domingo, 4 de agosto de 2019

Prefacio | Realización Iniciática y Misterio Cristiano | Pascal Gambirasio d'Asseux


Masonería Cristiana



Titulo Original en  francés:

Réalisation initiatique et Mystère chrétien

en español:

Realización Iniciática y Misterio Cristiano


ÉDITIONS TÉLÈTES, París, 2012

El presente texto, ampliamente corregido y aumentado para esta edición, 
apareció anteriormente en edición totalmente agotada bajo el título: 
La quetê initiatique dans le Mystère chrétien.

Traducción:
Ramón Martí Blanco



“Deja los muertos que entierren a sus muertos; y tú, ve, y anuncia el reino de Dios”
Lucas 9, 60


Prefacio


La tradición se define a la vez como aquello que uno recibe: una enseñanza, unos ritos; lo que uno vive: por el estudio de estas enseñanzas y la práctica de estos ritos; y lo que uno transmite “tal como lo ha recibido” de estas enseñanzas y estos ritos, pero enriquecido por los frutos aportados (el despertar espiritual) en la profundización de estos conocimientos y por la interiorización de estos ritos. He aquí, por otra parte, la razón por la que toda tradición auténtica es viva.

En el ámbito de la espiritualidad, la tradición implica tanto los conocimientos de base de que se compone la inmensa mayoría (que en Occidente, tenemos por costumbre designar bajo el término de exoterismo) que en el ámbito más complejo de la metafísica y las verdades más interiores, cuyos arcanos sólo aspiran a penetrar un reducido número de interesados (y que en Occidente, hemos tomado por costumbre designar –como es el caso de la teología propiamente dicha- bajo el nombre de esoterismo).

Todas las tradiciones conocen ese tipo de enseñanza reservada: una gnosis, un esoterismo, en el sentido etimológico de estos dos términos, es decir y, en otras palabras, un conocimiento interior. Así sucede en las religiones de la Antigüedad, en particular y por definición misma, en los cultos Mistéricos (especialmente griegos y romanos) y en el marco espiritual del antiguo Egipto.

Las religiones monoteístas (1) no escapan a dicha regla: el judaísmo con la Cábala (cuyo nombre significa por otra parte Tradición, en el sentido de una enseñanza recibida), el Islam con el sufismo, en sus diferentes ramas (en Occidente, se conocen sobre todo los Derviches giróvagos).

Por su parte, el Cristianismo, ha integrado desde siempre tal dimensión (2) aunque bien es cierto que muy pronto fue marginalizada, incluso pura y simplemente ocultada para luego ser contestada. La causa principal tiene que ver con la emergencia de herejías en los años siguientes a la Crucifixión (la Gnosis o gnosticismo –entendido en esta ocasión según su definición clásica en la historia de las religiones- vendría a ser el ejemplo arquetípico); herejías que en ocasiones tomaron su aspecto abusivamente y de manera desviada de esta enseñanza reservada y de este conocimiento interior. Estas desviaciones han contribuido, por amalgama, a que se desconsidere este encaminamiento específico.

Pero ello no debe conducir a negar su existencia ni su legitimidad.

En corolario, esto tampoco significa que estos elementos, cuando son auténticos, contradigan o se opongan, de algún modo, a la teología en el sentido que se entiende ordinariamente.

Ya que, en realidad, no hay más que una única teología –Theo-Logos, la Palabra de (y sobre) Dios- pero comprendiendo diversos grados. De por sí, la enseñanza teológica fundamental comporta un cierto número de ellos: en particular, la historia santa y eclesial, patrística, la moral, la filosofía, la liturgia, y la más elevada de todas, la metafísica.

Es en primacía en el seno de esta última que “se sitúa” la enseñanza interior, o más precisamente, de interioridad espiritual; literalmente: “esotérica”.

Considerando el sentido etimológico del término, es preciso comprender que se trata de una vía mística, puesto que integra y connota la interioridad contemplativa, en consecuencia el silencio (para que nazca en el corazón del hombre la Palabra, el Emmanuel), y así pues el secreto: la incomunicación para todo aquel que no “alcance” él mismo y por sí mismo, estos “estados del alma”, que algunos llaman experiencias espirituales y que son también las de los santos. Estados que se pueden inducir, pero sin que sean buscados por los propios interesados (se trataría entonces de un pecado y de una trampa en el camino del despertar espiritual) lo que en lenguaje teológico se denomina los “dones sobrenaturales”.

Desde luego, en la estricta visión del “modo” (en su sentido de modus operandi spiritualis): seguimiento de los rituales y conocimientos enseñados, la distinción recordada por Guénon conserva toda su verdad y toda su realidad.

Desde este preciso punto de vista, existe una clara distinción entre el santo que sigue una vía mística (hace oración y ascesis al igual que meditación sobre las Escrituras) y aquel otro que sigue una vía iniciática, de igual modo alimentada por las plegarias (las mismas, por supuesto), pero de una misma lectio divinis, incluso igualmente de una ascesis.

Pero esta vía se encuentra igualmente ordenada, al menos virtualmente, a partir de tomas de consciencia (sea cual sea el nombre que les demos: despertar, visión directa, intuición metafísica que conocen bien las espiritualidades orientales y que a nadie se le ocurre contestar –aspecto mismo que las caracteriza, por otra parte- mientras que una cierta escuela de pensamiento las deniega en la religión cristiana) directamente ligadas a esta enseñanza reservada de la que hablábamos anteriormente al igual que a rituales precisos.

En efecto, el encaminamiento en esta vía queda dispuesta de acuerdo a una progresión, una pedagogía formalizada, y sobre todo, condicionada –por su real operatoria puesta en práctica en el hombre- a la transmisión inicial de una “influencia espiritual” (retomando la expresión de Guénon), es decir la recepción ritual de un carácter y de una gracia (en términos de teología cristiana) infundidos de manera inefable en el ser (a instancias del Bautismo y la Confirmación) y poniéndolo entonces en relación, “en toma”, con el mundo espiritual: los Cielos evocados por Dante en su Divina Comedia que corresponden a los mundos angélicos al igual que a la presencia y a la acción de Dios en estos mundos.

Por otra parte, la plegaria mayor que nos es enseñada por Cristo (el Pater Noster) ¿acaso no se dirige al Creador con esta invocación inaugural: “Padre Nuestro que estás en los Cielos” (y no en el Cielo)...? La vía iniciática conduce pues a esta ascensión a los cielos, a este reencuentro con los ángeles y a la contemplación de una Presencia de Dios, cada vez más inmediata.

La vía iniciática conduce de una manera propia pero complementaria a la de la santidad, entendida tal cual como generalmente se la define. Ella revela de este modo que Dios no es únicamente trascendente (permaneciendo en el Cielo como el Todo Otro, el Deus absconditus) sino que también es inmanente a su Creación a la que da su Presencia en la medida de lo posible sin que ésta sea consumada, a través de estos estados o mundos espirituales (los Cielos) hasta llegar al plano sensible de la creación material en el que estamos (la Tierra en términos simbólicos).

La vía de la interioridad procede mediante un encaminamiento análogo: el hombre, abandonando su ego heredado del Adán caído, reencuentra la Gloria de Dios que permanece en su corazón. Por su parte debe, como hizo Dios descendiendo hasta él (Cristo, el Nuevo Adán) remontar hasta Dios (retorno del hijo pródigo). Para remontar hasta Dios, desciende en su propia interioridad (su esoterismo) y descubre de este modo estos mundos o planos divinos y a sus compañeros espirituales, los ángeles que están en ellos celebrando la liturgia celeste.

He aquí por qué, en este ámbito, los conocimientos puramente librescos aportan tan solo un saber –un haber- intelectual, ciertamente no desdeñable en el plano de la cultura general así como del pensamiento filosófico, pero radicalmente fuera del plano del “Co-Nacimiento” del ser, en el sentido que este último no ha hecho suyo, ontológicamente hablando, este Conocimiento.

Dicho de otra manera, a su muerte, al franquear el umbral del plano sensible, corporal y mental, el hombre de conocimientos puramente librescos, no “se los llevará” consigo, puesto que corresponden a ese plano. El conocimiento por el intelecto únicamente no basta, no sobrevive. Es preciso que haya un estado del ser realizado hic et nuc o diferido hasta ese “instante” del franqueamiento del plano físico que libere entonces las últimas trabas mentales y psíquicas. Es por otra parte esta “efectuación diferida” que René Guénon califica de iniciación virtual, la cual es radicalmente distinta de una iniciación, que en sí, sería concebida como de naturaleza únicamente potencial (en consecuencia condenada a no realizarse nunca y sobre todo en esta vida física) lo que sería un puro sinsentido en la especie. De manera análoga, la Iglesia nos enseña que un santo, cualesquiera haya sido su estado de gracia en su vida humana, no es –o no queda-realmente santo sino después de su muerte cuando ha alcanzado “su cielo” (proporcional a su grado de santidad, así pues, a “su realización contemplativa” por así decirlo) y no puede pecar más.

Es en esta realización que transmuta al propio ser que reside el verdadero secreto iniciático y la razón por la cual, salvo el carácter perjudicial que verdades nobles y elevadas sean echadas a los necios (como lo prohíbe el mismo Cristo, volveremos sobre ello más adelante) porque no las comprenderían, tomándoselas a broma y, por lo tanto, violentando su carácter sagrado, he ahí la razón por la que proclamamos: la “publicación” de estos misterios no altera en absoluto su naturaleza ni la eficacidad (en el sentido teológico de la palabra). Sin esta clave “operativa” consistente en esta transmisión, la letra, en efecto, “permanece muerta”.

No hay que temer pues al afirmar, desde el mayor respeto de la pura teología y del Dogma, en particular Católico; que existe, que siempre ha existido, un esoterismo cristiano, y en consecuencia una vía iniciática en el seno del Misterio cristiano.

Para expresarnos más exactamente, es este Misterio el cual en sí, es “esotérico” (etimológicamente, subrayémoslo de nuevo, este término significa lo que es interior, al corazón) ya que es propiamente inagotable en número de verdades a velar o revelar, a pesar de la interrupción (incluso proféticamente anunciada) de lo divino en la Historia de los hombres y su presencia eucarística renovada y permanente morada inaudita, inconcebible y fuente inagotable de gracias.


En contrapartida, es preciso afirmar sin cesar y proclamar a los cuatro vientos que esta interioridad –esta intimidad del alma con Dios- no debe confundirse con sus epígonos desnaturalizados (el ocultismo, el espiritismo, el teosofismo), ni todavía menos con sus parodias grotescas y perentorias (muchas publicaciones actuales –bajo forma de ensayos o novelas “con claves”- constituyen sus ejemplos triviales, en ocasiones ¡sumamente lucrativos!), ni sobre todo con sectas de toda naturaleza y toda denominación, que aparecen por todas partes, refiriendo su discurso a las religiones reveladas –con una predilección (o encarnizamiento) hacia el cristianismo- (con la finalidad de tentar o corromper su sentido), o aquellas otras que se lo inventan o que nos hablan de “inteligencias extraterrestres”...

Estas desnaturalizaciones “maliciosas” (en el sentido primero del término) de la religión cristiana –a las que demasiado a menudo se les da crédito por razón de una ausencia de fe madura y bien construida por parte de un gran número de gentes que, no obstante, se afirman cristianas- generan igualmente todas las desviaciones que con demasiada frecuencia uno puede encontrar en los medios “esotéricos” occidentales. Ahora bien, no solamente estas desnaturalizaciones conducen a que la vía iniciática ya no sea comprendida y seguida de manera auténtica, reduciéndola a un callejón sin salida (una siniestra falsificación), sino que la transforman en un auténtico veneno para la propia fe: la catequesis nace del Credo y toda práctica religiosa se desprende naturalmente del mismo. Los efectos son pues catastróficos para aquel que se deja atrapar en este tipo de trampas.

Insistamos pues claramente sobre este punto esencial a fin de ser perfectamente entendidos, incluso si esto no gusta a los adeptos del esoterismo de hoy, ni a los auto-proclamados “iniciados”: el esoterismo cristiano, la vía iniciática en el seno del cristianismo, no revela, no “desemboca” en, o no desvela ningún conocimiento que contradiga el Credo, la Revelación propiamente dicha tal cual es recibida, enseñada y transmitida por la Iglesia, sea cual sea su confesión: romana, ortodoxa u oriental. No se desvelan verdades supuestamente ocultadas por una “Iglesia oficialo ignoradas por ella, como pretenden todas las desviaciones esoterizantes en sus múltiples modalidades de expresión y difusión, sino que uno descubre (en lo más íntimo posible del hombre) y queda confrontado –en el corazón sería más exacto- con la Verdad única y absoluta que es Dios, Santísima Trinidad.

En el cristianismo, como en todas las tradiciones, la perfecta ortodoxia teológica es el sello de la vía iniciática auténtica, y aquí todavía más si se nos permite, ya que el esoterismo viene a desvelar un “plus”, o quizá más bien un “algo más”, un “más íntimamente”, según existan y se desarrolle la cualificación espiritual, la apertura del alma a esas “perspectivas hermenéuticas” de acuerdo a la fórmula de Jean Borella (3) , pero ciertamente no “otra cosa” distinta que la enseñanza revelada a la mayoría para la Salvación de las almas.

De este modo, en el marco cristiano, los ritos, los sacramentos serán entonces vividos más “lúcidamente” por algunos que por otros. ¿Acaso es preciso sorprenderse por ello? Después de todo, en el orden profano, la enseñanza de las matemáticas (por tomar un ejemplo familiar pero expresivo) sigue un proceso análogo de revelación progresiva y en Francia todo el mundo sabe que “maths sup” (4) es el paso previo necesario para seguir (y comprender) los cursos de “maths spé”, sin que haya, con toda evidencia, contradicción en estos dos niveles.

Una vez más, recalcaremos que no es el conocimiento que quiera ocultarse, sino la inteligencia del hombre, la de algunos hombres, que se sustrae al conocimiento. La inteligencia debe ser alimentada por etapas, al igual que el Filósofo en Hermes (el Alquimista) gestionaba el régimen de sus luces y aportaba, a su debido tiempo, nutrición láctea para luego pasar a nutrir con carne durante su crecimiento.

El deseo espiritual, es por otra parte, desigualmente compartido según sea un alma u otra. Como en todas las cosas, en el ámbito espiritual, algunos se contentan con poco y se bastan con “hacer como todo el mundo”, o bien se preocupan más por la acumulación debirretes” (y no pensamos solamente en los birretes eclesiásticos) mientras que otros, que ya contemplan, in corde, a imitación de Nuestra Señora, las maravillas de Dios experimentan más hambre y sed por ser admitidos “todavía un poco más cerca”, por querer conocer y amar más.

San Macario de Egipto lo señala: “Si alguien dice: ‘soy rico, tengo todo lo que pueda necesitar, no necesito nada más’, este no es cristiano sino un vaso de iniquidad diabólica. Ya que el placer que se tiene en Dios es tanto que uno no puede saciarse. Cuanto más se gusta, cuanto más en comunión estás con Él, más hambre tienes”.

Es lo que René Guénon denominaba la “cualificación espiritual”. En esta perspectiva, existe, en términos paulinos, ésta vez, un carisma particular: la cualificación, la vocación iniciática.

La presente obra desea aportar algunos jalones que permitirán alcanzar esta cualificación y sus modos operatorios en el acceso al Conocimiento en el seno de la Revelación cristiana.

Ya que, a nuestro entender, dicha Revelación presenta una especificidad que no se encuentra en ninguna otra parte, en el espacio y tiempo de la Historia de los hombres. Ella se descubre original y originaria. En Francia se han inventado este bello término, tan evocador, de “internel” para calificar lo que a la vez es interior [intérieur] y eterno [éternel], relacionándolo con La Estrella Interior [“L’Étoile Internelle”] que sería el nombre de una fraternidad iniciática a la que habrían pertenecido, Louis Charbonneau-Lassay y René Guénon.

La Revelación cristiana, a diferencia de las otras religiones y vías espirituales, no comporta realmente una separación –de naturaleza- entre una parte exterior (un exoterismo) y otra interior (un esoterismo), permaneciendo en el cristianismo como complementarias y sin ningún carácter antagonista en el que algunos quisieran encerrar a ambas de manera redhibitoria. Así, esta separación que se acostumbra a constatar en el seno de otras formas tradicionales, simplemente no existe, principalmente por razón de la naturaleza de los sacramentos cristianos.

Es a la vez más simple y más complicado, como acostumbra a suceder en el ámbito espiritual; pero es justamente ahí –en estos sacramentos precisamente- donde reside el verdadero secreto, la clave del misterio cristiano y, por lo tanto, la clave delesoterismo cristiano”, pero también la dificultad de comprensión: la Revelación, la Religión cristiana (la Palabra y los sacramentos) es dada por igual a todos los hombres, a esta “multitud” de la que habla el Evangelio, y reservada en ciertas de sus enseñanzas a aquellos que, a imitación de los tres Apóstoles escogidos por Jesús para contemplar su Transfiguración (Juan, Pedro y Santiago a los que designará después con el nombre de Boanerges: hijos del Trueno) fueron escogidos en razón de ésta cualificación espiritual a que nos estamos refiriendo.

Podríamos tomar como ejemplo para ilustrar lo que decimos los rosetones que ornan las catedrales. Los rosetones se ofrecen a la vista en primer lugar desde el exterior donde se observa todo el maravilloso trabajo de encaje de las piedras talladas; luego, cuando el peregrino o el simple visitante ha entrado en la nave, esas mismas piedras pueden contemplarse desde el interior, con la mirada tornada hacia la luz que las ilumina, en todos los sentidos del término, al igual que es hacia oriente que los fieles participan de la Misa. 

Entonces todo el arte de los maestros vidrieros resplandece para anunciar la Palabra y los Actos de Dios y la vida de los santos. El mismo rosetón (5) puede pues ser simultáneamente considerado, sea en su exterioridad, sea en su interioridad; pero el rosetón no deja de ser uno y presentar las mismas imágenes y esculturas. Por tanto ¿quién puede negar que el rosetón es más expresivo y más bello, visto desde el interior, como si la luz de Gloria lo atravesara para interpelarnos; que encuentra ahí su más íntima verdad?

Estos rosetones ofrecen a la vista todos sus colores, pero en primer lugar ha sido necesario el deseo de entrar al interior de la catedral, en su seno (que es también su “santo”), al igual que es preciso el deseo de penetrar más al fondo, más en el corazón de los misterios divinos; como fue menester entonces elevar la mirada hacia ellos: “Venid, y lo veréis” (Juan I, 35-39).

Así es la naturaleza del cristianismo y de su “esoterismo”.

Pero, insistamos bien sobre este punto, nadie puede pretender seguir una vía iniciática diciéndose cristiano con la idea subyacente de ir hacia un “más allá” de la religión cristiana y de los efectos de sus sacramentos; como tampoco querer alcanzar una Liberación (en modo budista o hinduista, por ejemplo) que sobrepasaría la Salvación aportada por el Verbo encarnado y que se analizaría como una reintegración (incluso una absorción) en un Gran Todo, sea este calificado de Nirvana, o hacia cualquier divinidad impersonal estimada como más “metafísica” que un Dios Trinitario, Creador y revelado.

El cristiano, sea este iniciado o no, no se concibe como una gota de agua cuya suprema liberación sería reencontrar impersonalmente el océano (lo divino) de donde proviene. El cristiano cree en la eternidad de su persona espiritual (no en una simple identidad profana, por supuesto), participando “fundido pero no confundido” como hijo en y por el Hijo en este océano original (Dios) ya que lo que Dios da por puro Amor (el espíritu inmortal, la persona), no lo retoma jamás.

En este aspecto, añadiremos, que la metafísica no debe relegar la religión al plano devocional, afectivo y moral, ya que, en modo monoteísta, la religión encarna la manifestación y la revelación de Dios a los hombres, la realidad de su Presencia y de su Palabra. Desde este punto de vista, la metafísica oriental o si se quiere las diversas Tradiciones relacionadas con el despertar espiritual transmitidas por Oriente o Extremo Oriente, no se oponen a la Revelación monoteísta, pero tampoco le son en ningún modo superiores porque la realidad última sería la respuesta a un “¿qué?” (lo divino) y no a un “¿quién?” (Dios).

Volveremos en detalle sobre todo esto en la primera parte de este libro.

Parafraseando a René Guénon, es preciso señalar (retomando sus propios términos cuya precisión es fundamental para traducir esta realidad) que existe pues un esoterismo cristiano, no uncristianismo esotérico”, el cual, por definición, implicaría una enseñanza “paralela” distinta (incluso contraria) a la Revelación evangélica. Precisamente esta concepción de un “cristianismo esotérico” es la que sin embargo ha permanecido extendida por lo general en Occidente, justamente en medios calificados “de iniciáticos”.

Esta concepción es pues perfectamente errónea, heterodoxa y en total oposición con la revelación evangélica. Esto que aquí decimos es necesario repetirlo una y otra vez sin descanso ni debilidad de ningún tipo.

En contrapartida, no tememos en afirmar, que el Cristianismo es, y continúa siendo iniciático, incluso si algunos cristianos no se dan cuenta de ello o recusan este principio; incluso si la mayor parte de aquellos que han sido admitidos a los Misterios de la iniciación cristiana, teológicamente entendida (Bautismo, Confirmación, Eucaristía), no tienen la capacidad, la “cualificación espiritual”, o la voluntad de percibirlos y vivirlos según el modo más interior, no habiendo recibido, por lo demás, ninguna de las iniciaciones tradicionales que el Cristianismo ha incorporado y culminado (bautizado sería un término muy apropiado) como las de Oficio o Caballerescas, sin hablar de la dimensión teúrgica que la Ordenación sacerdotal puede por sí misma poner legítimamente en práctica cuando ella ha recibido este Conocimiento tradicional. Aunque no nos referimos, en este último caso, a los sacramentos ni la Eucaristía que en nada están relacionados con la teúrgia, sino directamente de un Acto de Dios como nos lo enseña la Iglesia y como precisaremos más adelante.

Daremos por conocidos, al menos en su generalidad, esta dimensión y estos elementos tradicionales. En cualquier caso, no es objeto del presente libro exponerlos de manera didáctica, en la medida que existen cantidad de excelentes obras sobre estos diferentes asuntos, a las que remitimos al lector todavía novicio en estos conocimientos o deseoso de profundizar en ellos.

Esta enseñanza reservada reposa en gran parte en la Cábala, entendida a la luz del Nuevo Testamento, anunciando y realizando la Nueva y Eterna Alianza y de la que se debe, en justicia, hablar como de Cábala cristiana. Queda así plenamente justificada en su gesta y sus revelaciones, sin que por ello quede desnaturalizado su mantillo de origen, muy al contrario ya que como Cristo ha dicho: “no penséis que vine para abolir la Ley ni los Profetas; no vine para desatar, sino para cumplir” (Mateo V, 17)

Al igual como Ecclesia es el cumplimiento de la Promesa hecha y representada por Israel, igualmente la Cábala cristiana es el cumplimiento, la clave de la Cábala judía.

Es este camino de contemplación, a través de las enseñanzas propias a esta ciencia sacerdotal y teúrgica, en particular a través de las letras-número y los sefirots, que seguiremos en la segunda parte.

Posteriormente, en la tercera parte, abordaremos la vía caballeresca, designada también bajo el nombre de vía heroica, que cumple el alma marcada por este carisma propio a través del servicio del Bien común, de la autoridad justa y legítima; que asume la Guarda y custodia de la Paz y la Justicia, en su sentido espiritual, y así pues del orden a la vez universal e interior de cada uno.

Finalmente, en la cuarta y última parte, contemplaremos algunos símbolos que nos parecen significativos y edificantes en el marco de nuestro propósito, ya que el símbolo se presenta como la vía real de la acuidad espiritual y de la intuición metafísica.

Revela “instantáneamente” el Espíritu en la Forma y el Espíritu de la Forma en todos sus aspectos y grados de verdad y comprensión. Aparece de este modo superior a todos los discursos, puesto que lo “expone” todo, en perfecta simultaneidad, sin desvelar nada a ojos de los profanos que no saben cómo descifrarlo.

Mientras que el discurso se dirige a la inteligencia discursiva según un desarrollo lógico y cronológico, el símbolo se dirige alojo del corazón”, a la percepción espiritual. No se trata de un medio de conocimiento en su sentido libresco como ya antes hemos evocado, sino de un principio, fulgurante, del despertar en el que el ser “es” lo que conoce (co-nace). En esta perspectiva, el símbolo corresponde a esta palabra de Cristo que, en realidad, se dirige a cada uno de nosotros: “Ephphatha”, “ábrete en arameo (Marcos VII,34).

No obstante, y es ahí donde reside la paradoja (pero sabemos que la paradoja es el signo de toda enseñanza espiritual auténtica) es necesario en un primer tiempo el discurso, el pensamiento discursivo y verbalizado, el “juego” de palabras –que son entonces, propiamente, palabras clave- para explicitar (en lugar de decir) el símbolo, aprendiendo a discernir su naturaleza y sus reglas, antes de ser capaz de alcanzar, de entender, el canto “hermenéutico” en el que, en efecto: “todo queda dicho”.


Nota del editor del Blog Jerusalén Celeste:

Las cursivas y negrillas han sido agregadas por nosotros, a fin de poner énfasis en el lenguaje iniciático común a las formas tradicionales, bien sean estas de Oriente u Occidente.



Notas:

1.- Es menester precisar que estas religiones están fundamentadas en la Revelación directa de Dios en Sí Mismo y por Sí Mismo en la Historia de los hombres, en particular a profetas y santos, pero también a los místicos. Las otras formas tradicionales reposan esencialmente en “la experiencia”, “el despertar” de los sabios; “despertados” estos, a partir de su propia realización espiritual. Aunque las tres religiones monoteístas comportan, todas ellas, vías de experiencia espiritual (mística e iniciática) y que, en corolario, resulta justo pensar que Dios, en su Misericordia, concede igualmente una parte de su Revelación en aquellas tradiciones en las que no es explícitamente “nombrado” o “percibido”, siendo sin embargo la distinción entre estas dos Formas de espiritualidad, totalmente radical. En las primeras, si uno “se despierta” (ascensión del espíritu), es a partir de una revelación (descenso divino) y lo es mediante un “encuentro”, con Dios. En las segundas, la revelación no viene del Cielo, sino que es el hombre quien se eleva –por sí solo- para alcanzar un “divino” un Cielo, un Principio con el que debe fundirse; en el que “se apaga” (volveremos más delante de modo más detallado sobre estos puntos).

2.- En las Iglesias Ortodoxas, como por otra parte en las Iglesias de Oriente, esta dimensión interior y propiamente iniciática permanece todavía hoy mucho más perceptible. Ella se inscribe, de manera consubstancial podríamos decir, en la profundización de una teología metafísica, por bien, que como sucede en la Iglesia latina, ésta se inscribe con toda evidencia en el respeto integral del Credo. Por lo que respecta a la Iglesia primitiva, algunos apotegmas (literalmente: palabras memorables) de aquellos a los que se ha designado bajo el nombre de Padres del desierto o también bajo la denominación de la Filocalía de los Padres népticos (nepsis en griego significa sobriedad del alma) nos dan testimonio de ello como también las catequesis de san Cirilo de Jerusalén (siglo IV), en particular sus cinco homilías denominadas “catequesis mistagógicas”. Sin olvidar a Orígenes (Alejandría, siglo II). La vía real de esta interioridad “deificante” es la plegaria del corazón enseñada por la filocalía y el hesicasmo.

3.- Ésoterisme guénonien et mystère chrétien, Éditions Delphica – L’âge d’homme 1997.

4.- Nota del Traductor. Significado de maths sup y maths spé: en Francia maths spé o matemáticas especiales, eran unas clases preparatorias –desaparecidas después de la reforma de la Enseñanza Superior de 1997- que daban acceso al nivel de maths sup, cuya formación y comprensión era necesaria para poder acceder a las Escuelas de Ingeniera Superior.

5.- Podríamos añadir que la piedra, que constituye la osamenta y la geometría, aparece como el cuerpo físico de los rosetones; las vidrieras, por su parte, constituyen su alma, mientras que la luz que las atraviesa, dándoles sentido y vida, no es otra cosa que su espíritu, portador del Verbo, verdadera Luz del mundo.

6.- Cf. infra nota 23 (capítulo II S 4)



Autor

Pascal Gambirasio d'Asseux

Masonería Cristiana


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