitado, bajo la apariencia de un jardinero, se ha presentado a las santas mujeres que corrían hacia el sepulcro; hacia esa tumba que, justamente, ellas encontraron vacía. Pero no lo reconocieron, ya que ellas no estaban todavía en disposición de hacerlo, con sus ojos de carne, luego dotados de insuficiente fe, a “ver” este cuerpo de carne glorificada, en la plenitud prometida a todos los bautizados, en el Día (el octavo día) de la Resurrección.

He aquí lo que nos promete y nos ofrece Cristo. Nos lleva en Él a fin que lo llevemos en nosotros, en los más íntimo de nuestro corazón y de nuestro espíritu, a fin que seamos devueltos a nuestro estado de hijos en y por el Hijo.

Hacernos christophoros, portadores de Cristo, que es la Luz y el Verbo del Padre, este es realmente el destino humano, de nuestro destino, del único destino digno de un alma viva exhalada de la misma boca de Dios, emanada de Él.

Entonces, el hombre de luz es reencontrado como el hijo pródigo que se lanza hacia su padre, que se arroja a su encuentro. “Vosotros todos que habéis sido bautizados, ¡vosotros que habéis revestido a Cristo!” canta la liturgia de san Juan Crisóstomo. Y Jesús, ¿acaso no es esta Luz de la que nos habla en particular el Prólogo del Evangelio según san Juan, así como la entrevista con Nicodemo del mismo san Juan?

Las iconografías, los iluminadores, los heraldos de armas y los maestros vidrieros, hombres de la Tradición, todo ellos eran iniciados (algunos lo son todavía hoy) y ponían su Arte al servicio de esta teofanía de la luz: presentando simbólicamente el Cielo a las almas abiertas a sus obras.

Los tiempos cambian, sí; y en ocasiones este cambio se aparenta a una caída vertiginosa y mortal para el alma humana. Estamos viviendo un momento tal que así. Pero una verdad continúa siéndolo hoy como ayer, porque ella es verdad y, en tanto que tal, es intemporal.

Puede que sean los hombres los que ya no se encuentren con capacidad de percibirla y sentirla como tal. Pero dicha verdad no deja por ello de ser lo que es. Ella no puede “adaptarse”, dicho de otro modo, ceder su lugar por medio de un acomodamiento que siempre será una desnaturalización en el mejor de los casos.

El Maligno es demasiado astuto y demasiado hábil para afirmar, de entrada, que la ley y la moral, la orientación espiritual de las almas sean de por sí absurdas, o ridículas. Pero insinúa en estos espíritus (“fuertes”) a los que sabe turbar que la ley, la moral o la orientación espiritual, ya no están adaptadas a la “evolución de la sociedad”, que hay que saber ser un “ser de su tiempo”… La moda está en “debates de ideas” de este género en los que la opinión, muy a menudo manipulada, sustituye a la sapiencia y la inclinación subjetiva, en ocasiones malsana, a la conciencia de lo Verdadero.

Por supuesto, no se trata de negar que la Verdad, en este mundo, es compartida por muchos, los cuales, a menudo, no siempre están unidos y, a menudo también, desgraciadamente, se enfrentan, precisamente crispándose en “su parte” de Verdad la cual absolutizan y tratan de imponer a todos.

Ahora bien, estas particiones no son “pizcas” de Verdad, pedazos esparcidos de una Verdad entonces fracturada y parcial, sino, como lo enseña san Agustín, matices de una misma y única Verdad, la cual es la Palabra misma de Dios. Así mismo, estos matices deben descubrir sus consonancias, no solamente a través, sino gracias a sus diferencias  y componer entonces una armonía.

Esta palabra es proferida, no como una orden que “caería” desde arriba sin admitir réplica, sino que es dicha para ser escuchada por el ser, considerada en tanto tal, “puesta a su reflexión” como precisan las Escrituras y así pues en disposición de responder; en el deseo por parte de Dios que se responda a la misma, sin temor de precisarlo. Diálogo (inaudito habida cuenta de la inconmensurabilidad existente entre los dos “interlocutores”) que el Padre ha iniciado y perennizado entre Él y el hombre que, en Cristo, llama en lo sucesivo su hijo bien amado.

No, Dios no soliloquia. Dialoga con sus criaturas, con todas sus criaturas, pero, evidentemente, en un modo privilegiado con el hombre al cual ha querido a su Imagen y Semejanza.

Este ser es llamado a la vida por su Palabra, hacia y por su Palabra; es así creado hacia Dios, para establecer esta conversación, de corazón a corazón deberíamos decir, este intercambio tejido de lo inefable y de la simplicidad que conocen los santos, y que funda y alimenta toda una vida.

Cada hombre es así el asunto principal de este diálogo con Dios. Hay en esta denominación, toda la elección y toda la cualificación con la que el Señor la ha revestido y que fundamenta su dignidad y sus deberes.

Podemos ver como se trata aquí de un estado privilegiado y glorificador, en el que se originan y se legitiman, en Francia por excelencia, la apelación y el estado, en el plano que son los suyos, de la figura del Rey, Lugarteniente de Dios; radicalmente en oposición, respecto de aquello que difunde desde hace ya largo tiempo, una corriente de “pensamiento” deletérea y nauseabunda, que se ensaña en desnaturalizar el sentido y la realidad de esta cualidad del sujeto para convertirlo en un sinónimo de sujeción. Lo que no está falto de aliño, cuando podemos ver como ciertas administraciones califican a las personas de “sujetos sometidos”, sin que ello exalte lo más mínimo a esta misma buena gente.

Cuando los hombres son impelidos por el impulso de la plegaria, de la obra litúrgica o del simple grito que brota de seno de sus sufrimientos, a menudo el único posible en los dolores físicos o morales, pero que se impone igualmente al corazón del Padre, Él sabe cómo escucharlo y responder siempre, incluso aún y cuando el ser implicado no sea capaz de alcanzar esta respuesta y concluya rápida e injustamente que el Cielo permanece vacío, mudo o indiferente.

Es preciso comprender que la respuesta, toda respuesta divina es un misterio, en el sentido pleno del término; que dicha respuesta no podría ser de otra manera, a semejanza de un sacramento, porque viene de Dios. De igual modo, tampoco se la recibe como un “retorno”, sino que se la percibe por aquello que la tradición oriental denomina “el ojo del corazón”. Ya que se trata claramente de un secreto de nuestro ser lo que es entonces desvelado, puesto a la luz y puesto en práctica. La respuesta es simultáneamente una llamada a proseguir el cuestionamiento, la “en-cuesta”, a proseguir en el camino, la voz: luego y como consecuencia, a cumplir su vocación.

El nombre del Arcángel san Miguel (Mikäel, en hebreo: “¿Quién como Dios?”), revela y concentra esta pregunta-respuesta que se remite entonces a sí misma en un juego de reflejos y espejos. Juego sagrado e iniciático, puesto que es la clave del ser. “¡He aquí! El Amo es nuestro espejo: abre tus ojos y velos en Él: y aprende la manera de tu rostro”2.

La búsqueda espiritual es esencial y, nosotros diríamos, connatural en el hombre en su estado “normal”. He aquí porqué, en nuestra época de oscuridad de espíritu y, si acaso fuera posible, de la desnaturalización de la Imagen y Semejanza, la reafirmación de esta Verdad, así como de los caminos que conducen a la participación viviente de la misma debe ser recordada, evocada en la medida que la palabra pueda (o deba) traducir la aventura interior del alma, y ello sin relajación ni debilidad o desaliento.

En primer lugar, afirmando y explicitando -dando testimonio- de dicha búsqueda espiritual porque realmente hay “alguna cosa” a hacer, un trabajo a efectuar para desmarcarla de manera sensible de la asistencia religiosa, insistiendo justamente en este término de asistencia: un visitador difiere de un visitante. Si el primero permanece pasivo y exterior -aunque aceptado y adherente- “a lo que pasa”, el segundo es un actor, un real “oficiante”. Ahora bien, tampoco hemos de sorprendernos ¿acaso la Santa Misa no hace cantar a los fieles: “tu has hecho de nosotros reyes y sacerdotes”? A cada cual según su orden y, este es el sitio para decirlo, ministros ordenados y fieles, su presencia activa (en espíritu y en verdad, sobre todo) es, con toda evidencia, solicitada.

A continuación, la naturaleza de la empresa, precisamente una búsqueda interior e interiorizante obedeciendo a reglas, pruebas y armonías a la vez universales e íntimas de cada ser. Un periplo “arriesgado”…

Luego, el modo operatorio de esta aventura espiritual u Operatio Magna, la Gran Obra de toda una vida, de la asunción o glorificación del ser: la adquisición del cuerpo glorioso por parte de aquellos que son justificados por Jesucristo.

Por último, el objetivo, el cumplimiento. El tesoro escondido descubierto únicamente a aquel que está cualificado, depurado y discerniente. Como se descubre su blasón, las armas de luz que dibujan los trazos celestes del caballero que las lleva, en todos los sentidos de la palabra. El “lugar” y el “tiempo” en que el hombre de la caída vuelve a ser hombre de luz, el perfecto iniciado, el santo, tan unido al Sol de Justicia, tan translúcido a su Gloria, que ya no proyecta ninguna sombra…


Notas:

1 En la lengua de Oc, en occitano, trobador (trobairitz para las mujeres trovadoras) significa aquel que encuentra y compone (de trobar, encontrar): encuentra -en su sentido de inspiración creadora- sus versos y simultáneamente sella su sentido para todo aquel que no posea la llave (clau en occitano), sentido pues que queda encerrado, secreto, oculto. El pase de este nombre a la lengua de Oil ha dado trovero (trovera en femenino). Compositor, poeta, el trovador o el trovero interpreta él mismo sus obras o las hace interpretar por ministriles o juglares. La edad de oro de trovadores y troveros se sitúa entre los siglos XI  al XIII. Se los encuentra igualmente en España (Catalunya, Aragón), en Italia (Lombardía, Toscana, Génova) así como en Portugal e Inglaterra. En los países germánicos se hablará de minnesänger(aquellos que cantan el minne, es decir el amor -el amor cortés o fin’amor en occitano). De idénticas raíces tradicionales como el arte de los trovadores, el de los minnesänger conoce sin embargo formas que le son propias.

2Odas de Salomón, Oda 13.




Acerca del Autor

Pascal Gambirasio d'Asseux

Pascal Gambirasio d'Asseux nació en París en 1951. Abogado, se ha dedicado también a la espiritualidad cristiana. Escritor, conferenciante (invitado de France Culture y de Radio Chrétienne Francophone), ha publicado varios libros -que ahora son referencias reconocidas- sobre la dimensión espiritual de la caballería y la heráldica o la ciencia del escudo de armas, sobre la naturaleza cristiana de la realeza francesa y del rey de Francia, así como sobre el camino cristiano de la iniciación como camino de interioridad y de encuentro con Dios: iniciático, de hecho, lejos de las interpretaciones desviadas que han distorsionado su significado desde al menos el siglo XIX, significa al mismo tiempo origen, inicio e interiorización del proceso espiritual para que, como enseña San Anastasio Sinaí, "Dios haga del hombre su hogar". De este modo, quiere contribuir al (re)descubrimiento de esta dimensión dentro del Misterio cristiano, olvidada o incluso rechazada por unos porque está desfigurada por otros.



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